Tras el sombrío rastro

 

 

 

El rastro era reciente, no más de seis horas dedujo Lasgol. Agachado, inspeccionaba cuidadosamente todas las huellas y minúsculos rastros alrededor del pequeño fuego que los fugitivos habían preparado para calentarse durante la fría noche.

Se trataba de dos personas: un hombre y una mujer, ambos ágiles, diestros, no muy altos y sin armadura. Los acompañaban dos poderosos caballos con herraduras Rogdanas y alforjas ligeras, con provisiones para subsistir aproximadamente una semana.

«Interesante, muy interesante… » caviló el Guardabosques y Rastreador Real Norghano. Siempre le sorprendía la cantidad de información que se podía llegar a derivar de los rastros que una persona dejaba inadvertidamente. Sobre todo para el adiestrado ojo de un experto explorador y rastreador como era su caso.

Lasgol llevaba una semana persiguiendo a los dos fugitivos, desde el día posterior al inesperado y traumático asesinato del Gran Duque Orten. Aún no podía creer que el Gran Duque hubiera sido asesinado, le parecía algo completamente irreal. El segundo hombre más poderoso del reino, todo un baluarte para la nación, asesinado en su propia alcoba, en su inexpugnable fortaleza. El impacto por la noticia aún no había abandonado su cuerpo.

Recordaba claramente cómo seis días atrás había sido convocado de máxima urgencia a la regia fortaleza del Duque Orten. Para su sorpresa, allí se había reunido con el veterano Capitán Tonarson que se encontraba acompañado del poderoso Conde Volgren. La presencia de este último en la fortaleza desconcertó inicialmente a Lasgol: el Conde, un hombre de gran influencia y poder en la corte del Rey, se encontraba muy lejos de sus dominios. Su condado, uno de los mayores del reino, situado al noroeste de Norghania rivalizaba con el ducado del difunto Gran Duque Orten, hermano del Rey y General Primero de los ejércitos del reino.

La misión que le sería encomendada al llegar a la fortaleza tendría tales repercusiones que cambiaría para siempre la vida del joven Guardabosques. Lo que Lasgol desconocía en aquel momento era que estaba a punto de embarcar en la mayor aventura de su vida. Una aventura tan fantástica y con tan profundas implicaciones que lo cambiaría para siempre.

Lasgol se presentó al delgado Capitán Tonarson. Hacía tiempo que conocía al eficiente administrador del Gran Duque. Era un soldado veterano poseedor de una avispada mente y de una gran habilidad para la gestión de asuntos administrativos y logísticos. Aquel hombre era el eje sobre el que giraba todo el funcionamiento de la gran fortaleza y los dominios del ducado, era el hombre de confianza del Gran Duque Orten y su palabra era ley en aquellas tierras. Lasgol le conocía bien, desde hacía tiempo. Había llevado a cabo varias misiones para el Gran Duque como Guardabosques Real y estaba acostumbrado a tratar con Tonarson. El veterano Capitán le caía bien, era amante del orden y la eficiencia. Un buen soldado y gran gestor.

Lasgol saludó afectuosamente al Capitán con un abrazo, acto seguido, bajando la cabeza en señal de respeto, realizó una pequeña reverencia ante el Conde Volgren.

—Veo que sigues de una pieza, Guardabosques y Rastreador Real, bueno es tenerte entre nosotros —le dijo amablemente el Capitán Tonarson.

—Siempre a disposición del rey. Es mi deber —respondió el Rastreador y Guardabosques Real con una sonrisa.

—Si me permites, Lasgol, iré directamente al grano —pidió Tonarson.

—Por supuesto, adelante —asintió Lasgol.

—Te he hecho llamar por un motivo de máxima gravedad para el reino. El Gran Duque Orten, hermano del rey Thoran de Norghana ha sido... ha sido... asesinado, por un agente de Rogdon. Necesito que lo encuentres y lo apreses vivo para que sea interrogado y ajusticiado. Te lleva algo más de un día de ventaja —explicó el Capitán con dificultad y tono de gran pesar.

Lasgol tardó unos instantes en asimilar la estremecedora noticia, el impacto no le permitió emitir ni una sola palabra. Sintió como si un jarro de agua helada le hubiera sido arrojado por encima de la cabeza.

—Un... un triste día para la nación Norghana. El Gran Duque nos ha dejado… —respondió el rubio explorador tras unos instantes de silencio, con voz tan pesarosa como su ánimo—. Mis más sinceras condolencias a la familia real. Su Majestad el Rey Thoran estará destrozado por la pérdida.

—Su dolor es inconsolable —dijo el Capitán casi en un susurro bajando la cabeza—. Su Majestad ha ordenado que el Conde Volgren asuma el mando de la fortaleza y actúe como General Primero del Ejército en esta hora de gran dolor para todo Norghana.

—Un privilegio y un honor —apuntó el Conde Volgren dando un paso al frente.

Lasgol lo observó: hombre de una gran estatura y mediana edad, vestía una exquisita armadura completa de pulidas escamas al estilo tradicional Norghano y repujada con rica ornamentación en oro y plata sobre el pecho y hombros. Una elegante y larga capa en rojo bermellón descendía desde sus poderosos hombros hasta el suelo. Un hombre imponente en su lujoso atuendo, que ilustraba su alta alcurnia y posición social en la corte. Una larga melena rubia, salpicada de vetas de plata, le caía sobre los hombros. Bajo su brazo sujetaba un casco alado, a la tradición de la infantería Norghana, también en plata y oro. Toda aquella armadura debía costar una autentica fortuna. Unos brillantes ojos azules le examinaban recíprocos con interés, sin perder detalle.

