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LA GRAN CONTIENDA: 1973-1974

 

ASÍ por este nombre, fue conocido en Anantapur el enfrentamiento entre el gobernador del distrito14 y el padre Vicente Ferrer: la Gran Contienda, que se libró entre 1973 y 1974. El reden nombrado gobernador quiso, a toda costa, que Vicente Ferrer y su equipo abandonaran Anantapur, e hizo todo lo que estuvo en su mano y más, para conseguirlo. El padre Ferrer, injustamente acusado, hizo, por su parte, todo lo que pudo por quedarse en Anantapur y continuar su labor... y esta es la historia.
En la India cada distrito está dirigido por un gobernador15; se trata de un cargo nombrado por el Gobierno central, un alto funciona rio con formación universitaria y muy cualificado, que dirige los asuntos de la zona. Los gobernadores suelen tener mucho poder y para las ONG es importante procurar mantener buenas relaciones con ellos. Resultan muy útiles cuando se necesita un permiso o cualquier del tipo de trámite burocrático con el fin de que los proyectos salgan adelante. La relación fluida entre este alto cargo y las ONG es también importante para el trabajo conjunto en los programas de desarrollo de la propia Administración. Respecto a los extranjeros, también es la figura del gobernador la que tiene que avalar su presencia en el propio distrito. Si el Gobierno estatal recibe un informe desfavorable acerca de un extranjero, remite dicho informe al gobernador y al jefe superior de Policía del distrito que corresponda. Así que, lógicamente, es vital mantener buenas relaciones tanto con el gobernador como con el jefe superior de Policía.
Cuando el nuevo gobernador del distrito se estableció en Anantapur tras su nombramiento, no tuvimos la posibilidad de establecer ningún tipo de relación con él. Estuvo en contra nuestra desde el primer día. Era evidente que él ya tenía serias ofuscaciones contra el padre Ferrer antes de llegar al distrito y por muchas explicaciones o informes que se le enviaran sobre nuestra labor, nada conseguía hacerle cambiar de opinión... Ya lo tenía todo decidido de antemano: Ferrer tenía que irse. Así las cosas, ¿qué sucedió realmente a lo largo de aquellos dos años? ¿Qué hizo el gobernador del distrito contra nosotros, y por qué?
¿Qué hizo? Bueno... lo que nos contaron algunas personas cercanas a su círculo fue que «se pasaba buena parte de su tiempo “escudriñando la legislación” para encontrar una ley, cualquier ley, bajo la cual pudiera imputar al padre Ferrer, a RDT y a sus miembros». Se alió con el jefe superior de Policía y ambos intentaron una y otra vez arrestar a Vicente Ferrer, siempre los viernes por la tarde, para que tuviera que estar bajo custodia policial todo el fin de semana y no fuera posible liberarlo previo pago de una fianza hasta el lunes siguiente. Sin embargo, excepto en una ocasión en la que el padre Ferrer tuvo que pasar un día y una noche en comisaría, siempre nos las arreglamos para encontrar a un juez empático que estuviera dispuesto a dejarle en libertad.
Normalmente, el mandato de un gobernador del distrito es de dos o tres años, y cada vez que hay un relevo surgen numerosos rumores sobre quién será el próximo, si será favorable o no al trabajo de las ONG, o en qué tipo de programas de desarrollo estará interesado y en cuáles no... Y esto es así porque el tiempo que un alto funcionario pasa en un distrito es el único período del que dispone para llevar a la práctica las teorías o las ideas que pueda tener sobre la mejora del país y la erradicación de la pobreza. A pesar de que tiene que trabajar bajo las directrices y políticas del Gobierno estatal, un gobernador tiene mucho margen de maniobra, gran influencia y poder, y puede hacer mucho por el desarrollo de sus distritos. Este gobernador en particular, de hecho, tenía buena fama y se decía que estaba a favor de los pobres, que era de izquierdas y que quería trabajar por el desarrollo de la región.
