17
Depresión

La vida es hermosa, pero la mía está envenenada para siempre.

LUDWIG VAN BEETHOVEN

Miércoles, 2 de septiembre de 2009
07:00 horas
Langley, Virginia; Estados Unidos

Alex entró en su recién asignado despacho y depositó su nuevo Macbook Pro sobre la que iba a ser su mesa de trabajo. Su anterior portátil había desaparecido, junto con el resto de las cosas de su mochila, en el interior de la cueva. A pesar de que hacía seis meses de todo aquello, sintió una punzada de dolor en el pecho: no era lo más importante que había perdido allí.

El recuerdo de Lia le afectó, así como el de los acontecimientos que se sucedieron tras la implosión y la rápida huida de los seres. Nunca supo cuánto tiempo permaneció en el suelo, llorando y deseando morirse, pues sus recuerdos eran fragmentos de imágenes inconexos.

Recordaba haber llorado hasta que no pudo más: en algún momento debió de quedarse inconsciente, y lo siguiente que recordaba era el sonido de un tableteo. Alex pudo reconocerlo a pesar de su estupor: era el motor de un helicóptero —o de varios, se dijo a sí mismo en aquel momento, justo antes de volver a la oscuridad—. Luego fueron los tipos de negro, y pensó, aturdido, que eran los mismos que habían intentado asesinarles, pero fue incapaz de reaccionar. Para su sorpresa, uno de ellos se agachó junto a él, le examinó y le dijo algo, pero Alex no consiguió entender nada. Instantes después un lacerante dolor le atravesó las extremidades cuando fue levantado por dos de los individuos. Quizás era lo que el hombre pretendía advertirle, pensó, mientras se sumía de nuevo en la inconsciencia.

Recordaba fragmentos de pesadillas y, tras ellas, por fin una habitación azul, limpia, aséptica, que le pareció que pertenecía al mundo real. Con esfuerzo, había logrado ver un goteo intravenoso que se perdía en su brazo derecho. Fue incapaz de moverse. Durmió y despertó repetidas veces, agotándose nada más abrir los ojos, hasta que un día encontró fuerzas para preguntar dónde estaba. «En un hospital militar —le había respondido una enfermera—, ha sufrido un cuadro de estrés postraumático, pero se pondrá bien». La sonriente chica se negó amablemente a darle más datos: «Pronto hablarán con usted», le dijo, y unas horas después recibió una visita.

Apenas se sorprendió cuando vio entrar a Smith, su chófer, en la habitación. Este habló largo y tendido, mostrándose amable y comprensivo con él. Previa advertencia sobre el nivel de confidencialidad de lo que iba a escuchar, le relató que trabajaba como agente de campo de la CIA. Le contó que pocos minutos después del «Suceso de Palenque» —nombre con el que habían bautizado lo acontecido allí—, la Agencia interceptó miles de correos con información sobre unos extraños chips que podían provenir de una especie extraterrestre que, además, tenía una de sus aeronaves enterrada en suelo mexicano. Le relató que la cantidad de datos aportados en dicho correo era tan abrumadora que enseguida provocó una crisis política internacional.

Smith le explicó que la CIA había actuado otorgando prioridad máxima a ese asunto: en menos de una hora, tras del envío masivo de emails —y previa llamada del presidente de Estados Unidos a su homónimo mexicano—, varios helicópteros aterrizaron en las coordenadas señaladas en los mensajes. Allí encontraron a Alex prácticamente en coma. Tras evacuarlo estudiaron la zona, tomaron muestras y borraron los rastros de la implosión y del descomunal desplazamiento de tierra originado por lo que supuestamente debía de haber sido la huida de otra aeronave. El agente le aseguró que, desgraciadamente, no encontraron absolutamente nada, salvo un inmenso hoyo en el lugar donde se suponía que estaba la cueva que se describía en los correos. Al fondo había un cenote, de donde también habían tomado muestras. Los resultados fueron todos negativos: no obtuvieron nada que pudiera demostrar la presencia de «hombrecillos verdes» en aquel lugar.

Una segunda investigación de los correos topó con once servidores pertenecientes a empresas que resultaron no tener nada que ver con ese asunto. Al parecer, el programa que había enviado los correos se había eliminado a sí mismo, por lo que oficialmente allí terminaba el rastro. Solo un reducido grupo de personas de la Agencia —entre los que se encontraba Smith— conocía el nombre del único hombre que podía haber hecho esas fotos. El agente le guiñó un ojo al relatarle esto último, asegurándole que esa información estaba a buen recaudo.