—Tenemos órdenes de su Majestad de capturar al asesino vivo. Debe ser interrogado. Hay indicios constatados que apuntan a Rogdon como la mano traicionera detrás del vil asesinato, pero el Rey requiere corroborarlo antes de pasar a la acción en busca de necesaria y justa retribución —expuso el Capitán mientras se sentaba en su silla de madera detrás del amplio escritorio en el que despachaba los asuntos de la fortaleza.

—¿Qué pruebas se han encontrado hasta el momento? ¿Son concluyentes? —preguntó el joven Rastreador con los ojos empequeñecidos por la incredulidad.

—Junto al cadáver del Gran Duque se ha encontrado un anillo con el sello de Rogdon. Adicionalmente, bajo el árbol donde aguardaban los caballos Rogdanos para la huida, se ha descubierto un par de guanteletes de los Lanceros Regulares de Rogdon y lo que es, sin duda, lo más concluyente: una bolsa de cuero con 5000 monedas de oro Rogdanas. Parte del pago por el asesinato, sin duda alguna —intervino el Conde Volgren.

—Esas pruebas… podrían perfectamente haber sido falsamente situadas con el propósito de inculpar al reino del sureste… —sugirió Lasgol, mientras aceptando la indicación de su anfitrión, se sentaba frente a él y se servía un vaso de refrescante agua.

—En efecto, Lasgol, veo que tu juventud no nubla tus sentidos. Por ello el Rey requiere apresar con vida al asesino e interrogarlo. Desea asegurarse de que no es una maniobra de alguien en la sombra buscando provocar una guerra. Me ha ordenado que dirija la caza y captura desde aquí y que disponga de los mejores hombres para ello —respondió el Conde Volgren.

—En ese caso habréis llamado a Kyjor y Gurkog, ellos son los mejores y más veteranos Rastreadores del reino.

—Efectivamente, Lasgol, los dos han partido esta tarde. Te llevan algunas horas de ventaja. Se encontraban más cerca de la fortaleza cuando los hicimos llamar.

—Si ellos ya han partido no veo necesaria mi participación. Es prácticamente imposible que nadie pueda engañar a esos dos viejos sabuesos. Encontrarán al asesino sin ninguna duda. No creo recordar que nadie haya escapado jamás a Gurkog, y Kyjor es casi tan bueno como él. El éxito está asegurado, no creo que mi participación sea en absoluto necesaria.

—En otras circunstancias así sería… pero hay un detalle que desconoces… Este asesino no es un hombre corriente. La forma en la que ha conseguido eliminar a los guardias de élite de las murallas indica que puede poseer algún tipo de talento oscuro… o puede ser algún tipo de mago… —sugirió el Capitán dando a entender con su reticencia que algo fuera de lo normal, arcano, acompañaba a aquel asesino.

—Entiendo. No es nada corriente encontrar asesinos con el Talento, ¿estáis seguros de que es así? Mi padre me contó que persiguió uno, una vez, hace ya casi 30 años cuando era el Primer Guardabosques Real, y no se ha vuelto a ver ninguno en el reino en todo este tiempo, al menos, yo no he tenido constancia.

—¿Lo atrapó? —se interesó el Conde.

—Sí, lo hizo, aunque casi pierde la vida en ello. Resultó ser un Hechicero del este, de la costa, con ciertas habilidades que empleaba para llevar a cabo los contratos de asesinato que le encomendaban.

—No hay confirmación de que así sea, es solo una sospecha. Pero debido a ello se ha decidido enviar a los mejores rastreadores tras él, más cinco compañías montadas de persecución. En estos momentos están cruzando el Utla en los navíos rápidos de asalto y desembarcarán en breve en las estepas para continuar la búsqueda. También es la razón por la que te he hecho llamar, Lasgol. Por tus habilidades… especiales... tu poder… por esas características fuera de lo corriente que posees. Tú eres un hombre con unas cualidades que otros no tienen. Estás mejor preparado para hacer frente a un asesino con poder oscuro o a un agente enemigo que haga uso de artes mágicas. Al fin y al cabo, Gurkog y Kyjor, aún siendo unos rastreadores extraordinarios, en el fondo, son hombres corrientes… —explicó el Capitán con notoria incomodidad mirando al Conde.

Al escuchar aquello, Volgren atravesó a Lasgol con la mirada, como lanzando dos puñales inquisidores, sin poder disimular su mayúscula sorpresa.

—No había sido informado de que entre nuestros Guardabosques Reales tuviéramos a un Elegido. ¿Cómo es que no estoy al corriente de tan notable hecho?

—Como seguro entendéis, mi señor, no es este un hecho que suela desvelar. Intento mantener mi condición lo más privada posible. Sólo ciertas personas de mi confianza conocen de mi Don —se excusó Lasgol.

—Nada tienes que temer de mí, joven Guardabosques —dijo el Conde acercándose a Lasgol—. No soy un campesino ignorante o un leñador analfabeto criado en las montañas. Yo no temo aquello que no comprendo, ni deseo causar ningún mal a aquellos que son diferentes a mí. Entiendo tu recelo, Lasgol, pero nada temas, personas con el Don benefician a nuestro reino y por lo tanto yo las valoro y aprecio. Es más, soy uno de los principales avalistas que los Elegidos tienen dentro de la corte del rey. Los Magos de Hielo de la corte me consideran su benefactor y amigo.

