CAPÍTULO 34
Saludo a Bob sin pararme, entro en el edificio, atravieso el enorme vestíbulo y me dirijo corriendo a los ascensores. Mientras espero con impaciencia a que alguno baje, no dejo de preguntarme a qué es debido el tono casi autoritario de Darrell. Sé que tengo que estar disponible veinticuatro horas para él, es una cláusula que quedó clara en el contrato. Sin embargo sospecho que hay algo extraño detrás de su inmediata exigencia.
Cuando el ascensor se aproxima a los últimos pisos, abro el bolso y busco las llaves. Las encuentro justo en el momento en que las puertas de acero se abren.
Darrell está en el salón, con el ordenador portátil abierto y rodeado de pilas de documentos. Su pelo oscuro atrapa los reflejos del sol de la tarde que entran por los enormes ventanales.
—Hola —saludo, recostando el bolso y los libros en una de las sillas de diseño.
Estoy sofocada por la carrera que me he dado para llegar lo antes posible y también por los nervios, que ya están haciendo de las suyas. Esbozo apenas media sonrisa sin despegar los labios, pero Darrell no la corresponde, como era de esperar. Ni siquiera me saluda, simplemente se limita a levantarse de la mesa sin decir nada.
—¿Ocurre algo? —le pregunto a media voz cuando lo veo avanzar hacia mí con deliberada calma.
—No. Todo está perfecto.
Su voz suena extraña, en un tono peligrosamente suave. Sin saber por qué, comienzo a darle explicaciones con palabras atropelladas.
—Estaba comprando unos libros —digo—: Topología de Superficies y Geometría de Riemann. No he podido llegar antes; el metro se fue justo cuando llegaba… —continúo aún más deprisa mientras Darrell sigue acercándose a mí inexorablemente—. Quizá hubiera sido mejor coger un taxi pero…
—Estás hablando demasiado —me corta Darrell.
¿Qué estoy hablando demasiado? ¿Qué leches significa eso? ¿Quiere que me calle? ¿Por qué le divierte tanto ruborizarme? ¿Acaso eso le pone? ¿Le excita?
Trato de recobrar el aliento a marchas forzadas, pero es demasiado tarde. Darrell me ha acorralado contra el respaldo del sofá. No tengo escapatoria.
Trago saliva ruidosamente. Su poderosa mirada y su silueta masculina, a escasos centímetros de mí, comienzan a nublarme la mente y a derretirme el entendimiento. Y ya está aquí este insólito efecto que me hace sentir como si estuviera bajo el influjo de un poderoso imán.
Alzo los ojos y lo miro. Se lo ve impaciente. Durante una décima de segundo me quedo petrificada, rígida como si me hubiera tragado un palo. Darrell lanza un gemido brusco, me agarra de la cintura para inmovilizarme, me atrae hacia él y funde sus labios con los míos con una avidez que amenaza con engullirme.
Me dejo llevar por el instinto.
Rodeo el cuello con mis brazos y me aferro a su nuca mientras lo beso enloquecidamente. Un gemido emerge del fondo de su garganta y choca contra mi boca al mismo tiempo que me muerde el labio inferior y tira de él. Una punzada de dolor recorre mi rostro.
—¿Está todo bien? —le pregunto, intuyendo que hay algo que no va cómo debería.
—Todo está perfectamente —me responde, pero yo no estoy convencida.
Darrell me aprieta contra él, baja las manos hasta mis caderas, me levanta sin ningún esfuerzo y me sienta en el borde del respaldo del sofá. Acerca su rostro al mío, e introduce bruscamente su lengua en mi boca, que permanece entreabierta intentando ganar una bocanada de aire. Mis terminaciones nerviosas se ponen en pie. Su beso es intenso, posesivo, descarnado, incluso violento.
—Eres mía… —le oigo susurrar entre jadeos.
Lo dice de una forma posesiva, exigente. Mi espalda se sacude como si hubiera recibido una descarga eléctrica. ¿Cómo es posible que su voz me excite tanto? ¿Qué haga que me humedezca del modo que lo hace?
