CAPÍTULO 58

 

 

 

 

 

 

—Papá… Papá… —lo llamo en cuanto entro en la habitación.

Tía Rosy está a su lado, junto a un médico y a la enfermera que minutos antes había acudido a tomarle la tensión y la temperatura.

—Papá… —vuelvo a llamarlo al acercarme a la cama. No reacciona.

Tiene los ojos cerrados, pero su pecho aún sube y baja, aunque lo hace muy despacio, con un movimiento casi inapreciable. Tía Rosy se vuelve hacia mí con la mirada devastada por el llanto. Se lleva una mano a la boca. Es el final.

—Leandra… —susurra mi padre.

El corazón me salta al oír su voz.

—Sí, papá, estoy aquí —le digo, cogiéndole rápidamente la mano pálida y temblorosa—. Estoy aquí.

La boca de mi padre se abre dibujando una sonrisa en los labios al sentir el cálido contacto de mi mano.

—Gracias por haber venido a verme —dice sin aliento—. A pesar de todo lo que te he hecho… A pesar de no merecérmelo…

—No pienses ahora en eso… —le corto en tono dulce, intentando calmar su desazón.

—Sí, si tengo que… pensar en ello, Leandra, y… darte las gracias —dice entrecortadamente a través de la mascarilla de oxígeno—. Gracias por… perdonarme…, por… haberme regalado estas horas que has estado conmigo…, por… haberme hecho tan feliz los últimos minutos de mi vida…

—Papá… —murmuro, rompiendo a llorar.

Cada vez le cuesta más hablar.

—Gracias… Gracias por tus lágrimas, mi pequeña Leandra…, mi pequeña niña… Te quiero…

La voz de mi padre se apaga de golpe con un último resuello.

—¿Papá? ¿Papá? —pregunto.

Pero mi padre ya no responde y el pecho ha dejado de subir y de bajar. No respira.

—Papá… —me lamento, abalanzándome sobre él.

—Mitch… Mitch —grita tía Rosy.

—Oh, Mitch… —llora tía Emily desconsoladamente—. Mitch…

Acerco mis labios a su rostro y le doy un beso en la frente.

—Si nos disculpan —dice el médico.

—Sí… —respondo ausente mientras me aparto de la cama y le cedo el sitio.

—Lo siento.

La que habla ahora es la enfermera, o eso es lo que me parece, ya que no soy muy consciente de lo que está sucediendo a mi alrededor. Como un ser autómata salgo de la habitación. Me detengo a un metro de la puerta, ausente, confundida, aturdida… Una sombra camina hacia mí y me abraza con fuerza.

Es Darrell. Me rodea la espalda con una mano y con la otra me sujeta la cabeza y la aprieta contra él. Entonces rompo a llorar sin consuelo. Por mi padre, que acaba de fallecer, y porque toda esta situación trae a mi mente la muerte de mi madre hace apenas dos años.

—Llora, Lea… —me dice Darrell—. Llora todo lo que quieras, todo lo que necesites. Desahógate. Yo estoy aquí. Yo estoy aquí contigo.

—Se ha muerto, Darrell —sollozo contra su hombro—. Mi padre se ha muerto y yo me he quedado sola, completamente sola en este mundo.

El sentimiento de desamparo y de desprotección que siento en estos momentos es devastador. Tanto, que si no fuera por los brazos de Darrell que me están sujetando, me caería al suelo.

—Ya… —me consuela Darrell mientras me acaricia la cabeza—. Ya…

Cierro los ojos; su voz es un bálsamo para mí.

—Leandra… —Tía Emily suena a mi espalda. Me libero de los brazos de Darrell y me giro—. Siento interrumpir —dice, mirando alternativamente a Darrell y a mí—, pero tenemos que preparar todo para el entierro.

Asiento de manera mecánica mientras me enjugo las lágrimas con el dorso de la mano.

—¿Qué quieres que haga, tía?

—Tía Rosy y yo nos encargaremos de avisar al resto de la familia y del papeleo del hospital. Tú solo llama a la funeraria. Aquí tienes el número —indica, abriendo el bolso y sacando una tarjeta de visita—. Queremos que seas tú la que se ocupe de ello para que hagas las cosas a tu gusto.

—Vale, tía —respondo, agradecida por la confianza que depositan en mí, al tiempo que tomo la tarjeta.

Tía Emily me abraza, después me coge la cara con las dos manos y me besa afectuosamente en la frente.

—Le has hecho tan feliz estás últimas horas… —me susurra sin poder contener el llanto, y en su tono de voz hay un matiz de eterno agradecimiento—. Tan feliz…

 

 

 

 

El corazón me da un vuelco.

—¡Lissa! —exclamo, fundiéndome con ella en un caluroso abrazo cuando la veo de pie en la puerta del cementerio—. Gracias por venir.

—No podía faltar, cariño —dice, secándome las lágrimas que ya ruedan precipitadamente por mis mejillas—. Tenía que estar aquí contigo. Acompañándote.

Nos separamos un poco

—Pero… —balbuceo—, ¿cómo has venido?

—Con Matt. Hemos venido en su coche. Está buscando aparcamiento.

Alzo las cejas, sorprendida.

—¿En su destartalado escarabajo? —pregunto.

—Sí.

—Vaya… Al final ese coche es como un todoterreno —comento.

El rostro de Lissa adopta una expresión seria.

—Es una pregunta tonta, Lea, pero, ¿cómo estás? —se interesa por mí.

Me encojo de hombros.

—Mal —respondo—. Decir lo contrario sería mentir.

—Me imagino que no está siendo fácil.

Muevo la cabeza, negando.

—Nada fácil… —confirmo.

Alzo la mirada y por encima del hombro de Lissa veo al larguilucho de Matt esperando pacientemente su turno para hablar conmigo.

—Matt… —murmuro, yendo hacia él.

Mientras me estrecha entre sus brazos, Lissa aprovecha para saludar a Darrell, que está detrás de mí.

—Lo siento —dice Matt—. Lo siento mucho, Lea.

—Gracias, y gracias también por venir —le agradezco de corazón.

—Para eso estamos los amigos.

Matt duda si saludar a Darrell o no, pero finalmente desiste cuando ve que él no está mucho por la labor. Dirijo una mirada a Darrell. Por alguna razón que ignoro, no le quita el ojo de encima a Matt, y mientras parece seguir cada uno de sus movimientos como un perro policía, tiene una expresión seria en el rostro, una de esas que no logro descifrar. ¿Qué demonios le pasa siempre con Matt? ¿Por qué no le ha saludado como ha hecho con Lissa? ¿Por qué lo mira con tanto recelo?

—Ya ha llegado el féretro —me dice tía Rosy al oído.

Entramos en el cementerio seguidos por la comitiva y nos situamos alrededor de la tumba, bajo un cielo cubierto de unas nubes plomizas que amenazan con descargar agua durante meses, como en el diluvio universal. Mientras el cura expone el sermón, pienso en todo lo que me ha ocurrido en los últimos años y una terrible sensación de soledad me invade.

Miro de reojo a Darrell, que se encuentra estoicamente a mi lado. Él es el primer problema del que me tengo que ocupar. ¿Problema? ¿Desde cuándo Darrell es un problema? Desde que me dijo que no es capaz de sentir emociones, que no es capaz de amar, que no es capaz de enamorarse.

Niego para mí misma con la cabeza. En cuanto lleguemos a Nueva York tengo que hablar con él.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La proposición del señor Baker
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