Tel Aviv, Israel: 20 de marzo de 1994
Elisha estaba sentado, inquieto, en el salón de la casa de su mentor. Hacía mucho que había abandonado sus estudios, incapaz de concentrarse en las palabras escritas sobre las páginas del grimorio. Aunque comprendía la importancia de la paciencia, era una virtud que aún no había logrado conquistar. Quería saber qué se estaba discutiendo en la sala trasera, y no dejaba de preguntarse cómo se había visto involucrado.
La conferencia en el estudio había comenzado hacía casi tres horas, cuando ninguna de las reuniones anteriores había superado los sesenta minutos. Fuera lo que fuera lo que su maestro y sus amigos estuvieran debatiendo, se trataba de algo importante. Elisha estaba preocupado, ya que sabía que solo se convocaban estas conferencias cuando algo terrible estaba a punto de suceder.
Los asistentes siempre eran los mismos: tres hombres, incluyendo a su maestro, y una mujer. Todos tenían un aspecto bastante normal, de mediana edad, los hombres con espesas barbas y la mujer con una larga melena que le llegaba a la espalda. Sus ropas eran sencillas y no destacaban. Ninguno conducía. Siempre llegaban andando y partían del mismo modo, como si vivieran en el vecindario. Sin embargo, su acento y el estilo de sus ropas señalaban que en realidad llegaban de muy, muy lejos. A veces alguno de ellos desaparecía antes de que la reunión terminara, aunque la puerta trasera no llegara a abrirse.
Si no hubiera sido por sus ojos hubiera pensado que se trataba de funcionarios gubernamentales que buscaban el consejo de su mentor. O quizá de miembros del Mossad, el servicio de inteligencia israelí, para el que su maestro trabajaba de cuando en cuando. Sin embargo, su instinto le decía que no eran nada de eso. Los tres visitantes eran especiales. Poseían increíbles poderes, como su mentor. Eran magos.
Aunque Elisha hubiera pasado estudiando con el maestro más de la mitad de sus veinte años, aún era incapaz de aguantarle la mirada más de unos segundos. Aquellos ojos brillaban con un conocimiento nacido de mil años de experiencia, y ardían con una voluntad tan fuerte que podía derribar mentes menores con una simple mirada. Los de los tres invitados eran iguales. Elisha estaba convencido de que se contaban entre los magos más poderosos del mundo.
Contempló nervioso la mesilla frente al sofá del salón. Sobre ella había varias cartas recibidas durante las dos últimas semanas, y sospechaba que en ellas se encontraba la razón de la conferencia. En las cartas, y en las misteriosas llamadas telefónicas que se habían producido a todas horas del día y de la noche en el mismo periodo.
La correspondencia procedía de todo el mundo. Había una carta de Australia, otra de Suiza y una tercera de Buenos Aires. Había varias de Viena y dos de Nueva York. Elisha, que siempre le llevaba el correo a su maestro por la mañana, se sentía fascinado por los nombres y los lugares lejanos que representaban. Nacido y criado en Israel, lo más lejos que había viajado era a Jerusalén. La mayor parte de sus veinte años los había pasado estudiando, y ansiaba visitar el mundo y experimentar algunas de sus maravillas.
—Elisha —La voz de su mentor, firme pero suave, resonó en la estancia. Aunque su profesor nunca alzaba la voz, sabía proyectarla de modo que todas sus palabras fueran claras—. Por favor, reúnete conmigo en el estudio.
Temblando, el joven se puso en pie. No esperaba que le llamaran hasta después de terminado el encuentro. Aquella era la primera vez. Su maestro y los tres visitantes querían verle por algún motivo. Con el corazón en la garganta, se acercó dubitativo a la entrada, abrió la puerta y entró en el estudio.
Era una estancia impresionante. Como su maestro leía constantemente, todas las paredes estaban cubiertas de libros, miles de volúmenes ordenados por temas, y dentro de cada sección por su título. Había tomos sobre historia, geografía, medicina, filosofía... Toda una pared estaba dedicada a la magia, con muchos de los textos griegos y latinos. Dispersos por la sala había cientos de libros escritos por su maestro, con su propio nombre o con diferentes seudónimos.
