1. CONSTANTINOPLA Y EL IMPERIO DE ORIENTE DURANTE EL SIGLO V
La ciudad de Constantinopla
A la muerte de Teodosio I en 395, Constantinopla llevaba más de sesenta años siendo una de las sedes del imperio, exactamente desde que la ciudad clásica de Bizancio fuera vuelta a fundar por Constantino el Grande con el nombre de Constantinópolis (literalmente «Ciudad de Constantino»). Aunque a menudo se la llama capital del imperio de Oriente, semejante calificativo no es del todo correcto: Constantino la fundó con arreglo al modelo de las capitales de la tetrarquía ya existentes, como por ejemplo Nicomedia o Tréveris, y aunque desde su dedicación en 330 hasta el mismo día de su muerte, acontecida en 337, residió en ella casi constantemente, tenía la idea, según parece, de que a su muerte se volviera a un imperio dividido geográficamente entre varios Augustos (Eusebio, Vita Constantini, IV,51).[1] Dicha división no llegó a funcionar en la práctica: inmediatamente después de morir Constantino estallaron las rivalidades y aproximadamente en 350, al morir el segundo de los tres hijos que le habían sobrevivido, el tercero de ellos, Constancio II, se convirtió en único emperador, lo mismo que su padre. No obstante, a finales del siglo IV hubo a menudo dos e incluso más Augustos gobernando el imperio simultáneamente, de suerte que, cuando a la muerte de Teodosio se «dividió» el imperio entre sus dos hijos, Honorio y Arcadio, la cosa no supuso en el fondo ninguna novedad. La diferencia estuvo, sin embargo, en el hecho de que las dos mitades del imperio empezaron a desarrollarse por separado cada vez con más intensidad.
La propia Constantinopla no era todavía una ciudad totalmente cristiana. Aunque al referirse a la fundación de la ciudad por obra de Constantino, Eusebio pretende hacernos creer que fue eliminado cualquier rastro de paganismo que pudiera existir (Vita Constantini, III,48), semejante medida habría sido imposible de llevar a la práctica, a menos que se deportara a toda la población, y lo cierto es que, según nos informa Zósimo, autor pagano de época tardía, Constantino llegó a fundar dos nuevos templos paganos en la ciudad (Nueva Historia, 11,31). Probablemente fuera su hijo, Constancio II (337-361), y no el propio Constantino, el principal responsable de la construcción de la primera basílica de Santa Sofía (incendiada en 532 a raíz de la sublevación de Nika y reconstruida por Justiniano tal como podemos verla hoy día) y de la iglesia de los Santos Apóstoles, junto al mausoleo de Constantino.[2] Por muy piadoso que fuera Constancio, es indudable que el intento de restablecer el paganismo llevado a cabo por su sucesor, Juliano (361-363), dejó sentir sus efectos en Constantinopla lo mismo que en cualquier otro rincón del imperio; además, en la corte seguía habiendo numerosos paganos: de hecho, el propio panegirista de Constancio, Temistio, era pagano. A finales de siglo, san Juan Crisóstomo, nombrado obispo de Constantinopla en 397, pronunció numerosos sermones advirtiendo de los peligros que suponía el paganismo. Debemos pensar, pues, que el siglo IV, a la muerte de Constantino, fue una época de fermento y rivalidad entre paganos y cristianos, una época en cualquier caso en la que, pese al apoyo imperial con el que contaba el cristianismo, aún no estaba ni mucho menos claro cuál iba a ser el resultado final. Hasta el siglo V no empezó a desarrollarse a gran escala el fenómeno de la construcción de iglesias, y fueron sobre todo las poderosas personalidades de los obispos de finales del siglo IV, como por ejemplo la del vigoroso Juan Crisóstomo en Oriente o la de san Ambrosio de Milán en Occidente, las que contribuyeron al decisivo avance de la Iglesia en este período. El hecho de que Constantinopla se convirtiera en esta época en una importante sede episcopal contribuyó también a asentar la supremacía política del cristianismo en la ciudad; en cualquier caso, los patriarcados de Antioquía y Alejandría eran mucho más antiguos, y ello daría lugar a numerosas fricciones entre unas y otras diócesis. No obstante, pese a los progresos realizados, a finales del siglo IV la difusión del cristianismo por las ciudades de Oriente no era ni mucho menos uniforme, y las zonas rurales aún siguieron aferradas al paganismo durante mucho tiempo.[3]
