Capítulo 29
Lore se había quitado los zapatos y había cruzado las piernas, con el pie descalzo balanceándose impaciente. Estaba taladrando a Fane con sus ojos negros.
Elise estaba sentada en un extremo del sofá, echada hacia delante con los codos apoyados sobre las rodillas y las manos unidas, con el dorso de una apoyado contra un lado de la cara. Llevaba un buen rato callada.
—Vale —dijo Lore con brío—, o sea, que básicamente lo que tenemos que hacer es propiciar una oportunidad para que su equipo de vigilancia lo ponga en el radar y puedan seguirle.
—Eso es. Hasta que no consigamos cogerle físicamente, no podremos hacer nada al respecto, no podremos averiguar dónde vive ni dónde tiene guardados los archivos...
—Que usted opina que están en su casa —le interrumpió Lore—. Vale. Entonces, ¿por qué no le llamo y le digo que quedemos en algún sitio?
—Ambas me contaron que rara vez tenían ustedes la iniciativa con las citas, que solía tomarla él. ¿Cómo cree que reaccionaría a una llamada suya, así de repente?
—Supongo que dependería de lo que le dijera.
—¿Qué le diría?
—Lo que usted me indique.
—Hay una razón por la que Kroll siempre propone los encuentros. Todo su adiestramiento, toda su vida, se sustenta en el hecho de saber que la única acción en la que puede confiar es en la que él inicia. Cuando la iniciativa surge de otra persona es incapaz de confiar en las intenciones del otro. ¿Le estarán tendiendo una trampa? ¿Por qué querrá ella que haga eso ahora? ¿Por qué ahí? ¿Por qué ahora? La obsesión que tiene por la seguridad se debe a querer controlar la situación. Si la controla, está a salvo. Si es otra persona la que lo hace, no puede estar seguro.
—Qué cabrón —exclamó Lore—, lo tenía todo coreografiado. ¡Y cielos, qué bien se le da...! —Se levantó de pronto y se bajó el dobladillo del vestido, que se le había subido hasta los muslos—. ¿Sabe lo que le digo? Que lo último que quiero es volver a ver a ese cabrón de mierda, aunque estoy deseando atraparle. —Cogió su bolso—. Tengo que ir al baño —dijo, y se dirigió a los aseos de la sala de espera.
Vera estaba sentada en una de las sillas delante de su mesa, agotada por las emociones de las dos últimas horas.
Elise observaba a Fane. Seguía sin descansar la espalda, con los antebrazos sobre las rodillas. Se miró las manos entrelazadas.
—Me gustaría preguntarle una cosa —dijo en voz baja—. Anoche me dijo que creía que Ray... Ryan, me estaba tendiendo una especie de trampa.
Fane asintió, lo recordaba.
—Solo... me preguntaba si ahora tendría una mayor idea de cuáles son sus intenciones.
—Puede que tal vez me haya equivocado en eso —reconoció Fane.
Elise frunció el ceño, desconcertada.
Fane era consciente de que Vera estaba escuchándoles.
—Desde anoche he sabido muchas más cosas sobre él. Bastantes.
Hizo una pausa; en realidad no tenía ningún derecho a decir esas cosas. Elise percibió sus dudas:
—Ya no importa que duela o deje de doler... o por qué. Lo que yo me pregunto es... si ha conseguido lo que quería.
A Fane le conmovió aquella curiosidad triste, el dolor de aferrarse a los últimos resquicios de recuerdos, cuando la crueldad de Kroll todavía no lo había convertido todo en desesperanza.
—Lo siento, pero no sabría qué decirle.
—Pero...
—Pero... Creo que en el fondo quería algo más...
Elise esperó, con la cabeza ligeramente ladeada.
—No lo entiendo.
Fane era incapaz de olvidar la historia de Elise, y los ecos que evocaba de su propia infancia desoladora. Esa clase de soledad cuando se es un crío, esa forma de aislamiento, corrompe el espíritu. Desgarra el corazón creer, en lo más hondo de ti, que en realidad no le importas... a nadie.
—Mi idea... Iba desencaminado en mis elucubraciones sobre lo que estaba pasando. Creo que malinterpreté lo que estaba viendo.
Elise lo contempló en silencio. Fane estaba convencido de que olía su embuste a la legua, y se preguntó qué pensaría de él por ello. En ese momento Lore regresó a la habitación.
—Bien, ¿por dónde íbamos? —preguntó Lore—. ¿Tenemos ya un plan o no? —Se había atusado el pelo, volvía con energías renovadas y con la determinación entre ceja y ceja de atrapar a Ryan Kroll.
Fane miró a Vera, que se había mantenido al margen mientras él hablaba con Elise. Tenía la sensación de que estaba anticipándose a lo que él iba a decir, intentando figurarse cómo afrontarlo.
—Tenemos que hablar sobre eso —dijo Fane.
Vera se levantó, se acercó y se sentó en el sofá, al lado de Elise. Lore había vuelto a su sillón y a cruzar las piernas.
—Queremos crear entradas falsas en las notas diarias de las sesiones que Vera redacta sobre ustedes. La idea es que contengan algún tipo de cebo que atraiga a Kroll hasta nosotros. Literalmente. Tenemos que establecer su posición. Pongamos lo que pongamos en esos archivos hay que atraerle, no repelerle. Si lee algo que suene a mentira, o que le haga sospechar, lo perderemos todo.
Las tres tenían la mirada clavada en él.
—Elise, Lore, sus últimos encuentros con Kroll fueron... estresantes. Tienen que recordar que lo que hizo fue por una razón. Tal vez quisiese provocarles una reacción determinada; tal vez quisiera hacerles daño. A saber lo que se propone. Aunque si alguien sospecha o tiene alguna idea de lo que pretende, esas son ustedes. —Hizo una pausa para darles tiempo a asimilarlo—. Por mucho que hayan hablado con Vera sobre este asunto, no es posible que se lo hayan contado todo sobre esas dos últimas citas. Y ahora que saben más sobre Kroll que antes, quizá tengan una nueva perspectiva sobre su relación con él.
Elise dejó caer la cabeza; si era de la vergüenza, el disgusto o la confusión, no sabría ni podría decirlo. Lore empezó a mecer el pie.
—Tienen que mezclar lo que saben con lo que sospechan, incluso lo que intuyen sobre él. Deben crear un cóctel de verdad y mentira que sea néctar para él, y que le haga querer volver a verlas... y pronto.
—Un momento... —intervino Vera, fulminando a Fane con la mirada y adelantándose en el sofá, como desafiante, pero Elise la interrumpió.
—No, Vera; tiene razón —dijo sin apartar los ojos de Fane mientras hablaba—. Al primer indicio de que algo no va bien se evaporará. Y si eso ocurre ninguna nos libraremos de él en la vida. Hay que hacerlo.
Cuando Fane buscó la reacción de Lore le sorprendió verla llorar en silencio. Seguía balanceando el pie y le miraba con una expresión angustiada que le cogió desprevenido. Fane no podía decir si lo suyo era furia o miedo, pero no cabía duda de que estaba profundamente afectada. Su actitud descarada y arrogante se había borrado y él comprendió entonces lo frágil y quebradiza que era su máscara.
Aunque no pudo hablar, Lore asintió con todas sus fuerzas.