5
Brian Chaney fue el último de los cuatro participantes en llegar a la sala de conferencias. Caminando.
Kathryn van Hise les ofreció llevarles en su vehículo cuando abandonaron la cantina, y Arthur Saltus aceptó rápidamente, saltando al asiento delantero del sedán color verde oliva para estar al lado de ella. Chaney prefirió hacer un poco de ejercicio. Katrina se volvió en su asiento para mirarlo mientras el coche abandonaba el aparcamiento, pero él fue incapaz de leer la expresión de la mujer: podía haber sido decepción… y podía haber sido también exasperación.
Sospechó que Katrina estaba perdiendo su antipatía hacia él, y aquello era agradable.
El sol ardía ya en el brumoso cielo de junio, y a Chaney le hubiera gustado ir en busca de la piscina, pero decidió no hacerlo para no llegar con retraso una segunda vez. Como sustituto satisfactorio se contentó con observar a las pocas mujeres con las que se cruzaba; aprobó las muy breves faldas que eran la moda en aquellos momentos, y pensó que si le dieran otra oportunidad incluiría una previsión al respecto en sus tablas…; pero seguramente la aburrida y vieja Oficina rechazaría el tema como frívolo. Las faldas habían ido acortándose progresivamente durante varios años, y ahora eran muy a menudo iguales a los pantalones cortos en delta: una delicia embriagadora para los errantes ojos masculinos. Pero con predecible conservadurismo militar, las faldas del Cuerpo Militar Femenino no eran tan sucintas como las de las mujeres civiles.
Afortunadamente, Katrina era una civil.
La maciza puerta de entrada del edificio de cemento se abrió fácilmente a su empuje, girando sobre sus goznes de rodamientos. Chaney entró en la sala de conferencias y se detuvo en seco al ver al mayor. Una furtiva señal de Saltus le indicó que guardara silencio.
El mayor Moresby estaba vuelto de cara a la pared, dando la espalda a la habitación y a Chaney. Permanecía de pie en el extremo más alejado de la larga mesa, entre el extremo de ésta y la desnuda pared, con los puños cerrados a su espalda. La parte de atrás de su cuello estaba enrojecida. Kathryn van Hise estaba recogiendo apresuradamente los papeles que habían caído al suelo desde la mesa… o que alguien había tirado.
Chaney cerró suavemente la puerta tras él y avanzó hacia la mesa, inspeccionando el montón de papeles ante su propia silla. Su reacción fue de intenso desánimo. Los papeles eran fotocopias de su segundo papiro, el menor de los dos papiros de Qumran que había traducido y publicado. Había nueve hojas de papel reproduciendo fielmente la cuadrada escritura hebrea del documento Eschatos, desde su primera línea hasta la última. Si no lo hubiera conocido mejor, Chaney habría pensado que el mayor se había irritado ante su temeridad de haberle puesto un descriptivo título griego a una fantasía hebrea.
—¡Katrina! ¿Qué vamos a hacer con esto?
Ella terminó su tarea de recoger las hojas caídas y las colocó cuidadosamente encima de la mesa, ante la silla del mayor.
—Forman parte del estudio de hoy, señor.
—¡No!
—Sí, señor.
La mujer se deslizó a su propia silla y aguardó a que Chaney y el mayor se sentaran.
Los hombres lo hicieron, tras un momento. El mayor miró a Chaney.
—¿Ésa es otra de las estúpidas ideas de Seabrooke? —dijo éste.
—Es algo pertinente con nuestro estudio, señor Chaney.
—No es pertinente, señorita Van Hise. Esto no tiene absolutamente nada que ver con el informe Indic, con las tablas estadísticas, con la investigación del futuro…, ¡nada!
—El señor Seabrooke piensa de otro modo.
Irritadamente:
—Gilbert Seabrooke tiene agujeros en la cabeza; esta Oficina tiene agujeros en sus recipientes de medir. Por favor, dígale esto: debería saber mejor que… —Chaney se interrumpió de pronto y miró fijamente a la joven—. ¿Acaso hay otra razón por la cual he sido elegido para el equipo de investigación?
—Sí, señor. Usted es la única autoridad.
Chaney repitió la palabra aramea, y Saltus se echó a reír a su pesar.
—Señor —dijo la mujer—, el señor Seabrooke cree que esto puede tener cierta relación con la investigación del futuro y que debemos familiarizarnos con ello. Debemos familiarizarnos con todas las facetas del futuro que llamen nuestra atención.
