Los costes de la reconquista: el Norte de África

La rápida conquista del Norte de África a expensas de los vándalos —acontecimiento que indudablemente sorprendió a sus contemporáneos— constituye un curioso ejemplo de los continuos gastos que traía aparejados la dominación de un territorio, incluso una vez pasado el período inicial de luchas. El emperador solicitó los títulos de Vandálico y Africano con una celeridad casi impúdica, antes incluso de obtener la victoria final, y ya en abril de 534, antes de que regresara Belisario, Justiniano había promulgado una serie de leyes relativas al futuro gobierno militar y civil de la provincia recién reconquistada (CJ, 1, 27). África quedaba al mando de un prefecto del pretorio y no tardó en contar con su propio magister militum. Aquella victoria dio mucho de sí. A imitación de los antiguos triunfos romanos, Gelimero, último rey de los vándalos, fue conducido hasta Constantinopla para que desfilara encadenado en el cortejo de Belisario (Procopio, BV, 11, 9; Juan Lido, De Mag., 11, 2). Como cualquier otro mortal, el vencedor, Belisario, entró a pie en el Hipódromo, donde se prosternó ante Justiniano, que ocupaba el palco imperial vestido con el lóros propio del triunfo, poniendo así de manifiesto ante todo el mundo que la victoria pertenecía al emperador. La escena fue representada pictóricamente en el techo de la Chálke o entrada del palacio imperial, e incluso en el propio sudario de Justiniano (Procopio, De aedificiis, 1, 10, 16 ss.; Cresconio Corippo, Iust, 1, 276 ss.).[205] Pero los veinte años siguientes resultarían mucho más duros de lo previsto. Inmediatamente se presentó una nueva amenaza militar, mucho más firme que la de los vándalos, protagonizada por las tribus bereberes, a la que vino a sumarse un motín del propio ejército bizantino; así, mientras que el general eunuco Salomón y luego un oscuro personaje llamado Juan Troglita cosechaban, no sin dificultades, éxito tras éxito en sus campañas, la gravedad del problema planteado por las incursiones de las tribus nómadas no cedería en lo más mínimo.[206] La situación reinante en África es pintada en tonos muy sombríos por el poeta africano Cresconio, que en el ínterin se había instalado en Constantinopla y había compuesto un panegírico en latín con motivo de la ascensión al trono del sucesor de Justiniano, el emperador Justino II, en noviembre de 565,[207] pero, según parece, a finales del siglo VI la provincia había alcanzado al fin la paz y la prosperidad; no es de extrañar, por tanto, que la expedición enviada en 609— 610 a Constantinopla con el fin de derrocar al tirano Focas y de restablecer en el trono a Heraclio zarpara de Cartago.

África era rica y fértil; la reconquista permitió a Constantinopla disponer de su grano, y en cuanto a su producción de aceite, fue grandísima durante todo el siglo VII, según los ulteriores testimonios de las fuentes árabes, que califican a toda la región de inmensamente rica. La legislación de Justiniano estableció una administración civil formada por 750 personas (oriundas todas ellas de Oriente), cuyos emolumentos ascendían a más de 17.500 sólidos anuales. Había que contar además con lo que costaban los sueldos de los mandos militares, que ascenderían quizá a las quinientas personas, y el mantenimiento del propio ejército (CJ, I, 27).[208] A estos gastos ordinarios había que añadir el coste extraordinario de las obras de defensa y de otro tipo (véase la p. 131), que se habían hecho imprescindibles tras los cien años de dominio vándalo.[209] La inmediata creación de impuestos en la zona constituía a todas luces una medida prioritaria, según reconoce Procopio.[210] Así pues, tras deshacerse de los vándalos, la población «romana», que seguía hablando latín y conservaba su fidelidad religiosa a Roma, hubo de hacer frente no sólo a una política fiscal y a un dominio militar bastante severos, sino también a la eventual incapacidad del ejército, al que los habitantes de las ciudades debían dar alojamiento en sus casas, para defenderlos de la amenaza cada vez más apremiante de las incursiones bereberes. Si el panorama de África que ofrece Procopio en sus Guerras es bastante regular, el que presenta en su Historia arcana es tremendamente siniestro: «Libia, por ejemplo, pese a su enorme extensión, ha quedado tan absolutamente devastada que, por lejos que pueda uno llegar, sería toda una hazaña encontrar a un solo ser viviente» (Historia arcana, XVIII). Además de traer consigo todas esas obligaciones militares y tributarias, los recién llegados utilizaban habitualmente el griego, en vez del latín, como ponen de manifiesto los sellos oficiales que se nos han conservado. Justiniano se había embarcado en la guerra contra los vándalos enarbolando la bandera de la ortodoxia que, según él, debía ser restablecida, pero poco después de la conquista el emperador, desde su Constantinopla, empezó a implantar una política religiosa que la Iglesia africana, tradicionalmente vinculada a la de Roma, hallaba absolutamente inaceptable. Así pues, el precio de la reconquista resultó muy alto para todos, y tanto los conquistadores como la población local se encontraron con lo que no habían buscado. África constituye un caso atípico, por cuanto, pese a todas estas circunstancias y a los duros enfrentamientos que luego se produjeron entre el ejército bizantino y las tribus bereberes, las cosas acabaron yéndole bastante bien bajo la dominación bizantina, gracias a diversos factores de orden local: la riqueza de sus recursos naturales; la rapidez con la que en principio se llevó a cabo la conquista, que le evitó tener que pasar por la experiencia de una guerra larga y los frecuentes asedios que devastaron Italia; y, por último, acaso también la situación reinante durante la dominación de los vándalos, que, según parece, fue en realidad bastante mejor de lo que se ha venido pensando, al poder aprovechar la prosperidad reinante en la provincia durante el Bajo Imperio.[211] El verdadero rompecabezas que constituye el África bizantina radica en la grave carencia de fuentes literarias que hablen de su etapa más pacífica, correspondiente a la segunda mitad del siglo VI, circunstancia que dificulta extraordinariamente la realización de una evaluación ajustada de las repercusiones sociales y económicas de la reconquista bizantina. En cualquier caso, la provincia no se vio sometida a las invasiones y consiguiente fragmentación que hubo de sufrir Italia o, por ejemplo, Grecia, donde el sistema defensivo de Justiniano no fue capaz de resistir las invasiones eslavas de finales del siglo VI. El Norte de África siguió siendo provincia bizantina mucho más tiempo que Egipto; en realidad lo fue hasta la definitiva caída de Cartago en manos de los árabes, hecho que no se produjo hasta finales del siglo VII.