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Los dolores en sus hombros se habían convertido en un martirio, y sus manos habían perdido hacía tiempo toda sensibilidad. Auraya abrió los ojos y enderezó a duras penas las piernas. Sus rodillas crujieron, y sus muslos empezaron a temblar.
«Esto no es bueno —pensó—. Estoy cada vez más débil. Debo ejercitarme». Flexionó los músculos y trasladó el peso de una pierna a la otra. Cuando sus manos empezaron a recuperar el tacto, sintió como si mil agujas le perforaran la piel. «Lo que daría por una cama…».
De pronto, el dolor se multiplicó por diez cuando algo le rozó el brazo. Auraya jadeó y levantó la vista, luego volvió a resollar sorprendida al ver dos ojos mirándola de cerca.
—¡Travesuras!
El viz estaba en el respaldo del trono, inclinándose sobre ella. Se dejó caer, y ella hizo un gesto de dolor cuando se posó sobre su hombro desnudo.
—¿Qué haces aquí? —susurró ella—. Te dije que te quedaras con la amable criada.
—Ohuaya —dijo él, haciéndole cosquillas en la oreja con sus bigotes—. Hombe malo. Pesigue.
Irradiaba temor y agitación. Auraya se concentró en los pensamientos del animalillo y captó varios recuerdos. Un hombre al que Travesuras reconocía, porque había pasado mucho tiempo con Auraya. Unos gritos. Unas descargas de magia esquivadas por el viz, que huía.
—Nekaun —musitó Auraya—. Intentó matarte. —Envió al viz un sentimiento de cariño y orgullo—. Eres muy listo, Travesuras.
Él le dio un golpecito en la oreja.
—Rasca.
—No puedo —le dijo ella y tiró de las cadenas para demostrárselo—. Auraya está encadenada.
—Suelta Ohuaya —dijo él con decisión. Subió por su brazo y olfateó las manillas. Ella abrigó una esperanza y se volvió hacia los guardias. Parecían absortos en una conversación. Travesuras agitó los bigotes y de pronto bajó las orejas. Ella percibió su confusión y súbitamente cayó en la cuenta.
—No hay magia —le explicó—. Aquí no hay magia. Por eso no puedes abrir las manillas.
El viz no comprendió. Saltó al respaldo del trono y se agazapó en un extremo. Tenía los pelos de punta, y ella notó que estaba profundamente inquieto.
Como no podía decirle nada para tranquilizarlo, prefirió no hablar. Exhaló un suspiro, cerró los ojos y proyectó sus sentidos hacia el mundo.
Tenía por costumbre explorar los pensamientos de los dos Servidores que montaban guardia. Estaban en medio de una discusión sobre las dos ocasiones en que Sheyr había poseído a mortales y entrado en la cripta. No se les había pasado por la cabeza la posibilidad de que la deidad pudiera no haber sido quien se suponía que era. No sabían que uno de los hombres había enloquecido y el otro despertaba gritando varias veces por la noche. Ella lo sabía porque había escrutado sus mentes.
Abandonó a los dos centinelas y exploró los pensamientos de otros Servidores. Sus mentes estaban ocupadas con sus tareas diarias, agravios sin importancia, cotilleos, amigos y familiares, y la guerra. Buscó en ellos algo que fuera inusual. El nombre de Nekaun atrajo su atención varias veces. Unas cuantas mujeres, Servidoras y criadas, se sentían incómodas con las visitas de la Voz Primera a sus dormitorios. Auraya se abstuvo de indagar en estos recuerdos, luego topó con la criada que había estado cuidando de Travesuras. Se animó al descubrir que la mujer estaba alterada, tanto por el intento de Nekaun de matar al viz como por el hecho de que el animalillo no había vuelto.
Auraya abandonó el Santuario y revoloteó por las mentes de los ciudadanos de Glymma. Sus pensamientos giraban en torno a las preocupaciones habituales: trabajo, familia, amor, hambre, comida, ambición, dolor y placer. También la guerra estaba presente en todos.
El día anterior había conseguido rebasar los límites de la ciudad y escudriñar mentes en las aldeas ribereñas. Ahora extendió sus sentidos en una dirección distinta. El número de personas era menor, lo que apenas la sorprendió, ya que todos parecían estar rodeados por la arena del desierto. La mayoría estaba pendiente de utilizar sus habilidades mágicas y físicas para mover cierto tipo de vehículo. Miró más de cerca y poco a poco cayó en la cuenta de que eran veleros impulsados por el viento que se deslizaban por las arenas del desierto.