Pero, desgraciadamente, en algún punto del camino, antes siquiera de que llegara a Anantapur, se llenó de prejuicios contra nosotros.
De hecho, en Anantapur durante aquellos dos años, el enfrentamiento que mantuvieron el gobernador del distrito y Vicente Ferrer llegó a ser tan conocido que la gente solía bromear diciendo: «El gobernador tiene dos puertas en su despacho: una para los que están a favor de Ferrer y otra para los que están en contra». La frase significa, al mismo tiempo, que no ibas a tener demasiada suerte si necesitabas algo del gobernador y eras de los que entrabas por la puerta «de los que estaban a favor» del padre Ferrer.
El gobernador removió cielo y tierra en su campaña de asedio de todos los modos imaginables, y llegó a hacemos la vida imposible.
Uno de sus métodos fue hacer uso —o más bien abuso— de la Ley de Extranjería, la Foreigners Act, aprobada en 1946, aún bajo mandato británico, y reformada y enmendada en sucesivas ocasiones. Estudió y revisó de cabo a rabo el texto de la ley y la utilizó constantemente para limitar nuestros movimientos de entrada y salida de Anantapur, para que no nos fuera posible ir a Hyderabad o a Delhi precisamente a explicar la situación de acoso a la que nos veíamos sometidos. Casi a diario, recibíamos correspondencia oficial con su membrete dirigida tanto al padre Ferrer como a mí, o a ambos: «No se les permite abandonar el distrito durante las próximas dos semanas»; «Se les recuerda que no solicitaron permiso para ir a Hyderabad la semana pasada»; «¿Con quién van a reunirse en Hyderabad? ¿Y por qué? ¿Cuánto tiempo permanecerán allí?; «¿De qué van a hablar?»; «¿Dónde van a alojarse?», e incluso: «Cuando regresen ustedes de Hyderabad, ¿por qué carretera vendrán?».
La ley sobre la libertad de movimientos de los extranjeros en el país era sencilla. Un extranjero residente en la India tenía que informar al jefe superior de Policía si se iba a encontrar fuera de su lugar de residencia durante más de dos semanas seguidas. Pero el gobernador del distrito hacía de su capa un sayo con las leyes y las aplicaba como y cuando quería. Siempre intentó restringir los movimientos de Vicente y los míos, así que si Vicente no podía ir a Hyderabad generalmente tampoco me era posible a mí. Y después de buscar y rebuscar en la letra pequeña de la Ley de Extranjería, se topó con una orden de 1971, de la época de la guerra de la India con Bangladesh, que decretaba que si un extranjero se presentaba en una casa cualquiera (aunque solo fuera para preguntar por una dirección), el propietario de la casa tenía que informar puntualmente a la policía de la presencia del mismo. Si no informaba de ello, se le podía instruir una causa, y la pena podía ser una multa y/o la cárcel. Así el gobernador utilizó aquella ley contra nosotros, y nos acusó de no haber informado sobre la llegada de algunos extranjeros que habían visitado RDT, cuando en realidad se suponía que aquella ley estaba destinada a ser aplicada solo en situaciones especiales, en tiempos de guerra.
La otra línea de acoso se centró en nuestro trabajo: decía que RDT había estafado a la gente y que cualquiera que fuera la labor que nos atribuyéramos, no era auténtica y real. En este contexto, intentaba continuamente incautar el grano de los programas «Alimentos por trabajo» y cerrar los silos con cualquier excusa; intimidó a los beneficiarios del proyecto para que presentaran quejas contra nosotros, escribió a las entidades financiadoras que nos aportaban fondos poniéndolos en contra... O sea, todo un trabajo a tiempo completo para él. Me pregunto de dónde sacaba tiempo para el otro trabajo que tenía: gobernar el distrito.
