CAPÍTULO 21

 

 

 

 

 

Echo un vistazo fugaz a su habitación. Es enorme. Las paredes son gris claro y el mobiliario es de madera maciza negra con vetas de color plata. Como en el resto del ático, todo está escrupulosamente ordenado, en su sitio. Los cojines de la inmensa cama, los adornos, los libros que forman parte de la decoración…, como en una tienda, o en una exposición de muebles de diseño. Los rascacielos de Nueva York se ven a nuestros pies desde los ventanales, como un gigantesco juego de piezas desmontables.

—¿Nunca te quitas el moño? —me sorprende Darrell con su pregunta—. Seguro que me gustas más con el pelo suelto —afirma.

Entonces, algo me incita a subir las manos y a quitarme la goma que me sujeta el pelo. Mi larga melena cae sobre los hombros de forma natural como una cascada de aguas de color bronce.

Cuando levanto la cabeza, apenas veo venir a Darrell. Estoy tan nerviosa que me siento casi mareada.

—Mucho mejor —le oigo mascullar.

Se aproxima a mí, alarga los brazos y cierra las manos en torno a los mechones de pelo, deslizando lentamente los dedos por ellos.

—Tu pelo es como la seda…

Lo miro perpleja, sin saber qué decir.

Me coge el rostro suavemente entre las manos y me besa. Sus labios se aprietan contra los míos mientras su lengua comienza a abrirse paso en mi boca sin pérdida de tiempo. Una fuerte sacudida me recorre el cuerpo hasta instalarse involuntariamente en lo más profundo de mis entrañas. Es como si hubiera tocado un cable de alta tensión. Aparte de temor, Darrell despierta en mí un deseo incontrolable que me sube desde el estómago.

—No sé qué tengo que hacer… —murmuro cuando Darrell se separa un poco de mí y me deja respirar—. No sé cómo tengo que comportarme en esta situación…

—No hagas nada —me dice con voz susurrante—. Déjate llevar…

Sus intensos ojos azules se han oscurecido con una expresión que no logro descifrar. Pero más claros o más oscuros, son extremadamente cautivadores. Hago lo que me aconseja y me dejo llevar… ¿Qué otra cosa puedo hacer?

Siento su aliento en la mejilla, cálido y suave, y noto que su mano se desliza por mi espalda. El pulso se me acelera vertiginosamente.

Debería decirle que…, pienso para mis adentros. Pero los dedos de Darrell se introducen en esos momentos por mi pantalón corto y mi braguita y se me va el santo al cielo. Mis pensamientos empiezan a ser confusos en mi mente, viajando sin rumbo de un lado a otro.

Cuando sus yemas acarician suavemente mi clítoris, me estremezco y jadeo. Me da la vuelta y comienza a besarme el cuello. Insitntivamente arqueo la cabeza para que tenga más accesibilidad a él.

—Relájate… Estás muy tensa —me dice al oído con voz muy suave.

Siento que me derrito por dentro, como si todos mis órganos se licuaran.

Quizá este sea un buen momento para confesarle que... Vuelvo a estremecerme de forma casi violenta cuando los dientes de Darrell me mordisquean el lóbulo de la oreja. La respiración se me entrecorta.

—Lo siento… —alcanzo solo a decir en voz baja.

—Shhh… —me silencia.

Me quita la camiseta, la deja a un lado en el suelo y con las dos manos me acaricia los pechos por encima del sujetador. Los aprieta. Gimo. Segundos después, se deshace sin problemas del sujetador y me pellizca delicadamente los pezones con el índice y el pulgar.

—Darrell… —susurro, muerta de vergüenza.

Su nombre suena casi agónico en mis labios.

En silencio, me gira de nuevo hacia él, se inclina y me lame los pechos, haciendo círculos con la lengua alrededor de los pezones. Noto como se endurecen de placer y como los senos se me inflaman, excitados por su contacto.

Darrell sigue descendiendo sus labios por mi cuerpo, dejando besos a lo largo de mi vientre. Introduce de nuevo los dedos por el borde del pantalón y de la braguita y me lo baja todo. No puedo evitar ruborizarme violentamente cuando me doy cuenta que estoy totalmente desnuda delante de él y de que me mira de arriba abajo con ojos voluptuosos.

Darrell se quita la chaqueta del traje, la deja sobre una silla y comienza a desabrocharse la camisa sin apartar su mirada de mí. Cuando su torso queda al descubierto, me quedo hipnotizada por su impresionante figura. Los músculos están marcados perfectamente, casi al milímetro, como una escultura de Miguel Ángel.

Joder…, exclamo para mis adentros con la boca seca. ¿De dónde ha salido este hombre? Su cuerpo es perfecto hasta la crueldad. Tendría que ser arrestado por escándalo público.

Se acerca a mí con pasos felinos. El corazón me late con fuerza cuando lo veo aproximarse con esa seguridad aplastante y mirándome como si quisiera devorarme, como si fuera capaz de no dejar ni un pedacito de mí.

Antes de que me dé cuenta, me coge en brazos y me lleva a la cama. Me tumba en ella y se pone encima. De pronto siento todo su cuerpo pegado al mío. Durante un instante Darrell me mira, y mis ojos de color bronce se reflejan en sus ojos azules.

Hay tanto vacío en su mirada, pienso.

Se hunde en mi cuello y comienza a besarme de nuevo. Noto un calor en las entrañas, manifestación del deseo que siento y del envolvente cuerpo de Darrell encima de mí. Debería avergonzarme admitirlo; debería estar pensando en el papel que tengo en esta historia, y seguro que pensaré en ello mañana, pero sus caricias están despertando mis sentidos de una manera que no me había sucedido con nadie antes. Ningún hombre ha causado en mí el impacto que causa Darrell Baker.

Vuelve a mirarme una vez más, fijamente. Los ojos le brillan con un destello intenso, ardiente, y creo que perverso.

—Hasta que vayas a la ginecóloga y te ponga un método anticonceptivo, nos tendremos que arreglar con esto —dice. Abre el cajón superior de la mesilla y me muestra un preservativo.

Me ruborizo y me muerdo el interior del carrillo, nerviosa, mientras Darrell se deshace de los pantalones. ¡Me va a dar algo!

Darrell se inclina hacia mí, me besa suavemente y después tira de mi labio inferior con los dientes. Noto como me arde la sangre en el interior de las venas. Seguidamente se arrodilla delante de mí, se pone el preservativo y me abre las piernas sin apartar su mirada de mis ojos.

Se coloca delante de mi sexo.

Contengo la respiración, aprieto las mandíbulas y cierro los ojos. Y Darrell me penetra profundamente. Una punzada de dolor me recorre las entrañas; suelto el aire de los pulmones como si me hubieran dado un fuerte golpe en el pecho. Cuando abro los ojos, Darrell está inmóvil, mirándome con el ceño fruncido y expresión de desconcierto.

—¿Eres virgen? —me pregunta.

Durante un segundo me quedo muda.

—Sí —respondo finalmente, moviendo la cabeza y ruborizándome hasta la raíz del pelo.

Chasquea la lengua. Parece ligeramente sorprendido.

—¿Y por qué coño no me lo has dicho? —ladra, mientras sale de mí bruscamente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La proposición del señor Baker
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