La Costa Este: 25 de marzo de 1994

Walter Holmes conducía del mismo modo que hacía todo lo demás: de forma anodina. Alicia, que pensaba que los límites de velocidad existían para saltárselos, no estaba muy contenta.

—¿No puedes ir más rápido? —preguntó por enésima vez mientras atravesaban otro pequeño pueblo de Maryland a cuarenta kilómetros por hora—. Amanecerá dentro de una hora.

—Atravesar a toda velocidad una pequeña comunidad a las cinco de la mañana llamaría demasiado la atención —respondió calmadamente. Señaló con la cabeza una valla publicitaria a la izquierda. Tras ese cartel hay un coche de la policía rastreándonos son un radar. Si nos detuvieran ahora sería un desastre.

—Puedo comprar y vender pueblos de este tamaño —dijo Alicia impaciente—. Las multas no me preocupan.

—Deberían —dijo Walter—. No llevas dinero encima, y si Melinda es tan lista y despiadada como asegura su reputación, habrá supuesto que te diriges hacia Nueva York. Es probable que sus agentes nos pisen los talones, y no podemos arriesgarnos a perder ni un minuto. —Una vez fuera de los límites de la ciudad, Walter aceleró—. Además, como miembro del Sabbat sabes que muchas de las policías de la zona están controladas por los narcotraficantes. Es muy posible que tu fotografía esté circulando por ahí, con órdenes de disparar a matar.

Alicia torció el gesto. Odiaba estar equivocada, especialmente con algo tan evidente.

—¿Por eso has evitado las autopistas principales?

—Exacto —dijo Walter—. No podemos confiar en nadie. El poder lo tiene ahora Melinda, no Justine. La cazadora se ha convertido en la presa.

—Melinda conoce mi aspecto —dijo Alicia. Miró a Molly, sentada en silencio en el asiento de atrás y jugando con sus dedos—. Y el de Molly. El tuyo no. ¿Por qué te preocupas por nosotras? Nadie sabe de tu participación en nuestra huida. Si nos dejaras ahora no te ocurriría nada.

—En circunstancias normales —admitió Holmes—, eso es exactamente lo que hubiera hecho. Sin embargo, vivimos tiempos extraños. Ya no puedo limitarme a monitorizar los acontecimientos. La situación exige acciones directas por mi parte.

Alicia le observó en silencio durante algunos minutos. Parecía sumida en sus pensamientos.

—¿Inconnu? —preguntó inesperadamente.

—¿Anis, Reina de la Noche? —respondió él de inmediato.

Alicia rompió a reír.

—Dos personajes misteriosos en busca de identidad —declaró—. Guarda tus secretos, jugador, y yo haré lo mismo. Siento haber preguntado.

—Acepto tus disculpas —sonrió Holmes.

—Basta de juegos —dijo repentinamente Molly—. La Muerte Roja enciende su fuego.

La expresión de Holmes se oscureció.

—Estamos unidos por una creencia común —dijo—. La Muerte Roja amenaza la misma existencia de los Vástagos. Debemos detenerla.

—Desde luego, no es uno de mis mejores amigos —dijo Alicia—. Sin embargo, me sorprende que hayas dicho eso. Es creencia común que ciertos elementos entre los no-muertos se limitan a observar los conflictos de su raza, pero sin interferir nunca.

Holmes asintió con expresión inmutable.

—Yo también he oído esos rumores. Probablemente tengan algo de cierto, pero sospecho que cualquier grupo así será lo suficientemente sabio como para comprender cuándo hay que hacer una excepción a las reglas. —Se detuvo unos instantes—. O al menos algunos de sus miembros poseen esa perspicacia.

—Walter es genial —dijo Molly—. Yo pienso igual.

—¿Cómo llegaste a reclutar a Molly? —preguntó Alicia observando a la vampira a su espalda. Ésta, con los puños cerrados, estaba haciendo una pelea de pulgares—. Está loca.

—Compartimos nuestro amor por el juego —dijo Walter—. Hace algunos años le propuse una apuesta mayor: que espiara a Justine para mí. Creí que la idea agradaría a su sentido Malkavian del absurdo. Evidentemente, tenía razón. Desde entonces ha estado trabajando para mí.

—Ahora entiendo cómo puede jugar tan bien al póquer. Es imposible leer su expresión.

—Molly es bastante astuta —dijo Walter—. Cuando me concentro en el juego soy prácticamente imbatible, Casi nunca pierdo salvo contra ella. —Hizo un gesto con la cabeza—. Es típico de su clan. A menudo me pregunto si los Malkavian están realmente tan locos como parece. Quizá sean ellos los únicos que de verdad están cuerdos.

—Dejaré esos profundos pensamientos para los filósofos —dijo Alicia—. Mientras tanto, ¿por qué no hablamos de la Muerte Roja?

—Una excelente idea —dijo Holmes—. Creo que un intercambio de información sería beneficioso para ambos. Quizá si combinamos nuestros conocimientos podamos descubrir los motivos que se ocultan tras su locura.

