Una luz de esperanza
El amanecer los saludó jovial y sin incidentes. Desayunaron racionadamente y los tres aventureros se pusieron en camino hacia la gran torre siguiendo los acantilados. La costa era de una belleza sobrecogedora, más aún si cabía, bajo aquel sol candente en medio de un cielo índigo sin apenas nubes.
Llegaron a la gran puerta de la muralla que rodeaba la torre del faro, pero estaba cerrada y no había forma de acceder al interior. Decidieron escalar el muro. Dejaron sus lanzas, bolsas y capas contra la pared y Komir subió a los hombros de Hartz de un ágil salto. A continuación Kayti se deshizo del yelmo, las hombreras y la parte inferior de su pesada armadura. Con agilidad escaló por encima de ambos Norriel alcanzando la parte superior de la muralla. Desde allí ayudó a trepar a Komir. Finalmente Hartz subió sujetándose al largo arco de guerra de su amigo.
Descendieron al interior cual sigilosos ladrones en medio de un hurto. Al llegar a las puertas de la torre comprobaron que estaban también cerradas. Escalaron hasta la primera ventana de la torre, forzaron la rejilla y se colaron dentro de la grandiosa estructura. Bajaron a la amplia base de la torre y se encontraron con una sobria estancia presidida por dos largas mesas de pino escoltadas por ocho sillas cada una. Era una estancia militar y las comodidades eran inexistentes. Contra las cuatro paredes, apoyados en estantes armeros, se encontraba perfectamente almacenado un verdadero arsenal. Lanzas, espadas, escudos, arcos y flechas. Todo perfectamente mantenido, sin duda para pertrechar a todo un regimiento.
—Magnifico arsenal el que tienen aquí guardado —señaló Hartz.
—Para tiempos de guerra, imagino —repuso Kayti—. Esta torre debe usarse para prevenir ataques a la ciudad desde el norte y vigilar posibles flotas enemigas.
—Subamos hasta el fuego en la parte superior —sugirió Komir con algo de delatadora impaciencia en la voz.
Los tres subieron la interminable escalera espiral de madera sin detenerse en los pisos intermedios que servían para alojar arqueros.
Un moribundo fuego ardía en un inmenso brasero alimentado por grandes troncos de leña que habían sido apilados y almacenados con mucho cuidado en la antesala. En el gran brasero ya solo quedaban algunas brasas incandescentes que se resistían a morir ante la falta de más combustible que devorar. La vista desde aquella altura era absolutamente espectacular, cortaba la respiración. Leguas y leguas del hermosísimo océano índigo a un lado e infinitas llanuras de bellísimos paisajes compuestos de verdes prados y pequeños bosques al otro. La ciudad de Ocorum se alzaba algo más al sur, con su puerto mercante en plena ebullición. Decenas de embarcaciones comerciales entraban y salían de la gran dársena y desde aquella distancia eran como diminutas cáscaras de nuez apenas avanzando sobre un riachuelo sin corriente. Rodeada de una alta y sobria muralla, la gran ciudad parecía estar al alcance de los dedos desde aquella altura.
—¿Y ahora qué? —preguntó Kayti—. ¿Qué hacemos?
—No lo sé, realmente… Este es el lugar correcto, de eso estoy seguro, he reconocido de inmediato el faro y los acantilados que me mostró Amtoko en el ritual. Según ella las imágenes mostraban mi destino o el del medallón de mi madre, el lugar al que el medallón deseaba volver…
—Deduzco que la tal Amtoko debe ser una mística pero ¿por qué va a querer un medallón regresar a este faro? —preguntó Kayti extrañada—. ¿Es que acaso ese objeto tiene voluntad propia, alguna forma de existencia, de vida…?
—Amtoko es más bien una bruja… al menos eso diría yo… —comentó Hartz receloso—. De todas formas yo no creo que ese medallón, por muy bonito que sea, tenga voluntad propia y mucho menos vida. Pero quizás sí que está embrujado. Y eso no me hace ninguna gracia aunque fuera de tu madre…
—Todo lo que sé es lo que me mostró Amtoko: este faro. Dijo que podía ser el origen del medallón, quizás incluso su destino final.
—Bueno, no seré yo quien contradiga a vuestra bruja Norriel. Y ¿qué secreto buscamos aquí entonces? —inquirió Kayti.
Hartz se encogió de hombros.
—Buscamos alguna pista, un documento, un objeto, cualquier cosa extraña, algo que nos pueda dar alguna indicación de por qué el medallón apunta en esta dirección y qué relación tiene eso conmigo y con la muerte de mis padres —concluyó Komir.
