4. Valjon de Starvel

Cuatro días más tarde la almadía les había permitido avanzar muchos kilómetros río abajo. Ya no había bosques en las orillas, sino que ahora se veían suaves colinas y mares de grano silvestre que crecía a ambos lados.

Hawkmoon y D'Averc se alimentaban de lo que pescaban en el río, además del grano y la fruta recogida de las orillas, y se fueron sintiendo más relajados a medida que la almadía avanzaba hacia Narleen.

Tenían el aspecto de marineros náufragos, con las ropas destrozadas, las barbas hirsutas y cada día más abundantes, pero en sus ojos ya no aparecía la salvaje mirada del hambriento sometido a toda clase de peligros, todo lo cual permitía que su estado de ánimo hubiera mejorado mucho.

Durante la tarde del cuarto día de navegación divisaron un barco. Se levantaron y le hicieron señas frenéticamente, intentando llamar su atención. —¡Quizá ese barco proceda de Narleen! —gritó Hawkmoon—. ¡Quizá nos admitan a bordo y nos permitan trabajar para pagar nuestro pasaje a la ciudad!

Se trataba de un barco de proa alta, hecho de madera pintada con vivos colores, entre los que predominaban el rojo, el dorado, el amarillo y el azul. Aunque tenía el aspecto de una goleta de dos palos, también disponía de remos, que ahora estaban siendo utilizadas para avanzar hacia ellos, corriente arriba. De los palos y cuerdas ondeaban cien banderas de brillantes colores, y los hombres que se veían en la cubierta también iban vestidos con ropas de vivos colores.

Los remos del barco dejaron de impulsarlo y la nave se deslizó a un costado de la almadía. Por la borda se asomó un rostro de poblada barba, que les miró. —¿Quiénes sois? —preguntó.

—Viajeros…, extranjeros en estos contornos. ¿Podemos subir a bordo y pagar con nuestro trabajo el pasaje a Narleen? —preguntó D'Averc.

El hombre de la barba se echó a reír. —¡Ah, claro que podéis! Subid a bordo, caballeros.

Les tendieron una escala de cuerda y Hawkmoon y D'Averc subieron, sintiéndose agradecidos, y poco después se encontraban en la cubierta de la nave.

—Éste es el Halcón del río —les dijo el hombre de la barba —. ¿Habéis oído hablar de él?

—Ya os lo he dicho…, somos extranjeros —contestó Hawkmoon.

—Ah… Bueno, este barco es propiedad de Valjon de Starvel… Sin duda alguna habréis oído hablar de él, ¿verdad?

—No —contestó D'Averc —. Pero nos sentimos agradecidos porque haya puesto un barco en nuestro camino—. Sonrió y añadió —: Y ahora, amigo mío, ¿qué decis a nuestra proposición de trabajar para pagarnos el pasaje a Narleen?

—Bueno, si no tenéis dinero…

—Ninguno.

—Será mejor que le preguntemos al mismo Valjon qué quiere hacer on vosotros.

El hombre de la barba les acompañó hasta la cubierta de popa, donde había un hombre delgado que no les dirigió una sola mirada. —¿Lord Valjon? —dijo el de la barba—. ¿Sí? ¿Qué hay, Ganak?

—Los dos que hemos admitido a bordo. No tienen dinero… y dicen que desean trabajar para pagar su pasaje.

—Bueno, permitídselo entonces, Ganak, si es eso lo que desean. —Valjon sonrió tristemente y repitió—: Permitídselo.

No miró en ningún momento ni a Hawkmoon ni a D'Averc, y sus ojos melancólicos siguieron mirando fijamente las aguas del río. Los despidió a todos con un ligero movimiento de la mano.

Hawkmoon se sintió incómodo y miró a su alrededor. Toda la tripulación les estaba mirando en silencio, con débiles sonrisas en los rostros curiosos. —¿Cuál es la broma? —preguntó, convencido de que se estaban riendo de algo—. ¿Broma? —replicó Ganak—. No hay ninguna. Y ahora, caballeros, ¿queréis tomar un remo para llevaros a Narleen?

—Si ésa es la clase de trabajo que nos permite acercarnos a la ciudad… —dijo D'Averc con cierta mala gana.

—Parece un trabajo arduo —comentó Hawkmoon—. Pero si nuestro mapa es correcto no debemos hallarnos muy lejos de Narleen. Mostradnos dónde están nuestros remos, amigo Ganak.