«Parece divertido», pensó.
:¡Auraya!
Al oír su nombre, se sumió automáticamente en un trance onírico.
:¿Mirar?
:¿Cómo estás?
:Cansada. Dolorida. Nekaun intentó matar a Travesuras. Ahora el viz está aquí conmigo.
:El muy bastardo. Es una lástima que esta gente esté gobernada por semejante hombre. Los demás parecen mucho más decentes.
:¿Incluso Shar, el que utilizó a su vorán para matar gente inocente en Toren?
:Bueno…, casi no he tenido oportunidad de hablar con él. En cualquier caso, tengo algo que decirte. Los demás inmortales han decidido que lo debes saber.
:¿Los demás inmortales?
:Sí. Emerahl y unos cuantos más que consiguieron evitar que los mataran los Blancos.
:¿Emerahl?
:La mujer que te enseñó a ocultar la mente.
:¡Oh! ¡Jade!
:Sí. Jade. Emerahl. La Arpía. —Hizo una pausa—. Están muy preocupados por ti y han estado ayudándome a buscar la manera de liberarte.
:¿De verdad? ¿A pesar de que soy una Blanca?
:Ya no eres una Blanca, Auraya.
:Oh, es verdad. Pero aun así. Soy una aliada de los dioses y todo eso.
:¿Seguro que estás bien?
:Sí. Solo estoy cansada. ¿Qué quieren transmitirme esos indómitos?
:Solo te puedo decir lo que consideran que se te puede confiar, le advirtió él.
Ella se esforzó por entender.
:¿Así que hay cosas que no están dispuestos a contarme porque no confían en mí?
:Sí.
:¿Y tú estás de acuerdo?
:Digamos que en realidad sé qué secretos puedes soportar y cuáles no.
Ella consideró sus palabras y se sintió agradecida por su actitud. «Me quiere contar algo, pero no me quiere poner en una situación difícil».
:Entonces ¿cuáles son los secretos que me puedes confiar?
:Hay una historia detrás. No puedo nombrar a todas las personas involucradas, pero, puesto que ya conoces a Emerahl, puedo describirte su parte en la historia sin desvelar ningún enigma.
Le explicó brevemente los rumores acerca de un pergamino que contenía los secretos de los dioses y le dijo que Emerahl lo había encontrado.
:¿Esa es la misión que tuvo que retrasar para instruirme?
:Sí. Ese manuscrito fue obra del último sacerdote de Sorli… —A continuación, le relató la historia del diamante—. Había seis dioses al final de la guerra —le dijo—. Sorli se quitó la vida después de preservar los secretos de los dioses para que otros los encontraran.
:¿Y los habéis encontrado?
:Sí, los halló Emerahl. Y los descifró. Esto es lo que los demás me han autorizado a decirte: todos los dioses nacieron mortales, se hicieron inmortales como nosotros y luego se transformaron en dioses.
:¿Antes fueron indómitos?
:Sí. Y antes fueron mortales comunes y corrientes, dotados y con poderes. Pero hay más. Esto no te va a gustar. No creo que le pueda gustar a nadie. Desde luego, a los dioses no les haría ninguna gracia que lo supieran los demás. Podría…
:Venga, Mirar. Dilo.
:Los dioses solo pueden estar en un lugar al mismo tiempo y ningún dios puede existir donde no hay magia.
:Eso ya lo sé.
:Pero apostaría a que no sabes esto: los dioses no se llevan las almas de los muertos. Es una mentira que han venido utilizando durante milenios para asegurarse la obediencia de los mortales.
La curiosidad de Auraya se tornó en incredulidad.
:Eso no puede ser verdad. No lo creo.
:No quieres creerlo. Son las palabras de la propia Sorli, la sexta deidad, la que ayudó al Círculo a matar a todos los otros dioses. ¿Cuáles son sus palabras exactas? «Ningún dios recoge ni preserva las almas de los mortales muertos».
:Mentía. Probablemente estaba loca. Después de todo, se quitó la vida. Es posible que ni siquiera haya existido y que esto no sea más que una venganza de alguien, hace muchos siglos, contra los dioses.