El mentor estaba sentado detrás de un gran escritorio de madera, un regalo recibido del primer Primer Ministro del Israel, David Ben Gurion. Frente a él, sentados sobre sillas altas de madera con acolchado de terciopelo rojo, estaban sus tres invitados. Todos se volvieron y observaron a Elisha mientras éste entraba en el estudio. Era alto y delgado, con un cabello moreno espeso y rizado. Sus ojos eran castaños. El joven se sentía como un canario observado por varios gatos hambrientos.
La mujer del cabello largo le sonrió. Los dos hombres asintieron a modo de saludo. El rostro de su mentor era una máscara indescifrable. Le ordenó que entrara con un pequeño gesto de su mano.
—Mis amigos quieren conocerte, hijo mío —dijo—. No tienes nada de lo que preocuparte. He estado presumiendo con ellos de tu habilidad con el Arte y han expresado su interés en verte en persona. Ven aquí a mi lado.
El maestro se puso en pie mientras Elisha se acercaba. Sonrió ampliamente y apretó afectuosamente el hombro de su mejor pupilo con unos dedos retorcidos y callosos. Como siempre, Elisha se maravilló que aquel hombre de aspecto sencillo, con sus rasgos agradables y serenos, piel oscura y espesa barba negra, fuera uno de los más famosos eruditos y filósofos judíos de todos los tiempos. Aunque en los últimos novecientos años había adoptado numerosas identidades, su nombre original era Moisés Ben Maimón. O, en el estilo de la época, Maimónides. Más tarde, cuando alcanzó la fama, fue conocido con el título Rambam, un acrónimo derivado de las palabras Rabino Moisés Ben Maimón. Por su inmensa contribución al pensamiento y a la filosofía judías, también era conocido como el Segundo Moisés.
—Tiene buen aspecto, Rambam —declaró uno de los hombros, guiñándole un ojo a Elisha—. Un poco nervioso, quizá, ¿pero qué joven no estaría nervioso si se enfrentara a unos ogros como nosotros?
—Brujas y hechiceros, Simón —dijo la mujer. Su voz era tan suave y dulce que las palabras se asemejaban a una canción—. No te olvides de los títulos correctos. Los ogros de las leyendas populares son de piedra. A nosotros nos queman.
La mujer observó a Elisha. Sus ojos castaños mostraban la misma edad milenaria y la increíble sabiduría de su maestro.
—¿Tienes miedo a la oscuridad, Elisha? —preguntó.
—¿A la oscuridad, señora? —respondió sin saber a qué se refería—. No, no me asusta.
—No la oscuridad de la noche —dijo el hombre al que habían llamado Simón—, sino a la del alma.
Elisha sacudió la cabeza.
—Comprendí la pregunta, señor. Mi maestro me ha hablado muchas veces sobre el bien y el mal. El nuestro es un mundo de tinieblas que amenaza con devorar la luz. Lo comprendo, pero no me asusta.
—Es muy fuerte —dijo el tercer hombre, hablando por primera vez. Era bajo y fornido, con el pelo gris y barba del mismo color; su voz retumbaba como un trueno—. El poder arde en su interior. Aunque no me gusta usar a alguien tan inexperto, admito que es lo mejor. Apruebo la misión.
—Igual que yo —añadió Simón—. Su juventud y su aire modesto le servirán como el mejor de los disfraces. Nadie sospechará de él. Has tomado una sabia decisión, Rambam.
—¿Qué dices, Judith? —preguntó éste.
—Igual que nuestros amigos, no me gusta emplear a alguien tan joven e ingenuo —respondió—, pero parece que no tenemos elección. Debemos trabar contacto tan pronto como sea posible. Este joven es nuestra mejor esperanza. Es ignorante, pero asumo que te encargarás de eso, amigo mío.
—Por supuesto —dijo Rambam—. Aprenderá todo lo necesario hoy mismo, antes de que abandone esta habitación. Además, aunque deba quedarme aquí para supervisar las negociaciones de paz con Jordania, mi espíritu le acompañará. Tenéis mi garantía de que el mensaje llegará a su destino.
