Elegidos enfrentados

 

 

 

Sentado frente al agradable fuego, Lasgol comía carne seca y algo de queso ahumado de las provisiones. La noche era clara en las estepas y las estrellas salpicaban de argente luminiscencia las sombras que rodeaban al Guardabosques Norghano. Su fiel compañero, Trotador, pastaba tranquilamente en las cercanías del campamento. Al otro lado de la pequeña hoguera, el asesino dormía atado a un árbol con las manos y los pies bien sujetos por nudos expertos. Tras un exhaustivo registro, y aun habiendo confiscado todas las armas de ambos prisioneros, Lasgol no se encontraba del todo tranquilo. Una sensación de alarma flotaba en su subconsciente y no era capaz de hacer que desapareciera.

Había atendido las heridas infligidas al sombrío asesino y ahora, aparentemente al menos, descansaba de forma apacible, con respiración suave y acompasada. Tal y como él ya había anticipado, las heridas no eran muy profundas y con sus limitados conocimientos de curación natural, afortunadamente, tratables. Como su padre solía decirle: asegúrate de saber curar todos los tipos de lesiones que eres capaz de infligir, ya que un día ese conocimiento puede que te salve la vida a ti, o a un ser querido. Miró a la luna y suspiró. Cuánta verdad en los sabios consejos de su padre. Cuánto lo echaba de menos…

El asesino era todo un misterio, mucho mayor de lo que inicialmente había presagiado. Lasgol se había llevado una sorpresa monumental al quitarle el pañuelo y la capucha tras los que ocultaba el rostro: ¡no era de aquellas tierras! Ni siquiera era de aquel continente, definitivamente no pertenecía a ninguna de las razas conocidas de Tremia.

¡Aquel hombre tenía los ojos rasgados!

Lasgol no había visto nunca a nadie con ojos rasgados y oscuros como aquellos. Su pelo era negro, muy liso, lacio, y corto. Pertenecía a alguna etnia desconocida de alguna tierra lejana. Desde luego un espía o asesino de Rogdon no parecía ser, lo cual le devolvió algo de esperanza. La guerra aún podía ser evitada. Demasiadas incógnitas, demasiadas sorpresas. Lasgol no estaba nada tranquilo. No le agradaba en absoluto cuando las cosas no encajaban, no era amigo de misterios y enredos. La lógica era su aliada, su compañera, y aquella situación no le encajaba por mucho que la analizara en su mente.

«¿Qué hace un asesino extranjero, de algún continente lejano, trabajando para Rogdon? Es más, ¿qué hace asesinando por encargo al hermano del Rey de Norghana? No tiene sentido, ¿con qué fin?, ¿para comenzar una guerra? ¿Por qué?».

Y no un asesino cualquiera, uno con el Don, con habilidades fuera de lo normal que sólo pueden desarrollarse con muchos años de entrenamiento y dedicación absolutos. No, nada de aquello tenía sentido, el rompecabezas no encajaba de ninguna manera. «¿Y la bella joven Masig? Otra pieza que no puedo situar de ningún modo en este enrevesado entramado. ¿Lugar equivocado en el momento equivocado? Quizás sí, o quizás no. Esta trama es muy compleja, no me encajan los eventos ni los partícipes. No estoy nada tranquilo, nada».

Alimentó el fuego con unas ramas secas. Se concentró, respiró profundamente y envió un mensaje mental a Trotador, su incansable compañero de fatigas: «Mantente alerta y da una vuelta en círculo alrededor del campamento. Si ves algo extraño, relincha». El pequeño destello de luz verde alrededor de su silueta, producido por la utilización del Don, pareció captar la atención de Iruki. Aunque era imposible que la Masig pudiera percibir el destello mágico. Atada en el lado opuesto del árbol donde el asesino dormía, le lanzó una inquisidora mirada que atravesó las llamas de la pequeña fogata.

—Así es como le venciste, ¿verdad? ¿Usando alguna magia norteña? —le preguntó ella acusadora.

—¿Por qué lo dices? —intentó disimular el rastreador.

—He visto el fulgor de luz verde. No intentes disimular, lo he visto y sé lo que significa.

