11
León siguió a la chica con incertidumbre hasta el vagón metro. Nadie sospecharía de ellos. La jornada laboral comenzaba en Varsovia sin imprevistos, con los vagones atestados de ciudadanos que miraban atentos a sus teléfonos móviles.
Un León renovado y muy atípico, se encontró asustado al verse en el reflejo de la ventana. El español se agarró a una barra metálica para evitar dejarse llevar por la gravedad. La chica se acercó a él y le miró a los ojos. Era una chica joven. León pensó que no tendría más de 25 años. En otra época, habría intentado cortejarla, pero esos tiempos quedaban atrás. En los ojos azules de la chica no veía más que el reflejo de un hombre agotado y castigado por el peso de los años.
—¿Cómo has dicho que te llamabas? —preguntó.
—No te lo he dicho —dijo ella—. Puedes llamarme Zuza.
—Zuzanna, bonito nombre —contestó—. ¿A qué te dedicas?
—Trabajo, como todo el mundo —respondió con ironía.
—Una chica tan joven, como tú —dijo el español—, bella y con un porvenir… ¿Por qué decide meterse en líos?
—Creer en las apariencias… —contestó—. Sólo nos lleva al error.
—No te falta razón.
En cuestión de minutos alcanzaron el centro de la ciudad.
—Tomaremos un autobús —se adelantó la chica cuando abandonaron la estación de metro—. Es la forma más segura.
Al salir a la calle, lo primero que presenció fue la fachada del Palacio de Cultura y Ciencia, de nuevo, frente a él, tras tantos años de espera. Después, sintió una fuerte presión en el pecho. Había sido su barrio, su antiguo barrio, conectado a los recuerdos de décadas anteriores. Dio varios pasos hacia el frente y logró ver el portal de su antiguo bloque de apartamentos. Maldita sea, casi lo había olvidado.
—¿Estás bien? —dijo ella.
—Sí, sigamos —contestó—. Cosas de la edad.
Durante el viaje en autobús, León intentaba atar los cabos de una historia que no encajaba. La chica tampoco colaboró demasiado. Las preguntas que el español hizo no sirvieron de nada. Esa chica parecía entrenada por los mejores, así que León pensó que tal vez, se tratase de la hija de algún caído en la guerra civil anterior.
A medida que se alejaban del centro de la ciudad comenzó a recordar como no había hecho en muchos años. Eran recuerdos vagos con un poso agridulce pero sin maldad en ellos. La mayor parte de las imágenes que formaban la película mental eran extractos de sus vivencias con Zofia. Siempre arrastraría su muerte, se repetía a menudo como un mantra doloroso. La chica, entonces una adolescente bonita y con una energía incesante, corriendo uniformada por los campos de Pole Mokotowskie.
—Hace décadas que no vengo por aquí —dijo a la chica, que miraba por la ventana sin mostrar ápice de interés—. Todo parece haber cambiado.
—Es parte del proceso.
León vio que su heladería preferida había sido reemplazada por una tienda de alcohol abierta las 24 horas.
—No sabes cuánto interés tengo en saber qué sorpresa me habéis preparado…
—Ten paciencia —contestó—. Pronto lo sabrás. Estamos llegando.
El autobús se detuvo y Zuzanna le hizo un gesto para que se apeara con ella.
Frente a los dos, una de las entradas del Parque Real.
—¿Vamos a dar un paseo romántico?
—Así es.
El español estaba confundido.
—Es un lugar público, cómo se supone que…
La chica guardó silencio hasta que se encontraron frente a la entrada del parque.
—Konrad te espera —dijo con voz dulce—, en el mismo lugar en el que solías encontrarte con ella. —Si no me das más detalles…
—Es todo lo que te puedo decir —contestó—. Ahora tengo que marcharme.
—¿No vas a acompañarme?
—No —dijo—. Sé que te puedes cuidar sólo. Ha sido un placer conocer a la leyenda.