—¡Pero esto no tiene nada que ver con un futuro Chicago!
—Puede tenerlo, señor.
—¡O puede que no! Esto es una fantasía, un cuento de hadas. Fue escrito por un soñador y contado a sus estudiantes… o a los campesinos. —Chaney se echó hacia atrás en su asiento, conteniendo su cólera—. Katrina, esto es una pérdida de tiempo.
—¿Más midrash, señor? —interrumpió Saltus.
—Midrash —admitió Chaney. Miró al mayor—. No tiene ninguna conexión bíblica, mayor. Ninguna en absoluto. Es una pieza menor de profecía tratada como una fantasía; es la historia de un hombre que vivió dos veces, o de unos gemelos, el texto no es claro al respecto, que barrían dragones del cielo. Si los hermanos Grimm lo hubieran descubierto antes que yo, lo habrían publicado.
—Tenemos que estudiarlo —dijo Katrina testarudamente.
Chaney se mostró tan testarudo como ella.
—El fin del siglo está a tan sólo veintidós años de distancia, pero este documento está dirigido a un lejano futuro, al fin del mundo. Describe el fin, los últimos días. Yo lo llamé Eschatos, que significa «el fin de las cosas». ¿Cree realmente Seabrooke que el fin del mundo está tan sólo a veintidós años de distancia?
—No, señor. Estoy segura de que no cree eso, pero nos ha dado instrucciones de que lo estudiemos atentamente como preparación para el sondeo. Puede existir una tenue conexión.
—¿Qué tenue conexión? ¿Dónde?
—Esas referencias a la cegadora luz amarilla llenando el cielo, por ejemplo. Puede ser una alusión a la guerra en el sudeste de Asia. Y hay otras referencias a un clima cada vez más frío, y una serie de plagas. Los dragones pueden tener una connotación militar. El señor Seabrooke mencionó específicamente lo que usted señala acerca del Armagedón en relación con la guerra árabe-israelí. Hay un cierto número de detalles, señor.
Chaney se permitió un audible gruñido.
—Cogido en su propia trampa, amigo —dijo Saltus—. Lo siento por usted.
Chaney comprendía lo que el comandante quería decir. Los críticos y los Moresby de todo el mundo no deseaban creer en su traducción inglesa del papiro del Apocalipsis, pero parecía ser auténtica. Ahora, Seabrooke parecía que deseaba creer en el Eschatos, o al menos estaba dispuesto a creer en él.
Impacientemente:
—La cegadora luz amarilla en el cielo no tiene nada que ver con la guerra de Asia. En la ficción hebrea era una romántica promesa de salud, riqueza, paz y prosperidad para todos. La luz amarilla es un sol benigno, derramando bienestar sobre la tierra. El antiguo profeta estaba diciendo simplemente que al final la tierra pertenecería al hombre, a todos los hombres, y se establecería una paz eterna. Utopía. Nada más que eso.
»Esa utopía tenía que llegar después del final de las cosas, después de los últimos días, cuando todo un nuevo mundo bajo un sol dorado fuera ofrecido a los pueblos de Israel. Es una profecía tan vieja como los tiempos. No tiene nada que ver con nuestra guerra en Asia, ni con el color de la piel de ningún soldado. —Chaney señaló hacia la puerta—. ¿Qué frío hace ahí afuera ahora? Éste es un clima ideal para bañarse. ¿Y dónde están las plagas? ¿Ha visto usted alguna vez un dragón?
Saltus:
—¿Y dónde está Armagedón?
—Su auténtico nombre es Har-Magedon. Es una montaña de Israel, comandante, la montaña de Megiddó surgiendo en la llanura de Esdrelón. Y las profecías llegan un poco tarde… Todas las profecías. Son innumerables las batallas decisivas que se han producido ya allí y luego se han desvanecido en la historia. Fue un lugar favorito para los antiguos fabuladores; su historia era tan sangrienta que estaba firmemente fijada en la mente de los nativos, era un buen lugar para situar otra historia.
—Señor, sabe usted muy bien cómo agitar las aguas frías.
—Comandante, creo que soy realista; creo en los hechos, no en las fantasías. Creo en las estadísticas y en las continuidades firmemente enraizadas, no en las profecías y los sueños. —Chaney clavó un dedo sobre el documento fotocopiado—. El hombre que escribió esto era un soñador, y en cierto modo un plagiario. Algunos pasajes están tomados de Daniel, y algo de Miqueas.