Ganak les acompañó a lo largo de la cubierta, hasta que llegaron al pasadizo existente entre los remeros. Una vez allí, a Hawkmoon le impresionó mucho ver el estado en que se encontraban los hombres. Todos parecían estar medio muertos de hambre y cubiertos de suciedad.

—No comprendo… —empezó a decir.

—No os preocupéis —le interrumpió Ganak echándose a reír—. Pronto lo entenderéis. —¿Qué son estos remeros? —preguntó D'Averc consternado.

—Son esclavos, caballeros… y vosotros también lo sois ahora. A bordo del Halcón del río no admitimos a nadie que no represente un beneficio para nosotros, y puesto que no tenéis dinero y no parece probable que podamos obtener un rescate, os convertiremos en esclavos para que manejéis nuestros remos. ¡Bajad ahí!

D'Averc desenvainó la espada y Hawkmoon la daga, pero Ganak retrocedió y les hizo una seña a los hombres de su tripulación.

—A por ellos, muchachos. Enseñadles unos cuantos trucos, ya que no parecen comprender lo que deben hacer los esclavos.

Detrás de ellos y a lo largo del pasadizo, apareció un gran número de marineros, todos ellos armados con relucientes espadas, mientras que otro grupo se les acercaba de frente.

D'Averc y Hawkmoon se prepararon para morir llevándose por delante a un buen número de marineros, pero entonces desde arriba descendió una figura que colgaba de una cuerda. Se balanceó sobre ellos y les golpeó con fuerza en la cabeza, utilizando un bastón de madera. Ambos perdieron el conocimiento y cayeron junto a los remos.

La figura sonrió burlonamente y se dejó caer sobre el pasillo, metiéndose el bastón de madera en el cinto. Ganak se echó a reír y le palmeó el hombro.

—Buen trabajo, Orindo. Ese truco siempre es el mejor, y nos ahorra mucho derramamiento de sangre.

Los demás marineros se adelantaron, desarmaron a los dos hombres caídos y les ataron las muñecas a un remo.

Cuando Hawkmoon despertó, él y D'Averc estaban el uno al lado del otro, sentados sobre un duro banco. Vio a Orindo sentado en el pasadizo, con las piernas colgando sobre ellos. Era un muchacho que apenas tendría dieciséis años, y mostraba una burlona sonrisa en el rostro.

Se volvió y llamó a alguien a quien Hawkmoon no pudo ver.

—Ya se han despertado. Ahora ya podemos seguir nuestro camino… de regreso aNarleen. —Les guiñó un ojo a Hawkmoony aD'Averc y añadió—: Ya podéis comenzar, caballeros. —Parecía estar imitando una voz que le llegara desde arriba—. Tenéis suerte.

Ahora hemos girado y vamos corriente abajo. Vuestro primer trabajo será fácil.

Hawkmoon hizo una burlona inclinación sobre el remo al que estaba atado.

—Gracias, joven. Apreciamos vuestra preocupación.

—Os daré más consejos de vez en cuando, pues así es mi amable naturaleza —replicó Orindo incorporándose.

Se arremolinó la capa roja y azul alrededor de su cuerpo y se alejó contoneándose por el pasillo.

A continuación se asomó el rostro de Ganak. Empujó el hombro de Hawkmoon con un afilado bichero y dijo:

—Remad bien, amigo, si no queréis sentir la mordedura de esto en las entrañas.

Después, Ganak desapareció. Los otros remeros se inclinaron y empezaron a cumplir con su tarea. Hawkmoon y D'Averc se vieron obligados a imitarles.

Remaron durante la mayor parte del día, percibiendo el olor a sudor de los cuerpos, y para comer sólo recibieron un cuenco de sopa al mediodía. El duro trabajo les desgarraba la espalda, aunque los murmullos de gratitud de los demás esclavos al tener que remar río abajo, les permitieron comprender lo que significaría hacer lo mismo río arriba.

Por la noche se tumbaron sobre los remos, apenas capaces de ingerir un segundo cuenco de una masa nauseabunda que, en todo caso, resultó mucho peor que la primera.

Hawkmoon y D'Averc se sentían demasiado débiles como para hablar, pero hicieron algún intento por desembarazarse de sus ligaduras. Les fue imposible. Estaban demasiado agotados para librarse de unas cuerdas tan bien atadas.