Aquella respuesta no sólo sorprendió, sino que dejó sin habla a Lasgol. Su Don, la utilización del mismo en forma de habilidades o talentos, era imperceptible para la gran mayoría de los humanos. Sólo unos pocos, aquellos dotados a su vez del Don eran capaces de reconocerlo cuando se activaba o invocaba. Y no en todos los casos. Que aquella joven Masig pudiera ver su Don era completamente asombroso e inesperado.

—Habrá sido algún reflejo del fuego. Nada más. Nada que merezca la pena ser mencionado —continuó él evadiendo la cuestión.

—He visto un destello similar anteriormente, de diferente tonalidad, rojiza, pero similar. Sé que a continuación cosas incomprensibles ocurren. Cosas que desafían las leyes de nuestra madre la Estepa, las leyes que rigen la vida en las praderas —explicó la joven Masig irguiendo el cuello.

—No sé a qué te refieres… —continuó encubriendo el Guardabosques mirando al fuego, incómodo.

—¡No me tomes por tonta! Sabes perfectamente de lo que hablo. Seré una salvaje analfabeta de las praderas pero mis ojos no me engañan. Reconozco las estrellas sobre mi cabeza donde los espíritus moran y la tierra a mis pies donde la madre Estepa reside. De la misma forma sé que has utilizado algún poder oculto, magia de algún tipo, aunque un Chamán no eres. No me importa lo que digas, niégalo si quieres pero Iruki Viento de las Estepas lo sabe.

Lasgol la miró con creciente curiosidad e interés. Aquella preciosa y luchadora Masig era también capaz de ver el poder del asesino… realmente intrigante… aquella joven estaba tocada por el Don de alguna forma y ella no era consciente de aquel hecho tan significativo.

—Imaginas demasiadas cosas, Masig, vuelve a dormir y descansa, no vaya a ser que los espíritus malignos de la noche te hagan alguna visita. Mañana será un largo día y necesitarás estar descansada.

Iruki estiró los pies y negó con la cabeza sacudiéndola enérgicamente varias veces.

—¿Qué vas a hacer con nosotros? —preguntó de repente—. Si nos llevas de vuelta a tu tierra nos matarán a los dos, o peor… mucho peor…

—Lo siento pero no tengo elección, es mi deber —dijo Lasgol bajando la cabeza y mirando intensamente al fuego.

—Nos torturarán durante días hasta que el sufrimiento sea tal que nombremos hasta nuestros propios padres y cuando nos arranquen lo que necesiten, finalmente nos matarán. Lo sabes, conoces los inhumanos métodos de tu gente y la barbarie de la que son capaces. Ni los peores carroñeros de las estepas son tan ruines. Incluso ellos, incluso las hienas, los buitres, tienen más dignidad.

—Debo entregaros, sois fugitivos del reino, asesinos. No tengo elección, es mi deber como Guardabosques y Rastreador Real. Me han asignado ese deber y lo cumpliré.

—Hablas de deber y honor pero sabes tan bien como yo que tu pueblo no los tiene. ¿Qué honor hay en capturar a una joven Masig para que sea la esclava sexual de aquellos a los que sirves? ¿Qué honor hay en violar y torturar a una mujer indefensa?

Lasgol bajó la cabeza, sus ojos eran incapaces de mirar a la joven vencidos por la vergüenza, por la deshonra.

—Siento mucho lo que te ha ocurrido. De veras. Es un ultraje irreparable. Sé que entre los míos hay seres despreciables; por desgracia, los hay en todos los pueblos. Pero mi deber es sagrado para mí y no lo puedo quebrantar. Soy lo que soy…

—¿Permitirás que me torturen y me maten? o peor incluso, ¿que vuelvan a violarme? Sabes perfectamente que así será. ¿Qué clase de deber es ese del que hablas? ¿Qué clase de honor te guía? —acusó ella escupiendo en dirección al Rastreador.

—Lo lamento, Masig. Desconozco el grado de tu implicación en esta conspiración. Puede que realmente sólo seas una víctima desafortunada en todo esto. No digo que no sea así. Pero yo no lo sé. Por lo tanto no puedo hacer otra cosa que entregarte junto con él —explicó mirando al asesino—. Hay una guerra a punto de estallar por este incidente aciago. Miles y miles de inocentes de ambos reinos sufrirán y morirán debido a este asesinato sin sentido. No puedo dejar que eso ocurra. Debo intentar detener la guerra. Si para ello tengo que entregarte, lo siento, pero lo haré.

