[645-651] y [III-727-728]. Por su naturaleza, el crimen «clamaba al Cielo», ya que la sangre derramada y no cubierta por tierra parece estar dando voces contra el homicida (Isaías 26:21; Ezequiel 24:7 y Job l6:l8). Desde la concepción bíblica, la sangre es sede de la vida. En Deuteronomio 12:23 se insta por ello a no derramarla por ser la sede de la vida y pertenecer ésta a Yavé.
El castigo de Caín se expresa en una maldición: «La voz de la sangre de tu hermano está clamando a mí desde la tierra. Ahora, pues, maldito serás de la tierra que abrió su boca para recibir de mano tuya la sangre de tu hermano» (Génesis 4:10 y 11). La preposición min («de la tierra») puede significar aquí dos cosas: que Caín es arrojado lejos de aquella tierra fértil que le daba hasta entonces el sustento y que ha sido testigo de su crimen; o que Caín es maldito de la tierra, en el sentido de que la tierra ahora cultivada por él no le dará ya sus frutos y, por tanto, se verá obligado a abandonarla y a convertirse en nómada (Génesis 4:12).
La cultura religiosa judía conservó la idea de que el nomadismo es un tiempo de penitencia. Es curiosa esta identificación entre viaje y castigo, que cristalizó en la leyenda del judío errante. Este, al empujar a Jesús cuando caminaba hacia el calvario con la cruz, fue castigado a andar errante hasta el juicio final. Escritores como Eugéne Sué, Pär Lagerkvist, Mark Twin, James Joyce y Jorge Luis Borges han recogido este mito, el cual entroncó con el del holandés errante, donde el capitán de un navio es condenado a no poder atracar nunca en un puerto seguro, situación que inspiró a Wagner su ópera homónima.<<