A la mañana siguiente les despertó el vozarrón de Ganak. —¡Todos los remeros a sus puestos! ¡Vamos, escoria! ¡Me refiero a vosotros…, caballeros! ¡A remar! ¡A remar! Hay una presa a la vista, y si fallamos sufriréis la cólera de lord Valjon.

Los agotados cuerpos de los demás remeros se pusieron a remar en seguida al escuchar aquellas amenazas, y Hawkmoon y D'Averc inclinaron las espaldas y contribuyeron a impulsar el enorme barco en contra de la corriente.

Desde arriba les llegaron los ruidos de las pisadas de los hombres que se apresuraban, preparando el barco para la inminente batalla. El vozarrón de Ganak aullaba desde la popa, dando instrucciones en nombre de su jefe, lord Valjon.

Hawkmoon creyó que se moriría con el agotador esfuerzo de remar, el corazón le latía con fuerza y los músculos rechinaban con el dolor del ejercicio. Por muy musculoso que fuera, aquel esfuerzo era insólito para él y le tensaba dolosamente todo el cuerpo, debido a la falta de costumbre. Estaba cubierto de sudor y el pelo se le pegaba a la cara. Tenía la boca abierta y pugnaba por respirar con más rapidez.

—Oh, Hawkmoon —jadeó D'Averc—. No era… éste… el papel… que pretendía… desempeñar… en la vida…

Pero Hawkmoon no pudo replicar nada, debido al dolor que sentía en el pecho y en los brazos.

Se produjo entonces un brusco choque cuando el barco se encontró con otro, y la voz de Ganak gritó: —¡Bajad los remos!

Hawkmoon y los demás obedecieron en seguida y se dejaron caer, agotados, sobre los remos, mientras por encima de ellos se escuchaban los primeros ruidos del combate. Se oyeron las espadas cruzándose, los gritos de agonía de los hombres que mataban y eran muertos, pero a Hawkmoon todo aquello sólo le parecía como un sueño lejano. Tenía la impresión de que si continuaba remando en el barco de lord Valjon no tardaría en morir.

Entonces, de pronto, escuchó sobre él un grito gutural y un gran peso le cayó encima.

El cuerpo se retorció, se arrastró sobre su cabeza y cayó frente a él. Se trataba de un marinero de aspecto brutal, con el cuerpo cubierto de una pelambrera rojiza. Mostraba un gran tajo en el centro del cuerpo. Abrió la boca en busca de aire, se estremeció y murió, cayéndole de la mano el cuchillo que había sostenido.

Hawkmoon se lo quedó mirando durante un rato, medio atontado. Pero su cerebro no tardó en ponerse a trabajar. Extendió los pies y tocó el cuchillo caído. Poco a poco, haciendo cortas pausas, lo fue atrayendo hacia sí, hasta que se encontró debajo del banco que ocupaba. Después, agotado, volvió a dejarse caer sobre el remo.

Mientras tanto, los sonidos del combate se fueron apagando y poco después el olor a madera quemada obligó a Hawkmoon a regresar a la realidad. Miró a su alrededor con una expresión de pánico y no tardó en darse cuenta de lo que sucedía.

—Es el otro barco el que está ardiendo —le dijo D'Averc—. Estamos a bordo de un barco pirata, amigo Hawkmoon. Un barco pirata. —Sonrió con sorna y añadió—: ¡Qué ocupación más innoble! ¡Y con una salud tan frágil como la mía…!

Hawkmoon reflexionó críticamente, dándose cuenta de que D'Averc parecía estar reaccionando mucho mejor que él ante aquella situación.

Exhaló un profundo suspiro y enderezó los hombros todo lo que pudo.

—Tengo un cuchillo… —empezó a decir en un susurro.

Pero D'Averc le interrumpió en seguida con un gesto.

—Lo sé. Te he visto. Has pensado con rapidez, Hawkmoon. Después de todo, no estás en tan malas condiciones. Hace poco pensaba que ya casi habías muerto.

—Descansemos esta noche —dijo Hawkmoon—, hasta poco antes del amanecer.

Después, escaparemos.

—De acuerdo —asintió D'Averc —. Ahorraremos toda la fuerza que podamos. Valor, Hawkmoon…, ¡no tardaremos en volver a ser hombres libres!