—La palabra de Maimónides me basta —declaró el hombre del cabello gris—. Ahora debo marchar. Otros asuntos de importancia requieren mi atención. ¿Me informarás de la llegada de Lameth?
—Por supuesto, Ezra —dijo Rambam—. Agradezco que hayas venido hoy. Eres mi brazo izquierdo. Te comunicaré inmediatamente la llegada del Mesías Oscuro, aunque sospecho que sentirás su presencia en cuanto ponga el pie en el suelo de Eretz Yisrael.
El hombre respondió con una risa mientras abría la puerta del estudio.
—Espero que así sea, pero en estos tiempos turbulentos nadie puede estar seguro. —Levantó una mano—. Shalom, amigos míos.
—Yo también debo marchar —dijo Simón en cuanto Ezra desapareció—. La situación de los cabezas rapadas en Alemania se ha deteriorado bastante en las últimas semanas. Los viejos odios están aflorando de nuevo, y no me atrevo a pasar demasiado tiempo fuera del país.
—Te llamaré cuando llegue el momento —dijo Rambam—. Vuelvo a agradecerte que hayas atendido a la reunión, Simón. Eres mi brazo derecho.
—Shalom, Rambam —respondió, asintiendo a Elisha—. Buena suerte, joven. Mis oraciones estarán contigo. Shalom.
Con esto, y en un parpadeo, se desvaneció en el aire. No huno ruidos, ni fogonazos, ni explosiones. Era como si nunca hubiera estado allí, como si la pizarra se hubiera borrado.
—Presumido —dijo Judith—. Podía haber utilizado la puerta.
—Tiene que viajar muy lejos —contestó Rambam con una sonrisa astuta—. Además, Simón odia perder el tiempo. Pareces celosa, hija mía.
La mujer rió.
—Quizá un poco, mi maestro. Maneja los hechizos más complejos con tal facilidad... Nunca podré doblar el espacio tan fácilmente, por mucho que practique. Nunca.
—Tus talentos están en otra parte, Judith —dijo Rambam—. Cada uno de vosotros sois maestros por derecho propio.
—Si Simón es tu brazo derecho —dijo la mujer sonriendo—, y Ezra es el izquierdo, ¿qué soy yo?
—Tú —respondió Rambam con un tono totalmente serio—, eres la más importante de todos. Eres mi corazón. Eres mi conciencia.
Judith rió y aplaudió encantada.
—Como si alguien pudiera darle consejos al Segundo Moisés. Pero acepto el cumplido con la misma gracia con la que se dio.
Judith extendió su mano derecha hacia Elisha y le dedicó una sonrisa satisfecha. El joven tomó la mano con la suya. La mujer parecía irradiar energía. Una sensación de fuerza recorrió el brazo del aprendiz, extendiéndose por todo su cuerpo.
—Toma parte de mi poder, Elisha —le dijo suavemente—. La tarea a la que te enfrentas será un viaje hacia la misma alma de una noche infinita. Puede que mi brazo no sea fuerte, pero tiene energía de sobra. Mi poder es el tuyo. Úsalo bien.
Entonces la mujer retrajo su mano y dio un paso atrás. El aire de la estancia se dobló sobre sí mismo. La realidad se retorció y Judith desapareció.
—Tiene razón —señaló Rambam, más para él mismo que para Elisha—. Ese truco no le sale tan bien como a Simón. No importa, lo domina lo suficiente. —La mirada del mago se fijó en la de su aprendiz—. Tienes un poderoso aliado, hijo mío. Judith puede parecer gentil y agradable, pero en la batalla es terrorífica. Tiene fuerza suficiente para sacudir el mundo entero.
—Sí, maestro —respondió débilmente Elisha. Nunca antes había conocido una magia que pudiera transmitirse mediante un toque. Su cuerpo aún ardía con un brillo interior—. Puede que algún día me enseñe ese hechizo de teletransportación. O el Maestro Simón.