Alarga la mano y habilidosamente me saca el vestido por la cabeza. Se inclina un poco, coge mis braguitas, da un tirón y las rasga completamente mientras contemplo la escena con asombro en los ojos.
Extiende la mano y pone la palma extendida sobre mi vientre, indicándome que me eche hacia atrás. ¿De qué postura quiere hacerlo? ¡Madre mía!
Me voy recostando poco a poco hasta que mi espalda queda pegada al respaldo del sofá. ¿Me va a follar así? ¿Totalmente arqueada? Joder.
Antes de que me dé tiempo a reaccionar, me abre las piernas al máximo, dejando mi sexo expuesto a su merced, y se coloca en el hueco que él mismo ha creado. No puedo ver nada de lo que hace, pero escucho el sonido de la cremallera del pantalón mientras la hace descender. Sin previo aviso, Darrell me agarra los muslos y se hunde en mí con brusquedad.
Grito.
Su invasión me resulta implacable y placentera, tremendamente placentera. Sale y vuelve a entrar con la misma intensidad. Giro los ojos y alcanzo a ver su rostro. Sus músculos están contraídos por el placer. Sale de mí y de otro fuerte empellón vuele a introducirse en mis entrañas hasta el fondo.
Sus ojos están fijamente puestos en los míos, lanzando destellos de deseo y de algo más oscuro que no logro descifrar. Mi cara se arruga por el dolor con cada embestida y mi respiración se acelera vertiginosamente.
La solemnidad de su figura elegante y masculina entrando y saliendo en mí me excita hasta aturdirme. Unos minutos después mi cuerpo se retuerce sobre sí mismo y mis nervios se contraen en una sucesión de espasmos que terminan en un intenso orgasmo.
Darrell se deja ir unas cuantas embestidas más tarde con un gemido ahogado, mientras me mira con los ojos entornados y todavía encendidos por la pasión.
Cuando sale de mí me deslizo en el sofá y me quedo tumbada. Tengo el cuerpo sudoroso y dolorido, no solo por la fuerza con la que Darrell me ha hecho suya, sino por la posición en la que me ha mantenido. Inhalo hondo para tratar de normalizar la respiración. Cojo el vestido y me cubro con él mientras observo a Darrell. Está más callado y taciturno que de costumbre y eso, no sé por qué, pero no me gusta.
—¿Está todo bien?
La pregunta sale involuntariamente de mi boca. Darrell se gira y me dirige una intensa mirada.
—¿Estás cumpliendo todas las cláusulas del contrato? —dice de pronto con aspereza.
—¿Por qué me preguntas eso? —quiero saber al tiempo que me levanto.
—No me has respondido, Lea. ¿Estás cumpliendo todas las cláusulas del contrato? —repite serio.
—Sí, por supuesto que sí —afirmo.
Trato por todos los medios de cubrirme con el vestido para que no se me vea nada. Repentinamente me siento vulnerable.
¿Pero qué coño le pasa? ¿Por qué me pregunta ahora que si estoy cumpliendo todas las cláusulas del contrato? ¿Tendrá eso algo que ver con que esté más silencioso y reservado de lo normal? Pero, ¿por qué? No lo entiendo…
Suspiro, desconcertada. Darrell Baker va a volverme loca.
—Espero que no se te olvide lo que has firmado —asevera.
—Te aseguro que no se me olvida —alego—. Me has llamado y he venido, ¿no? —Darrell mantiene silencio—. No he podido llegar antes, ya te lo he dicho. He perdido el metro…
—Te he visto —me interrumpe.
—¿Me has visto? —repito confusa, sin saber a qué se refiere.
—Abrazada… a un chico… —Frunzo el ceño, más confusa aún—. Pasaba por casualidad por la calle en esos momentos, y te vi…
—¿De qué hablas?
—Esta misma tarde, en la calle. Era un chico alto, delgado…
Entonces caigo en la cuenta y mi rostro se esponja.
—Es Matt… —digo.
—¿Quién es Matt?
—Un compañero de clase —respondo.
—¿Y abrazas a todos tus compañeros de clase? —pregunta Darrell con una nota de ironía en la voz.