UN SOSPECHOSO LLAMADO VICENTE FERRER
Realmente aquellos dos años libramos una «batalla sin tregua» un día tras otro. Este sentimiento de «haber librado una cruzada» lo corrobora la presencia en nuestro viejo archivo de una carta de aquella época, escrita por un grupo de ilustres ciudadanos. Cito textualmente:
Mientras el Gobierno de la India y el Gobierno de Andhra Pradesh se han mostrado en sintonía con las actividades del padre Ferrer, resulta verdaderamente lamentable que ciertos cargos públicos del distrito hayan estado intentando acosar al señor Ferrer y a otros miembros de su familia. A lo largo de todo el año pasado el señor Ferrer fue citado por el Tribunal Superior de Andhra Pradesh en ocho ocasiones para impugnar las órdenes dictadas por los oficiales del distrito. Su causa se solventó con éxito ante el Tribunal Superior. El 10 de enero de 1974 el magistrado superior de Anantapur absolvió al señor Ferrer de todos los cargos de conspiración criminal, de estafa y de prevaricación que constaban en su contra.
Los movimientos del señor Ferrer y de su mujer han sido restringidos al distrito de Anantapur hasta llegar al arresto domiciliario. El pasaporte de Anna Ferrer ha sido confiscado ilegalmente. Las autoridades implicadas se han negado incluso a entregar los certificados de nacimiento de sus hijos, que han visto la luz en Anantapur.
La carta está fechada a 17 de enero de 1974. Si en el año anterior,
1973, fuimos citados por el Tribunal Superior en ocho ocasiones, a finales de 1974 habíamos llegado a recibir no menos de veinte citaciones, solo por intentar liberamos de las órdenes tan injustas como arbitrarias.
En el sistema judicial de la India existe el «recurso de amparo» (Writ Petition). Se trata de una súplica de suspensión cautelar, o de amparo ante un tribunal, que se utiliza normalmente en situaciones desesperadas, cuando se necesita que la autoridad actúe de manera inmediata respecto a una orden dictada que se considera improcedente. Nosotros debimos utilizar ese «recurso de amparo» decenas de veces durante aquellos dos años, y la mayoría de las veces el juez titular entendió la falta de ética de las órdenes que se habían dictado en contra nuestra.
Una de esas veces cursamos un recurso de amparo contra una orden de la administración del distrito que restringía los movimientos del padre Ferrer. Y la sentencia que falló a nuestro favor decía lo siguiente:
Que Vicente Ferrer es extranjero residente. Que reside en la India desde hace veinte años. Que ha solicitado que se le conceda la nacionalidad india. Que el gobierno de Andhra Pradesh ha informado favorablemente dicha solicitud. Que la resolución se encuentra pendiente de aprobación por parte del Gobierno de la India. Siendo así, el fiscal del distrito16, actuando como autoridad civil bajo la Ley de Extranjería, ha dictado una orden de 24 de diciembre de 1973, restringiendo los movimientos de Vicente Ferrer al ámbito del distrito de Anantapur y requiriéndole la obtención de un permiso por escrito de la autoridad civil para abandonar el distrito, independientemente de la duración de dicha ausencia. Siendo esto así, Vicente Ferrer recurre la citada orden, teniéndola por arbitraria y hecha de mala fe.
Tras esta declaración inicial, la sentencia dice que aunque los extranjeros no tengan los mismos derechos de movilidad que los ciudadanos de la India, ello no implica que el poder de la autoridad civil pueda ser ejercido de manera arbitraria y de mala fe.
Una orden dictada de manera arbitraria o de mala fe es siempre susceptible de ser recurrida, sobre la base de que lesiona el derecho fundamental de la igualdad de todos ante la ley y de que las leyes deben amparar a todos por igual...
La sentencia continúa exponiendo los casos en que la restricción de movimientos de un extranjero podría estar justificada. Por ejemplo, si este es sospechoso de espionaje, contrabando u otras actividades subversivas...
