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Abandonaron el apartamento sin dirigirse la palabra, con cierto nerviosismo en el cuerpo. León se lamentó de haber dejado allí los tomos en lugar de habérselos llevado a casa. De hacerlo, no hubiese sido capaz de indagar más y Wiktoria le habría dado un ultimátum. No necesitaron llegar al ascensor para que Bartek comenzara a cantar sin demasiada insistencia.
Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes pusieron en marcha el Proyecto Riese, un plan para la construcción de siete complejos subterráneos en la Baja Silesia. El proyecto comenzó en las Montañas Búho y en el castillo de Książ, pero no se completó por culpa de las Fuerzas Aliadas. Inspirado por el deseo de Hitler de crear un polígono de fábricas subterráneas, Komarnicki decidió rehabilitar las instalaciones y desarrollar un laboratorio en el que llevar a cabo tanto experimentos físicos como humanos. El Proyecto Feniks tomó luz verde por la clase dirigente de la Baja Silesia y contó con la financiación de diferentes fuentes anónimas.
—Dicen que Roman llevó el proyecto a espaldas de todos —explicaba el polaco mientras se subía el cuello del abrigo antes de abandonar el ascensor—, incluso a las de su familia.
Las piezas del rompecabezas comenzaban a colocarse sobre el tablero.
—Fuimos al lugar equivocado —respondió el español—. La residencia de Ełk, formaba parte de su trampa. En caso de dar con él, nadie lo sospecharía.
—No te martirices… —contestó el polaco guardando silencio—, hicisteis lo que creísteis correcto en ese momento.
Un plan brillante, pensó el español. Ełk se encontraba al Este del país, cerca de Kaliningrado, mientras que el laboratorio se encontraba al oeste. Primero Ełk, después Varsovia. El equipo de Komarnicki tendría tiempo suficiente para quemar el rastro, pero no lo hizo.
Bartek prosiguió recordando que dentro del mismo Proyecto Riese, los alemanes trabajaron en un proyecto secreto nazi de investigación científica llamado Die Glocke, formado por una campana de gran tamaño que, supuestamente, abriría portales en el tiempo.
Komarnicki no pretendía continuar las investigaciones de los nazis aunque el descubrimiento del Proyecto Riese, entonces en ruinas, le ayudaría a financiar su inmortalidad. Una vez terminada la guerra civil en Polonia, los secuaces de Komarnicki se encargaron de transportar su cadáver sin que la resistencia tomara cartas en el asunto. Un grupo de médicos, investigadores y científicos se responsabilizarían, bajo amenaza, de conectar el cuerpo a una máquina y mantenerlo con vida.
—Ese cretino estaba más loco de lo que pensaba… —comentó el español. Se encontraban en la calle junto a la fachada del edificio. El aire soplaba en un día que se había nublado con rapidez. Bartek sacó un cigarrillo.
—El Proyecto Feniks lleva en activo desde que el corazón de Komarnicki comenzó a flojear… —explicó dando una calada—. Sin duda, se trata de un excéntrico.
—Si es como dices —dijo León con sospecha—, ¿cómo es que tardasteis tanto en saber de su existencia?
Bartek le dirigió la mirada y después dio otra calada.
Hay algo en ti que debo saber.
—Parece que alguien tenía interés en que no lo supiéramos… —contestó con amargura—. ¿Por qué Wojtek guardaba esos documentos en un falso tabique? ¿Tienes una respuesta a eso? Parece que no.
Los músculos de León se tensaron. No le gustó el tono acusador hacia Wiktoria.
—Sé por donde vas —dijo—, no te atrevas a mencionarla…
—No la estoy acusando de nada —contestó—. Sólo me remito a los hechos. Alguien de los nuestros nos ha ocultado información hasta hoy, y esa persona deberá pagar por su traición cuando llegue el momento.
Un Skoda Fabia de color verde oscuro estacionó a escasos metros.
