Capítulo 45
A las diez y media Fane hizo una llamada breve y acelerada a Moretti: una pregunta, un repaso, y luego instrucciones precisas.
Llamó a Bücher y le dijo que se encontrase con él y con Roma en un aparcamiento cercano a la calle California con la Veintisiete. Fane necesitaba que le dejase un micro.
Mientras tanto Roma llamó a Libby para hacerle saber que estaba volviendo con Fane a la zona de vigilancia. También le dijo que alejase a todo su equipo del barrio y esperase instrucciones.
Cuando pararon detrás de la furgoneta de Bücher en el aparcamiento de una cafetería de la calle California apenas habían pasado unos minutos de las once. Bücher le dio el micro y Fane le dijo que cortase la retransmisión de todas las cámaras y las escuchas salvo para el Mercedes de Fane. Bücher se conocía el paño: lo que no se veía ni se oía, no se sabía... y no había por qué.
Con Bücher y el equipo de vigilancia de Libby ya lejos del barrio de Sea Cliff, Fane y Roma entraron con el coche en el recinto de la casa de Kroll y aparcaron delante de la entrada de la planta baja. Sacaron del Mercedes a un Kroll grogui y se dedicaron a la laboriosa tarea de meterle en el ascensor y subirlo hasta el dormitorio.
A las once y treinta estaban arrastrando a Kroll hasta la cama, atado todavía de pies y manos. Fane instaló entonces el micro en una esquina del cabecero.
Estaban los dos dentro del Mercedes en la calle Sacramento, justo enfrente del centro médico Pacific, donde un coche aparcado con dos personas dentro no llamaba mucho la atención. Se estaban tomando un café mientras contemplaban a Kroll inerte en el monitor, dividido en cuadrantes; tres de ellos retransmitían en directo lo que captaban las cámaras que Bücher había colocado unas horas antes.
—¿Cuánto crees que les llevará? —preguntó Roma.
—No tengo ni idea. Di por hecho que desde el momento en que Parker le dijo a Shen que Vector lo quería y yo accedí a entregárselo, pondrían un equipo de guardia. No debería llevarles mucho tiempo. Si yo fuera ellos ya estaría allí. Por lo que a Vector respecta Kroll es una bomba de relojería. Y nosotros no sabemos ni la mitad.
—¿Saben el estado en que está?
—Se lo he contado a Shen. Le he dicho hasta la hora a la que se le pasaría el Valium. Si quieren cogerle antes de que se fugue, solo tienen un par de horas.
—Pero de la cámara y del micro no le has dicho nada, ¿no?
—No. No había por qué. Sabrán que quienquiera que les esté entregando a ese tío querrá asegurarse de que lo han recogido, de que no va a ir a ninguna parte.
Dieron un trago al café. La llovizna se mezclaba ahora con la niebla. Había sido una noche de aúpa, y Fane estaba empezando a sentir el cansancio que sobreviene tras una descarga de adrenalina. Era admirable lo bien que estaba conteniendo Roma su rapapolvo. Le echaría la bronca por lo que había hecho, pero cuando llegara la hora. En ese sentido su delicadeza con él era impecable.
La mujer apareció flotando en el marco de la imagen como un espectro. Fane y Roma la vieron por unos segundos antes de dar crédito a sus ojos, antes de poder reaccionar.
—Aah... mira... —Roma se incorporó en el asiento, rígida.
Fane se puso tenso.
Estuvo solo un momento en el primer cuadrante, el de las escaleras de entrada, y luego desapareció. Se pegaron más a la pantalla.
La mujer entró por el segundo monitor, el del pasillo principal de la segunda planta. Llevaba un impermeable y una peluca rubia hasta los hombros —tenía que ser una peluca— que le caía a ambos lados de la cara, ocultándole las facciones. Inspeccionó las habitaciones vacías y salió del encuadre al doblar la esquina.
Un minuto después la cámara del dormitorio captaba su silueta desdibujada junto al umbral del cuarto de Kroll; se desplazó entonces por la luz irregular.
—Dios mío —exclamó Roma entre dientes.
La mujer se detuvo en medio de la habitación, con las manos en los bolsillos del impermeable. Tras ese titubeo breve se acercó a la cama y se quedó allí mirando a Kroll. No habrían podido decir si se sorprendió al ver el estado de su cara.
—Ryan —murmuró.
Ninguna reacción.
—Mira —dijo Fane señalando el primer cuadrante. Se entreveía una figura con una sudadera con capucha al borde del plano, esperando junto a la puerta de la calle.
En el dormitorio de Kroll, la mujer de la peluca rubia sacó la mano del bolsillo y le tocó el pecho.
—Ryan —repitió ella. Había pasado bastante rato y a Kroll ya se le habría pasado la modorra del Valium, de ahí que en ese instante volviese la cabeza hacia la mujer—. ¿Me oyes? —le preguntó. Kroll asintió con un gruñido.
La mujer se agachó y se inclinó con cuidado sobre él, tan cerca de Kroll que los labios debieron de rozarle la oreja. La barbilla de él se alzó ligeramente mientras le hablaba. El micro del cabecero no captó nada más que sibilantes, fricativas, oclusivas, sonidos vocálicos entrecortados.
Para Fane, que miraba y se esforzaba por oír lo que decía la mujer, cada sílaba ininteligible que pronunciaba era una tortura. Pero no duró mucho.
La mujer se incorporó, sacó un arma del impermeable, fijó el cañón entre los ojos de Kroll y le disparó dos veces.
Se dio la vuelta y salió de la habitación.
El corredor de jogging encapuchado que esperaba abajo pegó un brinco hacia las escaleras al oír los dos tiros.
Fane y Roma se quedaron obnubilados ante el monitor, donde la vida de Kroll se derramaba por la cama, cubriendo las colchas de negro a su alrededor.
—¿Qué acaba de suceder? —Roma estaba horrorizada.
—Espera. —Fane vio a la mujer pasar como un rayo por el segundo cuadrante del monitor y un minuto después por el primer cuadrante, donde el encapuchado tenía ya sujeta la puerta abierta.
Acto seguido desaparecieron.
—¿No pensarás que...? —Roma empezó a marcar un número.
Fane puso la mano sobre las de ella para detenerla. Sabía que estaba llamando a Elise. Se miraron.
—Puede que fuese gente de Vector —le dijo—. No lo sabemos. No queremos saberlo.
Alargó la mano para apagar la retrasmisión de las cámaras. Se había acabado.