4. Una misión para Meliadus

Al día siguiente, sin embargo, Meliadus fue llamado ante la presencia del rey Huon, en la sala del trono.

Mientras se dirigía al palacio, Meliadus reflexionaba, sumido en sus propios pensamientos. ¿Le habría traicionado Kalan? ¿Acaso el científico le había comunicado al rey Huon los verdaderos resultados de la prueba efectuada con la máquina de la mentalidad? ¿O había sospechado algo el propio rey Huon? Después de todo, el monarca era inmortal. Había vivido durante dos mil años y, sin duda alguna, había aprendido mucho. ¿Eran los resultados falsificados de Kalan demasiado burdos como para engañar a Huon? Meliadus experimentó una sensación de pánico. ¿Significaba esto el fin de todo? ¿Ordenaría Huon a los guerreros de la orden de la Mantis que lo destruyeran en cuanto llegara a la sala del trono?

Las grandes puertas se abrieron ante él. Los guerreros mantis se situaron a ambos lados. En el extremo más alejado se encontraba el globo del trono, negro y misterioso.

Meliadus empezó a caminar hacia él.

Al llegar cerca, se inclinó, pero el globo del trono permaneció misteriosamente negro y sólido durante un rato. ¿Es que Huon estaba jugando con él?

Finalmente, el globo empezó a adquirir un tono azul oscuro, después verde y a continuación rosado, hasta que se puso blanco, dejando al descubierto una figura en forma de feto, cuyos ojos incisivos y malevolentes contemplaron intensamente a Meliadus.

—Barón…

—Señor, el más noble de los gobernantes.

—Nos agrada volver a veros.

Meliadus levantó la mirada, algo sorprendido. —¿Gran emperador?

—Nos alegra volver a veros, y deseamos honraros. —¿Noble príncipe?

—Sabéis que Shenegar Trott emprendió una expedición especial.

—Lo sé, poderoso monarca. —¿Y sabéis también adonde fue?

—No lo sé, luz del universo.

—Se dirigió a Amahrek para descubrir allí todo lo que pudiera sobre ese continente…, para comprobar si encontraríamos resistencia en caso de desembarcar nuestras fuerzas allí. —¿Queréis decir, inmortal gobernante, que al parecer encontró resistencia…?

—En efecto. Hace ya una semana o más que tendría que haber estado de vuelta para informarnos. Estamos preocupados. —¿Pensáis que ha muerto, noble emperador?

—Nos gustaría descubrir eso…, y descubrir también quién lo mató si ése fuera el caso.

Barón Meliadus, deseamos confiaros el mando de una segunda expedición.

Al principio, Meliadus se sintió lleno de furia. ¡Él en segundo lugar, por detrás de aquel grueso bufón de Trott! ¡Él perdiendo el tiempo, dedicado a recorrer las costas de un continente en busca del paradero de Trott! ¡No quería saber nada al respecto! Habría atacado el globo del trono ahora mismo si aquel senil estúpido no le hubiera podido despedazar en un instante. Controló su rabia lo mejor que pudo y un nuevo plan empezó a adquirir forma en su mente. —¡Me siento muy honrado, rey todopoderoso! —dijo con una burlona humildad—. ¿Puedo escoger a mis hombres?

—Si así lo deseáis…

—En tal caso llevaré conmigo a hombres en los que pueda confiar. Serán miembros de la orden del Lobo y de la orden del Buitre.

—Pero ellos no son marinos.

—Entre los buitres hay algunos marinos, emperador del mundo, y ésos serán precisamente los hombres que seleccione.

—Como digáis, barón Meliadus, como digáis.

Meliadus estaba sorprendido al saber que Trott había viajado hasta Amarehk, lo que le hizo experimentar más resentimiento, pues eso quería decir que Huon había confiado al duque de Sussex una misión que le habría correspondido a él por derecho. Otra cuenta que saldar, se dijo a sí mismo. Ahora se alegraba de haber esperado su momento, de modo que aceptó o pareció aceptar las órdenes del rey. De hecho, la misma persona a la que ahora consideraba como su mayor enemigo, después de Hawkmoon, acababa de poner entre sus manos una oportunidad de oro.

Meliadus aparentó reflexionar por un momento y después dijo:

—Si creéis que no se puede confiar en los buitres, monarca del espacio y del tiempo, me permito sugerir que podría llevarme entonces a su jefe… —¿Su jefe? Asrovak Mikosevaar está muerto… ¡Hawkmoon lo mató!

—Pero su viuda heredó el cargo… —¡Plana! ¡Una mujer!

—En efecto, gran emperador. Ella los controlará.

—No se me habría pasado por la cabeza que la condesa de Kanbery pudiera controlar ni siquiera a un conejo. Es tan ambigua. Pero si es eso lo que deseáis, milord, que sea así.

Discutieron durante más de una hora los detalles del plan, y el rey le proporcionó a Meliadus toda la información posible sobre la primera expedición al mando de Trott.

Después, Meliadus abandonó la sala del trono, con una expresión de triunfo en sus ojos.

El Bastón Rúnico
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