10. Casi medianoche
El barón Meliadus estaba sentado en su habitación, contemplando los incendios de la ciudad. Disfrutó sobre todo con el espectáculo de un ornitóptero que se estrelló sobre el palacio, envuelto en llamas. El cielo nocturno estaba claro y las estrellas eran brillantes.
Se trataba de una noche extraordinariamente agradable. Y, para que fuera más perfecta aún, ordenó que un cuarteto de esclavas, reputadas en otros tiempos por haber sido músicos muy conocidos en sus países, interpretaran para él música de Londen Johne, uno de los más exquisitos compositores de Granbretan.
El contrapunto formado por las explosiones, los gritos y el crujido del metal era como música celestial para los oídos de Meliadus. Sorbió de su copa de vino y consultó los mapas, al tiempo que tarareaba al compás de la música.
Se escuchó un golpe en la puerta y una esclava la abrió. El jefe de sus tropas de infantería, Vrasla Beli, entró en la estancia y se inclinó. —¿Capitán Beli?
—Debo informaros, señor, que nos estamos quedando sin hombres. Hemos conseguido un verdadero milagro, siendo tan pocos, pero no podemos asegurarnos mayores progresos si no recibimos refuerzos. O eso, o tendremos que reagruparnos…
—O abandonar la ciudad para luchar en campo abierto…, ¿no es eso, capitán Beli?
—Exacto, señor.
Meliadus se acarició la máscara.
—En el continente hay destacamentos de lobos, buitres e incluso hurones. Quizá si pudiéramos llamarlos… —¿Llegarían a tiempo, señor?
—Bueno, tendremos que ganar ese tiempo, capitán.
—Sí, señor.
—Ofreced a todos los prisioneros un cambio de máscara —sugirió Meliadus—. Ellos mismos podrán ver que estamos ganando y es posible que deseen cambiar a una nueva orden.
—El palacio del rey Huon está muy bien defendido, señor —dijo Beli saludando.
—Y será muy bien tomado, capitán. Estoy seguro de ello.
La música de Johne continuó, así como los disparos, y Meliadus se sintió seguro de que todo andaba perfectamente bien. Se tardaría tiempo en capturar el palacio, pero confiaba en que podrían hacerlo y destruir a Huon, colocar a Plana en su lugar y convertirse así en el hombre más poderoso del país.
Miró el reloj que había en la pared. Ya eran cerca de las once de la noche. Se levantó y dio unas palmadas, indicando a las esclavas que guardaran silencio.
—Preparad mi litera —ordenó—. Voy a ir al palacio del Tiempo.
Las mismas cuatro jóvenes regresaron poco después con su litera, en la que él se dejó caer, envuelto en cojines.
Mientras avanzaban con lentitud por entre los pasillos, Meliadus aún pudo seguir escuchando la música del cañón de fuego y los gritos de los hombres que luchaban.
Cierto que todavía no se había conseguido la victoria y que, aun cuando pudiera matar al rey Huon, cabía la posibilidad de que los otros barones no aceptaran a Plana como reina–emperatriz. Necesitaría algunos meses más para consolidar… Pero sería muy conveniente si pudiera unirlos a todos y dirigir su odio contra Camarga y el castillo de Brass. —¡Daos prisa! —gritó a las muchachas desnudas—. ¡Más rápido! ¡No debemos llegar tarde!
Si la máquina de Taragorm funcionaba, él tendría la doble ventaja de poder alcanzar a sus enemigos y unir a su país.
Meliadus lanzó un suspiro de placer. Todo estaba funcionando a la perfección.