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COMIENZAN LOS MILAGROS

 

OFICIALMENTE se considera que Anantapur es la segunda zona más árida de la India, después del gran desierto de Rajastán, en el norte. La mayoría de sus habitantes son campesinos que poseen unas pocas hectáreas de tierra de secano donde cultivan cacahuetes, una cosecha que depende de las lluvias. Los campesinos acomodados poseen más hectáreas de tierra y cuentan con algún sistema de regadío. Cuando nosotros llegamos a Anantapur en 1969, la capa freática podía encontrarse a una profundidad de unos doce a quince metros. Desde hace diez años, a causa de las frecuentes sequías, la capa de agua subterránea ha descendido tanto que se puede llegar a perforar hasta noventa o ciento veinte metros sin encontrar agua.
A finales de 1969 comenzamos nuestro primer programa de excavación de pozos con el sistema «Alimentos por trabajo». Kurian (el ex sacerdote que vino a trabajar con nosotros al principio del programa, en 1971) estaba al frente de los trabajos de excavación junto a Vicente. Me lo encontré recientemente y le pregunté: «¿Te acuerdas cómo decidíais quiénes serían los beneficiarios de los pozos? ¿Cuál era el procedimiento?». Y él me contestó: «Procedimiento, procedimiento... no había ningún procedimiento. El padre Ferrer me confirmaba qué campesino se había hecho acreedor de un pozo y yo iba y hacía el trabajo». Kurian continuó contándome que cuando vino por primera vez a Anantapur, su mente estaba repleta de procedimientos —como seleccionar a un campesino que se beneficiara del trabajo dependiendo de cuántas hectáreas de tierra poseía, de si tenía tierras de regadío, de qué cultivos trabajaba, de si había posibilidades de encontrar allí agua, del tip0 de suelo, etc.—, pero luego, cuando vino a Anantapur descubrió que el padre Ferrer, según él, no utilizaba ningún procedimiento. Kurian continuó su relato y me explicó que se dio cuenta de que el método del padre Ferrer para seleccionar a los campesinos era el mejor. Vicente siempre le decía: «Si un campesino está intentando hacer un pozo por su cuenta y no puede acabar el trabajo por falta de recursos, ese hombre es pobre y se merece un pozo». Era un proceso de selección natural y según Kurian, el 95% de las selecciones que se habían hecho de ese modo había resultado un éxito.
«En todo lo que decía o hacía el padre Ferrer había una ideología más profunda», aseguró Kurian. «Antes de que yo viniera a Anantapur, solía comparar al padre Ferrer con la Madre Teresa pero luego, cuando lo conocí, pensé que el padre Ferrer siempre iba directo al grano, y de un modo muy sencillo, no lo suficientemente filosófico, según creía yo al principio. Pero después de algún tiempo me di cuenta de que había una filosofía más profunda en todo lo que decía, que al principio se me escapaba».
Y, en efecto, Vicente es así. Algunas veces dice cosas que son tan simples, tan obvias, que casi parecen tontas... Lo que ocurre en realidad es que en ese momento no captamos su significado más profundo.
Kurian me aclaró que en aquellos días las bombas de extracción de agua no eran lo suficientemente potentes para sacar agua de un pozo a doce o quince metros de profundidad, así que el padre Ferrer tuvo la idea de instalar la bomba en el interior del pozo, a una profundidad de unos tres metros, y bombear de esta forma el agua para poder regar. Comenzamos con un proyecto de cien pozos y en unos pocos años, entre 1970 y 1974, estábamos perforando alrededor de mil pozos al año. Desde aquellos tiempos, cuando vamos a las aldeas, con frecuencia nos encontramos con campesinos que nos dicen: «El padre Ferrer nos hizo un pozo hace muchos años y gracias a eso mi familia pudo sobrevivir».
UN CARGUERO FANTASMA EN CHENNAI
Cuando Kurian se unió a nosotros en 1971, se había producido un parón de seis meses en el trabajo, porque no había llegado de Estados Unidos un cargamento de grano que se dirigía a Chennai (Madras, al sureste de la India). Los trabajos tuvieron que detenerse, y nadie sabía cuándo llegaría el próximo cargamento. Ya en aquel momento teníamos uno de los programas más extensos de «Alimentos por trabajo» del país, si no el mayor. Pero para Vicente nada era grande por el hecho de serlo, sino que era nuestro deber «dar la vida para ayudar a tantos miles de pobres como fuera posible». El caso es que aquel cargamento se había retrasado y solo teníamos cincuenta rupias (menos de un euro) en la caja; entonces el padre Ferrer le dijo a Kurian: «Vamos a Chennai». En ese puerto tenía que atracar el cargamento y allí tenía sus oficinas la organización de desarrollo CASA.