Durante el resto del día siguieron remando río abajo, haciendo una sola pausa al mediodía para tomar su cuenco de sopa. En aquellos momento, Ganak apareció en el pasadizo y empujó el hombro de Hawkmoon con el bichero.

—Bueno, amigos míos, un día más y se habrá cumplido vuestro deseo. Mañana habremos atracado en Starvel. —¿Y qué es Starvel? —gruñó Hawkmoon.

Ganak le miró con una expresión de asombro.

—Debéis venir de muy lejos si no habéis oído hablar de Starvel. Forma parte de Narleen…, la mejor parte. Es la ciudad amurallada donde habitan los grandes príncipes del río…, de entre los que lord Valjon es el más grande. —¿Acaso todos ellos son piratas? —preguntó D'Averc.

—Llevad cuidado, extranjero —le advirtió Ganak frunciendo el ceño—. Tenemos el derecho de apoderarnos de todo lo que encontremos en el río, ya que éste pertenece a lord Valjon y a sus pares.

Se enderezó y se marchó. Siguieron remando hasta la caída de la noche cuando, ante una orden de Ganak, dejaron de trabajar. Esta vez, el trabajo le pareció más soportable a Hawkmoon, ahora que su cuerpo y sus músculos se habían acostumbrado ya al ejercicio, a pesar de lo cual seguía sintiéndose cansado.

—Tenemos que dormir por turnos —le murmuró a D'Averc mientras comían el contenido de sus cuencos—. Vos primero, después yo.

D'Averc asintió con un gesto y se quedó dormido casi al instante.

La noche se fue haciendo cada vez más fría y Hawkmoon tuvo que hacer considerables esfuerzos para no quedarse dormido. Escuchó el sonido del primer cambio de guardia, y después el segundo. Luego, con alivio, agitó con suavidad el cuerpo de D'Averc hasta que éste se hubo despertado.

D'Averc gruñó y Hawkmoon se quedó dormido, recordando las palabras de su compañero. Al amanecer, si tenían suerte, estarían libres. Más tarde tendrían que enfrentarse con la parte más difícil: abandonar el barco sin ser vistos.

Se despertó con una extraña y ligera sensación en el cuerpo, y se dio cuenta con alegría de que tenía las manos libres. D'Averc tenía que haber trabajado durante la noche. Estaba a punto de amanecer.

Se volvió hacia su amigo, que le sonrió y le guiñó un ojo. —¿Preparado? —murmuró D'Averc.

—Cuando queráis… —contestó Hawkmoon con un suspiro de alivio.

Miró con envidia el largo cuchillo que sostenía su compañero.

—Si tuviera un arma —susurró—, le devolvería a Ganak unas pocas de sus indignidades…

—Ahora no tenemos tiempo para eso —observó D'Averc—. Tenemos que escapar con el mayor silencio posible.

Cautelosamente, se incorporaron en sus bancos y sacaron las cabezas por el hueco que daba al pasadizo. En el extremo más alejado había un marinero de guardia, y en la cubierta de popa se distinguía la reflexiva postura de lord Valjon, abstraído en sus pensamientos, con el rostro pálido mirando fijamente hacia la oscuridad de la noche.

El marinero se volvió, dándoles la espalda, y no parecía muy probable que Valjon se girara en aquellos momentos. Los dos hombres se izaron hacia el pasadizo, y avanzaron hacia la proa del barco.

Pero fue precisamente entonces cuando Valjon se volvió y su voz sepulcral resonó en el silencio. —¿Qué sucede? ¿Dos esclavos escapándose?

Hawkmoon se estremeció. El instinto de aquel hombre era increíble, pues estaba claro que no los había visto, y quizá sólo había escuchado un débil sonido. Su voz, aunque profunda y serena, resonó a lo largo de todo el barco. El marinero de guardia se volvió y lanzó un grito. Por encima de él, la cabeza de lord Valjon también se volvió por completo y un rostro mortalmente pálido se quedó mirándoles con fijeza.

Varios marineros aparecieron, procedentes de los camarotes inferiores, bloqueándoles el camino hacia el costado del barco. Ambos dieron media vuelta, y Hawkmoon echó a correr hacia la popa, donde estaba lord Valjon. El marinero de guardia extrajo un cuchillo y le lanzó un tajo, pero Hawkmoon se sentía desesperado. Se agachó, evitando la hoja, sujetó al hombre por la cintura y lo levantó en vilo, arrojándolo sobre el puente, donde cayó hecho un ovillo. Sin perder un instante, recogió el cuchillo que se le había caído de la mano, y con un rápido tajo le cortó la cabeza. Después, se volvió para enfrentarse a lord Valjon.