Le relató cómo la CIA había iniciado una de sus campañas de desinformación para desacreditar el contenido de los emails. Smith le aclaró que era del todo necesario: Alex estaba en lo cierto al intuir que no debía conocerse la existencia de aquellos seres. Las consecuencias podían ser trágicas si se iniciaba una lucha entre países por conseguir la nueva tecnología… «o por intentar contactar con ellos a espaldas del resto», había añadido preocupado. Para reducir el riesgo de lo primero, la Agencia actuó confiscando los chips y deteniendo a todas las personas relacionadas con su adquisición. William Baldur era el más conocido de todos ellos, aunque la versión oficial hizo alusión a un problema de impuestos. Su declaración, precisamente, fue la que derivó en los hallazgos más sorprendentes, aquellos que habían conmovido los mismísimos cimientos de la CIA.

Las palabras de Smith revolotearon en la memoria de Alex:

—La clave para los graves hallazgos posteriores nos la proporcionó Baldur —le había dicho el agente—. Sus abogados llegaron a un acuerdo con el fiscal y él contó todo lo que sabía sobre los chips a cambio de que se le exonerara de los cargos. Su declaración resultó ser bastante fútil, a excepción de unas conversaciones con un tal agente Beckenson.

Alex había arqueado las cejas al oír ese nombre. No le había sonado de nada.

—Fue bastante duro descubrir que ese Beckenson era un agente nuestro. Sí, has oído bien… —recalcó Smith, al ver la expresión de sorpresa de Alex—, dirigía una sección supuestamente inexistente, clandestina, que se creó tras la Segunda Guerra Mundial con el fin de llevar a cabo operaciones encubiertas del más alto secreto.

—Suena a película de espías… —replicó Alex.

—Sí, pero desgraciadamente la realidad termina superando a la ficción, como suele decirse —le contestó Smith, con el rostro severo—. Esa sección, bajo el mando de Beckenson, estuvo al tanto de vuestros movimientos. Llevaban años buscando esa nave extraterrestre y la súbita aparición de los chips enseguida llamó su atención. La gente de Beckenson tenía acceso a todas las operaciones y disponía de miles de filtros en el sistema, que le avisó de la existencia de unos nuevos chips de una tecnología sorprendente. No tenía un pelo de tonto y ató cabos nada más comenzar a investigar esa historia: fue el único que supuso el verdadero origen de esos chips, que nadie sabía de dónde habían salido, aunque se topó con el mismo problema que el resto de las personas implicadas: no sabía quién era ese tal «Azabache».

—Algo que mi amigo Owl… —dijo Alex, sintiendo una punzada de dolor— sí logró averiguar.

—Un hallazgo inesperado —añadió el agente— que permitió que las partes implicadas movieran ficha: vosotros viajasteis a México; mientras, Baldur os vigilaba, creyendo acercarse a su objetivo; y Beckenson hacía lo mismo. La parte más dura consistió en descubrir que fueron agentes de la CIA a las órdenes de Beckenson los que acabaron con Skinner en Madrid —tragó saliva antes de añadir—, y con Jones y dos hombres más en Palenque. Agentes de la CIA matando a agentes de la CIA… —dijo, entristecido—. Este asunto se convirtió en una locura sin parangón dentro de la Agencia.

Alex contempló apesadumbrado al gigante, visiblemente compungido al pronunciar el nombre de Jones. Dedujo que también debían de ser amigos. Estaba claro que en esa historia muchos habían perdido, pero lo que más le sorprendió fue el siguiente nombre que apareció en el relato de Smith, el de la persona que coordinó las operaciones de Beckenson sobre el terreno:

—¿¡Jules Beddings!? —exclamó, sin dar crédito a lo que acababa de oír.

—El mismo —dijo Smith, con expresión adusta—. Beckenson lo reclutó nada más ser contratado por Baldur. Su misión sería la misma: localizar el origen de los chips, solo que para él. Acertó en su elección: Jules desatascó la investigación gracias a su idea de proporcionarte la pista que terminó siendo crucial. Además, él era el que estaba a cargo de los hombres de Beckenson, los que asesinaron a Skinner y a Jones.