Y Kurian le preguntó: «¿A Chennai? Pero... ¿por qué? El barco no ha llegado; he llamado esta mañana y...». Y Vicente le replicó: «Llegará. Vamos». Con Kurian mascullando algo entre dientes sobre los «soñadores locos», ambos partieron hacia Chennai.
En Chennai se alojaron en un pequeño hotel y al día siguiente el padre Ferrer le indicó a Kurian que llamara por teléfono a las oficinas de CASA. Kurian llamó y le confirmaron: «El barco llegó ayer». Cuando me estaba contando esta historia, Kurian me miró y me dijo: «¿Milagro...? Bueno... yo no creo en los milagros...». Fuera lo que fuese, el padre Ferrer no había acabado el milagro todavía. Fueron a las oficinas de CASA y allí Vicente les exigió, con su estilo tan carismático, que el cargamento completo fuera enviado a Anantapur. El entonces director de CASA, el señor Pandian (muy buen amigo nuestro) protestó: «Padre Ferrer, no puedo enviarle todo el cargamento: hay muchos otros proyectos que también están lo esperando. ¡Es imposible...!». Y el padre Ferrer replicó: «No: ¡es posible!». Y, por supuesto, ¡el cargamento completo se envió a Anantapur! Así es Vicente. Siempre consigue lo imposible. Su fe y su constancia mueven montañas... en este caso, un cargamento completo de trigo para poder acabar los pozos que se estaban haciendo en Anantapur.
En esa misma época había también otro voluntario trabajando en el programa de perforación. Se llamaba P. V. Reddy y procedía de un distrito cercano que se llama Cuddapah, situado también en la zona de Rayalaseema. Ya he dicho algo a propósito de cierto tipo de voluntario que resultaba esencial para las ONG en aquellos días— «el todoterreno». También había y hay otra categoría de voluntario muy importante para el exitoso funcionamiento de una ONG y es lo que llamamos «el ejecutor», el que es capaz de despejar los inconvenientes que van surgiendo en el día a día para que el trabajo salga adelante. Las ONG generalmente trabajan en áreas subdesarrolladas, donde una tarea aparentemente sencilla puede presentar muchas dificultades. Se necesitan permisos, licencias, la cooperación de las administraciones, y estas cosas no son siempre fáciles de conseguir. En ocasiones se precisa con urgencia algún material concreto que no está disponible, o a priori los campesinos pueden manifestar gran interés por un proyecto y luego, cuando vas a iniciar la planificación, han cambiado de opinión —hay cientos de razones por las que el trabajo puede retrasarse o paralizarse durante un tiempo—; y aquí es donde la figura del «ejecutor» resulta especialmente valiosa, y P. V. Reddy era un ejecutor nato. Por supuesto, también está «el ejecutor, pero no me preguntes cómo»; contar con este tipo de «ejecutor sin preguntas» es un tanto más arriesgado y es mejor evitarlos.
Vicente estaba encantado con P. V. Reddy y, por su parte, P. V. Reddy hubiera dado la vida por hacer cualquier cosa que necesitara el padre Ferrer. Ahora bien, hacer cualquier cosa que quisiera el padre Ferrer era un poco... temerario. Después de todo, Vicente siempre pedía el Sol, la Lima y las estrellas, y obviamente no siempre podía conseguirlo todo.
Los demás solíamos seguir de cerca lo que hacía P. V. Reddy cuando trabajaba con el padre Ferrer. El señor Pereira era especialmente observador y decía que «P. V. Reddy hablaba mucho y trabajaba poco». Así que inventamos un sistema que consistía en que P. V. Reddy tenía que enviarle una postal al señor Pereira en cuanto llegara a una aldea, y luego otra cuando abandonara el pueblo. Así podía seguirle el rastro y vigilar sus movimientos. Estoy segura de que P. V. Reddy, que era muy inteligente, tenía un montón de postales que entregaba a distintas personas para que las enviaran en diferentes intervalos de tiempo desde lugares distintos.
