38

El chirrido de la verja al abrirse puso a Auraya en alerta. El estómago se le tensó cuando alguien entró en la habitación, y el alma se le cayó a los pies al ver que se trataba de Nekaun.

Como siempre, las preguntas se agolparon en su mente. ¿Acudía a soltarla? ¿A matarla? ¿A interrogarla, a torturarla, a pedirle que hiciera algo terrible a cambio de su libertad?

Inspiró profundamente, dejó las preguntas y el temor que estas provocaban en el fondo de su mente, y se irguió.

Él se detuvo y la contempló en silencio, con una leve sonrisa.

«No, parece que hará lo mismo que la última vez», pensó Auraya como respuesta a los interrogantes.

Casi echó de menos la soledad de los primeros días, cuando la habían dejado aislada y desatendida y la única indicación de que recordaban su presencia eran los Servidores montando guardia en la verja.

Encadenada como estaba, no había podido tumbarse a dormir. En lugar de ello, había tenido que ponerse en una posición medio hincada de rodillas, medio colgando. Sus brazos pronto perderían la sensibilidad, y sus hombros y rodillas empezarían a doler. El frío de la cripta no ayudaba, pero aquella era la menor de sus preocupaciones.

Después de varios días, los ciclos de su cuerpo habían empezado a ponerla en situaciones desagradables. Primero la había acuciado la sed, luego el hambre. Ninguna era fácil de soportar, pero las consecuencias eran menos humillantes que la necesidad de aliviarse. No podía quitarse la ropa ni alejarse de donde estaba. Al final había estirado el cuerpo todo lo que había podido para al menos dejar a un lado su propia orina y sus excrementos.

¿Quién iba a pensar que los procesos fisiológicos que tienen lugar cada día de forma casi inconsciente podían producir semejante ansiedad? Se había consolado diciéndose que si no le llevaban comida ni bebida, aquellos problemas no durarían mucho tiempo.

Cuando Nekaun había vuelto al cabo de tres días, ella estaba demasiado débil para ponerse en pie. Él no había dicho nada; se había limitado a contemplarla y a mirar la porquería que había a su lado, arrugando la nariz en señal de aversión. Luego su expresión se había vuelto pensativa, y un brillo había asomado a sus ojos. Se había acercado a los Servidores y les había hablado.

Ella había estado a punto de protestar a gritos tras oír sus órdenes. Mordiéndose la lengua, se había dicho que hubiera sido más humillante suplicar e implorar que soportar lo que él le tenía reservado. De todos modos, sus súplicas no lo habrían detenido.

Habían hecho entrar a unos criados. Estos le habían desgarrado la ropa y habían arrojado cubos de agua fría sobre ella y el suelo. Le habían llevado agua para que bebiera y una especie de gachas aguadas. Como no se podía alimentar por sí misma, había tenido que dejar que le acercaran a la boca el agua y las gachas.

Nekaun había sonreído. El brillo en sus ojos se había intensificado cuando la habían desnudado, pero había desaparecido cuando la habían alimentado. Estaba claro que él había disfrutado con su humillación. Ella había tenido la tentación de escupirle las gachas, pero el hambre le había impedido desperdiciarlas.

Aquel día, Auraya había descubierto que quería vivir. Aún no sabía hasta qué punto, pero había averiguado qué habría estado dispuesta a hacer para conseguirlo. ¿En qué momento cambiaría de idea y preferiría morir?

Si Nekaun tenía curiosidad por conocer esos mismos límites, no tenía prisa por descubrirlos. Hasta entonces se había conformado con vejarla.

—Te saludo, Auraya —había dicho—. ¿Estás cómoda?

Ella lo había ignorado. Preguntaba algo parecido cada vez que la veía.

—¿Disfrutas de tu estadía? ¿Hay algo que pueda hacer por ti?