—¿Jules dando órdenes a agentes de la CIA… para asesinar? —le había interrumpido Alex—. ¿Y por qué mataron a Skinner? ¿No se supone que la misión de Jules era encontrar la nave? No tiene sentido…

—Porque la verdadera intención de Beckenson no era encontrar la nave —le dijo el agente—, la misión de su sección era destruir cualquier prueba de la existencia de vida extraterrestre. Y cuando digo «cualquiera», lo hago en el sentido literal de la palabra… incluidas las personas.

—¿¡Qué!? —exclamó Alex—. ¿Por qué hacían eso?

Smith meditó unos instantes, antes de continuar:

—La finalidad de esa sección que oficialmente no existía era tapar cualquier evidencia de existencia de vida extraterrestre que pudiera caer en manos ajenas. Tú mismo has defendido lo peligroso que podía ser para el hombre contactar con una especie superior, y eso mismo pensaron unos burócratas en los años cincuenta. Solo que, como buenos políticos corruptos, pervirtieron la idea: aquello que cayera en suelo norteamericano y, por tanto, que se pudiera controlar, estudiar y ocultar, se admitía, pero cualquier indicio que apareciera en un país extranjero suponía un problema potencial tan grave que se estimó podía ser un desencadenante de una Tercera Guerra Mundial. Ten en cuenta que apenas habían terminado la segunda, así que esa idea sonó bastante convincente. Al ser una labor internacional la tarea se encomendó a la CIA, pero a una sección al margen del resto, que se escondía bajo un presupuesto errático y un nombre equívoco. Su filosofía residía en que había que eliminar cualquier indicio de vida extraterrestre que apareciera fuera de nuestro país… incluidas las personas. Jules recibió esas indicaciones, y a cambio se integraría en la sección de Beckenson.

—Y qué mejor forma de evitar otra gran guerra —ironizó Alex— que apropiándose de la información. Es vuestro problema —le recriminó—, la doble moral. Os erigís como árbitros de lo que ocurre en el mundo, pero se os olvida que sois un país más. Poderoso y orgulloso como pocos, aunque también equívoco, errático e impulsivo, como es evidente.

—Alex… —contestó Smith agachando la cabeza—, estamos francamente avergonzados por lo que esa sección ha hecho durante los sesenta años de su existencia. Beckenson ya está en una prisión de máxima seguridad. Probablemente no volverá a ver la luz del día, y el resto de sus componentes serán interrogados. Además, te aseguro que, si los genios que tuvieron aquella idea estuvieran vivos ahora mismo, algo que he constatado que no es así —puntualizó con gesto de frustración—, personalmente me encargaría de todos ellos. Y no me refiero a ponerlos en manos de la justicia, no sé si me entiendes… —dijo, con el rostro pétreo—. Han muerto compañeros y amigos míos, además de muchos ciudadanos inocentes.

—Creo que sí te entiendo… —asintió Alex, ligeramente avergonzado.

—Por eso asesinaron a Skinner, por una orden absurda de hace sesenta años, y por la que Lia y tú también os convertisteis en objetivos, ya que al hablar con Milas se dio por sentado que sabíais demasiado. En Madrid os salvasteis gracias a la insistencia de Baldur, que personalmente pidió a la Agencia que Jones os cubriese las espaldas. Eso ayudó mucho en su declaración. Es un cretino, pero nunca ha albergado intenciones de hacer daño a nadie, que sepamos. De hecho, ha sido uno de los más perjudicados en esta historia: ha invertido una fortuna y creía tener todo bajo control, cuando realmente casi ninguno de los hombres que controlaba trabajaba realmente para él.

—Entonces —preguntó Alex—, si nosotros también debíamos ser… —carraspeó— eliminados, ¿por qué Jules nos hizo aquella oferta en la cueva, la de trabajar con los chips a las órdenes de Baldur? Era mentira, ¿no?

—Su única misión era encontrar los chips, la aeronave y acabar con todo el que supiera de su existencia —contestó el agente, sin pestañear—. Beckenson le asignó unos hombres, que fueron los que asesinaron a Jones, pero que no sabían nada de la historia. Eso encaja con el hecho de que bajara él solo a la cueva y allí te disparara. Creo que deseaba encargarse personalmente de tu muerte y que lo único que quiso fue hacerte sufrir, haciéndote ver cómo apartaba a Lia de tu lado. Por lo que sabemos de él, siempre te ha envidiado. Eso sí, estoy seguro de que también hubiera acabado con ella, así que no puedes reprocharte nada…

Alex no pudo estar más en desacuerdo con esa última afirmación. Era él quien había implicado a Lia contra su voluntad, y ella lo había pagado con su vida. Había perdido la posibilidad de volver a verla. Angustiado, tragó saliva antes de hacer la siguiente y dura pregunta:

—¿Fue Jules quien mató a mi amigo Owl?

