Capítulo 31
Mientras Vera trabajaba con Elise y Lore para crear las entradas falsas de las sesiones, Fane bajó la cuesta de la calle Hyde a través del anochecer incipiente. Cuando llegó a la altura de Alden Alley dobló la esquina y fue hasta el final del callejón, donde Jon Bücher tenía aparcada la furgoneta junto a una tienda de artesanía y antigüedades.
Llamó a la puerta con los nudillos y le abrió Roma. Subió y se sentó.
—Creo que vamos bien —le informó la colombiana, mientras tapaba el café para llevar—. El equipo de Libby está ya en la zona, dando vueltas por las inmediaciones... quitado de en medio.
—¿Les has hecho una panorámica general?
—Sí.
—¿Nada de Celia?
—No ha llamado y yo tampoco la voy a llamar. Ese es el plan. Quedamos en que cuanto menos nos comunicásemos, mejor, por una cuestión de seguridad. Además, creo que si le da por llamarme cada vez que tiene un nudo en el estómago, lo único que conseguiríamos es tenerla todo el día de los nervios.
Fane se volvió hacia Bücher:
—¿Erik está en su puesto?
Bücher asintió y dijo:
—Le llamaré en cuanto nos aseguremos de que empieza la marcha. Está a diez minutos de aquí.
Erik Kao era profesor asociado de gestión de datos de la facultad de Informática de Berkeley. Bücher siempre recurría a él para esa clase de trabajos. Cuando encontrasen los ordenadores de Kroll, Kao decidiría en el acto la mejor forma de obtener los archivos de Kroll, si copiarlos o llevárselos físicamente. De no ser factible llevarse el hardware Kao tendría que copiar todo lo que estuviese en poder de Kroll y después borrar hasta el último dato de la caché. No había que dejar rastro alguno ni de Vera ni de sus pacientes.
—¿Habéis marcado los coches de Lore y Elise?
—Estamos en ello —le respondió Bücher, señalando los monitores. Los seis coches del operativo (Fane, Roma, Libby, Mark, Reed y Bücher) estaban marcados con dispositivos de rastreo para que cada vehículo apareciese en pantalla con un punto de color distinto. Los coches tenían instalados monitores para que todo el mundo supiese dónde estaban los demás en todo momento.
Fane había decidido marcar también los coches de Elise y Lore sin decirles nada. Reed estaba en esos instantes buscando los vehículos y colocándoles los localizadores. Libby y su cuadrilla eran expertos en ese tipo de vigilancia, que les permitía «cubrir» al objetivo aunque estuviesen a una distancia de una manzana o más.
En cuanto Kroll se dejase ver para encontrarse con la mujer que eligiera, le marcarían también el coche... si lo encontraban.
Fane y Roma salieron de la furgoneta y se quedaron bajo el toldo de la tienda de antigüedades, por donde se colaba una fina llovizna.
—¿Cómo va en la consulta?
—Mucha tensión. Están cooperando, pero en realidad todavía no han tenido tiempo de asimilar lo que les está pasando.
—¿Sabes lo que van a decir?
—No, y ellas tampoco hasta que no estén delante de Kroll. Es normal, pero les he explicado lo que necesitamos, cómo manejar la situación para evitar espantarle. Se lo he machacado bastante. No tienen muchas esperanzas sobre las circunstancias en las que están.
Roma le miró:
—¿Podrán hacerlo?
Fane se encogió de hombros bajo la lluvia. Roma siempre iba al meollo del asunto.
—Solo tenemos una tirada —reconoció él.
Ambos sabían que el factor sorpresa era la relación emocional de Elise y Lore con Kroll: quizá lo controlasen, quizá no.
—¿Cómo lo lleva Vera?
Fane cabeceó:
—Aturdida, están todas aturdidas. No saber lo que Kroll pretende con toda esta historia las tiene desconcertadas. Supongo que están las dos repensando cada palabra que le han dicho a ese hombre. Tienen que sentirse perdidas.
—¿Y ninguna ha sabido nada de Kroll desde la última vez que lo vieron?
—No. Pero por lo visto es normal que pase una semana o así entre citas, sin saber nada de él. —Miró la hora—. Mejor voy volviendo ya.