Al ver que algo se movía detrás de él, fijó la atención en los criados que entraban deprisa en la habitación. Adelantaron a Nekaun con vacilación. Los dos primeros llevaban cubos de agua. Auraya rechinó los dientes cuando sintió el frío del baldazo diario. Lanzaron el agua del segundo cubo al suelo y utilizaron una escoba para limpiar las heces de la tarima.

Un tercer criado hizo que bebiera agua. Ella sorbió toda la cantidad que le ofrecieron a sabiendas de que no le llevarían más hasta el día siguiente. El último criado alzó el tazón con las gachas habituales.

—¡Alto! —dijo Nekaun.

A Auraya se le cayó el alma a los pies cuando el criado bajó el cuenco. Mientras Nekaun se le acercaba, ella confió en que su expresión no la delataría, convencida de que el menor signo de aprensión solo lo alentaría a encontrar nuevas formas de atormentarla.

Nekaun cogió el tazón de manos del criado y lo llevó hasta la boca de Auraya.

Ella hizo una pausa momentánea. Si se negaba a comer de sus manos, él le dejaría pasar hambre hasta que recapacitara. Lo mejor era fingir que no tenía importancia.

Él la observó sonriendo mientras ella comía. Auraya no lo miró a los ojos; en lugar de ello, se concentró en una pequeña cicatriz que Nekaun tenía en la nariz. No la había notado antes. Se preguntó qué le había pasado.

El cuenco se inclinó aún más, obligándola a tragar para evitar que las gachas se derramaran. Cuando quedó vacío, Nekaun retrocedió. Extendió el tazón hacia un lado, y el criado se apresuró a cogerlo.

—Idos —ordenó a los esclavos. Estos se empezaron a alejar, aliviados. Uno de ellos se preguntó por qué temían tanto a la Voz Primera precisamente allí y no en otros lugares del Santuario. Concluyó que era de esa manera porque no sabían qué esperar de él en aquella situación. La hechicera era una enemiga. Nekaun podía ordenar que le hicieran algo horrible, y el criado no quería verse en la tesitura de obedecerle.

Si Nekaun oyó los pensamientos del criado, no dio la menor señal. Contemplaba a Auraya. Ella fijó los ojos en la pared detrás de él. Aunque no percibía sus pensamientos, a veces tenía la impresión de saber lo que él tenía en mente. Como en ese preciso momento, en que recorrió su torso con la mirada. Bien fingía estar interesado en su desnudez para intimidarla, bien se sentía atraído por ella.

Dio un paso hacia delante, luego otro. A ella se le aceleró el pulso. Redujo el ritmo de la respiración, tratando de mantener la calma. Él se detuvo a un paso de distancia, arrugando la nariz.

—De verdad, Auraya —dijo él, meneando la cabeza—. Deberías cuidarte un poco más. Apestas.

Giró sobre los talones y se marchó.

Ella lo observó alejarse. Los Servidores que montaban guardia cerraron la verja tras él. El sonido de sus pisadas se fue atenuando hasta desaparecer.

Auraya suspiró aliviada.

«Solo intenta intimidarme», se dijo.

Apoyó la espalda en el respaldar del trono, cerró los ojos y proyectó los sentidos hacia el mundo. Era así como pasaba la mayor parte del tiempo despierta. Varias veces al día comprobaba cómo estaba Travesuras. Una de las criadas lo había adoptado como mascota. Él permanecía con ella porque Auraya lo alentaba a hacerlo a través de las conexiones oníricas y porque estaba habituado a que lo dejaran a cargo de una cuidadora.

En las noches se conectaba con Mirar. El resto del tiempo exploraba mentes. Vivir encadenada en un recinto frío y vacío no era exactamente estimulante para la mente. Al menos no en el buen sentido. Explorar el mundo la mantenía ocupada.

El hecho de que cada día que pasaba perfeccionaba su habilidad de percibir mentes constituía para ella un secreto motivo de orgullo. Cada vez que proyectaba sus sentidos, podía leer mentes a mayor distancia. Así había oído los rumores de guerra un día después de que la hicieran prisionera. Eso podía explicar por qué Nekaun había roto su palabra. Si los circulianos estaban a punto de invadirlos, no se arriesgaría a que sus intentos de seducirla fracasaran. Y sabía que si la liberaba, ella probablemente volvería con los Blancos para luchar a su lado.