Smith abrió mucho los ojos. Su respuesta dejó al médico sin palabras:

—Owl… —dijo, enarcando las cejas—, ¿muerto? ¿Quién te ha dicho eso?

El timbre del teléfono le sobresaltó. La conversación con Smith se hizo jirones en su cerebro. Aún aturdido por los recuerdos, descolgó sin ni siquiera mirar la pantalla del terminal:

—Portago.

—Buenos días —reconoció la voz de Jane, una de las administrativas de su sección que le habían presentado esa misma mañana—. ¿Ha revisado ya su correo?

Alex miró la muda pantalla de su ordenador. Ensimismado en sus recuerdos aún no lo había encendido.

—Lo siento, aún no. Estaba… colocando mis cosas —dijo, observando su portátil sobre la mesa, el único objeto que se había llevado.

—No se preocupe, es su primer día —dijo ella con un tono de voz agradable—. Se acostumbrará enseguida a todo esto. Le llamaba para recordarle que el señor Smith le espera en diez minutos en la sala de juntas, para su primera reunión con el equipo.

—Muchas gracias, allí estaré —respondió él, intentando corresponder al cordial tono de la chica sin demasiado éxito.

Colgó y posó sus ojos en el monitor. Pensó en presionar el botón de encendido del terminal, sin embargo, dejó que su vista se perdiera en la negrura de la pantalla. Le dio la sensación de que los recuerdos de su conversación con Smith se reflejaban en el monitor:

—Owl…, ¿muerto? ¿Quién te ha dicho eso? —le había dicho Smith, con gesto de sorpresa.

—¿¡Qué!? —había exclamado él, intentando no dejarse llevar por la emoción y pensando que había interpretado sus palabras de forma equívoca—. ¿Acaso no está muerto?

—¡En absoluto! —le había respondido Smith, negando con la cabeza—. Tu amigo recibió un disparo en el cráneo y la bala se le incrustó en el hueso temporal, pero sin llegar a atravesarlo. Perdió el conocimiento y sangró abundantemente, lo que hizo pensar a su ejecutor, otro de los hombres de la sección de Beckenson, que había fallecido. Su madre lo encontró instantes después, al volver de hacer la compra. A pesar de sufrir un ataque de histeria que casi se la lleva al otro barrio, consiguió apañárselas para avisar a los servicios de emergencias. Owl, como le llamáis todos, fue operado de forma urgente, y a las cuarenta y ocho horas ya estaba pidiendo que le llevaran una pizza y su portátil —dijo, sonriente.

Sin poder asimilar lo que estaba escuchando, Alex había comenzado a llorar. Fue una mezcla de desesperación por la pérdida de Lia, pero también de emoción por saber que su amigo estaba vivo. Minutos después consiguió hablar con él. Owl no solo no le guardaba ningún rencor, sino que le preguntó cuándo iban a retomar sus investigaciones. En algún momento de la conversación le pareció oír a su madre, regañándole y preguntándole si no había tenido ya suficiente.

Smith le dejó descansar por ese día, algo que Alex agradeció. No estaba acostumbrado a estar tan falto de energías. Constituyó una auténtica sorpresa para él comprobar lo débil que estaba: nada más hablar con Owl cayó en un profundo sueño de más de doce horas.

Un par de días después el agente volvió a aparecer, pero en esa ocasión iba acompañado por otro hombre con el pelo grisáceo. Por su aspecto le pareció que era de un rango bastante mayor que el de Smith. Este inició la conversación, explicándole cómo los hombres de Beckenson les habían seguido gracias al módem que les había proporcionado el mexicano Juárez. El aparato enviaba todo lo que ellos transmitían a Baldur y Jones, que los seguía para protegerlos, pero también al despacho de Beckenson, y, por supuesto, a Jules y a los hombres que le acompañaban, que fueron los que ejecutaron a Jones.

—¿Así que Baldur no sabía que nos estaban siguiendo otras personas además de Jones? —preguntó él, ligeramente cohibido por la presencia del otro hombre.

