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Jueves, 22 de septiembre

 

Anya estaba esperando a Mateo en su casa, habían quedado en que iría a buscarla al salir del bufete, iba a acompañarla a ver a Jacinto Ramírez. Estaba nerviosa debido al carácter que todo el mundo le decía que tenía el señor Ramírez. Estaba convencida de que esa entrevista no iba a ser sencilla, y también de que podría obtener información interesante. O quizás, como pensaba la policía, era un mequetrefe que no pintaba nada.

Cuando escuchó el claxon del coche de Mateo, cogió la chaqueta y el bolso del perchero de la entrada y salió a su encuentro. Ahí estaba él, sentado en el asiento de su BMW todoterreno, observándola con su media sonrisa a la que ya se estaba acostumbrando. Anya pensó, al ver ese coche, que los divorcios y discusiones vecinales por las lindes daban dinero. Rodeó el automóvil y se sentó a su lado.

–Hola.

–¿Preparada? –Mateo estudiaba sus reacciones, tal y como solía hacer con los componentes del jurado, parecía nerviosa y no era lo habitual, siempre tenía los nervios templados, incluso cuando entraron en su casa actuó de forma relajada y pragmática.

–No lo sé. Creo que me puede aportar información importante para el caso, pero no sé cuál, por lo que no sé cómo abordar la entrevista.

–Empieza por el principio, las preguntas irán saliendo una detrás de otra. Si no obtienes lo que ibas buscando, quizás es que no tenga esa información que buscabas, y si la tiene, pero no nos la da, ya volverás en otra oportunidad. –Mateo tenía razón, podía acercarse en otro momento si hoy no conseguía lo que quería.

–Pues adelante. –Dijo más convencida.

Mateo puso en marcha el coche y siguió la carretera, cuando apareció el camino por donde Anya solía ir a coger moras, se sorprendió de que Mateo no girara.

–¿No coges el camino?

–Creo que será mejor continuar por la carretera, ahora hay una desviación que lleva directamente a la puerta de Jacinto. El camino no está preparado para coches.

–Pero si esto es un todoterreno. –Le picó Anya y él puso los ojos en blanco.

–Por lo que veo, estamos de buen humor.

–Siempre estoy de buen humor.

–Eso es cierto. –Aceptó Mateo que todavía no conocía a la Anya enfadada.

Como había predicho, apareció una desviación que Mateo cogió, y en unos segundos se encontraban en la puerta de la casa de Jacinto.

–Qué pena, con lo bonita que es la casa, es una lástima que la tenga en este estado. –Por la noche y tan cerca, la casa resultaba realmente tétrica.

–Vamos. –Anya asintió y se dirigieron a la puerta principal de la casa. Mateo le cogió la mano y le dio un suave apretón para que se tranquilizara. Abrió la puerta un deshecho humano, o por lo menos esa fue la primera impresión que se llevó Anya. Con la ropa sucia, vestido con un chándal de los ochenta, con una melena que llevaba siglos sin ser desenredada recogida en una coleta, sin ducharse hacía tiempo por el olor que desprendía y con una lata de cerveza en la mano, les recibió Jacinto.

–Hola, soy Anya Sáez. Quería hablar con usted de la noche del asesinato de la familia Ruíz Moreno. –Asintió mirando a Anya, parecía que la esperaba. Sonrió a Mateo.

–Hombre Mateo, te veo bien. Pasad. –El interior era aún peor que el exterior, los muebles estaban muy estropeados, había desorden, las cosas estaban tiradas por el suelo, encima de las sillas y de los sillones, y por si fuera poco, apestaba a sudor, a alcohol y a cerrado, necesitaba ser ventilado.

–Por qué no hablamos mejor en la terraza. –Mateo sabía lo que estaba pensando Anya, que básicamente era lo mismo que pensaba él. Ahí dentro no se podía respirar, por lo menos en la terraza, a la que se salía directamente desde el salón, estarían en la naturaleza, aunque a esas horas ya empezaba a hacer frío para estar en la calle, pero había que elegir y esa le pareció la mejor opción. Anya se lo agradeció por la cara de alivio que mostró.