«¿Lo habría hecho? —se preguntó—. Tal vez. No me habría gustado participar en la guerra, pero si los dioses me lo hubieran ordenado habría luchado por ellos».

Lo que no tenía sentido era que Nekaun no la hubiera matado aún. ¿Para qué la tenía prisionera? ¿Planeaba otro canje con ella a modo de pago? ¿Creía Nekaun que podía convencer a los Blancos de que volvieran a casa a cambio de liberarla?

Auraya sonrió con acritud. «Sin duda Huan jamás aceptaría algo así».

Pero podía ser que Chaia lo aceptara. Pensó en su mensaje, enviado a través del siyí moribundo. Ninguno de los criados que se ocupaban de ella le había dicho una sola palabra, menos aún la palabra clave. Dudaba que Chaia le enviara un mensaje a través de Nekaun. Salvo ellos, nadie más bajaba al sótano.

A excepción de los dioses. Saru, Yranna y Lore habían rondado el trono brevemente. De su conversación, Auraya había deducido que habían ido a confirmar su apresamiento, pero no había obtenido mucha más información.

¿Tenía Chaia planes para liberarla? ¿O estaba demasiado absorto en los preparativos para la guerra? No tenía mucho ascendiente allí, en una tierra donde nadie lo veneraba ni obedecía.

«Tal vez espera que me liberen cuando los circulianos se alcen con la victoria. Pero en ese caso Nekaun me haría matar. Daría órdenes a los guardias para que me mataran».

Abrió un ojo y miró a los Servidores que custodiaban la verja.

«A menos que alguien los detenga».

Pensó en la pista que habían dado los dioses al sugerir que se podían librar de Mirar a pesar de que él contaba con la protección de las Voces. Si allí había un asesino, tal vez este podría ayudarla.

Pero no lo haría a menos que se lo ordenaran los Blancos, y ella no había conseguido ponerlos al corriente de su situación. Incluso si Nekaun no se lo hubiera llevado, no habría podido usar el anillo de sacerdotisa. El vacío lo habría impedido. De modo que, en lugar de ello, Auraya había intentado varias veces ponerse en contacto con Juran mediante una conexión onírica. No había tenido éxito. Había llamado a Mairae, incluso a Dyara, pero no le habían respondido.

Aquella mañana, Mirar le había dado una idea.

:Tendrás que explorar las mentes de los Acompañantes… Y hacer lo mismo con los asesores de los Blancos.

No podía establecer una conexión en sueños con los Blancos, pero quizá conseguiría comunicarse con Danyin.

Se acomodó en el trono, redujo el ritmo de su respiración y se sumió en un trance onírico. Acto seguido, pronunció el nombre de Danyin.

Al principio no hubo respuesta, pero después de varios intentos oyó una voz conocida aunque confusa.

:¿Auraya?

:Sí, Danyin. Soy yo.

:Auraya… Estoy soñando.

:Lo estás y no lo estás. Es así como se comunican los tejedores de sueños.

:¿Una conexión onírica?

:Sí.

Él se detuvo, y ella percibió preocupación y culpa.

:No debería estar hablando con vos.

Un escalofrío bajó por la espalda de Auraya.

:¿Por qué? ¿Creen los Blancos que he cambiado de bando?

:Tienen que… considerar la posibilidad. Hace semanas que no saben nada de vos.

:No puedo comunicarme con ellos. Me han tendido una trampa. Nekaun me tiene prisionera en un… Se interrumpió al caer en la cuenta de que Danyin no sabía qué era un vacío. ¿Sabían los Blancos qué eran los vacíos? Ella no lo había sabido hasta conocer a Jade.

:¿Auraya?, preguntó Danyin en tono de preocupación.