—Gracias, Conde, por vuestras amistosas palabras, me tranquilizan y dan esperanza. Hay gente en todos los ámbitos y clases de nuestra sociedad que temen y recelan del puñado de Elegidos que poseemos el Don al norte del Utla. Mi experiencia pasada no ha sido nada positiva cuando he desvelado mi condición. Por ello intento mantenerla oculta, dentro de lo posible, fuera de los círculos de confianza.

—En ese caso te aseguro de que puedes contar conmigo dentro de ese círculo. Si no te importa, ¿podrías especificar el tipo de poder que posees? No pareces un Mago ni un Sanador, ¿no será un poder oscuro?

—Veo que estáis familiarizado con la existencia de diferentes tipos de poder. En efecto, no soy un Mago con el poder de controlar los elementos, ni un Hechicero con el poder de controlar la mente, ni un Sanador con el poder de curar las afecciones y heridas. Y no, no es un poder oscuro o maligno, aunque en mi opinión ninguno lo es per se; es el hombre el que lo convierte en benigno o maligno en base a sus intenciones y acciones. No es la espada la que mata, sino el hombre que la empuña. Lo mismo ocurre con el Don, puede utilizarse para el bien o para el mal, queda en manos de cada Elegido cómo desarrollarlo y emplearlo. Aunque esto ha creado siempre mucho debate y hay opiniones enfrentadas al respecto. Mi Don, en concreto, está relacionado con la naturaleza, con los animales y con mi arco. Mi poder me proporciona habilidades específicas basadas en la Naturaleza que me convierten en un excelente explorador y rastreador. Asimismo, mi capacidad con el arco es superior a la de un Tirador de Élite debido a las habilidades que he desarrollado pacientemente.

—Entiendo… —meditó el Conde sopesando lo que había escuchado.

—Sigo pensando que mi intervención no será necesaria, pero iré tras el asesino como desea el rey.

—Una cosa más, el asesino no está solo, va acompañado. Escapó de la fortaleza con una joven Masig —advirtió el Capitán Tonarson en un susurro.

—¿Con una Masig? ¿Cómo es eso posible? ¿La liberó de la prisión de la fortaleza? No comprendo… —masculló Lasgol totalmente estupefacto.

—La joven se encontraba… en los aposentos del Duque… cuando el asesino lo mató. Por alguna razón se la llevó con él en su huida. Quizás formara parte del plan para asesinar al Duque. Se desconoce, aunque tiene cierta lógica que estén compinchados —expresó el Capitán sin poder disimular su incomodidad.

—Con todo el respeto, lo dudo mucho, Capitán. Los asesinos actúan solos, rara vez, si alguna, utilizan un señuelo. Pero entiendo la situación. —Lasgol se levantó de la silla y saludó al Capitán, el cual le correspondió poniéndose en pié—. Me pondré a ello sin dilación, ya me llevan mucha ventaja y el tiempo es precioso en estos menesteres.

—Las patrullas los buscarán por las estepas en dirección suroeste, en los caminos en dirección a Rogdon. Buena suerte y que la cacería sea fructífera —le deseó el Capitán Tonarson.

—Gracias, Capitán, la necesitaré —agradeció Lasgol.

—Tráeme a ese bastardo vivo para que pueda interrogarlo, no lo mates. Necesitamos conocer la verdad de quién se esconde tras el ataque. Hay mucho en juego. Si esto no se resuelve con cautela nos enfrentamos a una guerra abierta con Rogdon. Miles de vidas están en juego —aclaró el Conde con tono de crítica preocupación.

—Así lo haré, no os preocupéis, señor —asintió el Rastreador abandonando la habitación para comenzar de inmediato la persecución.

Poco después embarcaba en un pequeño navío de un mástil y vela rojiblanca en los muelles de Skol con dirección a las grandes estepas.

De aquello hacía ya casi una semana. Lasgol dejó de otear el llano horizonte de las praderas interminables y se acercó a su caballo Trotador, que pastaba indiferente a los problemas del mundo. Con sentido cariño le acarició suavemente el cuello, de un marrón claro y aterciopelado. Estaba empapado de sudor por el esfuerzo de la larga persecución. De cuatro años de edad y 16 palmos de altura, su caballo palomino era lo que Lasgol más quería en el mundo. De cola y crin casi albinas, Trotador era un maravilloso ejemplar y valía su peso en oro, nadie podría rebatirle aquello.

—Pronto podrás descansar, mi querido amigo. Ya queda poco. Les hemos reducido la ventaja considerablemente en estos últimos días. Ya casi los tenemos —le susurró a su fiel camarada.

Su inagotable compañero resopló y gesticuló con la cabeza, asintiendo, expresando su alegría. Lasgol sonrió. Levantando la vista hacia el sol se detuvo a analizar la situación en la que se encontraba. Debía sopesar cuidadosamente el estado de la persecución, tal y como su padre le había enseñado hacía ya muchos años. «Analiza siempre con cautela tu siguiente paso, no vaya a ser que la presa a la que intentas dar caza, se de la vuelta y te sorprenda escondida».