—¿Cree que se trata de un fraude?
—No, definitivamente no. Empecé asegurándome de ello desde el principio. El papiro fue descubierto de la forma habitual: por estudiantes universitarios buscando viejas vasijas, en la cueva Q doce. Estaba envuelto en el habitual lino podrido del tipo tejido en Qumran, y ese lino fue sometido a las pruebas del carbono catorce para determinar su antigüedad… Las pruebas fueron efectuadas en el Instituto Libby en Chicago. Repetidas pruebas establecieron una edad de mil novecientos años, más o menos setenta, para el lino.
»Pero nosotros no aceptamos eso como prueba de que el papiro dentro del Uno sea de la misma época. Hay otros métodos para fechar un manuscrito. —Se inclinó sobre las copias y apuntó con un dedo a la primera línea—. Este texto está escrito con letras cuadradas y no contiene vocales, absolutamente ninguna. Se leen de derecha a izquierda y de arriba hacia abajo cruzando el rollo. Las letras cuadradas empezaron a usarse aproximadamente tres siglos antes de Cristo; antes de eso se utilizaba una escritura más fluida, pero después la escritura cuadrada se hizo común.
Chaney captó un movimiento con el rabillo del ojo. El mayor Moresby se inclinó hacia delante, para observar más de cerca las copias.
—El lenguaje hebreo utilizado en aquella época tenía tan sólo veintidós letras, y todas ellas eran consonantes. Las vocales no habían sido inventadas, y no lo serían hasta dentro de otros seis o setecientos años. Este texto contiene las veintidós consonantes estándar, pero en ningún lado del papiro, ni encima ni debajo de las líneas, o dentro de las palabras, o en los márgenes, hay el menor signo que indique dónde una consonante se convierte en vocal. Eso era significativo. —Miró a Moresby y descubrió que había captado toda la atención del hombre—. Pero había otros indicios sobre los que trabajar. Ese escriba estaba familiarizado con los escritos de Daniel y de Miqueas. El texto no es puro hebreo; en él se han deslizado algunos toques árameos…, una palabra o una frase que posee más fuerza que su equivalente hebreo. La antigua palabra griega eschatos no aparece, pero debería. Me sorprendió descubrir su ausencia, porque el escriba conocía el drama o melodrama griego. —Chaney hizo un gesto—. La fecha más antigua es unos cien años antes de Cristo. No fue escrito antes de eso.
»Fijar una fecha límite posterior no es mucho más difícil, porque el escriba traiciona los límites de su conocimiento. No podía estar vivo y escribiendo en el año setenta de nuestra era. El texto contiene tres referencias directas a un Templo, un gran Templo blanco que parece ser el centro de toda la actividad importante. Había muchos templos en Palestina y en los alrededores, pero tan sólo un Templo: el lugar más santo de todos los lugares santos, el Templo de Jerusalén. En esta historia el Templo aún está en pie, todavía existe, y es el centro de toda actividad. Pero en la historia real ese Templo tuvo un final. Los ejércitos romanos invadieron Judea y lo destruyeron completamente el año setenta de nuestra era. En la represión de una revuelta hebrea, fue derruido piedra tras piedra, y el Templo ya no volvió a existir.
—Había sido predicho —murmuró el mayor Moresby.
Chaney lo ignoró.
—Así que la fecha de composición está delimitada por ambos lados: no antes del año cien antes de Cristo, y no después del año setenta después de Cristo. Lo cual coincide satisfactoriamente con las pruebas del radiocarbono. Estoy convencido de que el papiro es auténtico, pero el relato que cuenta no. La historia es pura ficción, hecha a base de símbolos y mitos conocidos por los antiguos hebreos.
Arthur Saltus echó una ojeada a las copias y luego a la mujer.
—¿Tenemos que leer todo esto, Katrina?
—Sí, señor. El señor Seabrooke lo ha exigido así.
—Una pérdida de tiempo, comandante —dijo Chaney.
Saltus le dirigió una amplia sonrisa.
—El Gran Jefe Blanco ha hablado, amigo. No deseo volver a esa draga en el mar de la China.
—La Indic no me aceptaría de vuelta; me vendieron al Gran Jefe Blanco.