Eran las nueve menos cuarto cuando Vera terminó por fin de meter las notas falsas en los historiales de Elise y Lore. Había resultado un proceso bastante extraño, las dos mujeres turnándose para pegarse a Vera y al ordenador en una punta de la sala, y hablando de sus entradas en voz baja para que ni Fane ni la otra mujer pudiesen oír lo que decían. Si las consecuencias que se derivaban de aquellas conversaciones susurradas no hubiesen sido tan aterradoras, el proceso habría podido parecer ridículo. Pero, dado lo que se estaban jugando, nadie le vio la gracia.
La que no hablaba con Vera se quedaba callada a un lado. Daban vueltas de aquí para allá, se sentaban absortas en sus pensamientos o miraban por la ventana hacia la oscuridad creciente.
Cuando Lore volvió al sofá tras charlar con Vera por última vez y Elise la sustituyó, la primera le hizo un gesto a Fane para que se reuniese con ella junto al ventanal. Por un momento se quedaron contemplando la noche húmeda, hasta que Lore se volvió hacia él y le preguntó:
—¿Qué va a pasar una vez que... consiga todo lo que quiere de él?
No era una cuestión sobre la que Fane quisiese dialogar con ella.
—No creo que lo sepa hasta que llegue el momento.
—No soy estúpida. Ya lo tiene pensado. En un trabajo como el suyo, sea el que sea, esas cosas se piensan de antemano. ¿Qué va a hacer con él?
—Mire, existen tantas variables sobre lo que puede pasar que es imposible saber con precisión qué va a ocurrir.
—Bueno, pues sin precisión —dijo ella con acritud—. Póngame algún ejemplo, deme algo. —Lore había recuperado la voz, y no quería que la tratasen con indulgencia—. No puede entregarlo a la policía, ¿no es así? Él sabe... ¡joder! A saber lo que sabe... y lo que podría soltar por la boca a cualquiera. Y eso iría en contra de su intención, de mantenerlo todo en secreto y hacerlo desaparecer.
—No puedo hablar de eso con usted.
—¿Ah, no? —Le tembló la voz y volvió la vista hacia Vera y Elise—. No está en posición alguna de exigir nada, ¿eso es lo que me está diciendo? ¿Es eso? —Le clavó la mirada; aunque la pregunta era retórica eso no le impidió fulminarlo con los ojos—. Usted no puede imaginarse ni remotamente lo que es estar en esta... «situación». ¿Sabe de qué me dan ganas, más que de cualquier otra cosa? Aparte de querer salir de esta alucinación, me refiero. Me dan ganas de saber... saber a ciencia cierta qué es lo que le va a pasar a él. —Se acercó más a Fane y bajó la voz para enfatizar la frase—. En estas últimas dos horas de humillación —ladeó la cabeza hacia Vera— saber con certeza lo que va a ser de él se ha convertido en una inquietud acuciante, en una obsesión.
Estaba tan pegada a él mientras le hablaba que Fane pudo sentir el aliento de sus dos últimas palabras en la cara.
—Ya está —anunció Vera desde el ordenador, a la espalda de Lore, que ni tan siquiera pestañeó; estaba reteniendo a Fane con los ojos, como telegrafiándole algo que él no captaba—. Hemos acabado.
Se levantó del escritorio mientras Elise se apartaba del ordenador y evitaba intercambiar miradas con el resto. Vera estaba agotada, tenía mala cara, como si hubiera pasado por un mal trago tremendo. Miró a Fane e hizo un amago de añadir algo pero desistió. Este volvió a mirar la hora.
—Bien, cuanto antes nos vayamos mejor.
—¿Cuál es el siguiente paso? —preguntó Elise—. Ahora mismo, me refiero.
—Cada cual se va a su casa —dijo Fane mirando a ambas mujeres—. Si Kroll intenta ponerse en contacto con ustedes antes de que yo las llame, no hablen con él. Llámenme inmediatamente. Si no lo intenta, en cuanto sepamos que ha cogido los archivos uno de los dos las llamará y fijaremos otro encuentro para decidir el siguiente paso.
—¿No podemos hablarlo ahora? —preguntó Lore.
—No, porque no sabemos con cuál de las dos contactará primero. Puede que llame a una solo para hablar y que luego llame a la otra para quedar. No tenemos manera de saber cómo va reaccionar ante lo que va a leer. —Miró a Vera—. Pero tú crees que habéis metido material para que quiera contactarlas, ¿verdad?
—Sí —corroboró Vera—, yo creo que sí. —Su tono era de preocupación.
—Vale, bien. Ahora a esperar.