Desde el comienzo de la misión, nada había ido tal y como era de esperar en una situación de aquel tipo. Todo parecía indicar que el asesino se dirigiría de vuelta a su base en Rogdon, desde la que supuestamente operó. Sin embargo, se había dirigido al oeste, internándose en las grandes llanuras Masig. Tenía cierta lógica, el objetivo sería eludir temporalmente a los grupos que rastreaban los caminos en dirección sur, hacia Rogdon. No era una mala estrategia. Pero ¿por qué se había dirigido hacia las llanuras? Allí era fácil seguir su rastro y localizarlo. Ningún sitio donde esconderse en leguas a la redonda. No tenía sentido. ¿Quién se esconde del enemigo en un llano pudiendo escoger un frondoso bosque? ¿Quizás llevaba a la joven a su tribu? Pero ¿por qué razón? Demasiadas incoherencias que a Lasgol no le encajaban, y lo que no encajaba solía, por lo general, resultar en problemas.

Meditó sobre la joven Masig, otro misterio que le intrigaba en gran medida. ¿Cómo era posible que un asesino de una habilidad tal, capaz de matar a uno de los hombres más poderosos y mejor protegidos del continente, le hubiera perdonado la vida? Es más, la había rescatado corriendo un riesgo innecesario. No tenía sentido. Ningún sentido. Y ahora continuaba con ella, lo cual le retrasaba sin duda. Aquello le desconcertaba completamente. ¿La llevaría a algún lugar concreto en las estepas? Se encontraban ya en profundo territorio Masig, cinco días de marcha en el interior de los dominios de las tribus de las praderas. La joven hubiera podido abandonarlo y dirigirse a alguna de las numerosas tribus nómadas hacía tiempo. Algo no encajaba en absoluto. ¿Por qué seguían juntos por las llanuras cuando lo más seguro e inteligente hubiera sido separarse y buscar refugio en los grandes bosques al este? ¿Cuál era su plan? No lo entendía y aquello lo desconcertaba.

Apartó aquellas cuestiones de su mente por un momento al no lograr alcanzar respuesta alguna. Había otra incógnita, otro suceso, que lo intranquilizaba muchísimo más: dos días atrás había encontrado el cuerpo sin vida de Kyjor. Esto le había dejado completamente trastornado y perplejo.

¡Kyjor muerto!

Inaudito, un hombre de su experiencia y habilidad, increíble. Como todo buen rastreador, Lasgol había examinado las huellas y trazas del enfrentamiento con sumo detenimiento. Pudo observar que Kyjor se había situado en una posición aventajada en lo alto de una pequeña colina, camuflado por la alta maleza. Había hincado la rodilla y disparado con su arco de guerra de tejo reforzado en dirección descendente. Disponía de toda la ventaja, el viento de cara, el sol a su espalda, la disposición elevada… y aún así había errado el tiro. Algo incomprensible, verdaderamente extraño.

Lasgol había encontrado la flecha clavada en un solitario árbol unos pasos más abajo. ¿Cómo era posible que un tirador tan bueno como Kyjor, que con el arco apenas tenía rival en el reino, hubiera fallado desde una posición tan ventajosa? No lo comprendía. Pero lo que era aún más difícil de entender: ¿cómo no le dio tiempo a volver a disparar a su enemigo? Desde el árbol donde el asesino había estado apoyado se iniciaban dos rastros de huellas en dirección al arquero, pero las huellas desaparecían repentinamente y volvían a parecer en la posición donde el rastreador se había situado para disparar. Como si el asesino hubiera saltado en un suspiro la gran distancia ladera arriba de unos seis pasos.

Por los vestigios en el fatídico lugar, Lasgol dedujo que el asesino había derribado y degollado al experto rastreador. Muy extraño… Kyjor no era para nada confiado y un excelente luchador, sin embargo había caído rápidamente casi sin oponer resistencia. De todo aquello, sólo podía concluir que el asesino no era un hombre corriente… nada corriente. En efecto, tal y como se sospechaba, aquel asesino disponía de Talento, del Don y esto dificultaba mucho las cosas.

Se enfrentaba a un asesino con poder oscuro.

Montó sobre Trotador de un salto y continuó la persecución por las verdes llanuras hacia el oeste. Ante sí, leguas y leguas de llana estepa. Sólo se apreciaban algunas pequeñas lomas onduladas en el terreno en la distancia, tras ellas, en la lejanía, algunas pequeñas colinas no muy pronunciadas, y al fondo, en la lontananza, unas altas montañas con sus blancos picos. Situado a unas horas en dirección suroeste podía vislumbrarse un gran lago de masa azulada que rompía la hegemonía del manto verde amarillento de la vegetación de las praderas.

El Gran Lago Udian, considerado sagrado por los Masig. Las tribus que poblaban aquella zona, cercana a la enorme masa de agua color índigo, no permitían a los extranjeros acercarse a ella. Era un lugar santo, fuente de vida para las tribus y lo protegían con una fiereza brutal. Si los fugitivos llegaban al gran lago, tendría serias dificultades para perseguirlos y sería extremadamente peligroso. Hasta ahora los Masig sólo lo observaban, sin intervenir, desde cierta distancia. En los últimos días había distinguido unos seis grupos de caza, de diferentes tribus de la zona, siguiendo la caza migratoria. Se habían limitado a observarle un tiempo, después del cual, continuaron su camino sin incomodarle al no representar él un peligro para ellos. La comida era mucho más prioritaria que un solitario jinete extranjero.

