V
El crítico literario
El crítico literario se nos va a romper, cual vidrio fragilísimo, de un momento a otro. El crítico literario ha calificado de jugueteo el proyecto del director. No ha dicho más. Sin duda porque viene muy cansado: viene de un largo viaje; el viaje de todos los libros. En su afán de hallar descanso habita ahora constantemente en la región de lo indeterminado. De la realidad que le circunda, con objeto de lograr su propósito, sólo conserva un cielo de azul pálido, las cimas agudas de unos cipreses, la superficie tersa de un agua y los reflejos dorados del crepúsculo vespertino en unos cristales. ¿Qué pasó después? Pasó mucho y no pasó nada. También las nubes pasan. Asimismo pasan los años. El infortunio y la felicidad son vocablos harto concretos para que podamos encerrar en ellos un estado de espíritu. Ya la misma dicha, la misma desgracia, nos llegan a conmover menos que la indeterminación de lo infinito, ¿Y qué quiere significar esta frase? No lo sabe el critico literario. Todo desaparece para él, y sólo subsiste una noción vaga, inconcreta, indelimitada, de la realidad y de la vida, de las cosas y del mundo.
En los cristales brillan los últimos fulgores de la tarde, y sobre el terso cristal de las aguas corre, como a empellones, un fino insecto de largas zancas. El crítico literario, que no quiere delimitar ni concretar nada, ha tenido la curiosidad de ver cómo se llama este insecto. Y ha visto que en los tratados de entomología se le da el nombre de gerris gibbifera. Con viva atención, en esta hora de la tarde expirante, contempla el crítico literario las vueltas y revueltas, idas y venidas, del gerris gibbifera sobre el limpio cristal. ¿Qué pasó después? ¿Y qué pasará cuando, entrada la noche, brillantes las estrellas, este fino insecto, de largas patas, acabe sus paseos sobre la cristalina superficie? Como se esvanece el día, se va esvaneciendo también el espíritu del crítico literario: se desase de lo mundanal y se prende de lo eterno. El director diría —el crítico sonríe— que todo en la vida son coligancias y alleganzas. Lo diría si se atreviera a decirlo. Todo, en efecto, son relaciones de unas cosas con otras y adherencias a esas mismas cosas. ¿Y qué pasó después? ¡Cuáles fueron las coligancias y las alleganzas del acto cumplido por el personaje misterioso? No importa que fueran unas o fueran otras. Lo mismo da, en cabo de cuentas. Los cristales dan ahora su postrer despedida al sol, o el sol se la da a los cristales. El gerris gibbifera se encuentra detenido, como cansado también, en medio de la líquida superficie.
El crítico ha encontrado una piedrecita blanca, lisa, aovada. La tiene en la palma de la mano y la considera con atención. Anhela el crítico ahora ser piedra: ser esta guija nítida. Tras un momento, el espíritu del critico se levanta de la piedra a la flor; en un jazminero ha cogido una florecita alba y olorosa: quisiera él ser, más que piedra, flor. Y luego de la flor pasar a ser el fino insecto que divaga por la superficie del agua. Y luego ser esta nube nacarada que camina por el cielo ya ensombrecido. Y para acabar con la jornada, convertirse en la estrella que en la inmensidad comienza a fulgir. Y pensándolo bien, ¿para qué todo esto? ¿Y cuáles serían, siendo piedra, flor, insecto, nube, estrella, sus coligancias y sus alleganzas? El crítico literario torna a sonreír. No pasó nada después y pasó mucho. Todo se puede resumir en la sensación de lo indeterminado. ¿Y cómo conseguirla sin que las cosas nos hostiguen y opriman? En la mente del crítico, cansado de su largo viaje, todo se confunde y subvierte. El cielo es el cristal de las aguas; el cristal es la flor; el fino insecto es la piedra. Como si bojeara islas misteriosas en un mar misterioso, así el espíritu del crítico va divagando, lenta e indeterminadamen-te, por un espacio de sensaciones que no pueden precisarse. ¿Dónde está el gerris gibbifera? ¿Y dónde los fulgores encendidos de los cristales? ¿Y dónde la flor?
(El autor está por pensar que en este libro todos los personajes, si lo son, andan desvariados. No comprende qué es lo que el crítico literario, cansado de su viaje, quiere y piensa. No quiere ni piensa nada, en suma. Y tal vez esto sea su mayor anhelo. El autor, sin propósito de buscar piedrecita blanca, ni flor fragante, aparece en lo indeterminado en que se mueve el crítico literario y avanza por un vial de mirtos. El crítico camina por el otro extremo. En el comedio de la avenida se ve una plazoleta de cipreses con dos bancos de piedra. El autor se sienta en uno de esos bancos y el crítico se sienta en el otro. Cruza el autor los brazos sobre el pecho y el crítico los cruza también. Se miran los dos personajes de hito en hito. ¿Quién es el critico y quién el autor?)