Más adelante, el fallo continúa:
¿Qué ha hecho Vicente Ferrer para que la autoridad civil dicte una orden contra él? De acuerdo con el fiscal del estado y con una carta del jefe superior de policía dirigida al gobernador del distrito,
«Vicente Ferrer estaba implicado en delitos; que sus movimientos eran de naturaleza sospechosa, que se hacía necesario vigilarlos e imponer las restricciones necesarias...».
El fiscal del Estado me comunicó (al juez) con absoluta franqueza que no le era posible explicar por qué sus movimientos tenían que ser considerados de naturaleza sospechosa. Y parece, creo yo, que el término “sospechoso” se utilizó como suposición sin que existieran verdaderas alegaciones específicas.
La sentencia concluye:
Así pues, a mi juicio, no me cabe ninguna duda de que la orden impugnada fue dictada de modo arbitrario por la autoridad del distrito, que no acertó a la hora de considerar la cuestión de si era necesario o no dictar esa citada orden.
Y con estas conclusiones, el juez la anuló. Esta sentencia es solo una entre las muchas que fueron dictadas a nuestro favor y en contra de la máxima autoridad del distrito. Aun así, estos reveses no impidieron que el gobernador abandonara su persecución.
YAMUNA
Y en medio de todo aquel tumulto, di a luz a nuestro tercer hijo, la pequeña Yamuna, el 9 de marzo de 1974. Era verano y hada mucho calor; tuve a la niña en casa, en Emma Bungalow. Vicente tenía que ir a Hyderabad aquel día y no paraba de acercarse a la puerta: «Anna, ¿cómo va todo? ¿No viene el niño? Lo siento mucho, pero tengo que ir a Hyderabad...». Quizá comprendiendo su dilema, la doctora Usha me puso una inyección para acelerar las cosas un poco, y Yamuna, nuestra segunda niña, nació poco después. Bueno, tal vez no me puso la inyección por esa razón, pero en todo caso, tan pronto como nadó Yamuna, Vicente partió hacia Hyderabad; el viaje formaba parte de nuestra lucha en busca de la justicia.
Cuando nació Yamuna y la vi, tuve un gran shock. Estaba llena de unos espantosos puntos rojos, como de sarampión. Al final fue solo el efecto del parto y del calor del verano de Anantapur sobre su delicada piel, y aquellas manchas desaparecieron enseguida.
Fue en realidad Vicente quien escogió los nombres de nuestros tres hijos: Tara, Moncho y Yamuna. Yo no soy muy buena pensando nombres, así que dejé que fuera él quien eligiera.
Decidió el nombre de Tara (un nombre indio) porque era similar al nombre de su hermana Tere. El nombre completo es Tara Teresa Ferrer. El nombre de nuestro hijo Moncho viene del apellido de su padre: Vicente Ferrer Moncho. Así que el nombre completo de Moncho es Moncho Vicente Ferrer. Las primeras veces que fuimos a España y decía que mi hijo se llamaba Moncho, la gente me preguntaba si se llamaba Juan Ramón. Siempre me sentía un poco confundida y contestaba: «No, solo se llama Moncho». Después comprendí que Moncho es también un diminutivo de Juan Ramón. ¡A lo mejor Moncho no era un verdadero nombre...! En cualquier caso, a Moncho le gusta y eso es lo único que importa.
Nuestra tercera hija, Yamuna, que acababa de nacer, recibió el nombre en recuerdo de una de las primeras voluntarias en Manmad. Aquella mujer tenía dos hijas: Yamuna y Mathura. Mi hija siempre dice: «Gracias a Dios, papá escogió Yamuna, y no el otro...». Su segundo nombre es Montserrat.
En marzo de 1974 no teníamos mucho tiempo para dedicarle a nuestra pequeña, que había nacido en el medio de la Contienda.
