12

León se adentró en el parque. Las mañanas solían ser tranquilas puesto que la mayoría de la gente se encontraba en sus puestos de trabajo. La extensión del parque era demasiado grande como para caminar sin rumbo en buscar de un rostro desconocido. Una misión imposible, pensó.

Lugares importantes, piensa, León…

Dejándose llevar por el instinto, caminó en línea recta hasta alcanzar una fuente. El sonido de la grava al ser aplastada por los zapatos sonaba más fuerte que nunca. Tuvo un presentimiento, una idea. En un principio, pareció ser una locura.

Es absurdo. Ella ya no está.

El pensamiento tomó forma con lentitud hasta que se convirtió en una acción.

León dio un giro de noventa grados y cambió el rumbo en dirección a uno de los puentes laterales que había sobre el caudal de agua.

Caminar por allí resultaba tedioso. Todo mantenía el mismo aspecto, pero ahora había algo en el aire que le impedía respirar. La última vez que corrió por aquellos jardines, no era más que un joven enamorado que se veía a escondidas con una adolescente. Cada paso que daba le removía las entrañas. El hombre era el único ser capaz de abrirse camino a los infiernos.

Acertado, a medida que se acercaba al puente, logró ver una figura masculina que daba de comer a las aves. El hombre avistó a lo lejos al español y, sin inmutarse, continuó su actividad hasta que el invitado se colocó a varios metros.

—Sabía que lo harías —dijo el misterioso individuo con sombrero, abrigo y guantes de cuero—. La humedad me agrieta los huesos.

—Este lugar no es seguro —dijo León.

—Lo sé… —contestó el hombre—, conozco su historia. Tú también, ¿verdad? Será mejor que caminemos…

León se preguntó quién se la habría contado. Los dos hombres dieron un paseo en dirección al anfiteatro que había entre el palacio y el lago. Darek era un joven a punto de entrar en la treintena. Rubio, de cabello claro, ojos azules como la mayoría y complexión delgada pero atlética. Parecía tranquilo y muy seguro en su forma de hablar. León entendió que él era el líder de alguna resistencia y que, poco después, pediría su ayuda a cambio de una recompensa.

—Siento de lo tu esposa e hija —dijo el chico.

—No estábamos casados —dijo León—. Eran todo lo que tenía. ¿Sabes quién lo ha hecho?

—No… —dijo—. Bueno, sabemos quién está detrás.

—¿De quién se trata? —Dijo desesperado—. Tienes que decírmelo.

El hombre se detuvo frente al anfiteatro, giró y agarró del codo a León con gesto fraterno.

—León —dijo—. Nosotros enviamos al mensajero…

—Me teníais vigilado, ¿verdad?

—Komarnicki está vivo —respondió—. Fue Wiktoria quien nos mantenía al tanto.

Ella lo sabía, te lo estuvo ocultando todo este tiempo…

—Eso no es posible… —dijo León—. Vi cómo moría… Ella jamás me mentiría.

—Es difícil de explicar —contestó—. Físicamente, está muerto, aunque están a punto de reanimarlo. Han pasado diez años desde aquel día. Komarnicki sabía que su plan podía salir mal, pero no se marchó sin dejarlo todo bien atado. No estaba solo… Hay otros países involucrados en su recuperación.

—¿Es una broma? ¿Qué me he perdido?

—Todo y nada —explicó—. Han trabajado en la sombra, como siempre han hecho… Hace unos días, dimos con el paradero de su mano derecha. Uno de nuestros hombres logró interceptar un mensaje. Al parecer, la guerra los debilitó, aunque no han necesitado demasiado para rearmarse.

—Pero… ¿Qué pretenden?

—Dar un golpe de Estado moderno —contestó Darek—. La democracia se tambalea de nuevo. La ciudadanía está insatisfecha, nadie confía en la clase política y bastará la nostalgia para cambiar de rumbo.

—Tiene gracia… Cualquier tiempo pasado fue mejor, que decía Manrique…

—Así es.

—De todas formas, no puedes elegir a un muerto —dijo León—. Todo esto, parece ciencia ficción…

—Por desgracia, no lo es… —dijo el hombre afligido—. Tú acabaste con él, pero no con su legado… Tenemos poco tiempo, León.

—¿Tenemos? —Contestó haciendo una pausa en el camino—. ¿Quién te ha dicho que os vaya a ayudar?

—Escucha —dijo y le apretó del brazo—. Wiktoria confiaba en mí. Tú no me recuerdas, era un adolescente entonces, pero hace diez años compartí campo de entrenamiento contigo… Tenemos que encontrar a tu hijo, Marcin. Él es el único miembro de la familia que tiene el mismo tipo de sangre de Komarnicki. Es todo lo que necesitan para reanimarlo y llevar a cabo su plan. Simplemente, tenemos que encontrarlo antes que ellos.

León no había sabido nada de su primogénito en los últimos diez años. Marcin entonces sería casi un hombrecito de veinte años, algo más joven que Darek, pero no demasiado. Así como de su otra rama familiar, el español se había perdido los años más importantes. Para entonces, León no sería más que un nombre ligado a una serie de recuerdos tenebrosos, y no a su propia sangre.

Escuchar por primera vez noticias suyas le removió el estómago. No obstante, una fuerza interior brotó en su corazón. Puede que hubiese una razón, puede que siguiera vivo por algo: puede que aquella fuese la razón por la que había sobrevivido. Poseía esperanza, un halo de luz para volver a verse de nuevo y reencontrarse con su propia sangre. Dado el momento, tendrían mucho de qué hablar, incluso, se preguntó si le habría perdonado por todos esos años de ausencia.

Por su parte, los sentimientos hacia su hijo, no eran menos que confusos: el amor, la culpa y el desprecio de haberle abandonado. No sería una tarea fácil, pero no le cabía duda de que estaba dispuesto a sacrificar su vida de nuevo.

Nada que ganar, nada que perder.

La sangre alcanzaba el punto de ebullición en el interior de sus venas.

—¿Está bien? —Preguntó León—. ¿Dónde se encuentra?

—Está en Londres —contestó—. Pero he de advertirte de algo sobre él.

—No me importa lo que tengas que decir, debo verlo.

—Tu hijo Marcin no es la persona que crees —dijo—. Es nuestro enemigo, ha sido entrenado para ello, León, y hará lo posible para terminar con nosotros.

—¿Y qué piensas hacer una vez lo encuentres?

—Lo mataremos.