—No lo comprendo del todo… pero en cualquier caso, abriré bien los ojos a ver si hay suerte —añadió Kayti.
—La habrá —aseguró Komir.
—¿Podría ver el medallón, por favor? —pidió la joven Iniciada de la Hermandad.
—¿Para qué? —respondió defensivo Komir.
—Sólo quiero evaluarlo eso es todo, tranquilo —intentó apaciguarlo Kayti.
—Sé lo que quieres comprobar, quieres ver si este medallón es un Objeto de Poder, y si es así intentar obtenerlo para esa Hermandad tuya.
—No hace falta que te pongas tan defensivo, es simplemente que me interesa. Por supuesto que si es un Objeto de Poder me gustaría estudiarlo pero nunca con el fin de quitártelo…
—Mío es y conmigo se queda. ¿O represento yo un peligro para que tu Hermandad intervenga?
—Tranquilízate, Komir, sólo es curiosidad, nada más. No es mi intención en absoluto arrebatártelo.
—Eso espero, pero de momento aléjate de él.
—Como quieras, Komir…
Tras la pequeña trifulca buscaron durante horas sin descanso por toda la inmensa torre pero nada de lo que encontraron les dio la impresión de ser de alguna utilidad o proporcionar pista alguna. La noche se acercaba y no habían conseguido nada. Komir comenzó a dudar de que estuvieran en el lugar correcto y percibía que sus compañeros también dudaban. De repente, se oyó un chirrido agudo en la parte baja de la torre. Aquello lo alarmó. Se quedó inmóvil escuchando atentamente. La puerta de la torre se había abierto y se escuchaban pasos en la lejanía, en la planta más inferior. «¡Maldición alguien viene! Mejor ir arriba con los otros». Komir se encontraba a media torre registrando una estancia y se apresuró a subir las interminables escaleras. Alcanzó a la antesala del brasero donde Hartz aguardaba con mirada inquieta. Le indicó 1, con el dedo índice y Hartz asintió confirmando que sólo era una persona.
Los dos Norriel se situaron a ambos lados de la puerta, la pared a su espalda. Kayti, sigilosamente, se refugió en la sala del gran brasero al fondo. Al cabo de unos interminables momentos de tensa espera una figura atravesó la puerta de la antesala y Hartz, con extrema rapidez, le puso una daga en el cuello mientras sujetaba por la espalda al incauto intruso. Komir alzó amenazador su espada a la cara del inoportuno visitante.
—¡Por la Luz! ¡No me hagáis daño! ¡Por favor! —balbuceó la figura en pura desesperación—. ¡Sólo soy un humilde Sacerdote de la Luz, ni siquiera voy armado!
—¿Qué haces aquí? —preguntó amenazante Komir sin bajar la espada, aún sabiendo que aquel desdichado no representaba ningún peligro.
El asustado sacerdote con voz trémula respondió:
—Soy… soy el encargado de mantener el fuego del gran brasero vivo y ardiendo para... para que el faro alumbre siempre, día y noche.
—¿Un sacerdote se encarga de este trabajo? —interrogó extrañado Hartz todavía manteniendo la daga en el cuello del desdichado hombre de fe al que le temblaban las rodillas.
—Sí... sí. Es responsabilidad del Templo de la Luz en tiempos de paz. En tiempos de guerra… es el ejército quién se encarga de su mantenimiento.
Komir bajó la espada al ver que el sacerdote era inofensivo y Hartz retiró la daga liberándolo para que pudiera moverse y dejar de temblar.
—¡Gracias a la Luz! Menudo sobresalto me habéis dado, casi se me para el corazón del susto. ¿Qué hacéis aquí? ¿Sois ladrones quizás? ¿No sois un poco jóvenes para caminar la senda de la oscuridad? No hay nada de valor que robar a excepción del armamento… y robar al ejército de Rogdon no es una gran idea… —comentó el sacerdote.
—No estamos aquí para robar… y nuestra edad no es de tu incumbencia —respondió Hartz con la cabeza alta y la barbilla al aire, como si el comentario hubiera sido un insulto a su persona.
—Quizás pueda ayudarnos —dijo Kayti apareciendo desde la sala del brasero—. Seguro que conoce este faro mejor que nadie.
—Sí, en efecto joven soldado… eso es cierto, lo conozco muy bien. Llevo años ocupándome de tenerlo siempre encendido y cuidando de que todo este en perfecto estado, realizando cualquier mantenimiento que sea necesario.