:No lo crees porque no quieres creerlo. Y apenas te puedo culpar de ello. Yo…
:No, eres tú el que se lo cree porque quiere. Encaja a la perfección con tu visión del mundo, Mirar. Todo esto ¿no te parece sospechoso? Si quisiera engañarte, lo haría precisamente de esta manera: decirte lo que quieres oír de modo que no cuestiones lo que hay detrás. —Se le ocurrió algo desagradable y guardó silencio—. ¿Qué hay detrás?
:Eso es algo que no te puedo contar.
:Entonces… ten cuidado. Si es un truco, eso que no puedes contar podría ser la trampa.
Él se tomó un tiempo antes de responder.
:Lo tendré en cuenta. Hay otra cosa que, creo, te puedo decir.
:¿Qué?
:Cada vacío es el resultado del asesinato de un dios.
A Auraya la invadió una mezcla de alarma y entusiasmo.
:¿Explica el pergamino cómo se mataron los dioses unos a otros?
Él guardó silencio.
:¿Hay algún dios al que quieres matar?, preguntó Mirar finalmente.
:Tal vez.
:¿A quién? ¡Ah! A los pentadrianos, por supuesto. ¿Te han hecho algo?
:Me han encerrado en un vacío.
:Un deseo de venganza razonable, aunque algo personal, concedió él.
:Y conminaron a su pueblo a invadir Ithania del Norte, añadió ella.
:Sí, eso no fue muy considerado de su parte.
:Supongo que me vas a decir que los dioses circulianos han hecho cosas peores.
:Podría. Pero no lo voy a hacer. ¿De modo que no abrigas ningún sentimiento de venganza contra ellos?
:Solo un poco. Me parece justo que si Huan me quiere ver muerta yo le desee lo mismo.
:Es bastante razo… Espera. ¿Huan te quiere ver muerta?
:¿Por qué te sorprendes? Me advertiste de que las deidades intentarían matarme.
:Pero no lo han intentado.
:Chaia no deja de acudir a mi rescate. Bueno, en la medida de lo posible teniendo en cuenta que hay «reglas» que se lo impiden. Dice que no me puede liberar.
:¿En serio? Hubiera pensado que ninguno de los dioses circulianos podía entrar en el Santuario sin llamar la atención de las deidades pentadrianas.
:Yo también. —Ella le contó brevemente que Chaia se había hecho pasar por Sheyr en dos ocasiones, aunque sin mencionar por qué—. Él dice que Sheyr no alertará a los pentadrianos sobre lo ocurrido, ya que de hacerlo estaría admitiendo que los dioses circulianos los pueden suplantar.
:Y entonces la próxima vez que aparezca nadie sabrá si es él o no. Debe de resultar muy frustrante para él. Los otros… Ah. Tengo que marcharme, Auraya.
:Hagas lo que hagas, no pongas en peligro tu vida ni la de los tejedores de sueños por mí.
La mente de Mirar se había deslizado fuera de su percepción, y ella no oyó ninguna respuesta.
Suspiró e intentó relajarse, pero no pudo evitar volver a pensar en Mirar.
«Tiene mucha más seguridad en sí mismo que Leiard —pensó—. Aunque Leiard era así cuando estaba en el bosque. Solo se mostraba temeroso en Jarime y cuando había Blancos cerca. Excepto… que no temía nada mientras fuimos amantes. Era más como…».
La revelación fue como una sacudida de energía. Cuando Leiard había sido su amante, se había parecido más a Mirar. Mirar había estado con ella todo el tiempo que había pasado con Leiard, aunque en forma más vaga, medio olvidada.
Quizá era su estado debilitado y vulnerable el que estaba amplificando sus sentimientos, pero de pronto la invadió el anhelo de estar con él…, seguido de un temor igual de intenso.
«Debo tener cuidado —se dijo con desesperación—. Creo que podría enamorarme de cualquiera que me saque de este lugar, y nunca sabré si es real».
Durante los últimos días, el ejército dunwayano se había abierto paso entre las Montañas Huecas, a la derecha, y el mar, a la izquierda. El camino era una sucesión de curvas moderadas, el tiempo era apacible y el mar aportaba al aire un punto de frescor. El bosque de Dunway dio paso a un terreno rocoso cubierto de briznas de hierba y de arbustos, y árboles mecidos por el viento.