—Es un truco útil, pero solo funciona si viajas a un destino bien definido y constante —respondió el maestro con aire ausente—. Por desgracia, esas condiciones no son frecuentes en estos tiempos caóticos. —Rambam volvió a sentarse en su silla—. Siéntate, siéntate, mi muchacho —le dijo, señalando una de las sillas de terciopelo—. Ponte cómodo. Tenemos mucho de que hablar.
Inclinándose y apoyando los codos sobre la mesa, el maestro observó a su pupilo.
—Has sido elegido por este concilio secreto para marchar en una importante misión: queremos que encuentres a una persona. Aunque no me gusta la idea de enviar a alguien tan joven e inexperto, mis amigos creen que eres el más adecuado para el trabajo, y me temo que debo darles la razón. Tu edad y tu inocencia te ocultarán de los demás. Además, eres con mucho el estudiante con mayor talento de todos a los que he instruido. Aunque aún eres muy joven, tu poder para doblar y reformar la realidad a voluntad es increíble.
—Gracias, maestro —dijo Elisha, tratando sin éxito de aparentar modestia—. ¿Dónde tengo que ir?
—A América —respondió Rambam—. Debes localizar a un hombre llamado Dire McCann. Tienes que dar con él lo más rápidamente posible. Quiero que le lleves personalmente un mensaje de mi parte.
—¿Un mensaje? —preguntó Elisha, confundido—. ¿Por qué no usar la telepatía, maestro?
—La comunicación telepática no es tan fiable como querríamos —dijo Rambam—. Además —añadió mientras su rostro se tornaba sombrío—, tales mensajes pueden ser interceptados por gente a la que no van dirigidos. No nos atrevemos a que los enemigos de McCann descubran nuestra intervención en esta batalla.
—Este hombre, McCann, sus enemigos —comenzó Elisha, tratando de dar sentido a todo lo que le estaban diciendo—. ¿Son también nuestros enemigos?
—Son enemigos de toda la humanidad, hijo mío —respondió Rambam—. Se trata de una antigua y poderosa línea de sangre de vampiros que se llaman a sí mismos los Hijos de la Noche del Terror. Su líder, un ser monstruoso conocido como la Muerte Roja, ha sellado horribles pactos con criaturas de la más absoluta oscuridad. Si esta alianza impía no es destruida, sumirá a la Tierra en el caos total.
Elisha no pudo reprimir un escalofrío.
—Vampiros. Los Condenados. Una vez me dijiste que son los descendientes inmortales de Caín, el Tercer Mortal. Que algunos de ellos prefieren denominarse Vástagos, porque todos están atados por los lazos de la sangre maldita, y que llevan siglos manipulando a los hombres para sus propios fines.
—Correcto, hijo mío —dijo Rambam—. Te hablé de ellos brevemente el año pasado, cuando discutíamos sobre la naturaleza cambiante de la realidad. Sobre cómo el pasado no deja de cambiar debido a las creencias del presente. ¿Lo recuerdas?
—Por supuesto, maestro —asintió Elisha. Sabía que Rambam hablaba de forma retórica, ya que nunca olvidaba nada de lo que su mentor le decía—. Me dijiste que Dios convirtió a Caín en vampiro por traer el asesinato al mundo. Que Caín, aunque era inmortal y poseía vastos poderes sobrenaturales, se aburrió y quiso compañeros. De este modo creó a tres nuevos vampiros, una Segunda Generación de los Condenados. Estas tres criaturas crearon a trece más, la Tercera Generación, y así a lo largo de las edades.
—Exacto, Elisha —dijo Rambam—. Recuerdo que también hablamos de que, hace muchos miles de años, la Tercera Generación se alzó contra sus sires, la Segunda Generación, y los destruyó. Caín desapareció para no volver a ser visto jamás.
—La Tercera Generación, aquellos a los que llamaste Antediluvianos, fundaron los trece clanes vampíricos que existen aun hoy en día —siguió Elisha—. Los vampiros de cada clan heredan ciertos rasgos del vampiro que los creó. También lo recuerdo. Entonces, después de existir durante milenios, estos Antediluvianos se hastiaron y entraron en un trance cataléptico llamado letargo, dejando a los clanes que habían fundado para que batallaran en secreto por el control del mundo.