Al pirata no pareció importarle lo más mínimo la proximidad del peligro. Siguió mirando a Hawkmoon con fijeza.

—Sois un estúpido —dijo con lentitud—. Pues yo soy lord Valjon. —¡Y yo Dorian Hawkmoon, duque de Colonia! He luchado y derrotado a los lores de Granbretan, y he resistido a los hechizos más poderosos, como atestigua esta piedra que llevo incrustada en la frente. ¡No os temo, lord Valjon! ¡Sois un pirata!

—Entonces, temed a esos —murmuró Valjon señalando con un huesudo dedo a los marineros que acudían tras Hawkmoon.

Éste se dio media vuelta y vio a un gran número de hombres que se abalanzaban sobre él y D'Averc. Y sólo tenían un cuchillo cada uno. —¡Contenedlos, D'Averc! ¡Yo me encargo de su jefe! —gritó.

Pegó un salto en dirección a la popa, se apoyó sobre la barandilla y se aupó hacia donde estaba lord Valjon, quien retrocedió unos pasos con una expresión de suave sorpresa en el rostro.

Hawkmoon avanzó hacia él con las manos extendidas. De debajo de la túnica suelta que llevaba, Valjon extrajo una espada de hoja fina que situó ante Hawkmoon, sin hacer el menor intento por atacarle, sino limitándose a retroceder.

—Esclavo —murmuró lord Valjon con una expresión atónita en sus rasgos crueles—.

Esclavo.

—No soy esclavo de nadie, como no tardaréis en descubrir.

Hawkmoon se agachó, evitando el arma y trató de sujetar al extraño capitán pirata.

Valjon saltó con rapidez a un lado, sin dejar de sostener la larga espada ante él.

Evidentemente, el ataque de Hawkmoon no tenía precedentes, pues no parecía saber qué hacer. Se había visto perturbado en una especie de trance reflexivo, y ahora miraba a su enemigo como si no fuera real.

Hawkmoon saltó de nuevo, evitando la espada extendida hacia él. Pero Valjon se hizo a un lado, evitándole.

Más abajo, D'Averc, de espaldas a la escalera que subía al puente, apenas si podía contener a los marineros que pretendían subir por la estrecha escalera.

—Daos prisa, amigo Hawkmoon —le gritó—, o no tardaremos en vernos rodeados.

Hawkmoon dirigió un golpe contra el rostro de Valjon, notó como su puño conectaba con una carne fría y seca, vio que la cabeza del hombre se echaba hacia atrás y la espada se le caía de la mano. Hawkmoon la recogió, admirando por un fugaz instante su perfecto equilibrio, y levantó al inconsciente Valjon, dirigiendo la espada contra sus partes vitales. —¡Atrás, canallas, o mataré a vuestro amo! —gritó—. ¡Atrás!

Los marineros, asombrados, empezaron a retroceder. Tres de los suyos quedaron muertos a los pies de D'Averc. Ganak acudió corriendo tras ellos. Sólo llevaba puesto un kilt y portaba un cuchillo en la mano. Abrió la boca de asombro al ver a Hawkmoon.

—Y ahora, D'Averc, quizá fuera mejor que os reunierais conmigo aquí arriba —le sugirió Hawkmoon casi con amabilidad.

D'Averc subió la escalera hasta el puente y le sonrió a su amigo.

—Buen trabajo —le dijo—. ¡Esperaremos hasta el amanecer! —gritó Hawkmoon—. Entonces, dirigiréis el barco hacia la orilla. Una vez hecho eso, y en cuanto estemos libres, quizá deje con vida a vuestro amo.

—Sois un estúpido al tratar a lord Valjon como lo hacéis —espetó Ganak—. ¿Acaso no sabéis que es el más poderoso príncipe del río en Starvel?

—No sé nada de vuestro Starvel, amigo, pero he arrostrado los peligros de Granbretan, y me he aventurado hasta el mismo corazón del Imperio Oscuro, y dudo mucho que podáis oponernos peligros más complicados que los suyos. El temor es una emoción casi desconocida para mí, Ganak. Pero acordaos de esto: me vengaré de vos. Vuestros días están contados. —¡Tu suerte te convierte en un estúpido, esclavo! —exclamó Ganak riéndose —. ¡La venganza sólo es prerrogativa de lord Valjon!