Siguiendo con su campaña de hostigamiento, el gobernador escribió a CASA, la organización que continuaba financiando nuestros programas «Alimentos por trabajo», asegurando que estábamos cometiendo abusos con el trigo y recomendándoles que dejaran de ayudamos. En CASA nos conocían bien y estaban convencidos de que todo aquello era mentira, pero debían mostrar un cierto respeto hada el gobernador, así que sugirieron llevar a cabo una inspección y evaluación de trabajos, que deberían realizar conjuntamente el gobernador del distrito, CASA y RDT. A lo largo de aquel año, hasta aquel momento en concreto, habíamos perforado trescientos pozos, así que se decidió auditar solo el diez por ciento de ellos para saber si los pozos habían sido ejecutados, si se habían dragado correctamente y si tenían agua... Cada una de las partes seleccionó diez pozos al azar de entre la lista completa de los trescientos. La evaluación comenzó con un representante del gobernador del distrito, uno de CASA y otro de RDT. Recuerdo que yo estaba nerviosa, porque después de todo, gestionar trescientos pozos no es tarea fácil: siempre surgen problemas, beneficiarios que renuncian o los abandonan a medias, tierras donde hay demasiada roca, o muy poca agua, y muchos más detalles y problemas. Pero como siempre nos ha ocurrido, todo discurrió a la perfección: todos los pozos se habían construido bien; de los treinta pozos elegidos, ninguno presentaba ningún problema. El gobernador seguramente no cenó aquella noche. Debió de pensar que habíamos apañado algo, pero nosotros no hicimos nada raro: fue una auditoría de unidades elegidas al azar. En realidad, el resultado me sorprendió incluso a mí, porque ¿qué evaluación de ese tipo puede salir perfecta? Generalmente, nunca es así: siempre puede aparecer algún punto negativo. Sin embargo, en aquel momento era muy importante que la evaluación saliera bien, y así fue. Por supuesto, para entonces ya estábamos todos acostumbrados a oír a Vicente nombrar a «la Providencia».
La mayoría de los habitantes de Anantapur, tanto los que vivían en la ciudad como en nuestras aldeas, estaban a nuestro favor. Enviaron peticiones por escrito al Gobierno explicándole cuál era nuestra labor e incluso se manifestaron por las calles en señal de protesta. Pero todo aquello no significaba mucho si seguíamos teniendo a la máxima autoridad en contra.
Un par de meses después, cuando Yamuna cumplió dos meses, en mayo de 1974, vimos que era imposible continuar trabajando y, al mismo tiempo, seguir con aquella lucha sin sentido. Teníamos que llevar el caso a Hyderabad y a Delhi, lejos de las garras del gobernador. En Anantapur era imposible. Seguían restringiendo nuestros movimientos, intentando conseguir siempre una orden de arresto más, basándose en acusaciones ficticias, planteando una demanda tras otra contra nosotros, incautando el trigo de nuestros programas, intentando ridiculizamos públicamente, forzando a los campesinos de la zona a que hablaran mal de nosotros, confiscándonos los pasaportes y otras muchas arbitrariedades de este tipo. Estábamos malgastando nuestras energías en luchar contra el asedio y al no poder salir y entrar de Anantapur con libertad tampoco podíamos resolver el problema de una vez por todas. Así que decidimos salir de allí y trasladamos a Hyderabad unos meses para ver si podíamos encontrar justicia. Llenamos el coche de paquetes y maletas y ya estábamos a punto de irnos cuando llegó otra vez la inevitable carta: «No se les permite abandonar el distrito...». Debió de enterarse de que estábamos a punto de marchamos. Así que tuvimos que esperar unos días y volvimos a meter las maletas en el coche, esta vez en silencio y en mitad de la oscuridad de la noche, y desaparecimos en dirección a Hyderabad, un viaje de siete horas de carretera, para continuar la lucha desde allí...
