CAPÍTULO 20

 

 

 

 

 

Aunque hay un buen trecho desde el Bon Voyage hasta el ático de Darrell, decido ir andando. Hace calor y no me viene mal que me dé un poco el aire. Cuando llego al imponente edificio saludo al conserje.

—Buenas noches, Bob.

—Buenas noches, señorita —me saluda él con una amable sonrisa que se abre a la ancho de su rostro.

—Puedes llamarme Lea y también puede tutearme —le digo con total confianza, devolviéndole el gesto.

—Como quieras —dice él, sin quitar ni un segundo la sonrisa de su boca.

Bob se adelanta un par de pasos y me abre la puerta de cristal.

—Gracias —le agradezco.

Entro y me dirijo hacia los ascensores mirando a mi alrededor con ojos tímidos, como si en cualquier momento alguien fuera a echarme el alto.

—Vives aquí —siseo para mí con voz recriminatoria—. Acostúmbrate —me ordeno—. Nadie va a cogerte del brazo y a echarte.

Bajo la mirada y por fin alcanzo el ascensor. Casualmente las puertas están abiertas y logro colarme por un hueco antes de que se cierren.

—¿A qué planta va? —me pregunta una mujer rubia que podría ser mi madre. Va emperifollada de los pies a la cabeza y lleva el pelo tan cardado y con tanta laca que parece un muñeco de Playmóbil.

—A la última —digo.

—¿Va al ático del señor Baker? —curiosea, indiscreta.

Durante unos segundos me quedo mirándola en silencio. ¿Quién es está mujer para interrogarme de esta manera tan fiscalizadora como lo está haciendo? ¿Quién se ha creído que es?

—Sí —respondo trascurridos unos segundos, con la esperanza de que se calle.

Sus ojos me revisan de arriba abajo sin disimular un gesto interrogativo que me incomoda profundamente. Para mi fortuna el ascensor se abre y la mujer sale parapetada en unos altísimos y caros tacones. Respiro aliviada.

Abro la puerta del ático y sé que Darrell no está dentro porque he tenido que dar varias vueltas a la cerradura. Subo a mi habitación, intimidada en cierto modo por el absoluto silencio y por la inmensidad de la construcción en sí. Me meto directamente en la ducha y me pongo un pantalón corto y una camiseta de algodón coloridos y fresquitos para paliar el calor.

Bajo a la cocina y al abrir la nevera, me encuentro una nota de Darrell al lado de un bol lleno de una ensalada de pasta que tiene una pinta deliciosa.

 

 

Gloria la ha hecho especialmente para ti.

Si no te gusta, prepárate lo que quieras.

Buen provecho.

Darrell.

 

 

No puedo evitar sonreír, y con esa sonrisa en mis labios saco la ensalada y la nota y lo llevo a la mesa. Me sirvo un poco en un plato y cuando la pruebo me doy cuenta de que está exquisita y de que Gloria tiene muy buena mano para la cocina.

Quizá un día podríamos intercambiar trucos culinarios, pienso.

Un impulso me hace levantar la mirada. Mis ojos quedan atrapados en los de Darrell, que me observa atentamente recostado en el marco de la puerta de la cocina. El corazón se me dispara y empieza a latir a un ritmo frenético.

—Buenas noches —murmuro, tragándome rápidamente el bocado que tengo en la boca.

—Buenas noches —dice—. ¿Te gusta la ensalada que te ha preparado Gloria? —pregunta. Su mirada es intensa y determinante.

¡Maldita sea! ¿Por qué me tiene que mirar así? ¿De ese modo que me pone tan nerviosa? ¿Y precisamente esta noche? ¿Por qué sus ojos son tan intensos, tan firmes, tan tajantes? ¿Por qué es un hombre tan arrebatador?

—Sí, sí… Está muy rica —alcanzo a susurrar mientras me limpio la boca con la servilleta—. Gloria cocina muy bien. Pero no se tenía que haber molestado, yo podría haberme preparado cualquier cosa.

—Para Gloria ha sido un placer —apunta Darrell—. No ha supuesto ninguna molestia.

—¿No vas a cenar? —le pregunto, al ver que no se mueve de la puerta.

—No, cené con unos clientes.

—Entiendo…

Aparto la mirada de él, cojo el plato de la mesa, me levanto y lo meto en el lavavajillas. Cuando me giro, Darrell continúa mirándome fijamente.

—¿Has terminado? —me pregunta.

Trago saliva.

—Sí —afirmo.

—Ven… —dice, tendiéndome la mano y mostrando un brillo peligroso en los ojos.

Vuelvo a tragar saliva, pero no puedo porque tengo la garganta seca. Trato de fingir despreocupación, pero me es imposible. Me acerco a él y tomo su mano. Una suerte de corriente eléctrica sacude mis dedos. Las rodillas me tiemblan.

Ha llegado la hora. Los latidos de mi corazón retumban dentro de mi pecho y un sudor frío empieza a bajar por mi espalda.

Darrell se gira en silencio, apartando lentamente la mirada de mí, y me guía a través de las escaleras. Mientras ascendemos no puedo evitar fijarme en su espalda de hombros anchos. Tiene esa forma trapezoidal que resulta tan sexy y varonil.

Cruzamos el pasillo y me lleva a su habitación. Durante una décima de segundo tengo la sensación de que voy a desmayarme. Tengo el corazón desbocado.

¡Mantén la compostura, Lea! ¡No eres una niña!, me ordeno.

Me enfado conmigo misma por no ser una de esas mujeres atrevidas y resueltas con capacidad suficiente para comerse el mundo. Yo soy tímida, apocada y cuando estoy nerviosa, incluso torpe.

Darrell abre la puerta.

—Entra —indica, cediéndome el paso.

—Gracias —digo.

—Me gusta la buena educación que tienes, el respeto, la cortesía. Tus «gracias», tus «por favor» —dice con total naturalidad, y yo me quedo muda, porque en esos momentos su voz me parece la más sensual del mundo. Lo es.

—Gracias —es lo único que me sale decir cuando recobro la compostura. Me sonrojo al darme cuenta de que parezco un lorito de repetición con un escaso vocabulario. Sueno estúpida.

Darrell no sonríe, pero sus ojos sí lo hacen. Creo que a él también le sueno estúpida, y eso hace que me sonroje más aún. Le debo parecer muy divertida, y no me extraña, la verdad. Suspiro tenuemente tratando de tranquilizarme.  La noche no ha hecho más que empezar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La proposición del señor Baker
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