AGRADECIMIENTOS, ALGUNA EXPLICACIÓN Y UN PEQUEÑO PORTENTO

Quiero agradecer en primer lugar la inmensa generosidad del físico argentino Alberto Rojo, profesor en la Universidad de Oakland (EE. UU.), un hombre genial que además es músico y formidable escritor de libros de divulgación (y pronto también de ficción). Alberto tuvo la gentileza de leerse el borrador de esta novela para ver si decía muchas tonterías científicas. Corrigió algunas, y si todavía me queda alguna inconsistencia seguro que la culpa es mía y lo añadí después.

Gracias también de corazón, como siempre, a los queridos amigos que se tomaron el trabajo de leer mi borrador y darme alguna sugerencia, especialmente a Antonio Sarabia, Myriam Chirousse, Alejandro Gándara, Juan Max Lacruz, Frank Nuyts y mi editora Elena Ramírez.

La maravillosa frase «El ininterrumpido ir y venir del tigre ante los barrotes de su jaula para que no se le escape el único y brevísimo instante de la salvación» es del gran Elias Canetti.

El también genial aforismo «Los enanos tienen una especie de sexto sentido que les permite reconocerse a primera vista» es de Augusto Monterroso.

Las dos frases que recita el falso sobón, a saber: «Soy un sencillo instrumento por donde la vida se asoma. Mi voz se conjuga con el otro que escucha, que comparte. Corazón abierto dispuesto a la plegaria. Vida qué hermosa eres» y «Turbado por las palabras caes en el abismo. En desacuerdo con las palabras llegas al callejón sin salida de la duda», las he sacado de una página web de contenidos budistas llamada Comando Dharma. Siento el mayor respeto por el budismo, que, más que una religión, me parece una filosofía interesantísima y desde luego completamente contraria al fanatismo de Labari. Quiero pedir perdón por poner esas palabras en boca de mi oscuro sobón: necesitaba unas frases que fueran lo suficientemente atractivas y bellas, y encontré que ambas servían a la perfección para mis propósitos narrativos.

La historia del gigante y el enano es una nueva versión, retocada y ampliada, de un cuento que escribí hace ya muchos años y que aparecía en mi novela Bella y oscura. Además al final he añadido la pincelada del río y la barca, inspirada en una antigua leyenda china que Marguerite Yourcenar recogió en su bello cuento Cómo se salvó Wang-Fô.

En cuanto a Onkalo, todo es verdad; quiero decir, es verdad lo que cuento sobre el lugar hasta el año 2014. Recomiendo vivamente el visionado de un documental magnífico y estremecedor de Michael Madsen sobre este cementerio nuclear. Se titula Into Eternity (Hasta la eternidad) y son setenta y cinco minutos hipnotizantes.

Por cierto que este documental ha sido el origen de una de esas extrañas coincidencias, de uno de esos extraños momentos de magia que suelen condensarse, como ectoplasmas, en los alrededores de la escritura de una novela. Verán, estaba redactando el primer borrador cuando llegué al momento en que Nuyts le da a Bruna un dibujo que en realidad es un mapa. Necesitaba escoger una pintura clásica y al principio pensé en utilizar algún cuadro de la escuela flamenca, porque su intrincado detalle podría servirme para ocultar la carta geográfica. Pero enseguida apareció en mi cabeza El grito de Munch; y en cuanto pensé en ello supe con toda seguridad que tenía que ser esa pintura. Así que utilicé el lienzo de Munch y seguí escribiendo y avanzando en la trama. Y, cuando ya estaba acercándome a los capítulos finales, a decir verdad la noche antes de llegar a Onkalo, me puse a ver la película de Madsen para saber cómo era el aspecto del cementerio nuclear y recopilar la mayor información posible del lugar. En un momento determinado del documental se habla de lo que cuento en la novela: de que, al principio, los responsables de Onkalo estuvieron pensando en poner alguna señal, en avisar de algún modo a los futuros habitantes de la Tierra del riesgo que entrañaba la zona. Y, de pronto, la pantalla de mi televisor se llenó con El grito de Munch: porque una de las posibilidades que habían barajado era poner una reproducción de ese cuadro, ya que suponían que la obra transmitía de una manera esencial e intemporal un mensaje estremecedor de peligro y de miedo. La coincidencia me dejó alucinada.

A veces pienso que todos los seres humanos estamos unidos por lazos intangibles, que la especie se toca y nuestras mentes se rozan, que formamos un todo capaz de moverse al unísono a través del éter, como un cardumen de peces en el mar del tiempo. Qué pena que, pese a esa profunda y delicada sintonía, no consigamos dejar de matarnos los unos a los otros.