Aun así, con todas nuestras reservas hacia P. V. Reddy, los programas de «Alimentos por trabajo» eran complejos y él resultó muy útil durante todos aquellos años.
CONTABILIDADES Y VIGILANCIA POLICIAL
En la India, las ONG son muy conocidas por su compromiso con la gente que vive en las zonas más remotas. También son famosas por adoptar sistemas de trabajo innovadores que en muchos casos el propio Gobierno, con el tiempo, va incluyendo en sus proyectos. Son igualmente conocidas por su gran sentido de la responsabilidad que las lleva a trabajar intensamente todas las horas del día. Pero por lo que nunca han tenido buena fama, especialmente en aquellos primeros tiempos, ha sido por elaborar buenos informes, ni por llevar un buen registro de actividades ni una contabilidad rigurosa. La mayoría de las ONG trabajan en zonas rurales del interior y encontrar a gente mínimamente cualificada ha sido siempre difícil. Especialmente en aquellos primeros tiempos, las ONG prestaban escasa atención a los registros y al asiento preciso de la contabilidad.
Y nosotros no éramos muy diferentes.
Había llegado a nuestras oficinas un nuevo contable (el primero, en realidad), el señor Fernandes, de Mumbai, que se había jubilado en el Banco Central de la India. Se le encomendó que llevara la contabilidad al día y le dejamos trabajar a su ritmo. Un día, el comandante Tipnis sugirió que puesto que ya llevábamos operando en la zona casi un año, llamásemos a un auditor público y añadió que él conocía a uno, muy cualificado y con la experiencia relevante. Como no sabíamos exactamente lo que podía esperar un auditor de nosotros, aceptamos tan contentos. El comandante Tipnis le pidió que viniera a Anantapur para auditar nuestras cuentas y, la noche anterior a su llegada, Vicente, el comandante Tipnis, el señor Pereira y yo misma nos sentamos en torno a la mesa del señor Fernandes para ver el estado de la contabilidad. Le pedimos que nos enseñara el libro mayor, el libro de caja, las facturas, los recibos y los vouchers
. El señor Fernandes se puso en pie lentamente —ya era un poco mayor— y comenzó a abrir los cajones, uno por uno, y de cada cajón comenzó a sacar montones de recibos y facturas en completo desorden, y u0 había rastro alguno del libro mayor ni del diario... Todos lo observamos conmocionados y en silencio. El padre Ferrer, viendo que no había nada que hacer, que ya era tarde y que la situación no tenía remedio, trajo dos grandes sacas de arpillera (los sacos de cereal vacíos, de los que teníamos muchísimos) y sin decir ni una sola palabra llenó una con las facturas y otra con los recibos. Luego las cerramos con cinta y esperamos a que llegara el día siguiente. El distinguido auditor llegó y pidió las cuentas. Tranquilamente, sin decir una palabra, el padre Ferrer le puso delante las dos sacas de facturas y recibos y procedió a su apertura. El auditor lanzó una sorprendida mirada sobre la masa de recibos y facturas, se levantó en silencio y dijo: «Pónganse en contacto conmigo cuando tengan las cuentas en orden».
Esta fue nuestra primera experiencia con la contabilidad y los auditores. Al final resultó que el señor Fernandes no tenía ni idea de contabilidad. Había trabajado en el Banco Central de la India sí... ¡pero de jefe de seguridad! Entonces fue cuando el señor Pereira, nuestro factótum particular, acudió en nuestro auxilio. Y resultó que el señor Pereira sabía algo de contabilidad, como sabía algo de todo y de cualquier cosa, y dijo que él se encargaría de arreglar las cosas. Cuando el señor Pereira decía que «se encargaría de arreglar las cosas», no había razón para dudar de él. Así que cogió las dos sacas de arpillera llenas, con todos los recibos y facturas, se buscó un rincón, una mesa y una silla, pidió un ventilador, una luz y procedió a poner las cuentas en orden, embebido día y noche en su labor hasta que concluyó el trabajo. El señor Fernandes regresó a Mumbai y nosotros buscamos otro contable. (No os preocupéis, queridos padrinos, socios y amigos: no hemos vuelto a guardar nuestras cuentas en sacas de arpillera desde entonces).