Los tres se sentaron alrededor de una vieja mesa de plástico.

–Este hombre me salvó la vida. –Le dijo orgulloso a Anya.– Si no hubiera sido por él, me hubiera quedado en la calle cuando me divorcié de Marta. Nunca se lo agradeceré lo suficiente.

Anya se había imaginado a un hombre duro, mujeriego, alguien que era capaz de maltratar, de buscar peleas en los bares, pero ese hombre que tenía enfrente daba lástima, no era para nada lo que se había figurado.

–Jacinto, Anya está investigando el crimen y quería hacerte unas preguntas. –Le dijo Mateo, aunque ya lo habían hablado cuando organizaron la cita.

–¿Le importaría si grabo la conversación?

–Claro, claro, no hay problema. Pregunte lo que quiera. Una amiga de Mateo es amiga mía. –Le sonrió, y Anya comprobó que le faltaban unos cuantos dientes, y los que le quedaban tenían un color desagradablemente oscuro. Sacó el teléfono del bolso y comenzó a grabar.

–¿Me podría contar qué pasó aquel día? Tengo entendido que discutió con Jaime Ruíz y Elena Moreno por la tarde, porque no le quisieron prestar el dinero que se había gastado en… –Anya se quedó callada, estaba acusándolo antes de haber oído su versión, eso no era ser objetiva, así que prefirió callarse.

–Parece que ya ha hablado con Marta. –Dijo Jacinto sin darle más importancia a las palabras de Anya.– No la crea, es una mentirosa, le encanta manipularnos a todos para que creamos lo que ella quiere que creamos. –Se encogió de hombros.

–Cuénteme su versión. –Pidió Anya.

–Esa mañana, Marta había estado de compras, yo acababa de cobrar y volvió a casa con un montón de cosas para ella y para la niña. Otra vez dejó la cuenta tiritando. Discutimos por ello, y como de costumbre, no sé ni cómo lo hacía, me convenció para que fuera a pedirle dinero a su hermana. Cuando llegué, se me caía la cara de vergüenza, les había hecho creer que el dinero me lo gastaba yo en bebida y mujeres. A ver, no estoy diciendo que sea un santo, de hecho, me gustaba ir al bar a tomar alguna copa y también me gustan las mujeres, pero sabía cuánto podía gastar para llegar a fin de mes. El caso, es que me dijeron que en ese momento no tenían dinero, no nos podían dejar ni un céntimo, y además, me llevé una buena charla sobre madurar y cosas por el estilo, que por cierto tenía que haber escuchado Marta, no yo. Efectivamente, salí de allí muy enfadado, pero no con Jaime ni con Elena, sino con Marta, me había hecho ir allí, cuando era ella la que tenía que haber pasado el mal trago, y para colmo, seguía sin tener ni idea de cómo pagar el alquiler que se había fundido esa mañana mi entonces mujer. Volví a casa, discutimos y me fui.

–¿Y qué pasó luego? –Anya estaba muy sorprendida con esas declaraciones, había conocido a Marta y no era la misma persona de la que estaba hablando él. ¿Cuál sería la verdad?

–¡Qué pasa, no me cree! ¡Es como todas! –Dijo Jacinto a gritos levantándose de la mesa. Anya no se esperaba esa reacción, supuso que esa sería la ira a la que todos hacían referencia y por la que Mateo había querido acompañarla.

–Jacinto, tranquilízate, ella no ha dicho eso. Sólo quiere saber la verdad. –Jacinto se dominó al escuchar las palabras apaciguadoras de Mateo.

–Fui a Paredes, al bar, a tomar algo y olvidarme de todo. Allí me encontré a Ludi, era una chica encantadora, muy dulce, todo lo contrario que Marta, quizás no era muy inteligente, pero tampoco era tonta. Estuve tomándome unas copas con ella y después fuimos a su casa, según me contó sus padres se habían ido ese fin de semana a Zamora, a ver a la familia.

–¿Y ya no volvió a ver a la familia Ruíz Moreno? –Los ojos de Jacinto brillaban por el efecto de la rabia, parecía sentirse como un animal acorralado.