Brian Chaney apartó los papeles fotocopiados a un lado y tomó el grueso informe de la Indic. Abrió una página al azar y empezó a leer cifras correspondientes a unas elecciones en Alemania occidental hada tres años.
Recordó aquellas elecciones: la gente de su sección las había seguido con interés, y había intentado apostar sobre sus resultados, sin encontrar a nadie que aceptara las apuestas. Poco antes de que el informe fuera cerrado y sometido a la Oficina, el Partido Nacional Democrático había logrado un 4,3% de los votos populares; sólo siete décimas de un uno por ciento por debajo del mínimo necesario para conseguir la entrada en el Bundestag. El partido había sido acusado de neonazismo, y Chaney se preguntó si habría conseguido superar la imagen de Hitler y ganar el necesario cinco por ciento restante en los últimos años. En tiempo de paz, los periódicos israelíes habrían hablado de ello; lo hubiera sabido. Quizá habían publicado posteriormente noticias de las siguientes elecciones, pese a la carestía de papel y sus problemas internos. Quizá simplemente él las había pasado por alto. Se había pasado mucho tiempo con la nariz enterrada en traducciones. Del mismo modo que las narices de Saltus y de Moresby estaban enterradas en Eschatos ahora…
Chaney se había preguntado a menudo acerca del anónimo escriba que había urdido aquella historia. Su largo trabajo sobre el papiro le había transmitido la sensación de conocer casi al hombre, o al menos de poder leer su mente. A veces pensaba que había sido un novicio practicando su arte, en período de prueba y no encajado todavía en el molde, o quizá un sacerdote expulsado que había perdido su oficio debido a su disconformidad. El hombre no había vacilado en ningún momento en utilizar el arameo local cuando éste resultaba más colorista que su hebreo nativo, y había contado su historia con placer y con libertad poética.
Eschatos:
El cielo era azul, nuevo, y limpio de dragones (serpientes aladas) cuando el hombre que era dos hombres (¿gemelos?) vivía encima (¿debajo?) de la tierra. El hombre que era dos hombres estaba en paz con el sol y sus hijos se multiplicaban (las tribus o familias en torno suyo crecían en tamaño con el paso del tiempo). Era conocido y bien recibido en el Templo blanco, y quizá lo habitara. Su trabajo lo llevaba frecuentemente al distante Har-Magedon, donde era igualmente bien conocido por aquellos que vivían en la montaña y aquellos que cultivaban la llanura debajo; se mezclaba con esos pueblos y los instruía (aconsejaba, guiaba) en sus vidas cotidianas; era un hombre sabio. Ocupaba una habitación de huéspedes (o casa) con (¿al lado de?) una familia montañesa, y necesitaba tan sólo tocar la cuerda de la tienda (hacer una señal) para conseguir comida y agua; le era proporcionada sin tener que pagar nada. (¿Una forma de pago por sus servicios?).
El hombre que era dos hombres trabajaba en la montaña.
Su tarea (realizada a intervalos desconocidos) era pesada, y consistía en permanecer de pie en la cima de la montaña y barrer los cielos manteniéndolos limpios de inmundicias (impurezas, restos quedados tras la Creación) que tendían a acumularse allí. Los habitantes de la montaña eran requeridos a ayudarlo en su trabajo, para lo cual lo proveían con diez cor de agua (algo más de dos mil litros) extraídos de un pozo (o cisterna) inagotable cerca de la base de la montaña; y cada vez el trabajo quedaba terminado en la oscuridad y luz de un solo día (de un atardecer al siguiente). Su tarea le había sido impuesta por el profeta egipcio nómada (¿Moisés?) hacía más de cinco veces el Año del Jubileo (hacía más de doscientos cincuenta años); y era un signo y una promesa que el profeta daba a sus hijos, las tribus; durante tanto tiempo como los cielos estuvieran limpios el sol permanecería tranquilo, los dragones no planearían, y el amargo frío que inmoviliza a los hombres viejos sería mantenido en su lugar correspondiente en la distancia.
El nuevo profeta que vino después del egipcio (¿Aarón?) aprobó el pacto, y éste continuó; tras él, Eliseo aprobó el pacto, y éste continuó; tras él, Sofonías aprobó el pacto, y éste continuó, y tras él, Miqueas aprobó el pacto (error cronológico) y éste continuó. Continúa ahora. Los cielos son barridos y los pueblos prosperan.
