50

La figura resplandeciente de Chaia desplazó la mirada de Auraya a Juran. Sus labios se movieron, pero ella no alcanzó a captar sus palabras.

«Claro —pensó—. No lo oigo porque nos separa un vacío. Solo puede comunicarse por medio de la mente… y no ha podido conectarse con la mía desde que aprendí a ocultarla. O se apodera de otra, o tendré que desactivar mi escudo mental».

En ese momento Juran asintió y miró hacia arriba.

—Chaia te pide que bajes y hables con nosotros —dijo, arrugando el entrecejo—. Quiere saber por qué has hecho… lo que sea que hayas hecho.

Auraya reflexionó, consciente de que los Blancos y las Voces la observaban. Se estremeció al ver a Nekaun. Quería alejarse lo más posible de él.

Pero era necesario que los Blancos supieran la verdad. Aunque no la creyeran.

«¿Pueden hacerme daño las Voces o los dioses? Podrían atacarme, pero para ello tendrían que consumir la magia que hay alrededor del vacío. Los dioses no querrán que se gaste ni una gota. Ya están absorbiendo energía solo para hacerse visibles. Cuando se acabe, dejarán de existir».

Respiró hondo y, tras invocar magia para reforzar su barrera y para no caerse al pasar a través del vacío, descendió al suelo.

Chaia se volvió hacia ella. Auraya seguiría sin poder oírlo a menos que retirara la barrera que envolvía su mente. No había nada más que ocultarles que no supieran ya. Miró a los Blancos y a las Voces y, para su sorpresa, descubrió que podía leerles la mente. Eso significaba que habían perdido los dones que las deidades les habían conferido. Ya no podían escrutar el pensamiento de nadie.

No obstante, descorrer el velo supuso para ella un esfuerzo consciente. Tan pronto como lo hizo, Chaia le habló.

:Una vez más, te hemos subestimado, Auraya. Tú y tus amigos inmortales nos tenéis atrapados. Al menos explícanos por qué.

—¿Por qué? —repitió ella con un acceso de rabia—. Ya sabes por qué. Supongo que creías que estabas poniendo fin a mis sufrimientos cuando me dijiste que podía escapar del Santuario si me convertía en una diosa.

Él frunció el ceño.

:Nunca te propuse que te convirtieras en una deidad. No me habría gustado verte confinada a una existencia como la nuestra. Habría sido una prisión para ti.

—Entonces ¿por qué me explicaste cómo…? —Una duda la asaltó. ¿Realmente le había sugerido él que lo hiciera? Ese día ella se encontraba muy enferma. ¿Acaso lo había soñado?—. Me dijiste que preferías que me convirtiera en diosa a que muriese. Que llevarte mi alma no sería lo mismo. —Se rio amargamente—. Pues bien, puesto que Huan reconoció que no recogéis las almas, supongo que tenías razón.

Chaia miró a Huan. Los otros dioses clavaron la vista en la diosa, que se irguió y les sostuvo la mirada, desafiante.

:¿Le revelaste cómo convertirse en deidad? —la acusó Yranna—. ¿Te disfrazaste?

Chaia se volvió de nuevo hacia Auraya.

:¿Pronuncié nuestra palabra clave? ¿Me oíste decir «sombra»?, preguntó.

Ella frunció el entrecejo. Sus recuerdos eran demasiado borrosos.

—No estoy segura —admitió—. Me encontraba muy mal. Me costaba pensar.

Huan se rio.

:Sí, no fue difícil engañarte.

Auraya levantó los ojos y se estremeció al ver la expresión de júbilo de la diosa.

:¿De modo que lo admites?, preguntó Chaia a Huan.

La diosa lo fulminó con la mirada y permaneció en silencio.

:¿Quién más podría haber sido? —dijo Lore con acritud—. Ninguno de nosotros ha roto las reglas con la misma frecuencia que Huan.

:¡Reglas! ¡Las reglas eran aplicables al juego, no a las amenazas a nuestra existencia! —rugió Huan—. Si hubieras hecho caso de mis advertencias sobre ella —añadió, señalando a Auraya—, esto no habría pasado.

Chaia forzó una sonrisa.

:Todos nos hemos habituado a no hacerte caso cuando sueltas tus sartas de estupideces paranoicas. «¡Los inmortales se pueden convertir en dioses! ¡Si lo consiguen, nos matarán a todos! ¡Auraya es un peligro!».

