IX

No la figura cruzada de brazos con las piernas, ligeramente separadas, plantadas en el suelo y los labios firmemente fruncidos, no atendía a razones. Es estos momentos era lo más parecido a lo que se conocía como una empecatada y terca mula. ¡Dios! Doyle adoraba a su hermano, pero a veces no sabía cómo tratarlo y acababa con su paciencia.

No había forma. No con la cuestión sobre la que discutían. Si había un tema que convertía a Peter en un ser totalmente irracional e ilógico era el que estaban tocando en ese mismo momento aprovechando que el objeto de la conversación no se encontraba presente. Rob.

Se va a coger un enfado descomunal, y con motivo intentaba que lo que decía entrara en la dura mollera de su hermano menor no puedes decidir lo que le conviene por tu cuenta y riesgo y menos sin previo aviso.

Tan solo, mírame.

Joder, Peter. Es un hombre adulto y...

Es demasiado confiado e inocente y otras muchas cosas. ¿Recuerdas los muelles y la corrupción en las peleas de los pozos? Doyle elevó los brazos como indicando ya estamos otra vez si no le hubiera seguido y sacado de apuros, me lo habrían destrozado. No piensa, y necesita un perro guardián.

Y ese eres tú, claro.

¿Quién si no?

Cualquier día se va a hartar, a enfurecer y...

¡Ja! Que lo intente. Puede decir misa cantada, para lo que le va a servir... Y además...

John observaba boquiabierto a los hermanos y su debate, hasta que la discusión terminó de golpe y porrazo con la estruendosa vuelta a la habitación del objeto de la misma, quien traía el aspecto de haber deambulado y cruzado solito el desierto del Kalahari. Extenuado.

Ya están al tanto padre y la abuela Allison.

John sonrió levemente al darse cuenta de la naturalidad con que el hijo de Norris había aceptado el rol de la nueva mujer en la vida de su padre. Con naturalidad y total aceptación. Era un buen hombre.

Pasando de largo frente a John se dejó caer en uno de los sillones, estiró suavemente los músculos de la espalda y se pasó la mano por el espeso cabello claro.

Después de mucho explicar, debatir y gruñir, al fin han aceptado que el plan que se nos ha ocurrido es el menos arriesgado, bueno más bien el único que...

Querrás decir el que se te ha ocurrido y que es a ti a quien te parece que conlleva un riesgo aceptable.

Las cejas rubias se fruncieron sobre los hermosos ojos.

¿Ya empezamos de nuevo? Lo hemos hablado y...

De eso nada. Lo habrás hablado tú, aunque para el caso que me haces, no sé para qué me digno intentar meter sentido común en esa cabeza de chorlito.

Entonces no lo hagas, si es una pérdida de tiempo el retintín estaba exclusivamente dirigido a la altísima figura oscura, tensa como la cuerda de un violín, al que había molestado sobremanera el tonillo de ironía que encerraba la frase.

Y entonces ¿quién te ayudará cuando estés metido en el barro hasta tu bonito cuello?

Doyle.

¡Serás idiota! Eres insensato, memo y estás empezando a cabrearme con el énfasis dado a cada insulto avanzaba en dirección a Rob, quien en cuanto hubo apreciado el avance de su mejor amigo, se había levantado precipitadamente a fin de rebajar en algo el dispar posicionamiento de ambos. La diferencia de estatura de unos cuantos dedos no podía remediarla.

Pues, vaya novedad, tú, cabreado. Mira como tiemblo.

A Peter le faltaba un suspiro para enseñar los dientes y darle un mordisco. Sus caras se encontraban a un palmo de distancia y parecían a punto de reventarse a golpes, por lo que John sopesó seriamente la posibilidad de intervenir antes de que la tranquila reunión inicial se transformara en una contienda pugilística. A punto estaba de interponerse entre ellos cuando de reojillo apreció que el mayor de los Brandon se encontraba totalmente relajado, por lo que, como reflejo, su cuerpo se distendió. Al parecer la actitud de los dos hombres era algo más habitual que excepcional.

Chicos.

Los búfalos enfrentados seguían bufándose el uno al otro y casi chocando cornamentas.

¡Chicos!

Ambos se giraron en su dirección.

Pongamos en práctica el plan que es hora de avanzar.

Miró brevemente a Doyle, quien asintió de inmediato y le tomó la palabra con parsimonia.

Peter, noquea al canijo.

La mirada maliciosa del menor de los Brandon se clavó en el hombre algo más bajo que tenía frente a sí, quien nada más oír la frase abrió los azulones ojos como ciruelas maduras. Se giró como una exhalación hacía el hombre que con una siniestra sonrisilla le observaba, inclinada la cabeza en su dirección.

No, no, espera, demonios, tengo que prepararme para lo...

No tuvo tiempo de explicarse como hubiera deseado. El fugaz puñetazo que le dio de lleno en plena cara haciendo rebotar su cabeza hacia atrás y caer desplomado contra el que esperaba para cargar el peso de su cuerpo, se lo impidió. La facilidad con que Peter sujetó el desplomado cuerpo, cargándoselo al hombro y manteniéndolo sujeto con una mano apoyada en la parte superior del muslo del desmayado, hacía entrever la descomunal fuerza encerrada en el musculoso cuerpo.

Con la carga colgando como un saco de harina, se puso en marcha.