La escasez de la vegetación permitía vislumbrar con frecuencia fragmentos de arena blanca y aguas azules. Cada vez que veía una extensión de playa aparentemente idílica, Danyin se llevaba una decepción teñida de melancolía. Apenas podía detenerse para disfrutar de la belleza del paisaje; formaba parte de un ejército, y dicho ejército marchaba inexorablemente al encuentro de otro.
Los comerciantes que llevaban mercancías a Dunway utilizaban en ocasiones ese camino, pero la mayor parte del año el tiempo favorecía la navegación. De vez en cuando, I-Portak echaba un vistazo al horizonte en busca de sus propios barcos. Después de varios siglos de paz en Ithania del Norte, solo los dunwayanos mantenían una armada y entrenaban a sus combatientes en el arte de la guerra marítima. Según los espías, los pentadrianos contaban con una pequeña flota y destreza suficiente para manejarla. Durante la guerra anterior, Danyin había preguntado a Lanren Rapsoda, el asesor de guerra de los Blancos, por qué los pentadrianos no habían navegado hasta Jarime en lugar de cruzar las montañas. El hombre le había explicado que el largo camino alrededor de las costas occidentales del continente habría sido lento debido a los vientos, que soplaban en contra, y que el lado oriental estaba protegido por la armada dunwayana. La flota de Dunway habría estado encantada de usar al enemigo para poner en práctica sus habilidades.
Sin embargo, nada impedía a los dunwayanos navegar hacia el sur. Sobre todo ahora que Sennon se había aliado con los circulianos. La armada dunwayana debía encontrarse con el resto del ejército en Karienne, la capital de Sennon, y defender a los navíos que proporcionaban suministros a las tropas que se dirigían al istmo de Grya, al sur.
«Pero primero debemos llegar a Karienne —pensó Danyin—. Al otro extremo del desierto de Sennon. Y confiar en que Sennon nos suministre suficiente agua para evitar que un ejército entero muera de sed».
El terreno era cada vez más seco. Tras hacer memoria, Danyin reparó en que había pasado al menos un día entero desde la última vez que había visto un árbol más alto que un hombre. Las matas de hierba eran más bajas y ralas. El suelo era tan árido y polvoriento que podría haber pasado por arena. Miró por encima de Elar y de I-Portak, y vio a los portadores de agua recorriendo de un extremo a otro la columna de tropas e inclinando sus grandes recipientes de piel para llenar los cuencos de los guerreros sedientos. Durante las siguientes semanas aumentaría la demanda de sus servicios.
I-Portak se acomodó en su asiento. Danyin se volvió hacia Elar y notó que su expresión era resuelta. Ambos miraban por encima de su hombro. El platén se inclinó, y Danyin reparó en que acababan de remontar una cresta y descendían abruptamente.
—Empieza el desierto —murmuró I-Portak.
Al igual que los demás asesores, Danyin se volvió. Un paisaje tenue y plano se extendía frente a ellos. Solo las ondas de las dunas perturbaban la superficie. A partir de allí, el camino continuaba recto, cual lanza dunwayana, hasta perderse de vista. En el horizonte, jirones de arena o polvo ascendían hacia el cielo en espiral. Una tormenta de viento, tal vez. Danyin había oído hablar de tormentas del desierto tan violentas que desollaban a los viajeros o los enterraban vivos.
—Ese es el ejército —oyó decir a Elar—. Avanzan a buen paso.
Danyin se tranquilizó; no era una tormenta, sino los circulianos.
—Les daremos alcance esta noche —añadió I-Portak—. O antes, si hace falta.
Al volverse, a Danyin le alivió comprobar que Elar meneaba la cabeza.
—Esta noche será suficiente. No nos exijamos más de lo necesario antes de tiempo. —Sus hombros se alzaron y cayeron, delatando un suspiro. Danyin reprimió una sonrisa.
Estaba resultando un recorrido aburrido. Si bien Elar había pasado buena parte del viaje a Dram atenta a la mente del criado fugitivo, había «emergido» con la frecuencia necesaria para dar conversación… o para observar a Danyin y a Gillen entretenerse con el juego de fichas. Incluso Yem había sido una compañía más grata que I-Portak y sus asesores.