—Él creía tener todo bajo control —dijo Smith—, pero nada más lejos de la realidad. Curiosamente eso le salvó la vida: si en algún momento hubiera llegado a saber de la existencia de la aeronave, Beckenson habría dado la orden de eliminarlo, y hubiera sido un objetivo bastante fácil.

—Aún hay algo que no entiendo —insistió Alex—, ¿cómo pudo Jules engañar a Baldur con tanta facilidad?

—No fue tan sencillo, Jules demostró ser bastante hábil: Baldur había dado orden de que vuestro módem enviara una copia de todo lo que transmitiese a sus servidores, y así él podía seguir toda la operación. Jones y sus hombres tenían un módem idéntico al vuestro, pero Baldur no podía vigilarlo, dado que ellos eran miembros de la Agencia y hubiera cometido un delito. Jules tuvo la ocurrente idea de hablar con Alfonso Juárez antes de que entregara los dispositivos, y le ordenó que modificara ambos para que le enviaran a él su posición. Baldur había otorgado plenos poderes a Jules, así que Alfonso obedeció sus órdenes sin preguntar. Él no sabía ni quiénes eran los tipos a los que estaba equipando, se limitó a cumplir órdenes. No hacer preguntas es un común denominador en la gente que trabaja para Baldur.

—Así que el único que controlaba absolutamente todo era Jules —había dicho Alex, pensativo.

—Exacto. Supo jugar tan bien sus piezas que ni siquiera el mismísimo Beckenson tenía toda la información, recibía solo lo que Jules le iba enviando. El doble juego de este le permitió controlar casi todo: vosotros solo sabíais lo que averiguabais. Jones os seguía a vosotros y los hombres de Jules controlaban a todos los grupos. Manipuló a todo el mundo en su propio beneficio, incluidos tú y Lia.

—Salvo a los que acabaron con él… —musitó Alex con frialdad—, a «ellos» no pudo manipularlos.

Smith y su silencioso acompañante asintieron, y Alex creyó percibir una fina sonrisa en el tipo del pelo gris. Tras unos minutos de explicaciones adicionales a las que apenas prestó atención, el médico por fin se atrevió a preguntar algo que le rondaba por la cabeza desde que había despertado en la habitación del hospital:

—Smith…

—Dime —le había contestado el agente en tono serio, como si supiera lo que le iba a preguntar.

—Dices que rastreasteis la zona… —el agente asintió, y Alex, a duras penas, continuó—. ¿Encontrasteis… algo? —preguntó con la voz quebrada—. Quiero decir, ¿sabéis algo de…?

El agente le ahorró el sufrimiento de tener que pronunciar su nombre:

—Lo siento —le contestó—. Absolutamente nada, no sabemos qué fue de ella. Suponemos que se encontraría en el interior de la nave que vaporizaron.

Alex no había podido soportar la contundente respuesta, a pesar de que ya la conocía, y tuvo que pedir a Smith y a su acompañante, que no se había identificado en ningún momento, que le permitieran estar a solas. Más tarde se enteraría de que había invitado a abandonar la habitación al director general de la CIA, algo que, por otro lado, tampoco le importó demasiado.

Semanas más tarde se enteró por noticias de la televisión que Baldur había salido absuelto de las acusaciones de evasión de impuestos. En una de sus visitas, Smith le comentó que los proyectos del millonario, incluido el de Tabernas, habían sido paralizados y que todos sus integrantes estaban bajo estricta observación médica. Afortunadamente, salvo leves crisis de ansiedad, episodios de insomnio o la aparición de unos cuantos tics nerviosos, no parecía haber más procesos neurológicos. En cuanto a Boggs, se enteró de que había demandado a Baldur alegando problemas de patentes.

Alex no pudo evitar sonreír ligeramente al oír eso, y pensar que en el fondo ambos millonarios eran como niños que se hubieran negado a crecer.

Por último, el agente también le había explicado que los chips estaban por fin en manos de su país, de momento desactivados para evitar que emitieran ningún tipo de señal. Días antes, cuando Alex acudió a las instalaciones para ser presentado al personal, se los había mostrado. Descansaban, protegidos, a escasos metros de donde se encontraba él sentado en ese momento.

Pensar en los chips le recordó la reunión. Consultó su reloj y constató que aún disponía de unos minutos. Reflexionó acerca de cómo se había inmerso en aquel nuevo cometido. En un principio, se negó en redondo a las peticiones de Smith de integrarse en su equipo. El agente, incapaz de aceptar una negativa, medió para que el mismísimo presidente de Estados Unidos se dirigiera a sus padres por videoconferencia: en menos de cinco minutos les explicó que su hijo era una de las personas más capacitadas del planeta para afrontar una amenaza que se cernía sobre la especie humana. Y les expresó su deseo personal de que ayudara al Gobierno de Estados Unidos a afrontarla.