Komir sacó el medallón de su madre que le colgaba del cuello bajo la cota de malla y se lo mostró al sacerdote. El hombre de fe, de no más de veintidós años, delgado y de ojos castaños, tenía una mirada inteligente. Llevaba su moreno pelo cortado al ras y vestía un grueso hábito marrón que le cubría de cuello a tobillos. Unas gastadas sandalias de cuero cubrían sus pies.
El sacerdote examinó el medallón con mucho detenimiento.
—Interesante medallón, un trabajo artesanal exquisito, muy antiguo… la piedra preciosa es rarísima, no he visto nunca piedra igual, verdaderamente intrigante… muy especial…
—Buscamos algún documento, objeto o algo oculto que se encuentre en la torre y esté relacionado con este medallón. En estos años, ¿has visto o notado algo extraño, misterioso o incomprensible? ¿Extranjero quizás? —indagó Komir no excesivamente esperanzado, consciente de lo extraña que resultaba su pregunta.
El sacerdote se quedó pensativo un momento y al cabo de un tiempo contestó despacio.
—Existe una extraña inscripción en el segundo sótano, en el subsuelo. Me explico: en la base de la torre, bajo la gran escalera en espiral, hay una trampilla levadiza y conduce a los sótanos de la torre, probablemente no la hayáis visto. Esta oculta bajo una alfombra sobre la que descansan una mesa con dos viejas sillas. Los sótanos son dos niveles subterráneos con provisiones de todo tipo, desde comida a madera para el invierno. En el segundo subnivel, el más profundo, en una pequeña habitación al fondo, unos extraños símbolos están grabados sobre el suelo formando un enigmático círculo. Están cubiertos por la suciedad acumulada por el paso del tiempo, ya que nadie accede a esos sótanos desde hace mucho. Bueno, salvo yo. Los símbolos o runas, no se ven si no se examina con detenimiento el viejo suelo y se retira algún que otro trasto. Los grabados, a mi entender, son grabados en una antiquísima lengua, una lengua extinguida hace ya varios milenios, la lengua de la enigmática Civilización Perdida.
Los Ilenios.
Todos miraron al hombre de fe, sorprendidos.
—¿Civilización Perdida? ¿Te refieres a la milenaria civilización que supuestamente reinó sobre el continente antes del tiempo de los hombres? —preguntó Kayti.
—Efectivamente, señorita… quiero decir… soldado, veo que conoces las leyendas de Tremia, nuestro querido continente. La civilización que existió sobre este continente en tiempos inmemorables y que desapareció completamente casi sin dejar rastro alguno de su dominio, mucho tiempo antes de que los primeros hombres colonizaran las regiones occidentales.
Hartz se rascó la cabeza confundido.
—No quiero parecer ignorante pero en las creencias Norriel no hay referencia alguna a esta civilización de la que hablas… Según nuestras leyendas, los Norriel siempre hemos habitado las tierras altas, desde los albores de los tiempos. Nada sabemos de civilizaciones perdidas.
—No es extraño, sólo se conservan unos pocos testamentos de aquellos primeros colonos de la antigüedad y de los descubrimientos que sobre los Ilenios realizaron al llegar al oeste de Tremia. Según sabemos, encontraron varios monolitos negros de grandes proporciones y pulidas superficies de un material similar al mármol pero desconocido. Una material resplandeciente, y que según cuentan las leyendas, con extrañas atribuciones mágicas…
—Los eruditos de mi reino tienen constancia de monolitos similares, al este del continente, pero se perdieron con el despiadado transcurso de los tiempos. De hecho, muy poco es conocido de la arcana civilización, y mito y realidad se entremezclan —expuso Kayti.
—Aquí en el oeste se han descubierto y salvado algunas inscripciones de un lenguaje simbólico desconocido encontradas en las profundidades de un puñado de recónditas cuevas. Por fortuna, algunos eruditos de aquella época recopilaron en pergaminos lo descubierto y se encuentran hoy en la gran Biblioteca Real de Rilentor. Yo mismo los he estudiado con detenimiento y he visitado algunas de las cuevas donde los símbolos aún persisten ignorando el paso del tiempo. Es una verdadera lástima que la gran mayoría de los vestigios de la Civilización Perdida hayan desaparecido con el tiempo.
—Yo tampoco oí nunca hablar de tal civilización. Desde luego no forma parte de la mitología Norriel. ¿Fueron ellos quienes construyeron esta magnífica torre? —preguntó Komir.
—No, no fueron ellos. La civilización Perdida, los Ilenios, desaparecieron hace más de dos mil años. Esta maravillosa obra arquitectónica fue edificada hace unos trescientos años por Agoste el Sabio, Rey de Rogdon. Uno de los monarcas más cultos con los que hemos sido bendecidos y gran benefactor de las artes y ciencias. Lo erigió como símbolo intelectual y de prosperidad del reino, para disfrute de sus súbditos y envidia de los reinos rivales. En aquella época la capital del reino era Ocorum y no Rilentor. Sin embargo la torre encierra un misterio…
—¿Un misterio dices? ¿Cuál? —se interesó Komir.