Nuestros primeros años en Anantapur se veían a menudo salpicados de pequeños incidentes con las autoridades, especialmente cuando teníamos que solicitar la renovación de los visados. Vicente había pedido con anterioridad la nacionalidad india, pero no se la habían concedido por todos los problemas que había tenido en Manmad y Mumbai. Yo tenía pasaporte británico y, cuando llegué a la India en 1963, ni siquiera necesité un visado, porque los ciudadanos de la Commonwealth podían moverse libremente por todos sus países miembros. Sin embargo, muy pronto, en Anantapur, tanto Vicente como yo tuvimos que solicitar anualmente la renovación de nuestros visados. Aquel era siempre un momento difícil; nunca se nos concedían sin un gran esfuerzo por nuestra parte y muchas carreras de la ceca a la meca.
En aquel tiempo también —incluso hoy desconocemos la verdadera razón— nuestra casa y nuestras oficinas se veían sometidas a frecuentes registros por parte de la policía, que aparecía sin avisar con órdenes de registro. En el espacio de cinco años, de 1969 a 1974, registraron nuestra casa al menos cuatro o cinco veces. Y la cuestión es que entonces nosotros no teníamos nada, ni dinero, ni divisas (hacía años que yo no veía un dólar ni una libra) y tampoco teníamos nada en el banco. Yo no sé qué venían a buscar, pero cuando concluían el registro, en los días posteriores, infaliblemente aparecía un pequeño artículo en el periódico: «Registran la casa del padre Ferrer. Los agentes encuentran pruebas incriminatorias». ¿Qué pruebas serían esas? ¡A lo mejor eran los asientos del trigo!
Generalmente, siempre que se lleva a cabo un registro, los propietarios tienen que acompañar a la policía por la casa, para que ellos no «coloquen» nada por ahí y luego digan que es suyo. Una vez iba tras los policías del registro por toda la casa y abrieron todos los armarios y cajones, uno tras otro. Abrieron el armario de mi ropa, y era un armario muy grande, pero yo tenía muy poca ropa, dos o tres saris solitarios colgando en un armario casi vacío y el oficial se volvió hacia mí y me dijo: «No tenéis gran cosa ¿verdad?». Yo le contesté: «No tenemos casi nada así que... ¿qué están buscando?». No hubo respuesta. Supongo que ni ellos mismos lo sabían. Pero los registros continuaron y poco a poco nos fuimos acostumbrando a ellos.
Recuerdo especialmente uno. Bueno... fue algo más que un registro en realidad. Era 1971. Una mañana me desperté temprano y oí un sonido extraño como de vehículos frenando y gente corriendo de un lado para otro y de rifles cargándose y chasqueando. Miré por la ventana y para mi sorpresa vi varias furgonetas grandes, de las azules de la policía y multitud de policías armados saliendo de ellas y cargando sus rifles. Rodearon la casa. Nos dijeron que nos encontrábamos bajo arresto domiciliario. Una vez más, no sé por qué razón. Debían de haber pensado que éramos un grupo de espías o gente muy p^ grosa. Llevaron a cabo el habitual registro de la casa, que no dio ningún fruto, evidentemente. Muchos de los ciudadanos y los políticos más relevantes de Anantapur protestaron por aquel incidente ante el gobierno de Hyderabad y finalmente se nos levantó el arresto domiciliario. Todo volvió a la calma una vez más, hasta que apareció la siguiente patrulla de registro.
En los años sesenta y setenta había mucha propaganda política sobre las ONG. El mensaje era que eran espías de la CIA; sobre todo había muchos voluntarios de organizaciones pacifistas americanas que venían a trabajar a la India y había gente que pensaba que algunos eran espías. En ese sentido, en la mente de ciertos oficiales gubernamentales el pobre padre Ferrer debía de haber sido durante algún tiempo uno de los espías de más peso de la CIA. Esa pudo haber sido una de las razones que había detrás de los registros. Al menos yo aprovechaba para limpiar la casa, ya que los oficiales lo desordenaban todo y dejaban todo tirado por el suelo cuando se marchaban.
