I

La imagen que se grabó en su retina fue la de una figura encogida, tanto por el frío como por el miedo, en una esquina de la abarrotada cocina, rodeada de curiosos que en nada ayudaban. John se acercó de inmediato, abriéndose paso con facilidad y alzó el delicado rostro. Era Julia, por Dios, una Julia con los ojos enrojecidos y el rojo cabello enmarañado.

¿Julia, qué demonios ha ocurrido y por qué estás vestida así?

Sin darle tiempo a contestar Doyle se posicionó entre la acurrucada, silenciosa, forma y los curiosos apiñados a su alrededor que la observaban como a un muñeco de feria. Pidió a quienes les contemplaban atónitos que les dejaran espacio, que dejaran de rodearlos. Nadie retó esa mirada helada.

Se aproximó por detrás de Julia, la alzó como si apenas pesara y envolvió en sus cálidos brazos. Con una de sus manos retiró un mojado mechón que ocultaba parte de su rostro, tras acariciar su mejilla con suavidad.

¿Qué ha ocurrido, querida?

La suave y ronca voz surgió calmada, como si hablara con alguien quebrado, logrando ocultar a la temblorosa mujer encogida y envuelta en su calor la urgencia que debía sentir.

John no pudo contener la suya.

Julia, por favor. Se trata de mi Mere... y de Jules. ¿Qué ha ocurrido?

La figura perdió paulatinamente la mirada extraviada y sacó del interior de su camisa una pequeña libreta que agarraba con tensas manos como si se tratara de un tesoro. La apretaba con desesperación. Habló con una fina vocecilla.

Encontramos la libreta pero unos hombres entraron en la tienda y hubo una pelea y...

¿Qué tienda?preguntó John pese a conocer la respuesta.

La de Norris.

¡Dios santo...!

Los enormes ojos se estaban llenando de lágrimas.

Lo siento..., lo siento tanto..., sé que no debimos ir, no debimos...

¿Están vivas?

Su corazón parecía no latir a la espera de la contestación. Si ella no vivía no sabía lo que iba a hacer..., no imaginaba su vida sin su Mere.

Por favor, ¿están vivas?

No lo sé, cuando escapé para pedir ayuda estaban peleando con los zapatos, y no sé cuántos eran..., no había luz por lo de las velas..., y el cochero protestó...

Era evidente que no estaba en condiciones por la parrafada sin sentido que acababa de lanzar entrecortadamente.

La frialdad que invadió a John le recordó la guerra. Le importaba una mierda matar, mutilar o destrozar por ella, y por todos los diablos, que si se la habían quitado..., los mataría uno a uno.

Doyle, llévala a mi casa y pon al tanto de todo a la abuela Allison y a Norris. Que manden aviso a Jared con la máxima urgencia y a Dean y Thomas pese a que están en Gales. Que emprendan inmediatamente camino de vuelta. No a mis suegros..., por ahora. Nosotros cogeremos al vuelo un coche de caballos e iremos a la tienda del viejo. Actuaron con total sincronía.

Doyle envolvió en brazos a Julia como si llevara un regalo de valor incalculable, traspasó el umbral de la mansión, dejándola atrás entre miradas y susurros de asombro de los criados y se acercó al carruaje que permanecía en la acera, disponible para cuando lo requirieran.

Subió rápidamente con su carga, ayudado por los demás, y mientras se acomodaba escuchaba atentamente lo que decía John.

En cuanto te ocupes de Julia, envía de inmediato uno de los carruajes con Williams y un par de hombres armados hasta los dientes y ordena que avisen al doctor Brewer para que atienda a Julia y por si fueran necesarios sus servicios... su vista se centró en la exhausta figura que había caído rendida en brazos del mayor de los Brandon. Ya les contaría en su momento todos los detalles, no ahora. Ahora tenían que recuperar lo que era suyo.

El carruaje desapareció en la distancia y John se volvió hacia los demás

A una manzana de distancia encontraremos un cochero que nos lleve. En marcha. Mientras hablaba no perdían tiempo en poner a punto las armas. John sacó un cuchillo curvo de afilada hoja, de aspecto antiguo. Lo observó con lentitud y lo introdujo en el interior de su holgada manga.

El resto del viaje no se cruzó palabra alguna, preparándose cada uno de ellos para lo peor, aunque se les revolvieran las entrañas. Sabían lo que podría ocurrir a dos mujeres jóvenes y temían, tanto como deseaban, llegar al lugar donde las vieron por última vez, rogando al cielo que siguieran vivas, aunque fuera algo maltrechas. Cualquier cosa menos muertas, por favor...

Tan centrados estaban en Julia y lo ocurrido con Jules y Mere que la libreta entregada por la primera había quedado olvidada en el interior del negro abrigo de Peter. Segura y a buen recaudo..., pero olvidada.

Amor entre acertijos
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