—Me parece bien —dijo Alicia—. Entre la Muerte Roja y Melinda Galbraith, siento como si el mundo entero estuviera conspirando contra mí. —Sonrió burlona—. Me encantaría devolverle el favor.

—Anis está enfadada —cantó Molly—, y eso no es bueno para nada.

—La Muerte Roja es un vampiro de la Cuarta Generación, un Matusalén que planea hacerse con el control tanto de la Camarilla como del Sabbat —dijo Alicia, ignorando el último comentario de la Malkavian—. Asegura que, después de largos años de letargo, la Tercera Generación se está despertando. Como tantos otros antiguos teme que, cuando se levanten, los Antediluvianos se vean consumidos por una terrible sed de sangre... de vampiro. Se convertirán en caníbales, devorando a sus descendientes a millares. La Muerte Roja cree ser el único Cainita capaz de evitar la carnicería.

—Una historia familiar —dijo Walter—. He oído diferentes variaciones muchas veces. ¿Qué prueba ofreció el monstruo para respaldar su idea sobre los Antediluvianos?

—Los Nictuku se están alzando —dijo Alicia—. Baba Yaga ha despertado en Rusia, Nuckalavee recorre los desiertos de Australia y Gorgo, La que Aúlla en la Oscuridad, está cazando en la jungla amazónica.

—Noticias deprimentes —dijo Holmes—. Muchos Vástagos creen que el regreso de esas abominaciones es una señal de la llegada del Armagedón. ¿Dijo la Muerte Roja cómo pensaba detener a la Tercera Generación?

—Claro que no —dijo Alicia—. Dijo muchas generalidades, pero nada específico. Tampoco llegó a explicar por qué era él el adecuado para liderar a los Vástagos, aunque dio a entender que había un motivo.

—Puede que piense que su control sobre el fuego es justificación suficiente —dijo Holmes—. Es una disciplina terrorífica.

Alicia asintió.

—La Muerte Roja es muy poderosa, y pertenece a una línea de sangre desconocida. Además —dijo haciendo una pausa para enfatizar su idea—, tiene al menos tres chiquillos con el mismo control sobre el fuego.

Walter Holmes volvió la mirada y observó a Alicia unos momentos. En sus ojos se veía la sorpresa, aunque su voz seguía siendo relajada.

—¿Cuatro Muertes Rojas? ¿Son de aspecto similar?

—Duplicados exactos del original —dijo Alicia—. Incluso tenían la misma voz. Solo variaban en el grado de su poder psíquico.

Holmes asintió.

—Interesante. Eso explicaría muchas cosas sobre los ataques. He visto informes que aseguraban que el monstruo había atacado diversos puntos en América y Europa más o menos a la misma hora. Varias Muertes Rojas harían todo eso posible.

—La criatura aseguró que el ataque contra Washington era parte de un gigantesco plan que le daría el control sobre las dos principales sectas —dijo Alicia. Dudó un momento si debía hablar sobre sus propios planes al respecto. Decidió rápidamente que esa información no era relevante en aquel momento—. Este mismo plan también serviría para destruirme a mí y a otro mortal al que la Muerte Roja teme.

—Dire McCann —dijo Holmes—. Ya me he encontrado ese nombre en otras ocasiones. El mago proscrito cuyos poderes están más allá de cualquier humano. Evitaré hacer comentario alguno sobre la evidente conexión entre dos mortales y dos Vástagos legendarios.

—La contención es una excelente disciplina —dijo Alicia—. Creo que te he dicho todo lo que podía sobre nuestro enemigo común. ¿Qué puedes ofrecerme a cambio?

—No sé más sobre la Muerte Roja de lo que ya has dicho —comenzó—. Sin embargo, creo saber cómo planea el monstruo hacerse con el control del Sabbat. De hecho, debería decir que ya lo ha conseguido.

—¿Qué? —saltaron Alicia y Molly al unísono.

—Llevo varios siglos sirviendo como monitor —dijo Holmes—. Además de registrar todos los acontecimientos importantes, otra de mis funciones es seguir la pista a los Vástagos influyentes.

»Durante el pasado siglo mantuve una estrecha vigilancia sobre Melinda Galbraith, contemplando su constante ascenso en las filas del Sabbat. Para alcanzar la regencia de la secta se lanzó a una campaña de extorsión y asesinato especialmente eficaz. La Melinda Galbraith a la que he vigilado los últimos cien años no era la misma que vi esta noche.

—Explícate —dijo Alicia.

—El cuerpo era el mismo —dijo Holmes—, pero su personalidad no. Había demasiadas inconsistencias en su historia y su comportamiento era demasiado extraño. No tenía nada que ver con ella. Cuanto más veía, más convencido estaba. Hay otro Vástago controlando la mente de Melinda. —La voz de Holmes perdió su habitual tono neutral. Parecía asustado—. Tu historia me proporcionó la última pista. El regreso de Galbraith esta noche no ha sido una coincidencia. Estaba cuidadosamente cronometrado para eliminar a Justine Bern y restablecer el control absoluto de Melinda sobre el Sabbat. Su aparición desde su escondite es parte de una vasta conspiración. La regente es una marioneta controlada por todo un maestro. Es un peón de la Muerte Roja.