Con los Masig nunca se sabía si uno sería ignorado o atacado ya que esto lo decidían en función del nivel de amenaza percibido. Un solo hombre en mitad de las estepas no representaba una amenaza para una docena de cazadores cuya misión de conseguir alimento para las familias de la tribu era mucho más primordial, afortunadamente para él. Pero esto cambiaría si se acercaba a la gran superficie de agua sagrada.

Tras largo tiempo persiguiendo el rastro de los dos fugitivos, Lasgol llegó a la cima de una pequeña elevación y se detuvo acariciando el lomo de su montura.

—Parece que nuestra suerte se ha agotado, Trotador —le susurró a la oreja. A poca distancia al oeste, sobre una pequeña ondulación de la pradera, seis Masig en sus monturas pintas de las estepas lo observaban sin perder detalle, con miradas escrutadoras.

Estos no eran cazadores.

Llevaban los brazos y las caras adornados con pinturas de guerra. Vestían armaduras de pieles endurecidas con resinas y madera al pecho y espalda, e iban armados con arcos y lanzas. Guerreros de patrulla de alguna de las tribus de la zona, dedujo Lasgol.

—Me temo que van a venir a por nosotros, amigo, tendremos que luchar o morir —le advirtió a Trotador. El caballo relinchó inquieto, como comprendiendo lo que se avecinaba y agitó su cabeza como el bravo y astuto compañero que era. La tensión en el aire ante la mera presencia de aquellos guerreros era tal que Trotador la percibía perfectamente.

Lasgol miró a su alrededor. Un amplio mar le rodeaba: un mar compuesto de interminables llanuras, pequeñas colinas verdes y amarillentas en forma de olas terreas. Nada más que praderas ondulantes por días y días en cualquier dirección. Ninguna escapatoria posible.

—No hay a donde huir. Tendremos que hacerles frente, mi querido amigo —se resignó.

Lasgol desmontó, lentamente, para que sus oponentes vieran que no sentía ningún miedo. Lo cual era cierto, pero quería que ellos lo supieran. Los juegos mentales en situaciones críticas eran de vital importancia. Estudió cuidadosamente cada uno de los jinetes. Estaban fuera del alcance de su arco, y ellos lo sabían.

Los Masig, por su parte, observaban las acciones del rubio Guardabosques con gesto avieso.

Cogió el arco largo: le daría mayor alcance aunque algo menos de exactitud en el tiro. Se arrodilló y puso su carcaj en el suelo. Clavó seis flechas en la reseca tierra: una a una, con movimientos lentos, enviando un mensaje intimidador a sus adversarios. La última la tensó en el gran arco de Tejo Norghano, procedente de los bosques del sur del reino. El gran arco era casi tan largo como alto era Lasgol y era una obra maestra de uno de los más renombrados artesanos de Norghania. Le había costado una verdadera fortuna, pero era un arma sin igual.

Levantó el brazo derecho para que sus oponentes lo vieran claramente. Con la mano señaló las seis flechas una por una. Después señaló a cada uno de los seis jinetes, también, uno por uno.

«Retiraos y no moriréis hoy aquí. Si atacáis os aguarda una flecha a cada uno».

Los guerreros Masig no se retiraron. Ignoraron su bravata y no se achicaron. La intención de aquellos guerreros estaba clara, iba a tener que luchar. «Quizás tenga suerte y se retiren pero no lo parece, van a atacarme, lo presiento».

Cogió un poco de hierba y la dejo caer delante de su afilada nariz para ver la dirección del viento. «Del este, suave, tendré que ajustar un ápice hacia la derecha».

Los seis guerreros comenzaron a moverse, se separaron, y comenzaron a cabalgar al galope en su dirección.

—No se han tragado mi farol. ¡Compañero, deséame suerte! —le pidió a Trotador.

500 pasos, fuera de alcance. El nerviosismo de la batallo lo invadió y tuvo que respirar profundo para intentar calmarse.

400 pasos.

Los observó, ahora ya galopaban a gran velocidad para cubrir la distancia que les separaba antes de que pudiera abatirlos. Desafortunadamente para los atacantes, él podía disparar con facilidad alrededor de 20 flechas en 60 latidos y con un arco corto incluso boleas de varias flechas simultáneas usando el Don. Ya estaban a tiro de su formidable arco, pero no se precipitó.

300 pasos.

Momento de actuar, a esa distancia los blancos eran seguros para su entrenado ojo.

Tensó el gran arco y apuntó al jinete del centro. Calculó la distancia y la parábola, inhaló, y soltó. El jinete se desplomó del caballo con una flecha en su hombro derecho. La armadura de cuero, pieles, y trozos de madera no detendría sus saetas, y menos con aquel poderosísimo arco. A 200 pasos, con aquel magnifico arco podía atravesar armaduras de metal y a 100 pasos o menos penetraba incluso en armaduras de coraza pesada.

Volvió a cargar con un movimiento rapidísimo, desplazó el arco un poco a la derecha y soltó. Repitió el movimiento apuntando algo más hacia la izquierda y soltó.

Tres guerreros Masig ya no cabalgaban hacia él.

200 pasos.

Un par de flechas de los jinetes que se acercaban cayeron a 10 pasos, no llegando a alcanzar su posición. «Arcos cortos, buenos para disparar a caballo pero no desde tan larga distancia. Se han precipitado al ver que yo sí les estoy alcanzando». Lasgol cargó y soltó dos veces de forma consecutiva a gran velocidad, una a la derecha y otra a la izquierda, sabedor de que a esa distancia no fallaría.

Ya sólo quedaba el jinete más exterior a su derecha.