El hombre que era dos hombres era una figura sorprendente. Era un hijo (descendiente directo) de David.
Su cabeza era del más fino oro y sus ojos eran brillantes (falta una palabra; probablemente gemas), su pecho y brazos eran de pura plata, su cuerpo era de bronce, sus piernas eran de hierro, y sus pies eran de hierro mezclado con arcilla (toda la descripción tomada de Daniel). El hombre que era dos hombres no envejecía, su edad no cambiaba nunca, pero un día, mientras estaba trabajando en su encomendada tarea, fue golpeado por una señal. Una piedra se desprendió de la montaña y rodó sobre él, aplastando su pie y desmenuzando la arcilla y convirtiéndola en polvo, el cual voló lejos con el viento, y él cayó al suelo gravemente herido. (De nuevo, todo el incidente tomado de Daniel). El trabajo se detuvo. La gente de la montaña lo trasladó hasta la gente de las llanuras, y la gente de las llanuras lo trasladó hasta el Templo blanco, donde los sacerdotes y los médicos lo depositaron en su mal (¿lo enterraron?).
Pasó el primer Año del Jubileo, y el segundo (un siglo), pero no volvió a aparecer en su lugar en la montaña. Su habitación (casa) no fue preparada para él, porque los nuevos hijos lo habían olvidado; la gente no iba a extraer agua y el pozo (cisterna) iba bajando de caudal; los cielos no eran limpiados. Las impurezas se acumulaban sobre Har-Magedon. El primer dragón fue visto allí, y luego otro, y se multiplicaron en la inmundicia hasta que los cielos se oscurecieron con sus alas y se volvieron pesados con su retumbar. Un frío estremecedor se extendió por todo el lugar, y hubo hielo en los arroyos. Las tribus eran flacas (estaban despobladas) y tenían hambre; lucharon una contra otra por la comida, y ocurrió que el tocar la cuerda de la tienda dejó de ser honrado en la región, y parientes y viajeros a la vez eran rechazados y arrojados al desierto a merced de los chacales. Los mensajeros (?) se detuvieron y ya no hubo más tráfico entre tribus y las ciudades de las tribus, y los caminos se vieron cubiertos con hierbas y malezas.
Los ancianos perdieron la fe de sus padres y edificaron un muro en torno a la tribu, y luego otro y otro, hasta que los muros fueron un centenar y un centenar en número y cada casa quedó aislada de su vecina, y las familias se apartaron las unas de las otras. Los ancianos hicieron construir grandes muros y se acabó el comercio; las ciudades se volvieron pobres y se hicieron la guerra unas a otras, y el sol no estaba tranquilo.
Una plaga descendió de la inmundicia que coronaba el Har-Magedon, los excrementos de los dragones que cubrían la región como una bruma fétida antes del alba. La plaga era una enfermedad horrible de los ojos, de la nariz, de la garganta, de la cabeza, del corazón y del alma de un hombre, y su piel se desprendía; la plaga hacía que los hombres se parecieran a las cuatro bestias, y eran repugnantes en su miseria, y sus hermanos huían aterrados ante ellos.
Y con eso la voz de Miqueas gritó muy alto, diciendo que aquél era el fin de los días; y la voz de Elíseo gritó muy alto, diciendo que aquél era el fin de los días; y el espíritu y el fantasma de Ezequiel gritó muy alto, y fue visto dentro de las puertas de la ciudad, pronunciando lamentaciones y llorando, porque aquél era el fin de los días.
Y así fue.
(La siguiente línea del texto consistía en una única palabra aramea, que indica oscuridad, o tiempo, o generación. Podría ser traducida como Interregno).
El hombre que era dos hombres se alzó de su lecho (¿tumba?) en el submundo y se encolerizó ante lo que descubrió en la región. Rompió la tierra del Templo (¿salió de su tumba, que estaba debajo? ¿O dentro?) y acudió furioso para arrojar a los dragones de la montaña. Alzó su varita y golpeó los muros, ordenando a las familias que salieran libres y vivieran; le dio comida y consuelo al viajero y lo aconsejó, y guió su mano hacia la cuerda de la tienda; pidió a su pariente que entrara en su (¿habitación?, ¿casa?) y descansara; trabajó sin descanso para poner fin a la terrible miseria que afligía a la región.
