IX
No habían surgido otros problemas, aparte del paquete que llevaban en el carruaje, amarrado como una de esas salchichas que elaboraban los comerciantes alemanes afincados en la ciudad.
Justamente, durante el corto espacio de tiempo en el que Peter había entrado a la mansión, su prisionero había comenzado a recobrar el conocimiento y a revolverse como una sanguijuela. Gracias a que habían tenido la precaución de atarle en corto las manos, porque para cuando volvió al carruaje se encontró a los dos hombres en su interior en un estado, por no decir otra cosa, desconcertante.
Rob enfurecido hasta las trancas, rojo como un grullo, y el impresentable que llevaban a interrogar mostrando una mueca de satisfacción. Incluso, ¡le pilló lanzando un beso a su amigo!
¿Qué coño pasa aquí? bufó Peter mientras ascendía al coche, tras haber localizado y recogido la pequeña libreta de Worthington.
Nada.
Se giró hacia el impresentable con una mueca desagradable, este no tardó en contestar.
Estábamos hablando con tranquilidad ya que tu amigo comenzó a preguntar. Lo que ocurre es que aquí, el rubio es muy tímido y no le agradaron las respuestas. Si hubiera...
Las palabras se le quedaron trabadas en la garganta junto con la manaza que la apretó. Esos envenenados ojos que hasta hace un rato habían mirado con traviesa indulgencia al rubio, le llenaron de pavor. Con ese hombre no se jugaba.
Para cuando se dio cuenta le había amordazado con un horrible pañuelo, impidiéndole hablar, aunque lo cierto es que estando el brutal moreno delante no iba a seguir con sus juegos con el rubio. Daba miedo con esos ojos, esa siniestra cicatriz y esa perfecta figura, más incluso que el jefazo.
Pese al miedo no pudo dejar de pensar en el otro.
¡Joder! Entendía la obsesión de Saxton con el segundo. Tenía algo que hacía que desearas tenerlo en tu poder y hacerle cosas, cosas deliciosas. Rió para sus adentros. Quizá fueran esos ojos o esa boquita de piñón o ese bien formado cuerpo o la asombrosa aura de inocencia que exudaba el condenado.
Si no fuera por el enorme hombre situado junto a él ya habría intentado escapar. Con el moreno delante no tenía posibilidad alguna. No, después de ver cómo luchaba, la mala baba que gastaba y lo extremadamente protector que era con el otro hombre.
¿Qué te ha dicho? lanzó el peligroso.
Nada.
Rob, ¿qué demonios te ha dicho?
¡Nada, joder!
El moreno frunció el ceño.
Más tarde hablaremos tú y yo, amigo.
El rubio seguía mirando por la ventanilla. Lo había dejado en shock con los pocos y selectos datos que le había regalado, detalles centrados en lo que Saxton quería hacerle. Su cara, la expresión de su cara no tenía precio.
Lo que tampoco tendría precio iba a ser la conversación al respecto entre ambos hombres y la pena era que se la iba a perder. Por ahora bastante tenía con aguantar lo que le echaran encima, porque si hablaba, el jefazo... Miró de reojo al hombre con la vista fija en el rubio. Le preocupaba y mucho ya que con otros sabía que podría resistir. Este era diferente.