:Evidentemente Huan estaba en lo cierto, alegó Lore.

Todos se quedaron callados. Al cabo de un rato, Juran dio un resoplido.

—No lo entiendo. ¿Qué ha ocurrido?

:Los indómitos nos han hecho lo que hace muchos siglos les hicimos nosotros a los otros dioses —le explicó Lore—. Han extraído toda la magia del espacio que nos rodea y nos han encerrado en un pequeño oasis del que no podemos salir.

:Hasta que la magia vuelva a llenar el vacío —agregó Yranna en voz baja—. Dentro de miles de años.

Juran se volvió hacia Auraya.

—¿Los has ayudado a hacer esto?

Ella reunió valor para mirarlo.

—Sí.

—¿Por qué?

—Porque nos mintieron. No recogen las almas. Juegan con nosotros como si…

Una risotada ahogó sus palabras. Todas las miradas se fijaron en Nekaun.

—¿Has aprisionado a tus propios dioses? —Meneó la cabeza—. ¿Cómo puedo recompensarte por ello? ¿Con oro? ¿Con tierras? ¿Ofreciéndote un lugar a mi lado?

A Auraya se le erizó la piel. Al menos revelarle a él la mala noticia supondría una satisfacción para ella.

—Los dioses circulianos y los pentadrianos son los mismos —aseveró—. Todos han estado representando dos papeles. —Posó la vista en Chaia y luego en cada uno de los Blancos y las Voces—. Todo esto es un juego para ellos. Y vosotros sois las piezas. Las bajas sufridas en esta guerra y en la anterior no son más que puntos anotados por un bando contra el otro. Simplemente puntos, no personas de verdad, con familia y amigos. No…

—No son los mismos —espetó Nekaun con el rostro encendido de rabia—. Mis dioses no se les parecen en nada. Ni siquiera tienen las mismas voces.

:Lo que dice Auraya es verdad, declaró Chaia. Empezó a transformarse y, de pronto, apareció Sheyr. Las Voces lo contemplaron estupefactas.

—¡Es un truco! —exclamó Nekaun.

Auraya se dirigió a él.

—No tardarás en descubrir la verdad. Como ellos han dejado de fortalecer tus dones mágicos, te has vuelto más débil. Ya no puedes leer la mente. Y, desde luego, no eres inmortal.

La ira en la mirada de Nekaun se trocó en incertidumbre. Al volverse, Auraya vio la misma expresión en los rostros de los Blancos.

—Lo… siento —dijo casi sin pensar—. Pero, con los dioses jugando a enfrentaros a unos contra otros, no ibais a sobrevivir durante mucho tiempo de todos modos. Por supuesto, si continuáis con esta guerra, tampoco tendréis muchas probabilidades de seguir con vida. —Hizo un mohín—. Es algo que debéis decidir vosotros. No os ayudaré ni os estorbaré.

Juran apartó la vista de Auraya para fijarla en Chaia.

—¿Es eso cierto?

:Sí.

Alguien profirió un grito de cólera. Todos se volvieron hacia la nueva Blanca, Elareen, que miraba a Auraya, lívida de rabia.

—¡Traidora! —bramó—. ¡No mereces vivir!

Hizo un ademán violento, y de su mano salió despedido un haz de luz que se estrelló contra la barrera de Auraya.

:¡NO! ¡NO HAGAS ESO!, gritaron los dioses al unísono. Yranna se acercó a Elar.

:Necesitamos esa magia que has gastado para sobrevivir, Elareen. ¿Nos matarías para vengarnos?

Elareen miró a la diosa con los ojos desorbitados y sacudió la cabeza. Retrocedió un paso y alzó la vista hacia Auraya, con los párpados entornados por el odio.

En aquel momento, otro ataque golpeó la barrera de Auraya, seguido de una carcajada demencial. Tanto las deidades como las personas se volvieron hacia la fuente, entre protestas y gritos ahogados. Riendo de nuevo, Nekaun lanzó otra descarga contra Juran.

—¡Estúpidos! —dijo—. ¡Acabáis de revelarme cómo matar a vuestros propios dioses!

Chaia adoptó la forma de Sheyr.

:¡NO SIGAS!, le ordenó.

Nekaun soltó otra risotada.