La llamada de sus padres no se hizo esperar. Alex sabía que no les había mentido: él era el único ser humano que había logrado no solo comunicarse con esos seres, sino atisbar en el interior de sus mentes y descubrir la potencial amenaza que suponían. Hubiera resultado inmoral retirarse y olvidarse del mundo. El problema consistía en que eso era lo que él realmente deseaba hacer.

Finalmente sus padres lo habían convencido. Desconocían de qué iba todo aquello, pero la imagen del presidente de Estados Unidos dirigiéndose a ellos para que mediaran con su hijo bastó para convencerles. A pesar del dolor que les suponía que él se alejara de nuevo de ellos, le imploraron que lo hiciera. Una petición así no podía deberse a un asunto sin importancia, le dijeron. Y le pidieron que estuviera a la altura y que lo hiciera por los demás. Que lo hiciera por ellos. Y él se vio obligado a aceptar.

Sin embargo eso no le hizo salir de la depresión en la que estaba inmerso. Tras ser dado de alta del hospital militar con sus heridas físicas curadas, el resto de su vida se había convertido en una especie de limbo: era incapaz de sentir. No se arrepentía de sus actos, ya que estaba seguro de que con sus decisiones había evitado —o, al menos, retrasado— una considerable catástrofe. Más tarde se enteraría, gracias a Smith, que llevaba razón en eso: al parecer varios gobiernos sospechaban de la presencia extraterrestre en la Tierra, pero ninguno tenía pruebas salvo el norteamericano. Eso se lo «debían» a la «eficaz» labor de la sección de Beckenson.

Sin embargo, el Suceso de Palenque desbarató aquello y el gobierno norteamericano se vio obligado a tomar la iniciativa: bajo el nombre de Iniciativa Pacal, se inició un proyecto con el fin de prepararse ante una supuesta ofensiva de esos seres. Lo acontecido en Palenque preocupó a muchos dirigentes, que no vieron nada de amistoso en los sucesos ni en las visiones y sueños de Alex. Sueños que, a raíz de la información que corrió por Internet, luego se supo que estaban teniendo miles de personas por todo el planeta.

Smith, recién nombrado director de la iniciativa, explicó a Alex que los seres con los que había topado debían de formar parte de algún tipo de misión en la que debían limpiar cualquier rastro posible de su presencia en la Tierra. Era lo más probable, admitió Alex, dada la rapidez con la que habían erradicado las pruebas del accidente de su aeronave, una vez que él les delató.

Sin embargo, todos los actos y pensamientos del médico estaban presididos por una única idea: Lia. Su pérdida había constituido un precio imposible de asumir para él. Con su sacrificio había ayudado a salvar al mundo, pero este carecía de sentido para Alex si la chica ya no formaba parte de él.

Pronto aparecieron nuevos y terribles sueños con ella como protagonista: al comienzo estaban juntos y se besaban, abrazaban y acariciaban, con la pasión de dos enamorados que acabaran de iniciar una relación. Pero enseguida ella se veía arrastrada hacia un agujero oscuro, voraz, frío y sobre todo nauseabundo, donde esperaban «ellos». Mientras se alejaba, Lia gritaba, desesperada, extendiendo los brazos hacia él y pidiéndole ayuda. En otra variante de las pesadillas ella se alejaba de él, despechada y orgullosa, y se acercaba a Jules, al que se cogía de la mano para enseguida descubrir que era un extraterrestre, algo que parecía no importarle demasiado con tal de hacerle daño a Alex.

En cualquiera de los casos él se despertaba sudoroso, llorando y con la seguridad de que ese día no podría quitarse a Lia de la cabeza ni un solo minuto. Empezó a evitar el sueño por temor a que se repitiesen las pesadillas. Como consecuencia sus jaquecas aumentaron. Así fue como comenzó a desear morir. Al menos, así dejaría de sufrir, se repetía, angustiado y derrotado. Y ese fue otro importante motivo para aceptar su nuevo trabajo: si esos seres querían esos chips, él estaba dispuesto a esperarles, con ellos en la mano si era necesario. Y pensaba venderlos caros.