En Hyderabad nos alojamos en casa de unos amigos que habíamos conocido tiempo atrás, cuando éramos unos recién llegados a Andhra Pradesh. Eran una familia anglo-india: el coronel y la señora Corfield, y sus seis niños, cuyas edades oscilaban entre los dos y los doce años. Los Corfield vivían en una casa con un gran terreno, llamada Tiger Hall, que le encantaba a mi hijo Moncho; era mayo de
1974. Durante los siguientes seis meses, el padre Ferrer no regresó a Anantapur, pero yo sí. Fui una vez cada mes para ver a los trabajadores y mantener alta su moral.
Durante los once años que llevaba en la India, aparte de la amebiasis que tuve en Mumbai, siempre me había encontrado bien de salud. Pero en cuanto llegamos a Hyderabad, quizá como resultado de los dos años de constante tensión y mi reciente embarazo y el parto de la niña, caía enferma sin parar, afectada por una cosa u otra. Lo primero fue un ataque de apendicitis que me tuvo ingresada en un pequeño hospital privado. No conocíamos muy bien Hyderabad y dependíamos del consejo de los demás para decidir a qué hospital ir o qué cirujano escoger. Después (¡y no antes de la operación!) supe que habíamos elegido aquel hospital en particular y aquel cirujano porque era el hermano de un veterinario que era amigo de los Corfield. Recuerdo que le dije a Vicente en broma: «Espero que no me lo hayan cambiado por el otro hermano, el veterinario».
Un par de meses después comencé a tener ataques epilépticos del lóbulo temporal, y muy poco después una hepatitis A. Me costó un par de años recuperar completamente mi energía habitual.
En Hyderabad establecimos numerosos contactos con diferentes ministros y altos cargos del Gobierno estatal para dejar bien claro que lo que el gobernador de Anantapur estaba diciendo de nosotros era completamente falso he inventado, y que nuestra organización estaba haciendo un buen trabajo que todo el mundo apreciaba. No fue tarea fácil, porque por cada persona que creía lo que decíamos había otra que estaba en contra nuestra y el que estaba en contra muy a menudo ocupaba un cargo político destacado. Era evidente que el gobernador del distrito tenía muchos colegas y amigos en el Gobierno del Estado, en los cuales podría influir y ponerlos a su favor.
Al final no fuimos capaces de solucionar el caso en Hyderabad; unos amigos nos aconsejaron ir a Delhi y solicitar una entrevista con la primera ministra, que para entonces era Indira Gandhi. En Delhi nos las arreglamos para entrevistamos con el secretario de la primera ministra y le explicamos el caso. Pocos días después, cuando nos volvimos a ver, nos dijo: «No se preocupen ustedes, la señora (la primera ministra) está al corriente».
Muy bien: aquello nos bastaba y regresamos a Hyderabad, y días más tarde recibimos excelentes noticias... Finalmente, el gobernador del distrito de Anantapur iba a ser trasladado y podíamos regresar a Anantapur.
La noticia fue recibida de forma increíble por la gente de Anantapur. Para nosotros también fue increíble saber que podíamos regresar. La gente pensó: «Ferrer es muy poderoso, ¡es invencible! Nadie le puede poner la mano encima». Sin embargo, nosotros no lo veíamos así. Éramos una organización honrada, que intentaba hacer su trabajo lo mejor posible y que solo deseaba ayudar a los pobres de Anantapur a tener una vida mejor. Creíamos en ello y luchábamos por ello, y esa era la única razón por la que íbamos a volver, porque estábamos luchando por algo que era justo, no porque fuéramos «poderosos». El poder no iba con nosotros, lo único que teníamos de nuestro lado era la verdad.
Este no es, sin embargo, queridos amigos, el final de la historia. Me alegra poder relatar un incidente más relacionado con este personaje. Muchos años después...
EL ARREPENTIMIENTO
Hace poco estaba en Hyderabad visitando al señor Kurian y su familia, y me contaron que algunos años atrás se encontraron con el ex gobernador y que estuvieron hablando de la época en la que él estuvo destinado a Anantapur. Le confesó a Kurian que había cometido un grave error: «Me equivoqué. Hice mal en atacar así a Ferrer. Tenía serios prejuicios contra él. Creí lo que me habían dicho otros.