:Nekaun me ha quitado el anillo de sacerdotisa. He intentado establecer una conexión onírica con Juran y los demás, pero no lo consigo. Tal vez porque nunca están durmiendo cuando lo intento, tal vez porque no pueden… o algo me lo impide. Necesito que le digas a Juran que me han hecho prisionera.

Danyin no respondió.

:¿Danyin?

:Sí. No estoy… cerca de Juran. Se lo diré a Elar, y ella les transmitirá vuestro mensaje.

Auraya notó que él estaba cansado.

:No sabes si me puedes creer, ¿verdad?

:No —admitió él—. Los Blancos me sugirieron que tuviera cuidado.

Sus palabras la hirieron, después la irritaron.

:Entonces díselo con cuidado. Es cosa de ellos decidir si me creen o no.

:Quiero creeros. Os creo. —Parecía torturado—. Os creeré mientras nada me pruebe lo contrario, pero debo comportarme como si no os creyera mientras no haya algo que demuestre vuestra lealtad a los Blancos.

Y a él esa situación no le estaba haciendo mucha gracia. «Ah, Danyin —pensó—. Te echo de menos».

:Lo entiendo. Gracias, Danyin.

Auraya cortó la conexión, se despertó del todo, recorrió la cripta con los ojos y exhaló un suspiro.

«Bueno… Chaia me advirtió de que Huan utilizaría a mis seres queridos contra mí».

La amplia habitación de azulejos resonaba con las conversaciones de Voces, Acompañantes, Servidores y Pensadores. De pie junto a Imenja, Reivan miró al suelo. El mapa de mosaicos brillaba ligeramente y reflejaba la luz de las lámparas llevadas para complementar la escasa luminosidad de la sala. En el suelo había figurillas de barro que representaban a los pentadrianos y circulianos. Parecían juguetes abandonados por un niño. Un niño rico, ya que las figuras eran sumamente elaboradas. Reivan notó que entre los circulianos había siyís. A diferencia de los hombres alados representados con plumas en el mosaico, las figurillas los recreaban con exactitud, hasta el extremo de que incluso los huesos eran visibles entre las membranas de las alas.

—Ya viene Nekaun —murmuró una voz desde la entrada.

Todos callaron y se volvieron, expectantes. Cuando la Voz Primera entró en la habitación, muchas manos trazaron el símbolo de la estrella en el aire. En su rostro había una expresión extraña, pero desapareció en el momento del saludo. Miró a distintas personas a los ojos, asintiendo.

—Disculpad la tardanza —dijo—. Me ha retenido otro asunto. —Se acercó al borde del mapa y dirigió la vista hacia las figuras de los circulianos—. ¿Es en esa zona donde está el enemigo?

—Según nuestros espías —respondió el Servidor Devoto Meroen. El hombre estaba apenas en la treintena, pero durante la guerra anterior ya había demostrado ser un estratega inteligente.

Nekaun rodeó el mapa seguido por varios pares de ojos. Reivan oyó el resoplido apenas audible de Imenja y adivinó lo que su patrona estaba pensando: la Voz Primera no necesitaba dar vueltas alrededor del mapa; sencillamente le gustaba ser el centro de atención.

—¿Ha respondido a mi mensaje el emperador de Sennon? —preguntó Nekaun, dirigiéndose a Vervel.

La Voz Tercera meneó la cabeza.

—No.

«Nekaun debe de estar al corriente —pensó Reivan—, pero probablemente lo ha preguntado para que se enteren los demás». La Voz Primera inclinó la cabeza afirmativamente y observó la habitación.

—¿Se le ocurre a alguien alguna manera de hacerle cambiar de opinión?

Al comprobar que nadie respondía, Nekaun arrugó el entrecejo y devolvió la vista a las figurillas blancas.

—¿Con cuántas tropas cuentan los circulianos?

Varias personas empezaron a hablar. Meroen dijo que hasta el momento se habían desplegado miles, y los demás debatieron cuántas almas más podrían unírseles. Los dunwayanos aún no habían sido movilizados. Luego estaba la duda de si los sennenses combatirían o se mantendrían al margen excepto para permitir el paso del ejército circuliano.