Cuando el sol estuvo tranquilo de nuevo, el hombre que era dos hombres trabajó para volver a llenar el pozo (cisterna) y barrió los cielos limpiándolos de inmundicias. Los dragones huyeron de sus fétidos nidos, y la plaga huyó con ellos a otra parte del mundo. El hombre volvió su vista al Templo y había allí una gran y cegadora luz amarilla que llenaba los cielos desde un borde del mundo hasta el otro borde; y aquélla era una señal y la promesa, hecha por los santos profetas al trabajador, de que el mundo había sido hecho de nuevo y estaba en paz consigo mismo. Las flores brotaron y las viñas dieron fruto. El sol estaba tranquilo.
El hombre que era dos hombres descansó en su lugar en la tierra (¿tumba?) y se sintió satisfecho.
Brian Chaney se arrancó de su ensoñación para mirar a sus compañeros en torno a la mesa.
Arthur Saltus estaba leyendo las páginas fotocopiadas de una forma inconexa, su interés vagamente prendido por la narrativa. El mayor Moresby garabateaba en un bloc de notas —su único apoyo a una memoria retentiva—, y había vuelto al principio de la traducción para leerla una segunda vez. Chaney sospechó que empezaba a sentirse interesado. Kathryn van Hise estaba al otro lado de la mesa frente a él, sentada, inmóvil, con los dedos entrelazados sobre la mesa. La joven lo había estado observando con disimulo mientras él dejaba vagar sus pensamientos, pero había desviado la mirada cuando él la miró directamente.
Chaney se preguntó qué pensaba realmente ella de todo aquello. Aparte las opiniones de su superior, aparte la posición adoptada oficialmente por la Oficina, ¿qué pensaba realmente ella? Durante el desayuno había mostrado un cierto embarazo —que podía haber sido alarma— ante la perspectiva de filmar el objetivo alterno, fumar la Crucifixión, pero excepto eso no había descubierto ningún indicio de sus creencias o actitudes personales con respecto a la investigación del futuro. Había revelado orgullo y triunfo ante los éxitos de los ingenieros, y era fanáticamente leal a su patrón… Pero ¿qué pensaba realmente? ¿Tenía alguna reserva mental?
No llegaba a comprender en absoluto el interés de Seabrooke en aquel segundo papiro.
Cualquier erudito lo reconocía como midrash; no había habido controversia alguna sobre ese segundo papiro, y si hubiera sido publicado solo no hubiera obtenido la menor celebridad. Pensó en Gilbert Seabrooke como en una especie de lunático por introducirlo en la sala de conferencias. No había nada allí que pudiera alimentar la investigación. No había nada en el Eschatos relativo al futuro sondeo de los albores del próximo siglo; la historia estaba firmemente enraizada en el siglo I a. C. y ni siquiera rozaba nada más allá del año 70 d. C. Realmente no escrutaba nada más allá de su propio siglo. No proclamaba ni pretendía ser una genuina profecía, como lo hacía por ejemplo el Libro de Daniel, cuyo escriba pretendía estar vivo quinientos años antes de su propio nacimiento, aunque se traicionaba a sí mismo con sus evidentes lagunas históricas. Gilbert Seabrooke leía líneas imaginarias entre las líneas, aferrándose a rayos de luz amarilla y a los excrementos de dragón.
Uno de los tres teléfonos sonó.
Kathryn van Hise saltó de su silla para responder, y los tres hombres se volvieron para observarla.
La conversación fue corta. La mujer escuchó atentamente, dijo «Sí, señor» tres o cuatro veces y aseguró al que llamaba que los estudios se estaban realizando a un ritmo satisfactorio. Dijo «Sí, señor» una última vez y colgó el aparato. Moresby, expectante, se había alzado a medias en la silla.
—¡Vamos, adelante, Katrina! —la apremió Saltus.
—Los ingenieros han concluido sus pruebas, y el vehículo se halla en este momento en estado operativo. Los ensayos sobre el terreno empezarán muy pronto, caballeros. El señor Seabrooke ha sugerido que nos tomemos el resto del día libre para celebrarlo. Se reunirá con nosotros en la piscina esta tarde.
Arthur Saltus lanzó un aullido de alegría, y en un momento estaba en la puerta.
Brian Chaney arrojó su copia del papiro Eschatos a la papelera y se preparó para seguirlo.
Miró a la mujer y dijo:
—El último es un egipcio errante.