—Más que un misterio es un dato poco conocido… El lugar sobre el que se edificó… —aclaró el sacerdote.
—¿Qué tiene de especial? —inquirió Kayti
—La gran torre se edificó sobre uno de los últimos monolitos milenarios. Un misterioso monolito, negro como la noche, reluciente, y de una altura tres veces superior a la de un hombre adulto, un monolito Ilenio. Para las antiguas gentes de esta comarca era sagrado y lo veneraban como si fuera la representación de un dios por poseer supuestos efectos benignos… mágicos…
—¿Y los tenía? Seguro que no, serían paparruchadas —objetó Hartz.
—Dice el saber popular que así era. Que el monolito era capaz de curar enfermedades y males. Sin embargo el Rey Agoste el Sabio, un hombre de fe y de gran intelecto, adelantado a su tiempo, si se me permite decir, decidió acabar con todo símbolo pagano de origen arcaico que el ignorante pueblo adoraba. Su visión era que todas las creencias basadas en supersticiones y no en conocimiento empírico desaparecieran del reino para pasar de ser un pueblo tribal y supersticioso a convertirnos en una monarquía avanzada. Por ello, ordenó destruir el monolito y edificar esta gran torre en su lugar. Un faro cuya luz eterna alumbraría a los hombres y mujeres de Rogdon hacia el conocimiento y el saber, el arte, la ciencia y la cultura. Sin duda fue un visionario, aunque sus métodos fueran completamente erróneos, a mí entender.
—¿Lo destruyó completamente? ¿No quedó ni un vestigio? —indagó Kayti.
—Desgraciadamente lo demolió por completo. Pero una traza ha perdurado: la última referencia, las misteriosas escrituras en el subsuelo. No puedo asegurarlo inequívocamente pero estoy convencido de que la simbología es la de los Ilenios. Llevo tiempo estudiando las pocas trazas que quedan de esta enigmática civilización. Es mi segunda gran pasión, la primera siendo mi vocación de fe, por supuesto. Estoy convencido que tanto el monolito destruido como esas inscripciones están relacionadas con la avanzada civilización que en un pasado muy lejano dominó el continente, desvaneciéndose un día de la faz de la tierra sin explicación alguna o motivo aparente. Un misterio que nadie ha podido resolver —explicó el joven sacerdote lleno de energía como si el tema le fascinara.
—Muy bien, hombre de fe, vayamos entonces a ver esa extraña inscripción que comentas —indicó Komir dando paso al sacerdote y comenzaron el descenso a la base de la torre por la descomunal escalera espiral de madera.
Llegaron al primer sótano y después de apropiarse de algunas provisiones continuaron descendiendo al segundo sótano. La extraña inscripción estaba grabada sobre el suelo tal y como el sacerdote había descrito. Ninguno de los tres podía leer o descifrar la inscripción, ya que la simbología era completamente ininteligible para ellos. La inscripción estaba en un extremo y parecía pertenecer al suelo del sótano, como si se hubiera utilizado la propia roca para construirlo.
—¿Alguna idea de lo que significa, sacerdote? —preguntó Komir.
—Lo siento, llevo años intentando descifrarlo sin éxito —se disculpó el clérigo bajando la cabeza.
Komir, examinó de cerca la arcana inscripción y de súbito sintió una rara emoción, como un suave susurro en su interior. Una apagada y misteriosa voz le murmuraba algo, con un tono casi melancólico, lejano… le llamaba, extendiendo unos etéreos brazos hacia él. Primero suavemente, de forma casi imperceptible, y poco a poco el susurro se fue volviendo más audible, formando un sonido continuado y melódico, como una suave canción. «¿Qué me ocurre, qué está pasando aquí? ¿Qué es este susurro? ¿Pero qué demonios me pasa?». Miró a sus compañeros pero ellos no parecían percibir el sonido proveniente del enigmático círculo dibujado en el suelo. Ajenos, charlaban animadamente sobre la misteriosa civilización perdida. Continuó escuchando, prestando toda su atención. En su mente un concepto comenzó a tomar forma paulatinamente… una llave… la llave para romper el sellado arcano… Inconscientemente se llevó la mano al cuello, donde colgaba…
¡El medallón de su madre!
Se llevó ambas manos al cuello y desabrochó el pesado medallón ovalado mientras sus compañeros lo miraban sin comprender. Sujetando el medallón a una mano por la larga cadena dorada, lo acercó al círculo grabado en el suelo.