Vamos allá. Tardaremos en llegar alrededor de media hora y dejaremos al memo este en la entrada a la fábrica, en un lugar visible la mano que mantenía firme en el muslo se crispó levemente. No quería mostrarlo, pero la preocupación le carcomía. ¡Joder!, lo iban a meter en la boca del lobo, donde toda su vida había peleado para no quedar atrapado. Se adelantó a lo que iba a decir su hermano mayor.

Doyle, ni lo intentes, porque no voy a cambiar de opinión. Le doy veinte minutos para que intente camelar a Anderson. Más allá de ese tiempo, entraré y no prometo dejar vivo a quien se cruce en mi camino.

Su hermano mayor le miró con desasosiego y algo parecido a ansiedad.

A John le fue difícil precisar la impresión que le causaron esas palabras, pero supo que Peter guardaba una parte oscura en el interior de su persona, una parte con la que intentaba luchar, hasta que algo que entendía como suyo quedaba expuesto o en peligro y en esos casos lo dejaba fluir sin barreras. Ello le provocó una amalgama de sentimientos cruzados. Un inmenso alivio por tener a semejante hombre de su parte, una pizca de lástima por el hombre que colgaba desvanecido, ajeno a todo, en el amplio hombro, y quizá algo de diversión por el cuadro que presentaban y la estrecha relación que mantenían.

Gracias a eso se sentía algo menos angustiado. Comenzaban a moverse, tenían una especie de plan e iban a por Mere, todos ellos; y por todos los diablos que no volvería sin traerla de vuelta. Antes muerto.

Mientras se dirigían a la puerta de salida, tras recoger de pasada sus armas puestas a punto una y otra vez, trataban de no dejar puntadas al azar. No podían permitírselo.

Calculo que no podemos tardar más allá de un cuarto de hora, si superamos ese tiempo las probabilidades de que haya heridos se incrementan todos lo habían pensado sin llegar a expresarlo en voz alta. No era necesario. La fábrica está a la orilla del Támesis y disponemos de la ventaja de que la zona principal con la maquinaria, apenas suele estar custodiada, a los sumo un par de vigilantes.

A ellos hemos de sumar a Anderson y a otros tantos hombres que estarán en la zona oscura precisó John. No existen edificaciones en los alrededores de la fábrica y alguien deberá estar al tanto de que no se acerque nadie por el río.

¿Doyle?

Con un breve gesto este expuso su conformidad con la idea, así que Peter continuó bosquejando la dichosa y alocada planificación.

Por la información de que disponemos, en la zona trasera de la nave principal tiene que estar excavada la zona oscura, que hace años se empleaba de almacén. Es nuestra única posibilidad. Si no han cambiado el acceso desde que trabajamos allí, al fondo de la nave hacia el lateral derecho está la entrada a los despachos y la sala de reuniones. En algún rincón de esas habitaciones localizaremos la entrada al maldito infierno.

Doyle reanudó el resumen de lo desarrollado entre todos, mientras Peter desplazaba el peso muerto que seguía soportando al hombro con la intención de subir al coche de caballos que esperaba para trasladarlos a las afueras de la ciudad. Con suavidad entregó su carga a su hermano y se acomodó en uno de los cómodos y esponjosos asientos. Tan pronto se encontró a gusto extendió de nuevo los brazos para amoldar la forma del cuerpo que aun seguía sin sentido entre sus muslos desplegados.

Lo ubicó de la manera que le pareció más segura para la integridad de ambos y desde detrás rodeó su pecho con los brazos pegando a su torso la espalda del hombre, ligeramente más menudo. Apoyó la bamboleante cabeza en su hombro dejando que los suaves mechones acariciaran su cicatriz. Sin darse cuenta le colocó un bucle tras la oreja en un gesto que mostraba el cariño que se profesaban.

De acuerdo, en cuanto recojan a Rob, tras dejarle tirado a la entrada, esperamos quince minutos...

Veinte corrigió Doyle.

Veinte putos minutos, los suficientes para que mantenga entretenido, líe al capataz y lo distraiga cuando entremos nosotros. Si como suponemos, el capataz está en la zona donde retienen a Mere, no querrá perder de vista a ninguno de ellos y si actúa conforme lo que es, un cabrón que no se fía ni de su sombra, los mantendrá a ambos a plena vista para controlarlos. Eso juega a nuestro favor. Para entonces esperemos que Rob haya recobrado el sentido y marque el acceso a la zona oscura, como hemos quedado. Pareció que iba a añadir algo pero se abstuvo.

Creo que eso resume todo terminó John. Veinte minutos después de la entrada de Rob, le seguiremos tú y yo el gesto indicó a Peter Doyle, tendrás que quedarte en el exterior para prevenir visitantes inesperados y por si aparece Jar, que lo hará en cualquier momento y como un toro enfurecido. Cuando le tocan su punto débil, o sea a Mere, pierde la cordura, así que prepárate, ya que lo tendrás que contener y, créeme, no es fácil.

Con una ligera crispación en los labios este asintió. Haría lo necesario y para ello contaba John.

Todos se miraron mientras rodaban, adentrándose en los oscuros y empobrecidos barrios de las afueras de la ciudad. Dos hombres limpiaban, una vez más, las armas que portaban y otro apretaba con fuerza la figura que rodeaba con sus brazos mientras oteaba el exterior por la ventana, reproduciendo en su mente la posible secuencia de hechos que iban a dar inicio en cualquier momento.

Peter afianzó en su lugar el peso que sostenía entre los brazos. No podían fallar.

Amor entre acertijos
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