—Esta vez hay menos siyís —añadió.

—¿A qué velocidad avanza el ejército circuliano? —Quiso saber Nekaun—. ¿Cuándo llegarán al istmo?

—A buen paso; si no topan con ninguna tormenta de arena, tardarán un ciclo de luna —dijo Shar—. Están atravesando el desierto, así que tienen que llevar víveres consigo. El pueblo de Diamyane no puede sustentarlos, de modo que lo más seguro es que estén transportando provisiones desde el norte.

—Así que atacaremos sus caravanas de suministro.

—O sus barcos.

Nekaun sonrió.

—Puede que nuestros amigos elay nos sean útiles después de todo. —Se volvió hacia Imenja—. ¿Han respondido a nuestra solicitud?

—Dudo que la hayan recibido aún —respondió ella.

Nekaun miró alrededor.

—¿Cuáles son nuestros puntos fuertes y débiles?

—Casi no tenemos puntos débiles —afirmó Vervel—. El istmo es una barrera eficaz. El ejército circuliano no podrá cruzarlo en masa. Tenemos provisiones de sobra y combatimos en terreno propio. No nos costará mucho reunir un ejército de proporciones similares. Nuestras flotas no tienen nada que envidiarles, y nuestras tropas están mejor entrenadas.

El Servidor Devoto Meroen meneó la cabeza.

—¿Por qué nos atacan si no tienen ninguna ventaja evidente?

—Puede que confiaran en la ayuda de Auraya —dijo Shar.

Nekaun sonrió.

—Tal vez. Pero no la tendrán.

—¿Se volverán en cuanto descubran que la hemos capturado? —preguntó Genza.

Se oyeron varias respuestas.

—Lo más probable es que ya lo sepan.

—Si no lo saben, debemos asegurarnos de que se enteren.

—Enviémosles su cadáver.

Nekaun seguía sonriendo, pero de modo distraído. Era la misma expresión extraña con la que había llegado. Por alguna razón, a Reivan le produjo un escalofrío. Había algo desagradable en su sonrisa.

—El paso frenará el avance de los circulianos —dijo Meroen, alzando la voz para que lo oyeran todos—. Pero recordad: el istmo también es una barrera para nosotros. Existe el riesgo de que el conflicto se prolongue. No habrá nadie para recoger las cosechas, los comerciantes no podrán atracar, y las Voces no podrán abandonar el istmo por temor a que los Blancos aprovechen su ausencia.

La habitación se sumió en el silencio. Nekaun se volvió hacia Meroen con el ceño fruncido y luego miró a los demás.

—Entonces ¿qué debemos hacer para evitar que la situación se empantane?

Se reanudó la conversación.

—Podríamos ocultar nuestro ejército tras las montañas de Sennon —sugirió un Pensador—. Así, cuando lleguen a Diamyane, los atacaríamos desde todas las direcciones, empujándolos al mar.

—Nos verían los exploradores siyís.

—Y perderíamos nuestra ventaja principal —dijo Nekaun en voz baja—. El istmo. No. Dejemos que se concentren en Diamyane. Cortaremos sus líneas de suministro. Que se mueran de hambre un poco antes de que los aplastemos.

Volvió a sonreír, y durante un momento sus ojos se perdieron en algún punto distante. Reivan se estremeció y apartó la mirada. Cuando se volvió, notó que él la estaba observando. Nekaun solo estaba anticipando la victoria. Resultaba inquietante ver la sed de sangre en los ojos del hombre con el que había compartido la cama. Tendría que haberlo hecho más excitante, poderoso, peligroso.

Pero no era así.

Cuando él se volvió, su expresión había cambiado, y ella experimentó una sensación de indiferencia.

A menos que lo hubiera imaginado —y sabía que no era el caso—, la de él había sido una expresión de desprecio escasamente disimulado.