León bajó la vista: era Kamil, el chico que había encontrado la noche anterior en el bar. Llevaba un abrigo de paño, guantes negros y un gorro de piel que le cubría la cabeza.
Entró en la parte trasera y Bartek ocupó el asiento del copiloto.
—Tienes buen color —dijo Kamil mirando al español por el espejo retrovisor—. Te sienta bien la ropa.
—Gracias por el cumplido —contestó—. ¿Encontraste algo sobre la mujer?
—Sí —afirmó—. Popov, cuarenta y dos años, bielorrusa. Existe una orden de busca y captura en su país por el asesinato de tres hombres, una mujer y un niño.
—Estupendo… —contestó dando un golpe al cabezal del asiento delantero—. ¿Algo más?
¡Qué demonios, Irina!
—Ahora que Witold está muerto —dijo Bartek mirando por el retrovisor—, el chico deberá establecer contacto con un mensajero.
—¿Qué función cumple él en el Proyecto Feniks?
Kamil subió el volumen de la radio al máximo.
—¡Estás loco! —gritó el español tapándose los oídos.
Se hizo un silencio en el coche. El vehículo se detuvo en un semáforo y volvió a bajar el volumen de la música.
—No vuelvas a mencionar esas dos palabras fuera del área de seguridad —dijo Bartek advirtiéndole con el índice—. Hay sensores por todas partes, en las cámaras de vigilancia, en las farolas… El radio de cobertura es alto y se activarán en el momento que alguien pronuncie las palabras clave… Nada de nombres, nada de referencias, ¿entendido?
Bartek le entregó a Kamil la nota en la que figuraba la dirección de la falsa floristería.
El conductor asintió con la cabeza y miró por el espejo para asegurarse de que nadie los seguía.
—Durante el desarrollo de la operación —arrancó de nuevo Bartek. Era meticuloso en sus palabras. Sabía que un error de cálculo podía activar las alarmas del sistema—, algo no salió como esperaban. Nuestro amigo… perdió demasiada sangre en el traslado y las posibilidades de que volviese, ya me entiendes… de vuelta a este plano, eran casi inexistentes.
—Pero ese cabrón lo hizo —contestó Kamil poniendo atención al volante.
—Esta fue otra de las cosas que supo atar bien antes de marcharse —continuó Bartek—. El chico, él es el único que puede reanimarlo con una transfusión de sangre. Existe algo en el ADN que rechaza la sangre de otros donantes…
—Por eso es de suma importancia encontrarlo —contestó el español.
—Sí —dijo Bartek—, como acabar con él.
Tú no serás quien lo decida.
—Existen camaradas rastreando Londres —añadió Kamil.
Os creéis muy listos. No lo encontraréis. El chico será más ávido que vosotros, como su padre.
—¿Y qué buscamos mientras tanto?
—Primero, veamos qué tenemos en los manuales que mencionas… —explicó Bartek—. Puede que nos den una pista de quién contactaba con Wojtek, y si era él quien nos ocultaba información y por qué. Sabemos que el médico que sacó a la luz la información se encuentra en Breslavia junto a su familia, pero su contacto está aquí, en Varsovia.
—Si damos con esta persona —añadió Kamil—, sabremos quién es el desertor, si apoya a Bosko o a nosotros.
—Cuando llegue el momento —concluyó Bartek—, espero que sepas manejar la situación. Atraerás a esa persona como el queso que lleva a un ratón a su muerte. Establecerás contacto y le sacarás la información necesaria. El mito dice que tus métodos son infalibles, así que no nos decepciones.
León guardó silencio y contempló la mirada amenazante de Bartek por el retrovisor que regresó al frente tras terminar la sentencia.
Le estaba advirtiendo de que guardaría su secreto a cambio de un precio.
Su instinto le decía que no confiara en ellos.
Lo iban a utilizar para encontrar al topo que estaba pasando información al bando contrario. Una ambiciosa misión que el español no tardaría en entorpecer, tan pronto como su pasado se cruzase con ellos.