El amanecer empezaba ya a asomar por el horizonte. Hawkmoon ignoró el comentario de Ganak.

Pareció transcurrir un siglo hasta que salió el sol, salpicando de claroscuros los lejanos árboles de la orilla. Estaban anclados cerca de la orilla izquierda del río, no lejos de una pequeña ensenada que se distinguía a poco más de medio kilómetro de distancia. —¡Dad la orden de remar, Ganak! —gritó Hawkmoon —. Dirigios a la orilla izquierda.

Ganak frunció el ceño y no hizo el menor gesto por obedecer.

Hawkmoon rodeó el cuello de Valjon con su brazo. El hombre parecía ir despertando poco a poco. Le apretó la espada contra el estómago y volvió a gritar: —¡Ganak, haré que muera lentamente!

De pronto, de la garganta del lord pirata surgió una risita irónica.

—Morir lentamente —dijo—. Morir lentamente…

Hawkmoon le miró, extrañado.

—Sí…, sé exactamente dónde golpear para haceros morir con el máximo de dolor v en el mayor tiempo posible.

Valjon no mitió ningún otro sonido, sino que se limitó a permanecer pasivo, con la garganta atrapada todavía entre el brazo de su enemigo. —¡Vamos, Ganak! ¡Dad las instrucciones! —gritó D'Averc.

Ganak respiró profundamente y por fin se volvió. —¡Remeros! —gritó.

Empezó a impartir órdenes. Los remos crujieron, las espaldas de los hombres se inclinaron sobre ellos y el barco empezó a avanzar con lentitud hacia la orilla izquierda del río Sayou.

Hawkmoon no le quitaba ojo a Ganak por temor a que éste intentara engañarlos, pero el barbudo no se movió de su sitio, limitándose a fruncir el ceño.

A medida que la orilla se fue acercando más y más, Hawkmoon empezó a relajarse. Ya casi estaban libres. Una vez en tierra podrían evitar la persecución de los marineros que, de todos modos, se mostrarían reacios a abandonar el barco.

Entonces, escuchó el grito de D'Averc, que señalaba hacia arriba. Levantó la mirada y vio una figura que descendía silbando sobre su cabeza, sujetándose en una cuerda. Era el joven Orindo, que llevaba una estaca de madera en la mano y mostraba una burlona sonrisa en los labios.

Hawkmoon soltó a Valjon y levantó los brazos para protegerse, incapaz de hacer lo más evidente, que habría sido utilizar la espada para ensartar a Orindo mientras éste descendía. El palo cayó pesadamente sobre su brazo y retrocedió, tambaleándose.

D'Averc se adelantó hacia él y sujetó a Orindo por la cintura, aprisionándolo entre sus brazos.

De pronto. Valjon se puso en pie con rapidez y se abalanzó hacia sus hombres, lanzando un grito extraño. D'Averc empujó a Orindo a un lado y le persiguió con un juramento.

—Engañados dos veces por el mismo truco, Hawkmoon. ¡Mereceríamos morir!

Ahora, por la escalera subían los marineros que aullaban, dirigidos por Ganak.

Hawkmoon lanzó un golpe contra éste, pero el barbudo lo bloqueó e intentó un golpe lateral contras las piernas de Hawkmoon, quien se vio obligado a saltar hacia atrás.

Ganak terminó de subir a la popa y se le enfrentó, con una burlona sonrisa en los labios.

—Y ahora, esclavo, ¡veremos cómo lucháis contra un hombre! —le espetó.

—No veo a un hombre ante mí —replicó Hawkmoon—. Sólo veo una especie de bestia.

Se echó a reír, al tiempo que Ganak intentaba golpearle de nuevo, defendiéndose con rapidez gracias a la espada maravillosamente equilibrada que le había quitado a Valjon.

Lucharon sobre el puente, avanzando y retrocediendo, mientras D'Averc se las arreglaba para contener a los demás, al pie de la escalera. Ganak era un hábil espadachín, pero su corta espada no podía competir con la excelente arma del lord pirata.

Hawkmoon le alcanzó en el hombro, retrocedió en el instante en que la espada corta golpeaba contra la empuñadura de su espada, haciéndole casi perder el arma, que estuvo a punto de soltársele de la mano, se recuperó en seguida y volvió a lanzar una estocada contra Ganak, alcanzándole ahora en el brazo izquierdo.