En el siglo VI, durante el reinado de Justiniano, el incremento de la población de Constantinopla había llegado a su cota más alta, alcanzando, según se cree, el medio millón de habitantes. Una cifra tan alta sólo habría podido sostenerse gracias a la intervención del gobierno, y en efecto Constantino fundó un complicado sistema de distribución de alimentos basado en el que ya existía en Roma.[4] En buena parte la expansión de la ciudad no se produjo hasta los últimos años del siglo IV; y para imaginarnos lo que supuso ese incremento, bastará recordar que en un principio el número de perceptores del subsidio de grano era sólo de 80.000 personas. El acueducto construido en 373 por el emperador Valente aseguraba de forma más que suficiente el suministro de agua, pero la ciudad poseía además un complicado sistema de cisternas y depósitos; también se hicieron necesarios nuevos puertos. El perímetro de las murallas levantadas durante el reinado de Teodosio II a comienzos del siglo V, aún en pie, englobaba un área mucho mayor de la que tenía la primitiva ciudad de Constantino. Aunque Constantinopla no llegó nunca a equipararse con Roma por el tamaño de su población, ni siquiera cuando llegó a alcanzar su cota más alta, constituye un ejemplo notable de crecimiento urbano durante el período que ha dado en llamarse «caída del imperio romano de Occidente». Los autores paganos que se muestran críticos con la figura de Constantino, como por ejemplo Zósimo, manifiestan una actitud igualmente severa al referirse a la ciudad fundada por él:
El tamaño de Constantinopla aumentó hasta convertirse en la ciudad más grande, y por eso muchos de los emperadores posteriores decidieron vivir en ella, atrayendo a una enorme cantidad de población innecesaria procedente de todos los rincones del mundo, soldados, funcionarios, comerciantes y gentes de todas las profesiones. Posteriormente la rodearon de unas murallas nuevas, mucho más grandes que las de Constantino, y han permitido que los edificios estén tan próximos unos de otros que sus habitantes, tanto en sus casas como en la calle, ya no tienen ni sitio donde estar y resulta peligroso andar por las calles debido a la gran cantidad de gente y de animales que circulan por ellas. Buena parte del mar que la rodea ha sido convertida en tierra a fuerza de plantar postes en él para construir casas encima; y son ya tantas que bastarían para llenar una ciudad de buen tamaño ( Nueva Historia , 11,35; según la trad. de Ridley).

Constantinopla
En efecto es posible que la ciudad no respondiera a los criterios modernos de planificación urbana, pero la descripción que de ella se hace nos muestra hasta dónde habían llegado las inversiones públicas y el alcance de su crecimiento y consiguiente aglomeración. El corazón de la ciudad había sido planeado por el propio Constantino y comportaba el palacio imperial (ampliado en gran medida por sus sucesores), el Hipódromo adyacente, una gran plaza que desembocaba en la iglesia de Santa Sofía, una calle principal para las procesiones (la Mese), que conducía al foro de Constantino, de forma ovalada y engalanado con una columna de pórfido rematada por la estatua del emperador, y el mausoleo del propio Constantino, donde yacía rodeado simbólicamente por los sarcófagos de los doce apóstoles. Pese a la posterior proliferación de iglesias, es curioso constatar que no se trata tanto de una ciudad cristiana de nueva planta como de un complejo de edificios públicos que pretenden ser la expresión del dominio imperial.
Fueran cuales fuesen las intenciones de Constantino, lo cierto es que Constantinopla fue asumiendo paulatinamente el papel de capital del imperio oriental. Tenía su propio senado y, por otra parte, había cónsules de Oriente y cónsules de Occidente; según confirma la Notitia Dignitatum, tanto en Oriente como en Occidente a finales del siglo IV existía básicamente el mismo marco administrativo, de suerte que la división del imperio en dos mitades no supuso la menor dificultad desde el punto de vista administrativo.[5] En la práctica, sin embargo, el gobierno de Oriente se fortaleció muchísimo durante esta época, mientras que el de Occidente se debilitó en la misma medida. Dedicaremos el resto del capítulo a averiguar por qué prosperó tanto la mitad oriental del imperio.