Elar se volvió hacia Danyin, y él notó que en el rostro de la Blanca se dibujaba una leve sonrisa. Esta se inclinó hacia delante.
—¿Has traído el tablero de fichas, Danyin?
Él asintió.
—¿Jugamos una partida para llenar el tiempo?
Sorprendido, sacó su bolso de debajo del asiento y luego extrajo el tablero de juego. Abrió como pudo el compartimento y empezó a colocar las fichas en las ranuras. I-Portak lo observaba con gran interés.
No sin cierto bochorno, Danyin descubrió que no podía llegar hasta la última ficha. Como siempre, el compartimento no se abría del todo. La pieza estaba en algún lugar en la parte posterior, pero no podía inclinar la caja o sacudirla sin desalojar las fichas que ya había colocado. Metió el dedo hasta el fondo y notó que la pieza estaba atrapada en el intersticio entre la estructura externa y el interior de la caja.
Danyin exhaló un suspiro, colocó las fichas sobre su regazo e intentó sacar la que había quedado enganchada. Cuando cerró el compartimento y lo sacudió, oyó que algo repiqueteaba con fuerza.
«No —pensó de pronto—. Hay dos objetos dentro».
Volvió a abrir la caja y vio que la pieza del juego se había desplazado a la parte frontal. La sacó y volvió a meter la mano.
Aún había algo dentro. Algo un poco ancho para permitir que se abriera el cajón. Algo delicado.
Danyin llevó el objeto hasta el fondo de la caja y lentamente la giró. La pieza se deslizó fuera, y el cajón se abrió por completo. En la palma de su mano había un anillo blanco.
Elar se inclinó hacia delante y lo cogió.
—Es un anillo de sacerdote.
—Sí —dijo él—. Pero ¿cómo ha llegado a mi juego de fichas?
Ella se encogió de hombros y arrugó el entrecejo.
—A menos que… —Entornó los ojos y lo miró con desconfianza—. ¿Qué pasó con el anillo de conexión de Auraya?
Danyin cayó en la cuenta y se avergonzó de golpe. Notó que se le acaloraban las mejillas.
—Yo…, eh…, pues…
—No lo devolviste, ¿verdad?
Él extendió las manos.
—Nadie me lo pidió. Lo dejé a un lado y me olvidé por completo.
—¿Lo pusiste allí dentro? —Elar señaló el juego.
—No. —Danyin miró la caja y frunció el ceño—. Debe de haberlo hecho otra persona. Tal vez alguien que quería que lo encontrara.
Ella volvió a contemplar el anillo.
—¿Alguien que quería que te pusieras en contacto con Auraya?
—No puedo hacer otra cosa con él.
Para su sorpresa, Elar se lo devolvió.
—Póntelo.
—¿Ahora?
—Sí. Quiero saber si funciona.
Para hablar con Auraya… Lo invadió una mezcla de entusiasmo y vacilación. Levantó la vista hacia Elar.
—¿Qué pasará si…? —Se interrumpió y procuró no mirar a I-Portak.
—También llevas mi anillo —señaló Elar—. Podré escuchar todo lo que te diga.
Danyin inspiró profundamente y deslizó el anillo en su dedo. No ocurrió nada. Elar arrugó el entrecejo.
—Llámala —sugirió.
Él se imaginó a Auraya.
:¡Auraya!
Se produjo un silencio. Llamó una y otra vez, preguntándose si ella estaba ignorándolo, si estaba dormida o… —Y se empezó a alarmar ante la idea— muerta.
—Danyin.
Él levantó los ojos. Elar lo observaba con una expresión inescrutable.
—Dámelo.
Él se quitó el anillo y lo depositó sobre la mano extendida de Elar. La Blanca sonrió y deslizó la sortija bajo su cirque.
—Más vale que lo guarde por ahora —dijo.
—¿Creéis que…?
:No sé qué pensar —le dijo Elar—. Prefiero no especular hasta que Juran examine el anillo.
A continuación, Elar se inclinó hacia delante y lanzó una mirada significativa al tablero de juego.
—De aquello ha pasado mucho tiempo, pero solía jugar a un sencillo juego de fichas.
Él esbozó una sonrisa forzada, luego levantó el tablero y empezó a colocar las piezas de nuevo.