—Aunque quizá sea un poco simplista —dijo Rambam—, básicamente es cierto. Dijiste "en secreto". ¿Recuerdas por qué los Vástagos mantienen su existencia oculta de la humanidad?
—Por supuesto —replicó Elisha—. Aunque poseen vastos poderes sobrenaturales, su número es muy reducido comparado con la humanidad. Si los hombres sospecharan que los Vástagos existen, y que han estado alimentándose de nuestra especie durante milenios, se produciría una rápida y total aniquilación de la raza vampírica.
—Muy bien —asintió Rambam—. No solo recuerdas los hechos, hijo mío, sino que también los comprendes. Asumo que también te acuerdas de cómo se transmite la maldición de Caín de una generación a la siguiente...
—Los Vástagos lo denominan el Abrazo, maestro —dijo Elisha—. Normalmente, un vampiro bebe la sangre de su víctima y la mata. Sin embargo, si en el momento anterior a la muerte se proporciona un poco de sangre de vampiro, la presa se convierte en un nuevo no-muerto. Este vampiro es denominado chiquillo, mientras que la criatura que le dio la sangre es conocida como sire.
—¿Qué recuerdas sobre los poderes de los chiquillos? —preguntó Rambam.
—Son pequeños comparados con los de sus sires, maestro. La maldición del vampirismo es transmitida a lo largo de las edades por la sangre de Caín. Cuanto más escasa es ésta en las venas de un vampiro, más débiles son sus poderes. Caín creó a la Segunda Generación con una mera gota de su vitae. Éstos, por su parte, invocaron a la Tercera con la suya, diluyendo aún más la sangre de su maestro. La concentración de la vitae de Caín se hace menor con cada generación. Por tanto, la fuerza de un sire siempre es mayor que la de su progenie.
—Cuanto menor es la generación de un vampiro —dijo Rambam—, más cerca se encuentra de Caín el Condenado, y mayor es su poder en comparación con el del resto de los vampiros. —El maestro se detuvo un momento, mirando a los ojos a Elisha—. Presta atención, pues es el momento de que descubras secretos sobre los Vástagos que muy pocos conocen, humanos o vampiros. Comprende las motivaciones de tu enemigo, Elisha, y conocerás sus debilidades.
—Sí, maestro —dijo Elisha—. Una vez me dijiste que un soldado sabio siempre golpea el punto más débil de su enemigo.
Rambam rió entre dientes.
—Los fuertes sobreviven, Elisha. Los inteligentes conquistan. —El rostro del mago se ensombreció—. Con la Tercera Generación en letargo, los vampiros más peligrosos del mundo son los de la Cuarta Generación. Son muy pocos en número, pero extraordinariamente poderosos e increíblemente viejos. Muchos de ellos tienen más de cincuenta siglos. Al menos la mitad se encuentra también en letargo, pero otros se enfrentan en luchas personales contra otros de su generación, en un conflicto que se remonta varios miles de años. Luego están aquellos que libran la Yihad.
—¿La Yihad, maestro?
—Es el nombre que se da a la lucha que enfrenta a los Vástagos más poderosos de la Cuarta Generación, conocidos como Matusalenes, con el objeto de controlar a todos los Hijos de Caín. La batalla se libra en secreto, manipulando a los Vástagos de generaciones inferiores y empleándolos como peones ingenuos. Los magos no solemos involucrarnos en los asuntos de la Yihad. Nuestra preocupación son los humanos, no los vampiros. Sin embargo, de repente nos hemos visto en la necesidad de actuar. Por eso el concilio ha decidido enviarte en esta misión.
—Encontrar a ese hombre, Dire McCann —dijo Elisha—. No estoy seguro de entender, maestro.
—La Muerte Roja y su progenie, los Hijos de la Noche del Terror, buscan de nuevo el dominio sobre la Camarilla y el Sabbat, los dos cultos enfrentados a los que pertenecen casi todos los Vástagos. Es muy posible que los Hijos tengan éxito. Tienen a su disposición un inmenso poder, pero a un precio que no logran comprender. Si no la detenemos, la Muerte Roja podría convertirse en el vampiro más poderoso del mundo, y al conseguirlo traer la muerte de las llamas sobre la humanidad y los propios Vástagos.
