CAPITULO XXV

Tres o cuatro años después del nacimiento de su hija, Christina tuvo otro hijo. Desde su boda, se había venido sintiendo débil, y tenía el presentimiento de que no iba a sobrevivir a este último embarazo. Por eso escribió la siguiente carta, que debía ser entregada a sus hijos, según ella misma pedía, cuando Ernest cumpliera dieciséis años. Su hijo la recibiría muchos años después, pues en esta ocasión fue el niño quien murió y no Christina. La carta se encontró entre los muchos papeles que ella seleccionó y ordenó muchas veces, con el sobre abierto. Me temo que este detalle prueba que Christina volvió a leerla, y que la juzgó demasiado valiosa para ser destruida, a pesar de que la causa que la motivó ya había pasado. La carta dice lo siguiente:

Battersby, 15 de marzo de 1841.

A mis dos queridos hijos:

Cuando os entreguen esta carta, ¿intentaréis recordar a la madre que perdisteis en vuestra. infancia y a quien, me temo, ya casi habréis olvidado? Tú, Ernest, te acordarás más de ella, porque ahora tienes cinco años, y de todas aquellas veces que te enseñaba oraciones, himnos, sumas, y te contaba historias. Nuestras felices tardes de domingo quizá no se hayan borrado tampoco de tu mente. Y tú, Joey, aunque tengas cuatro años, a lo mejor también te acuerdas de algunas de estas cosas. Mis queridísimos hijos, en consideración a la madre que os amó tanto, y a vuestra eterna felicidad, escuchad, recordad y, de vez en cuando, releed las últimas palabras que ella os puede decir. Cuando pienso que os voy a dejar a todos, hay dos cosas que me angustian sobremanera: una, el dolor de vuestro padre (porque vosotros, mis queridos hijos, me olvidaréis después de echarme de menos durante una temporada), y la otra, la vida eterna de mis hijos. Sé lo largo y profundo que será el primero, y también que él verá en vosotros el único consuelo terrenal que prácticamente le queda. Sabéis (porque estoy segura de que será así) que os ha dedicado su vida, que os ha instruido y se ha esforzado por haceros distinguir el bien del mal. Por tanto, haced lo posible por ser su consuelo. Que siempre os encuentre obedientes, cariñosos y atentos con sus deseos; rectos, sacrificados y diligentes. Que nunca tenga que avergonzarse de vosotros, ni apenarse por los pecados y locuras de aquellos que tanta gratitud le deben, y cuyo primer deber es procurar su felicidad. Los dos lleváis un apellido que no debe ser deshonrado; un padre y un abuelo de los que podéis sentiros orgullosos. Debéis cuidar vuestra respetabilidad y vuestro proceder en la vida, pero más allá, mucho más allá de la respetabilidad y el proceder terrenales, con los que no puede siquiera compararse, está vuestra felicidad eterna, que debéis cuidar sobre todo lo demás. Sabéis cuáles son vuestras obligaciones, pero os acechan trampas y tentaciones y, cuanto más os aproximéis a la edad adulta, más las sentiréis. Con la ayuda de Dios, con Su palabra y con el corazón humilde os mantendréis firmes a pesar de todo, pero si dejáis de buscar a Dios de todo corazón y de atender a Su palabra, si aprendéis a confiar en vosotros mismos, o en el consejo y el ejemplo de los que os rodean, caeréis, sin duda alguna. Oh, «quede asentado que Dios es veraz, y todo hombre falaz»

[46]. Dios dice que no se puede servir a él y a las riquezas. Dice que la puerta que conduce a la vida eterna es estrecha. Hay muchos que intentan agrandarla, y que os dirán que éstas y otras licencias no son sino pecados veniales, que tanto las libertades como las debilidades terrenales son excusables e incluso necesarias. Y esto no puede ser, porque así os lo dice Él cientos de veces. Mirad vuestras Biblias y comprobadlo. Así que, si no puede ser, ¿hasta cuando vais a estar claudicando de un lado y de otro?
[47] Si Dios es vuestro Señor, seguidle, lo único que tenéis que hacer es esforzaros y tener ánimo, y Él nunca os abandonará ni os desamparará. Recordad que en la Biblia no hay una ley para los ricos y otra para los pobres, una para los instruidos y otra para los ignorantes. Hay, muchas cosas, pero pocas son necesarias, o más bien una sola
[48] para todos. Todos deben vivir para Dios y para los demás, y no para sí mismos. Todos deben buscar primero el reino y su justicia
[49], ser abnegados, puros, castos y caritativos en el sentido más amplio; todos deben lanzarse hacia la meta, hacia la soberana vocación de Dios, dando el olvido a lo que ya quedó atrás
[50].

Sólo quiero deciros dos cosas más. Sed honestos el uno con el otro durante toda la vida, amaos, como sólo los hermanos saben hacerlo, daos fuerzas, corregíos, animaos uno al otro, de modo que todos los que estén contra vosotros sepan que en vuestro hermano tenéis un amigo firme y fiel hasta la muerte. ¡Ah! Y sed amables y atentos con vuestra querida hermana. Sin un padre y una madre, necesitará el amor de sus hermanos por partida doble, así como su ternura y confianza. Estoy segura de que las buscará, y de que os amará y tratará de haceros felices. Vosotros debéis esforzaros por no fallarle v recordar que, si su padre muere y ella no se ha casado, necesitará protectores por partida doble. A vosotros, especialmente, os la encomiendo. ¡Oh, mis tres hijos queridos, sed honestos entre vosotros, con vuestro padre y con vuestro Dios! Que él os guíe, os bendiga, y haga que me encuentre con los míos en un mundo mejor y más dichoso. Afectuosamente,

Vuestra madre,

CHRISTINA PONTIFEX

A partir de las averiguaciones que he hecho, he logrado saber que la mayoría de las madres escriben cartas como ésta durante sus embarazos, y que el cincuenta por ciento las conservan después, como hizo Christina.