XXVI
Momentos después, sentados todos en la sala, y juntos Gonzalo y Ramona, díjole aquél a ésta con tierno acento:
—¿Ya ves Ramona? Al fin podremos realizar nuestro viaje.
—¡Cuán bueno es Dios! —murmuró la joven sonriendo y con lágrimas en las mejillas, que parecían rosas cuajadas de rocío.