Creía que lo que Ferrer estaba haciendo con los programas “Alimentos por trabajo” no era correcto. Ahora sé que él tenía razón y que aquel era el mejor modo de utilizar el trigo; además ahora yo estoy haciendo lo mismo. Supongo que para Ferrer yo seré el mismísimo diablo, pero si lo ve usted, ¿puede decirle que lamento lo ocurrido y que yo no estaba en lo cierto actuando como lo hice?».
Apenas podía creer que hubiera dicho aquello y pregunté a otras personas que estaban con nosotros en aquel momento: «¿Es verdad? ¿Estabais allí cuando dijo eso? ¿Dijo eso de verdad?». Y una persona me confirmó: «Sí. Yo me encontraba allí, y eso fue lo que dijo».
Bueno... supongo que ese es el mejor final de esta historia que una podría haber deseado, tal y como se habían desarrollado los acontecimientos. Desde luego, es muy agradable pensar que ganamos y que no nos expulsaron finalmente de Anantapur, pero es mucho mejor saber que aquel hombre, con los años, se arrepintió y comprendió que estaba en un error.
¿Pensé en algún momento, dudé o creí que no íbamos a poder ganar aquella Gran Contienda?, ¿que tendríamos que abandonar Anantapur, la India e irnos a algún otro lugar? No creo. No creo que pensara en términos de ganar o perder. Simplemente no me podía imaginar que nos tuviéramos que ir de Anantapur, que era el final de nuestro viaje, nuestro hogar, nuestro lugar de trabajo y allí era donde queríamos vivir.
¿Y Vicente? ¿Qué pensó de todo lo ocurrido? Bueno, para Vicente solo era un reto más, una aventura más en pos de su objetivo principal: ayudar a los pobres de Anantapur a liberarse de las cadenas de la miseria. Vicente es un gran luchador, una persona que planifica muy bien y un magnífico estratega... y, para ser completamente sincera, creo que también le encanta ir a la guerra de vez en cuando.
Después de regresar a Anantapur estábamos a punto de comenzar una nueva etapa de nuestras vidas. El propietario de Emma Bungalow quería recuperar la casa, así que teníamos que salir de allí.
Habíamos vivido muchas cosas entre 1969 y 1974, la época que marcó Emma Bungalow, y me daba mucha pena tener que irme. Nos mudamos justo enfrente al otro lado de la carretera, a las tierras que habíamos alquilado unos años atrás. No había ninguna casa disponible, pero había un edificio vacío: el que ocupaba el centro de nutrición que había estado en funcionamiento entre 1971 y 1974. Como nuestro trabajo iba a entrar en una nueva fase, el centro se había cerrado porque el programa de nutrición se había trasladado a las aldeas.
Nos mudamos a «nuestra nueva casa» en enero de 1975. Habíamos regresado a Anantapur a finales de 1974. La sala de ingreso de los niños del viejo centro de nutrición se convirtió en nuestro comedor-despacho, la sala de educación para la salud fue nuestro dormitorio, el baño fue nuestro baño y la cocina, nuestra cocina. La casa no tenía una sólida estructura de cemento, era de ladrillo y adobe, cuya vida por lo general es de unos treinta años.
En 1975 el campus se encontraba a las afueras de la ciudad, rodeado de monte bajo, arbustos y tierra baldía. El primer día que nos despertamos en nuestra nueva casa, me levanté y fui a dar una vuelta por el porche. Al lado de la casa, de repente me detuve a la derecha y vi frente a mí que había dos cobras entrelazadas en una danza de cortejo. Al parecer es muy raro verlas aparearse, o eso dice todo el mundo, y se supone que da muy buena suerte a la persona que las ve... «Perfecto», pensé, «todo eso es muy bonito, y puede incluso que dé suerte, pero, de todos modos, habría preferido no encontrármelas...».