—Puedes dejarla ir Norghano, ella no tiene nada que ver con esta trama —declaró una voz masculina con un fuerte acento extranjero casi en un susurro.

Lasgol se tensó instantáneamente al oír por primera vez la voz del Asesino Sombrío. Lo examinó un instante para asegurarse que seguía atado y no representaba ningún peligro. Se llevó la mano derecha a su espada y el frío contacto con la empuñadura de metal y cuero lo tranquilizó, aunque no completamente.

—¿Es eso cierto, extranjero? —indagó Lasgol fijando sus ojos azul índigo en el peligroso prisionero.

—Así es —asintió él con la cabeza—. Ella es inocente. Yo soy el asesino. A mí es a quien buscas, déjala marchar.

—Me gustaría creerte, extranjero, pero tu palabra no es suficiente. Podríais estar trabajando juntos. No puedo fiarme —razonó Lasgol con la incertidumbre tensando cada músculo de su cuerpo.

—¿Un asesino como yo y una salvaje Masig? No lo dirás en serio. No es creíble en absoluto y tú lo sabes —argumentó el asesino gesticulando con la cabeza en dirección a la Masig.

—Cosas más raras se han visto…

—Eres un hombre inteligente, Norghano, sabes perfectamente que las probabilidades de que trabajemos juntos son inexistentes.

—Puede que sea así, pero sin certeza sigue habiendo una pequeñísima probabilidad de que estuvierais compinchados, después de todo, los dos estabais allí la noche del asesinato y seguís juntos hoy aquí.

—Te propongo algo, cazador de hombres, si la dejas marchar te revelaré lo que deseas saber, te desvelaré para quién trabajo. De lo contrario jamás lograreis averiguarlo y eso puedo asegurártelo —propuso el asesino mirando fríamente a los claros ojos de Lasgol.

—Lo averiguarán… no me cabe la menor duda. Te torturarán hasta que hables y créeme, antes o después, lo harás, todos lo hacen.

—No les daré la oportunidad. Moriré antes de que consigan sonsacarme nada. Eso puedo garantizártelo, Rastreador. He sido entrenado para ello.

—¿Entrenado para quitarte la vida? ¿Qué tipo de asesino eres? —preguntó Lasgol extrañado por el comentario.

—Uno muy poco corriente. De una tierra lejana, muy lejana, y con un entrenamiento muy largo y específico. Pero si quieres saber más de mí y de la mano que ha ordenado el asesinato de tu Duque tendrás que dejar marchar a la Masig, esa es la condición que te impongo.

—¿Por qué te interesa tanto su vida, asesino? Tu acometido es robar la vida a las personas, ¿por qué quieres ahora salvar a esta joven, que como tú mismo dices, ni siquiera conocías hasta hace unos días? ¿Por qué lo haces? ¿Qué es ella para ti?

—Muchas preguntas genera tu perspicaz mente, cazador de hombres. Mi respuesta es sencilla: déjala marchar y contestaré a todas tus preguntas.

—No te molestes, no tiene intención de dejarme marchar. ¡Habla de honor y deber pero en el fondo no es más que otro perro Norghano sin entrañas! —gritó Iruki llena de rabia.

Lasgol meditó un instante las palabras del asesino. No deseaba entregar a la Masig después de lo que le habían hecho. Además estaba casi convencido de que no tenía nada que ver en el asesinato, tal posibilidad era excesivamente remota. Sin embargo, no se fiaba del asesino. Probablemente estaba intentando confundirlo, jugaba con su mente, buscando alguna ventaja de la cual sacar provecho. Debía ser cauto y no dejarse embaucar. Ahora disponía de todas las ventajas, debía jugar bien sus cartas.

—Meditaré tus palabras, extranjero. Por ahora no quiero oír nada más. Descansaremos y partiremos al alba. Si intentáis la más mínima argucia esta noche os mataré sin vacilar. Ella morirá primero —amenazó categóricamente Lasgol, desenvainando la espada y señalando a la Masig.

—¡No me amenaces, Norghano, los de tu raza sois todos unos asquerosos violadores! —bramó ella.

—Si intentas usar tu poder en cualquier forma, lo percibiré, asesino.

—Lo harás, ¿verdad? —preguntó el asesino retórico, conocía de antemano la respuesta.

—Yo soy un Elegido, como tú —le confirmó Lasgol.

El asesino miró a Lasgol, sonrió y asintió.