Nada sucedió.
Al cabo de unos momentos, la negra gema del medallón emitió un fulgurante destello dorado.
Los símbolos grabados en el suelo respondieron con otro débil destello dorado.
—¡Por el Sol y la Luna! ¡Brujería! —exclamó Hartz sorprendido poniendo su lanza en guardia.
Komir mantuvo el medallón suspendido sobre el círculo y la extraña inscripción empezó a cambiar de color, volviéndose de un color dorado como el oro. Comenzó a brillar con ímpetu y todos observaron magnetizados los deslumbrantes símbolos dorados. Un círculo del mismo tono dorado comenzó a formarse en el suelo alrededor de la inscripción. Un momento más tarde el círculo dorado emitió un cegador destello y se hundió en el suelo con un gran estruendo, creando un paso hacia un más allá, abriendo una puerta hacia algo enigmático y oculto.
—¡Increíble y maravilloso! —exclamó el sacerdote dando un brinco—. ¡El medallón ha activado la inscripción revelando una entrada! Debe de estar imbuido de poder… ¡El medallón debe de ser la llave hacia el mundo de los Ilenios! —irrumpió el sacerdote lleno de excitación ante el evento mágico que acababan de experimentar, al tiempo que echaba un vistazo por el umbral de la mágica puerta que ante ellos se abría en el suelo—. No hay constancia de que exista un tercer nivel de sótano en esta torre… —advirtió calmando algo sus exaltados ánimos.
Kayti fijó sus ojos en el objeto mágico que Komir aun sujetaba en su mano. El joven Norriel se percató y le lanzó una furibunda mirada de inmediato.
La Iniciada de la Hermandad de la Custodia en blanca armadura desvió la mirada y anunció:
—No creo que ese agujero en el suelo conduzca a ningún sótano —opinó mientras apartaba un largo y rizado mechón rojizo de la cara con un gesto involuntario—. No sé qué hay ahí abajo pero estaba sellado por algún poder mágico y lo acabamos de abrir… No sé si es muy prudente que nos adentremos en esa oscuridad sin saber a qué nos enfrentamos.
—Estoy completamente de acuerdo con ella —dijo Hartz cruzándose de brazos y dando un paso hacia atrás—. No le tengo nada de aprecio a la brujería y las artes mágicas y últimamente estamos teniendo demasiados encuentros desagradables con ellas, y no me gusta nada… nada de nada —refunfuñó el gigantón.
—¡Pero no podemos dejar de investigar esta oportunidad! —exclamó el sacerdote con un centelleo de excitación en los ojos—. Quién sabe los testimonios y reliquias que podríamos encontrar ahí abajo. ¡Vestigios de una civilización anterior a la nuestra! Podría ser un descubrimiento de importantísima trascendencia. ¡Podría haber incluso… riquezas! —explotó el hombre de fe que rápidamente realizó el signo de la Luz juntando las palmas de las manos.
—¿Riquezas dices, eh? Eso ya me gusta más… —señaló Hartz.
Komir meditó la exaltación del sacerdote al tiempo que contemplaba aquel medallón de sombrío aspecto. Sombrío… peligroso… Finalmente se lo volvió a colgar del cuello.
—Este medallón sombrío no me inspira ninguna confianza. Lo que nos espera ahí abajo sé que conlleva peligro, por lo tanto no os pediré que me acompañéis, pero yo necesito descubrir qué más hay detrás de todo esto. Tengo que proseguir, no puedo echarme atrás… no puedo. Yo voy a entrar —afirmó Komir con voz estoica.
—No irás a ningún lado sin mí, pequeñín —repuso Hartz—. Yo también bajaré, esperemos que no haya nada mágico ahí abajo. Por la diosa Iram, nuestra madre tierra que nos protege… ¡más vale que no haya nada místico ahí abajo! —renegó entre dientes.
—Si vais contad conmigo también —se presentó voluntaria Kayti dando un paso al frente.
—Pues… adelante entonces… ¡vamos! —animó en voz alta el nervioso sacerdote mientras se apresuraba a coger un par de antorchas que colgaban de las paredes.
Komir, Hartz y Kayti prepararon sus armas y adecuaron la armadura para iniciar la aventura subterránea. Encendieron las antorchas, el sacerdote cogió una y Hartz la otra. Comenzaron el descenso descolgándose por la enigmática puerta. Por último, la pelirroja soldado descendió, el rojizo de sus cabellos desapareció en la oscuridad de la abertura.
Con un gran estruendo, el círculo se selló tras ellos.