LA VIDA EN LA CUERDA FLOJA
A finales de 1969 comenzamos a ayudar a una familia que se encontraba en una situación realmente desesperada, en la más absoluta miseria. Como los niños de esta familia ahora ya son todos mayores y algunos de ellos están trabajando con nosotros, he pensado que la historia podría interesarles.
Coreen, una voluntaria que estaba en RDT en 1969, fue la primera que entró en contacto con la familia, cuando se encontraba de visita en la sala de ingresados del hospital; allí advirtió la presencia de una mujer que se estaba muriendo de cáncer. Su marido era alcohólico y estaba también muy enfermo. El matrimonio tenía cinco hijos, todos pequeños... El mayor, de solo nueve años y el pequeño no tendría más de seis meses. Sus nombres eran Gurupadma, Guruswamy, Lakshman, Nagaraj y Swama. Su madre falleció en el hospital y su padre murió también al poco tiempo. Los niños se quedaron huérfanos. Los familiares cercanos eran muy muy pobres y no estaban dispuestos a acoger a cinco niños. Nosotros todavía éramos unos recién llegados a Anantapur y no habíamos establecido mucho contacto con otras ONG ni con ningún orfanato, así que cuando nos encontramos con cinco huérfanos, nos preguntamos cómo íbamos a arreglárnoslas para cuidar de ellos.
Coreen nos dejó y yo continué cuidando de los niños. Como no había ningún otro miembro de la familia que se pudiera ocupar de ellos, vinieron a vivir con nosotros, hasta que encontráramos un lugar adecuado para ellos. Entonces comenzamos a buscar un internado para los mayores. Encontramos dos internados cristianos, que no estaban lejos de Anantapur, uno en un distrito vecino, en Chittoor, y el otro en el mismo distrito de Anantapur. La niña mayor fue a uno, y los otros dos hijos varones que la seguían, a otro. Una pareja de personas de cierta edad, que dirigían el internado donde se iban a alojar los dos chicos, se comprometió a ocuparse de los dos más pequeños, Nagaraj y Swama.
Les dimos nuestro apoyo y estuvimos ayudándolos durante muchos años, en la escuela, en la universidad, en sus matrimonios y en todas las vicisitudes de la vida. Guruswamy es en la actualidad director de educación física en una escuela pública en Anantapur y Lakshman trabaja en la sección de mantenimiento de RDT. Los dos son buenos amigos de mi hijo Moncho y se ven a menudo, porque han jugado juntos desde que eran pequeños. Nagaraj fue el que mostró más interés por los estudios; trabajó en distintos departamentos gubernamentales de desarrollo rural durante años, y ahora está trabajando en RDT, lo cual, según dice, había sido siempre su objetivo: poder servir a la organización que le había ayudado a él y a sus hermanos durante toda la vida. Gurupadma es profesora y se gana un sueldo modesto en una escuela privada. Todos están casados y tienen niños.
La única hermana de esta familia que tuvo un final triste fue Swarna, que era muy pequeña cuando su madre y su padre murieron. Arrastraba un trauma desde la infancia que dejó una huella profunda en su alma para siempre. Nunca permaneció en un lugar durante mucho tiempo, siempre huía de donde estaba, acabó por huir también de su marido y de su hija. A pesar de todos nuestros esfuerzos por ayudarla, finalmente huyó también de su propia vida y no sabemos dónde se encuentra, a pesar de lo mucho que la hemos buscado.
En la India la vida es muy precaria, especialmente si eres pobre o perteneces a la clase media más pobre, no tienes ingresos fijos y ni acceso a ayudas sociales. En un país tan grande, que tiene unos mil cien millones de habitantes, evidentemente no hay seguridad social para quien no trabaja y la pensión de jubilación es mínima: doscientas rupias al mes (unos tres euros). Solo los que tienen un puesto fijo reciben una pensión digna cuando se jubilan. Para los demás, vivir es como andar por la cuerda floja: uno puede ir tirando más o menos con el agua al cuello; pero cuando de repente cae muy enfermo o cuando hay que casar a alguien, la economía familiar quiebra y la familia comienza a naufragar. Por eso me produce tanta satisfacción y felicidad saber que nuestra organización está ahí cuando la gente lo necesita. Hay un lugar al que pueden acudir. No podemos ayudar a todo el mundo, pero hemos ayudado a muchos miles de personas. Y lo seguiremos haciendo.