CAPÍTULO 59

 

 

 

 

 

 

Lissa se acerca por detrás y me agarra del brazo.

—¿Qué tal con el hombre de hielo? —me pregunta en tono confidencial en un momento en que nos quedamos solas cuando salimos del cementerio. Darrell está unos pasos por delante de nosotras, hablando por teléfono.

Hago una mueca con la boca.

—¿No ha ido bien? —curiosea Lissa.

—Ya te contaré detenidamente —digo.

—¿Hay mucho que contar? —dice en voz baja.

—Mucho.

—¿Da para una tarde entera?

—Para un día entero —respondo. Hago una pausa y paseo la mirada en derredor, asegurándome de que nadie puede oírnos—. Por lo pronto tengo que encontrar un trabajo cuanto antes.

—¿Al final te vas a ir de su casa?

—Sí, es lo mejor.

—Sabes que te apoyaré en todo lo que hagas, ¿verdad? —me dice Lissa.

Aprieto los labios con fuerza, aguantando las lágrimas, y afirmo con la cabeza sin poder articular palabra.

—Heyyy… No quiero que llores. —Lissa me abraza, y yo me aferro a ella como si fuera una tabla salvavidas—. Todo va a salir bien, ¿vale? —Al ver que no respondo, insiste—. ¿Vale?

—Vale —contesto finalmente mientras me enjugo las lágrimas.

—¿Cuándo vuelves a Nueva York?

—Esta misma tarde.

—¿Nos vemos mañana allí, entonces?

—Sí —afirmo—. Por cierto, ¿qué tal te va con Joey? Hace mucho que no me cuentas cómo estás con él —digo, cambiando de tema.

—Creo que lo tengo en el bote —murmura Lissa.

Sonrío al escuchar su noticia.

—No ha podido resistirse a tus encantos, ¿eh?

Lissa hace un gesto de coquetería.

—Bueno…

—Donde pones el ojo, pones la bala —le corto.

—Ya te contaré todo con pelos y señales —dice Lissa.

—Lea…

Es la voz de Matt la que suena a mi espalda. Me giro.

—Matt…

—Tenemos que irnos —anuncia, mirando a Lissa—. Creo que no va a tardar mucho en caer el diluvio universal.

Lissa asiente, conforme.

—Nos vemos —dicen los dos al unísono mientras nos despedimos con un par de besos en las mejillas y un caluroso abrazo.

—Nos vemos, y muchas gracias por estar conmigo en estos momentos —les agradezco al tiempo que muevo la mano de un lado a otro.

Durante unos instantes veo como se alejan y como sus siluetas se pierden entre el resto de la gente que ha venido a dar el último adiós a mi padre. Ellos son mi única familia en Nueva York.

—¿Todo bien?

Darrell aparece a mi lado. Está vestido íntegramente de negro, corbata incluida, tan elegante como siempre, pero esta vez además con un toque sobrio.

—Todo bien —respondo—. Al menos, todo lo bien que puedo estar en estas circunstancias.

Levanta el rostro y echa un vistazo al cielo.

—Va a empezar a llover —comenta—. No es mala idea que nos pongamos a resguardo mientras tus tías despiden a todos sus conocidos.

Afirmo con la cabeza.

Darrell mira a su alrededor y apunta con el dedo a una caseta baja situada en la entrada del cementerio. El techo sobresale un poco de la fachada y eso puede evitar que nos mojemos en el caso de que se arranque a llover, lo cual es más que probable.

—Vamos allí —me indica.

Mientras esperamos, se levanta un viento frío que hace que me estremezca. Me froto los brazos con las manos para tratar de entrar en calor. Darrell se percata de ello, se quita rápidamente la chaqueta del traje y me la pone sobre los hombros.

—Gracias —digo.

—Tengo que cuidarte —asevera.

Frunzo el rostro, sin entender.

—¿Tienes que cuidarme? —repito.

—Se lo prometí a tu padre.

—Darrell, no tienes por qué cumplir la promesa que le hiciste a mi padre —digo—. No tienes ninguna obligación  de hacerlo.

—Las promesas tienen que cumplirse.

—Esta no.

—¿Por qué? —pregunta Darrell.

—Bueno, porque no es necesario… No tienes ningún deber conmigo… —respondo—. Porque… no somos nada.

Una ráfaga de viento me agita los mechones de pelo. Me los coloco detrás de las orejas para que no me molesten. No lo veo, pero siento los ojos de Darrell clavados en mí.

—¿No somos amigos? —me pregunta.

Carraspeo para aclararme la garganta.

—Supongo que sí…

—¿Supones?

Bajo la mirada al suelo y me muerdo el interior del carrillo. De pronto tengo la sensación de que estoy caminando sobre un lago de arenas movedizas y de que me hundo un poco más cada vez que abro la boca. Pero no sé cómo encauzar esta conversación para no salir escaldada. No quiero ser amiga de Darrell; no cuando creo que estoy enamorada de él. Tenerlo cerca y no poderlo tocar o no poderlo besar sería una tortura.

—¿Qué más da que seamos amigos o no? —digo.

—A mí no me da lo mismo.

Alzo la vista y trago saliva. La seriedad de Darrell me impone.

—Te he dado las gracias por haberme traído a Atlanta, por haberme apoyado, por  haber…

—No lo he hecho para que me des las gracias, Lea —me corta en tono seco.

Vuelvo a tragar saliva. No sé qué decir. Estoy bloqueada. Mierda, ¿qué quiere que le diga? ¿Qué quiere de mí?

—Darrell… nuestra relación está… —titubeo nerviosa—… está definida por las cláusulas de un contrato… —Mi voz se va apagando poco a poco. En esos momentos levanto ligeramente el rostro y de reojo veo a tía Emily. Siento un inmenso alivio—. Tía Emily, estamos aquí —digo en voz alta, haciéndole una señal con la mano y aprovechando el impasse para desviar la atención y dar por concluida la incómoda conversación que estamos teniendo.

—Cariño… —dice tía Emily viniendo hacia nosotros—. Os estaba buscando.

Miro a Darrell, que se mantiene de pie junto a mí, observándome desde toda su altura con ojos reprobadores. Carraspeo de nuevo.

—Ya se ha ido toda la gente —comenta tía Emily, tapándose el cuello con las solapas de la chaqueta negra que lleva puesta, protegiéndose de las ráfagas del viento que nos sacuden.

—¿Nos vamos ya? —pregunto, y no puedo disimular que estoy cansada.

—Sí, para eso os estaba buscando. Podemos irnos cuando queráis.

En ese momento comienza a llover.

—Vamos a darnos prisa —digo—. O nos va a pillar el chaparrón.

 

 

La proposición del señor Baker
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