Armó la última de las seis flechas y lo miró.

100 pasos.

Continúo mirándolo sin soltar. Si el guerrero Masig tensaba su arco, tendría que abatirlo, y a esa distancia no había fallado nunca.

Pero el guerrero detuvo su montura, bajó su arco corto y miró a Lasgol un tenso instante.

Lasgol decidió no abatirlo y bajó también su arco.

El Masig le saludó con un gesto de asentimiento que él le devolvió. El guerrero giró su caballo y galopó hasta su compañero herido más cercano para ayudarlo.

«Mi farol no era tal después de todo… deberían haberse retirado… ». Llevaba entrenando con el arco desde los cuatro años, cuando su padre le construyó su primer arma y le enseñó a tirar. No había dejado de entrenar desde entonces y este hecho, junto a una habilidad natural para el manejo del arma, le había convertido en un gran arquero, uno de los mejores del norte. Pero lo que realmente lo convertía en excepcional era el Don: le otorgaba habilidades aún mayores que lo convertían en un tirador sin parangón. Se puso de pie y guardó el gran arco en su funda de pieles. Con un ágil salto se subió al lomo de su único y verdadero amigo.

—Viviremos otro día más —le susurró al oído. Le dio unas cariñosas palmadas en el cuello y retomaron la búsqueda de los fugitivos.

 

 

 

Unas horas más tarde llegaban a uno de los afluentes del gran río Yen, que cual gigantesca y sinuosa serpiente, surcaba las estepas, sus escamas trasportando el refrescante líquido que dotaba de vida a las praderas. Desmontó y dejó que Trotador bebiera mientras examinaba el horizonte. No podía ver a los fugitivos pero tenía la inequívoca certeza de que se encontraban a escasa distancia, al norte de su posición, muy cerca...

Un reflejo en el agua, unos pasos al oeste, captó rauda su atención; se volvió y con cautela extrajo su arco corto de guerra. Sin perder detalle, situó una saeta de pluma blanca y con mucho cuidado avanzó agazapado. El apacible afluente penetraba en una profunda cañada y Lasgol siguió la vera con cautela, avanzando en sigilo. Al fondo de la cañada descubrió un cuerpo tendido boca arriba en el río.

Gurkog.

Muerto.

Tenía la garganta abierta de lado a lado. Lasgol detuvo instintivamente su avance y se concentró. No percibía ningún olor extraño pero tenía el viento a su espalda lo cual no le favorecía. Tampoco apreciaba ningún ruido que no fuera de procedencia natural. Usó su poder, y efectivamente una alarma interior se hizo latente, un instinto básico y animal le avisó de que el peligro estaba muy próximo.

«¡Están aquí!, al acecho, lo presiento, mi Don me lo indica. El cuerpo es una trampa… lo ha dejado ahí como cebo, si me acerco a examinarlo soy hombre muerto, me sorprenderá. ¡Por los leones devora-hombres de Zagria!, ¿cómo ha podido vencer a Gurkog? Al mejor Rastreador y cazador de hombres del reino… ¡Es algo inaudito!». El estómago se le encogió y un sentimiento de vacío, producido por el miedo, lo acongojó sin piedad.

Corría peligro, serio peligro de muerte.

Instintivamente reaccionó y se ocultó entre la alta hierba, estudiando el terreno detenidamente mientras calmaba los nervios. Miró al sol, alto a su espalda, esto le favorecía. Si el viento cambiara, podría deducir dónde se encontraba posicionado y a la espera el letal asesino. Las posiciones más óptimas eran o bien al norte, sobre la pared de la cañada tras una espesa maleza, o a su derecha detrás de una pequeña colina coronada con hierba alta. La posición situada sobre la cañada le pareció la más idónea para una emboscada ya que situaba al agresor en clara ventaja sobre la víctima. Un salto ágil o una saeta a la espalda y sería el fin.

Por fortuna, y a diferencia de los desdichados Gurkog y Kyjor, Lasgol disponía de un as en la manga que los dos Rastreadores, más experimentados, no pudieron utilizar contra aquella peligrosísima presa: El Don y las habilidades derivadas del mismo que lo convertían en un extraordinario Guardabosques y en el fondo en un magnífico rastreador. Este raro Talento, Lasgol lo había desarrollado con la ayuda de su difunto padre durante largos años. Nunca había entendido por qué él, un hombre tan corriente y normal, había sido bendecido con aquel don tan maravilloso que le permitía hacer ciertas cosas que otros hombres sólo podían soñar. Siempre había pensado que Liara, la Diosa Fortuna del Reino Helado, se había equivocado concediéndole aquel maravilloso don; que debería haber ido a parar a alguien mejor, alguien con un propósito y un destino mayores en la vida, alguien realmente especial.

Se había esforzado en convertirse en un buen explorador al servicio del rey y lo había conseguido, gracias a duros años de aprendizaje y gracias también, en gran medida, al Don. Pero seguía sintiendo que tan alto honor se estaba desperdiciando en su persona, persiguiendo prófugos, asesinos, escoria de la sociedad y cuidando de los bosques del rey. No le parecía estar ejerciendo una labor a la altura del talento que se le había concedido.

No se sentía digno de él.

Sin duda, los Dioses de Hielo se habían equivocado, estaba seguro. Sin embargo, hoy el Don podía salvarle la vida y ayudarle a salir victorioso donde sus dos compañeros de profesión no lo habían conseguido. Por ello dio gracias a la diosa fortuna.