—Dijiste que Dire McCann es enemigo de la Muerte Roja —dijo Elisha—. ¿Cómo puede un hombre detener a un grupo de vampiros, especialmente a uno tan mortal como ese del que hablas?
—Nunca subestimes la importancia de una sola persona, hijo mío —dijo Rambam—. Dire McCann no es un humano ordinario. Oculta secretos que ni siquiera yo soy capaz de desvelar, aunque lo conozco desde hace muchos años. De algún modo, guarda una estrecha relación con uno de los Matusalenes más enigmáticos y peligrosos que nunca han existido: Lameth, el Mesías Oscuro.
Elisha parpadeó por la emoción.
—¿El Mesías Oscuro, señor? Es un título fascinante. No creo recordar que le hayas mencionado con anterioridad. ¿Me puede decir más sobre él?
Rambam sacudió la cabeza.
—No Elisha, no puedo. Dejemos que Dire McCann se encargue de ello cuando des con él, suponiendo que logres que hable de Lameth. El detective prefiere no discutir sobre ese tema, ni sobre su relación con los Vástagos en general. Sin embargo, conociendo tu curiosidad y tu persistencia, sospecho que obtendrás lo que deseas.
—Aceptaré tus palabras como un reto, maestro —dijo Elisha—. ¿Hay algo más que deba saber?
Rambam se rascó la barba.
—Cualquier cosa que pueda decirte, hijo mío, no haría más que confundir todo este asunto. Sin embargo, tengo ciertas opiniones que creo podrían ayudarte en esta búsqueda.
—Los juicios del Segundo Moisés —dijo Elisha—, son tan sabios como los de Salomón.
—Quizá no tanto —respondió el maestro con una risotada—, pero espero que al menos te sean de utilidad.
Alzando su mano derecha, el mentor extendió un dedo hacia el aire. A pesar de la importancia de su consejo, era incapaz de abandonar sus hábitos instructores.
—Primero. Aunque aún eres joven, eres un mago poderoso. Trata de evitar usar tu magia dentro de lo posible. Aunque no seguimos ninguna Tradición específica, mis aliados y yo tenemos poderosos enemigos, especialmente en América. La Tecnocracia es muy fuerte allí, y sus líderes nos odian con pasión. Creen que toda magia debe asemejarse a la ciencia. Si te amenazan sus agentes, los Hombres de Negro, no dudes en doblegar la realidad según requieran tus necesidades. Prefiero que mis estudiantes no se conviertan en héroes muertos.
Levantó otro dedo.
—Segundo. Cuídate de los Vástagos. No te dejes engañar por su aspecto. Los vampiros no son humanos, y su actos se basan en deseos y necesidades muy diferentes a los tuyos. Están malditos con una sed insaciable por la sangre humana. La denominan la Bestia Interior, y pueden cometer cualquier atrocidad, cualquier abominación para saciarla.
Rambam levantó un tercer dedo.
—Por último, y más importante: no creas lo que te diga nadie. Eres joven y algo ingenuo. En este mundo de tinieblas la verdad existe en capas muy diferentes. Los Vástagos son maestros del engaño; con ellos nada es nunca lo que parece en un principio. Sus aliados mortales no son mejores. En muchos sentidos, son aún más peligrosos... Existen gracias a la traición y sus promesas no tienen valor alguno. Cuídate de los tratos, tanto con humanos como con vampiros. No negocies con ninguno de ellos. Si en algún momento dudas de los hechos, confía en tu corazón, no en tus ojos.
—No te fallaré, maestro —dijo Elisha con la voz emocionada—. ¿Cuál es el mensaje que debo transmitir a ese hombre, Dire McCann?
Rambam se lo dijo, y con los ojos llenos de horror Elisha comprendió que Maimónides no había exagerado en absoluto. El destino del mundo dependía de su éxito.