Niego con la cabeza para mí.
—No, Darrell, no. No abrazo a todos los compañeros de clase —apunto, algo molesta por sus insinuaciones. Darrell no parece convencido de lo que digo—. Matt es un amigo —añado.
Darrell levanta los ojos. El impacto de su intensa mirada azul me deja muda.
—¿Al final es un amigo o un compañero de clase? —pregunta en tono serio. Su expresión es grave.
—Ambas cosas —atajo mientras me pongo el vestido—. Hemos ido juntos a clase desde que comenzamos la carrera… Estudiamos juntos, vamos a las prácticas juntos… —digo de modo atropellado. Me siento tremendamente confusa por la actitud de Darrell—. ¿De qué va todo esto? —digo, sin poder contenerme.
—Va de que no quiero que abraces a nadie.
Bufo, presa de la incredulidad.
—Las personas necesitamos afecto. Necesitamos abrazarnos, besarnos, tocarnos… Aunque tú no lo necesites —le reprocho.
—¿Te gusta ese chico? —me pregunta Darrell.
—No —niego de inmediato como algo obvio—. Claro que no.
—¿Y tú a él?
La respuesta tarda unos segundos en llegar a mis labios.
—No… No lo sé… —dudo. Por alguna razón que no logro entender no quiero decirle que Lissa asegura que Matt está enamorado de mí—. No —niego finalmente.
—¿No, o no lo sabes?
—Darrell, ¿qué más da? —digo—. Que lo abrace no significa que quiera tener algo con él, o que él lo quiera tener conmigo. Como te acabo de decir, los seres humanos necesitamos demostrarnos afecto a través de los abrazos, de los besos, del cariño… sin que ello signifique que queramos sexo. —Me quedo unos segundos observándolo, sin decir nada—. Sé que tú no lo entiendes —apunto con voz abatida. Me esfuerzo para que mi rostro no revele mi expresión de frustración.
—No, no lo entiendo. —Un profundo silencio sigue a las palabras de Darrell—. ¿Crees que soy un monstruo? —me pregunta de pronto, rompiendo la imperiosa mudez del momento.
—A veces creo que no eres humano, Darrell —respondo a media voz en un arranque de sinceridad y tras unos segundos de vacilación.
—No te preocupes. No eres la única persona que lo piensa. Hay quienes aseguran que no tengo corazón —dice, componiendo en la cara un gesto de resignación.
—Hace unos días me dijiste que tu corazón no funcionaba correctamente… ¿Por qué? —me aventuro a preguntarle en tono suave—. ¿Qué le sucede?
Lo miro, tratando de leer en su rostro la verdad.
—Saber por qué mi corazón no funciona correctamente no es tu cometido.
Su respuesta me deja perpleja, inmóvil como una estatua de mármol, como si me hubieran echado por encima un jarro de agua fría. Sus rotundos rasgos se han endurecido.
—Tienes razón —digo—. Mi único cometido es darte placer, para eso estoy aquí.
—No quería decir eso —apunta Darrell.
—Pero lo has dicho. Y tienes razón —añado—. Nuestra relación se ciñe a las cláusulas de un contrato; a mí no debe importarme qué te sucede, como a ti no debe importarte a quién abrazo, mientras no me lo folle.
Me estiro el vestido con las manos, paso a su lado y me dirijo hacia las escaleras.
—Lea… —le oigo llamarme a mi espalda, pero sigo mi camino sin inmutarme—. Lea, espera…
Sacudo la cabeza con aire de resignación mientras asciendo los peldaños lo más rápido que puedo. Atravieso el amplio pasillo de la segunda planta con los ojos anegados de lágrimas, abro la puerta de mi habitación y me dejo caer en la cama. Cojo a Kitty, mi viejo peluche, y lo aprieto contra mi pecho.
Necesito estar sola, ordenar los pensamientos y asumir de una vez que me equivoqué al aceptar la proposición de Darrell, que cometí el mayor error de mi vida. Y llorar, necesito llorar hasta que me quede sin lágrimas.