Algo retrasado, pastaba sosegadamente su fiel amigo Trotador, ajeno al peligro de la situación en la que se encontraban. Lasgol decidió enviarlo a investigar para reducir las variables de la crítica situación a la que se enfrentaba. Se concentró, recitó las palabras de poder y un destello de luz verde le recorrió el cuerpo. Su mente entró en contacto con la mente de Trotador y en un instante, como en un fugaz soplo de aire, le trasmitió la orden de avanzar, primero al norte y más tarde hacia el este hasta llegar a la parte superior de la cañada.

Trotador siguió sus designios al instante.

Sin embargo, nada extraño sucedió; el animal no se asustó o retrocedió, con lo que Lasgol dedujo que su infatigable amigo no había presentido a nadie. Desafortunadamente, su habilidad sólo le permitía comunicase en un sentido, hacia un animal, no mantener un intercambio de información. O al menos todavía no había descubierto cómo hacerlo. Desarrollar las habilidades conferidas por el Don era una tarea ardua, extremadamente difícil, no sólo por la complejidad, sino por el desconocimiento. Requería de horas y horas de duro esfuerzo, casi siempre sin recompensa inmediata.

Escudriñó el terreno.

Atento.

«Por lo tanto debes de estar a la derecha detrás de aquella colina, esperándome. Muy inteligente dejar el cuerpo ahí como cebo. Si me acerco estoy en desventaja ya que él dispone de la elevación».

Avanzó ligeramente, gateando.

«Armaré un par de trampas que me permitan estar en ventaja en caso de que intente acercarse hasta mí. He de hacerlo salir y que venga a mi encuentro. Si me acerco en exceso, a una distancia corta, me sorprenderá y será mi fin».

De la pequeña bolsa de cuero a su espalda obtuvo dos trampas que llevaba plegadas. Colocó la primera, recitó las palabras de poder para activar la habilidad y un destello verde cubrió la trampa haciéndola invisible al ojo humano. Nadie salvo él podría verla, nadie que no tuviera una habilidad concreta para percibirla. Avanzó tres medidos pasos y colocó la segunda. Volvió a recitar las palabras de poder y otro breve destello verde hizo desaparecer la segunda trampa. Dio dos pasos hacia atrás y se colocó entre las dos trampas. Sacó su arco de guerra reforzado y cogió un puñado de saetas de su carcaj. De su cinto colgaba una pequeña bolsa y untó las afiladas puntas de acero en el contenido. Murmuró las palabras de poder y el destello verde cubrió las saetas.

«Muy probablemente mi adversario también habrá utilizado algún tipo de veneno en sus dagas, esto igualará la contienda». Ahora sólo quedaba hacerle salir, lo cual no resultaría nada sencillo.

Percatándose de lo seca que estaba la hierba a su alrededor, su despierta mente urdió una estratagema.

Un ardid inteligente.

Tras un momento de preparativos, Lasgol lanzó tres flechas incendiarias que sobrevolaron la posición donde el asesino supuestamente esperaba y se clavaron en la alta maleza, iniciando un amenazador fuego.

Lasgol esperó preparado. En breves momentos el fuego creció en intensidad, el humo comenzaba a volverse denso y negro. La pequeña colina estaba ardiendo, de estar allí, el asesino tendría que moverse. No podría permanecer oculto por mucho más tiempo.

Y así fue.

Una sombra comenzó a descender la colina a una velocidad sobrehumana que dejó estupefacto al rastreador.

Lasgol apuntó y soltó pero el asesino zigzagueó a tal velocidad, que la saeta no lo alcanzó. Lasgol jamás había fallado a tan corta distancia, jamás. Volvió a cargar, tensó el arco pero justo en el momento en el que se disponía a soltar, el asesino desapareció del lugar en el que se encontraba a varios pasos de distancia.

Y se materializó frente a él.

«¡No puede ser!».

La saeta abandonó el arco corto en el instante mismo en el que Lasgol caía de espaldas golpeado ferozmente por una fuerza desconocida proveniente del asesino, que no puedo identificar.

Desde el suelo apreció como el asesino se le venía encima pero éste pisó sobre la primera trampa en el intento de rematarle con sus oscuras dagas. La trampa, al accionarse, cegó y aturdió al asesino con una pequeña explosión ascendente de tierra, humo y astillas.

Antes de que el asesino pudiera recobrarse, Lasgol se puso de cuclillas veloz y le quebró el arco en la cabeza. Acto seguido se puso en pie y desenvainó las dos espadas cortas que llevaba a los costados.

Se preparó para afrontar el envite de su aturdido enemigo.

El asesino, aún estando medio ciego y aturdido, atacó con endiablada fiereza y Lasgol, situándose en una pose defensiva, bloqueó los ataques de las negras dagas de muerte. El asesinó musitó algo y una luz rojiza le recorrió el cuerpo.

Lasgol reconoció la magia enemiga siendo invocada, algo malo ocurriría a continuación. Un salto espectacular y fulminante que casi rompe la concentración defensiva del explorador, fue el resultado. Por fortuna, consiguió bloquear las letales dagas con sus espadas cortas, repetidamente, un ataque tras otro, como si de un baile coreografiado se tratara.

Viendo una oportunidad, Lasgol devolvió un revés que el asesino no vio venir y le hizo un corte en el brazo. El Guardabosques retrocedió con cuidado pasando por encima de la segunda trampa, sin pisarla, y esperó con la guardia lista.