—No me vas a engañar otra vez. Supongo que fuiste tú quien impidió que me divirtiera un poco con Auraya. Pues bien…

De pronto, trastabilló hacia atrás con expresión de sorpresa. El escalofrío que había empezado a bajarle a Auraya por la espalda al oír sus palabras se desvaneció en cuanto se percató de que las otras Voces arrastraban a Nekaun hacia ellas por medio de la magia. Era evidente que él se resistía, pero en vano. La Voz Primera se estremeció, como si hubiera recibido un golpe en la cara, y cayó al suelo, inconsciente.

Todas las Voces esbozaron una sonrisa de satisfacción. Se produjo un silencio, y Juran se volvió hacia Chaia.

—Sin vuestra orientación, ¿qué será de los mortales? ¿Qué hemos de hacer para no caer en el caos y la anarquía?

Auraya sintió una punzada de afecto por él.

—Mientras haya buenos líderes como tú, Juran, a los mortales les irá bien.

Chaia sonrió.

:Tiene razón.

—¿Y cuando muera? —preguntó Juran, angustiado.

:El digno sustituto que elijas te relevará.

:El sustituto que elijamos nosotros —le corrigió Huan, inclinándose hacia delante para mirar a Chaia. Se volvió hacia los Blancos y las Voces—. Vuestros dioses no están muertos. ¡Estamos vivos! Erigiréis un templo aquí. Vendréis para consultarnos sobre la gobernanza de vuestras tierras.

Chaia sacudió la cabeza.

:El problema de las guerras es que sobreviven a ellas los más poderosos y despiadados. No resulta muy agradable su compañía.

Huan le dedicó una mirada desdeñosa.

:Vosotros también habéis sobrevivido —dijo, dirigiéndose a las Voces y a los Blancos—. Debéis dar comienzo a una nueva era de cooperación. Construiréis un templo aquí y nombraréis sacerdotes para que nos sirvan. Dejaréis aquí a vuestros hechiceros más poderosos con el fin de que monten guardia hasta…

Auraya dejó de escucharla cuando Chaia la miró.

:Es una insensata —dijo él—. Si uno de tus amigos no vuelve para acabar con nosotros, tarde o temprano pereceremos de cualquier modo. No necesitamos mucha magia para permanecer con vida. Incluso es posible que vivamos lo suficiente para escapar de este lugar, pero para entonces habremos perdido la razón. Casi todos los dioses a los que aislamos dentro de vacíos acabaron por enloquecer, Auraya. Necesitamos a los mortales para establecer una conexión con el mundo físico.

A Auraya le entraron remordimientos.

—Lamento haber desconfiado de ti. Tendría que haberme dado cuenta de que no eras tú. Pero no pierdas la esperanza. Los mortales vendrán. Levantarán el templo que exige Huan. Evitarán que te vuelvas loco.

Él asintió.

:Sí. ¿Lo harás tú también?

Tras vacilar por unos instantes, ella inclinó la cabeza afirmativamente.

—Lo haré por ti.

Chaia sonrió.

:Es bueno saberlo. Si no fuera por Huan, te pediría que me lo prometieras. Pero ambos sabemos que Huan seguirá buscando la manera de matarte, incluso desde el vacío. En cuanto a mí, hace un milenio que empecé a cansarme de ser un dios incorpóreo. Preferiría no existir que pasar otro milenio atrapado aquí a su lado.

A Auraya le dio un vuelco el corazón. Empezaba a abrigar una terrible sospecha.

—No hables como si te estuvieras muriendo, Chaia. Buscaré la manera de volver a llenar el vacío. Tiene que haber una forma.

Chaia extendió un brazo y le acarició la mejilla con un tacto a la vez extraño y familiar.

:Adelante, Auraya. Será bueno que lo hagas. Y nunca pongas en práctica el conocimiento que te transmitió Huan. Ser un dios no es tan glorioso como queremos que crean los mortales. He hecho cosas terribles, pero no me arrepiento de haberte protegido y ayudado a desarrollar tus aptitudes. Adiós, Auraya.

Chaia se apartó. Confundida, ella se fijó en la magia que los rodeaba y supuso que se estaba reduciendo casi hasta agotarse. Pero la que quedaba era más que suficiente para mantener con vida a Chaia y a las otras deidades.

Finalmente comprendió lo que él estaba a punto de hacer.

—¡Chaia, no!

Una luz resplandeciente la cegó. Aunque no podía ver a los dioses, aún percibía su presencia. Noto que desaparecían uno tras otro, Huan sin poder terminar la frase que había empezado. El último en desvanecerse fue Chaia, pero no antes de que ella oyera sus últimas tres palabras.

:No me olvides.