El barbudo aulló como un animal y se abalanzó contra él, con una renovada ferocidad.

Hawkmoon volvió a detenerle con una estocada en el brazo derecho. El barbudo sangraba ahora por ambos brazos, mientras que Hawkmoon seguía ileso. Pero Ganak no cejó y reanudó el ataque, impulsado ahora por una especie de pánico feroz.

La siguiente estocada de Hawkmoon la dirigió hacia el corazón, para terminar de una vez con los sufrimientos del hombre. La punta de la hoja mordió la carne, arañó el hueso y Ganak quedó muerto antes de caer al suelo.

Pero los demás marineros habían obligado a D'Averc a retroceder. Ahora se hallaba rodeado, lanzando tajos a su alrededor con el cuchillo. Hawkmoon dejó el cadáver de Ganak, dio un salto hacia adelante con la espada al frente y atravesó el cuello de uno de los marineros. Logró introducir la hoja entre las costillas de otro, antes de que se dieran cuenta de su presencia.

Ahora, espalda contra espalda, Hawkmoon y D'Averc mantuvieron a raya a los marineros, pero daba la impresión de que debían apresurarse a escapar, pues no dejaban de acudir más marineros uniéndose al ataque de sus camaradas.

La cubierta no tardó en hallarse llena de cadáveres y Hawkmoon y D'Averc mostraban una docena de cortes cada uno y tenían los cuerpos ensangrentados. A pesar de todo, seguían luchando. Hawkmoon distinguió fugazmente a lord Valjon, que estaba junto al palo mayor contemplando el combate con mirada penetrante, observándole fijamente, como si quisiera obtener una clara impresión de los rasgos de su rostro durante el resto de su vida.

Hawkmoon se estremeció, pero volvió rápidamente toda su atención a los marineros atacantes. La parte plana de una espada corta le dio un golpe en la cabeza y tuvo que apoyarse contra la espada de su amigo, haciéndole perder el equilibrio. Entonces, ambos se desmoronaron sobre la cubierta. Se removieron con rapidez, sin dejar de luchar.

Hawkmoon alcanzó a un hombre en el estómago, lanzó el puño contra el rostro de otro que se inclinaba sobre él y por fin pudo arrodillarse.

Entonces, de pronto, los marineros retrocedieron, con los ojos fijos en el puerto.

Hawkmoon se levantó de un salto y D'Averc con él.

Los marineros contemplaban con expresión preocupada un nuevo barco que se acercaba a ellos a toda vela, procedente de la ensenada, con las grandes velas blancas desplegadas a la fresca brisa procedente del sur, con su brillante pintura negra y azul resaltando bajo la refulgente luz del sol matutino. Había gran número de hombres armados en sus costados.

—Sin duda alguna, se trata de un barco pirata rival —dijo D'Averc.

Aprovechó aquella ventaja para derribar al marinero que tenía más cerca y echar a correr hacia la popa. Hawkmoon siguió su ejemplo y con las espaldas vueltas contra la barandilla, siguieron luchando, aunque la mitad de sus enemigos habían echado a correr hacia donde estaba lord Valjon para recibir sus nuevas órdenes.

Una voz se escuchó procedente del otro barco, pero todabía estaban a demasiada distancia como para distinguir las palabras con claridad.

De algún modo, en medio de toda aquella confusión, Hawkmoon escuchó la profunda voz de Valjon pronunciar una sola palabra, que más bien pareció un juramento. —¡Bewchard! —exclamó.

Después, los marineros se volvieron a lanzar contra ellos y Hawkmoon sintió una hoja que le producía un corte en la cara, volvió los ojos relampagueantes hacia su atacante y extendió la espada, introduciéndole la punta por la boca y elevándola hacia el cerebro.

Escuchó el grito del hombre, largo y horrible, en su último aliento.

Hawkmoon no mostró la menor piedad. Extrajo la espada y la volvió a hincar en el corazón de otro.

Y así continuaron la lucha, mientras la goleta negra y azul se acercaba más y más.

Por un momento, se preguntó si aquel otro barco sería amigo o enemigo. Pero no dispuso de mucho tiempo para planteárselo, pues los marineros siguieron presionándole, levantando y dejando caer sus pesadas espadas cortas.

El Bastón Rúnico
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