El asesino atacó con una combinación rapidísima de golpes, que la mente de Lasgol predijo no conseguiría bloquear; pero a mitad del ataque, el asesino pisó sobre la segunda trampa. Varias finas y afiladas estacas de acero surgieron del suelo perforando los pies del oscuro asesino. Con un grito de dolor, dio un salto hacia atrás en una ágil voltereta y quedó agazapado en el suelo.

—Esa trampa no sólo perfora los pies, las estacas están bañadas en una sustancia paralizante que dentro de unos instantes no te permitirá mover tus extremidades inferiores —le advirtió Lasgol.

El asesino, de rodillas, sin mediar palabra o gesto, hizo usó de su Don una vez más, pero Lasgol se percató. Dos dagas surcaron el aire a una velocidad y precisión endiabladas, pero el Guardabosque las desvió con sus dos espadas en una acción defensiva potenciada por su Don.

—Tranquilo, no voy a rematarte, no tengo prisa. Además llevas mi saeta clavada en el hombro y está envenenada. Esperaré a que haga efecto. No voy a correr riesgos.

El asesino, con un fulminante latigazo de su brazo derecho le lanzó un pequeño cuchillo que Lasgol no pudo esquivar a tiempo, pero para su fortuna le alcanzó en el antebrazo, que resguardado por una protección de cuero reforzado y metal, no consiguió atravesar.

«¡Maldición! Por poco... Eres demasiado peligroso… Voy a por mí arco. Estas espadas sólo me sirven para defenderme y no soy muy bueno atacando con ellas».

Conectó mentalmente con Trotador y le ordenó que se aproximara. Se dirigió raudo a las alforjas donde colgaban sus armas y cogió el arco largo. En un suspiro cargó una saeta y apuntó.

El asesino ya no podía mover las extremidades y estaba de rodillas. El veneno también le estaba haciendo efecto, apenas se mantenía consciente.

Ya lo tenía.

—¡No lo mates! ¡No lo mates, por favor! —gritó una voz femenina procedente de detrás de la humeante colina.

Lasgol levantó la vista y vio a una bella Masig aproximarse corriendo, desarmada.

—¡Perdónale la vida, te lo ruego! —le suplicó ella entre lágrimas mientras se arrodillaba frente al caído asesino. No lo mates, haré lo que me pidas Norghano, ¡seré tuya, pero no lo mates!

—No tengo ninguna intención de matarlo. Tranquilízate —le respondió Lasgol bajando el arco.

La Masig examinó al asesino, su cara desdibujada por la preocupación.

—¿Está muerto? ¿Lo has matado? —preguntó ella entre sollozos.

—No, el veneno le ha dejado inconsciente y la trampa le ha paralizado las piernas. Estará así unas cuantas horas, de seis a ocho calculo por su complexión. La flecha en el hombro no parece grave y los pies se le curarán con algo de reposo y unos emplastes.

La Masig pareció tranquilizarse momentáneamente.

—Gracias… gracias… por no haberlo matado —le dijo ella con voz entrecortada.

—Antes que nada necesito saber quién eres y qué haces con él —le dijo fríamente Lasgol.

—Me llamo Iruki Viento de las Estepas, pertenezco a la tribu de las Nubes Azules. Mi tribu acampa al este del gran lago sagrado. Nos dirigíamos allí, a mi tribu. Él me rescató de la fortaleza cuando fue a asesinar a aquel cerdo repugnante que me… que me… que me violó brutalmente. Desde entonces hemos viajado juntos escapando de los perseguidores.

—¿El Duque Orten te violó? —preguntó Lasgol entre avergonzado y sorprendido.

—Sí. El muy cerdo me golpeó y violó brutalmente y pagó con su vida por ello. No me importa si no me crees pero es lo que ocurrió, puedes comprobar las marcas en mi rostro.

—Había oído rumores de las actividades del Duque y su debilidad por las mujeres pero esperaba que solo fueran eso, rumores sin validez. Ya veo que desafortunadamente eran ciertos…

—Fui capturada por una patrulla de castigo del Duque mientras visitaba a mis tíos y fui llevada a la fortaleza para servir de divertimento a aquel animal asqueroso —dijo ella con ira.

—Siento mucho lo que te ha ocurrido. Hay mucha maldad en el corazón ennegrecido de algunos hombres sin escrúpulos. Si puedo de alguna forma ayudarte a mitigar el dolor que te han causado en mi tierra, haré lo que esté en mi mano —le prometió él.

Iruki lo miró extrañada.

—Te lo agradezco, Norghano. Recordaré tu ofrecimiento.

—Dime Iruki, ¿por qué te ha ayudado el asesino durante estos días, no es lógico. Podría haberse puesto a salvo hace días.

—Tendrás que preguntárselo a él, yo no lo sé. Me ayudó a escapar y me ha seguido ayudando desde entonces, el motivo lo desconozco.

—Interesante, extraño comportamiento el de este asesino. Realmente extraño y sorprendente —comentó intrigado Lasgol.

—Ahora que he contestado a tus preguntas ¿podemos atenderle por favor? su respiración se debilita.

—De acuerdo. Pero antes de nada lo voy a atar bien atado. Ese hombre es extremadamente peligroso. El más peligroso que me he encontrado jamás, y no quiero sufrir un accidente por un descuido.

Lasgol contempló al asesino preocupado, «Esto no me gusta nada, ni una pizca».