–No, ya le he dicho que no. Esa noche fueron asesinados. Lo siguiente que supe de ellos fue lo que me dijo la policía cuando me llevaron a comisaría para interrogarme. Yo no entendía qué estaba pasando.

–¿Qué pensó cuando lo detuvieron?

–Si le soy sincero, pensé que Marta les había contado que le había pegado.

–¿Le pegó?

–No, claro que no. Nunca he puesto la mano encima a una mujer. Eso es de cobardes.

–¿Entonces?

–Solía hacerlo. Creo que quería demostrarme que era ella la que tenía el poder en nuestra relación. No sé. Pienso que yo le daba asco. Nunca entendí por qué aguantó tanto tiempo a mi lado.

–Quizás porque le tocó la lotería. –No se había dado cuenta de que lo había dicho en alto.

–No me tocó a mí, le tocó a ella. Pero no le dio tiempo a divorciarse de mí antes de que yo me enterara. La pillé con el boleto de la primitiva y ya no pudo hacer nada. Se creía muy lista, pero la gané por la mano. –Se puso a reír como si estuviera loco. Anya dio por terminada la entrevista. Como se esperaba, se había enterado de varias cosas interesantes, lo que no podía asegurar era si eran reales o ideadas por esa mente siniestra.

–Una última cosa. ¿Qué opina de la muerte de… Ludi? –Iba a decir su nombre completo, pero pensó que quizás él sólo la conocería por el diminutivo.

–Se llevaron a una bellísima persona. El hijo de puta que lo hizo, espero que lo pague algún día.

–Muchas gracias Jacinto, ha sido de gran ayuda. Si necesitara hacerle alguna pregunta más, ¿podría volver?

–Por supuesto, como he dicho antes, las amigas de mi amigo Mateo son mis amigas.

Ambos salieron de la casa dejando a Jacinto en la terraza enfrascado en sus pensamientos.

–¿Qué opinas? Tú que le conoces mejor. –Preguntó Anya, confiaba en las opiniones de Mateo.

–No sé qué decirte. He de reconocer que Jacinto no es ni la sombra de lo que fue. Desde la muerte de Ludi se hundió, creo que ella era una buena influencia para él, lo centraba. Pero respecto a lo que ha contado de Marta, no sé. Ella en el juicio no quería repartir el dinero, decía que él se lo iba a gastar en bebida y mujeres, pero al final cedió a la repartición a partes iguales. No la conozco muy bien, pero no me da la impresión que sea como dice, parece una buena persona. Por otro lado, si es una manipuladora como la ha definido, no creo que pudiéramos saber cómo es en realidad, ¿no crees? Supongo que tendrás que averiguarlo. Desde luego, si Jacinto fuera un testigo en un juicio, sería muy sencillo desacreditar su declaración. Nadie lo querría como testigo principal en un sumario. –Sentenció.

–Imagino que tienes razón.

En menos de cinco minutos habían llegado a casa de Anya.

–Te invito a cenar en agradecimiento a que me hayas acompañado a ver a Jacinto.

–Espero que alguna vez lo hagas porque quieres y no porque me agradezcas algo. –Le dijo de forma enigmática. Anya recordó entonces que la vez anterior lo había invitado a comer por su ayuda con la desbrozadora.

–Tienes razón. Algún día te sorprenderé. –Le guiñó un ojo.

Esa mañana había cocinado lasaña, y quedaba suficiente para ambos en la nevera, la sacó y la calentó unos minutos en el horno. Mientras, entre ambos, sacaban cubiertos, vasos y platos que colocaban en la mesa. Anya se dio cuenta de la naturalidad de sus movimientos, cómo se apartaban para dejarse pasar, como si fuera una situación habitual entre ellos, se sintió muy cómoda.

–¿Hay vino?

–Sí, mira en la despensa, he comprado varias botellas. Elige la que más te guste.

Mateo apareció con un Ribera del Duero que a Anya le encantaba.

–Buena elección. –Le dijo mientras le pasaba el sacacorchos. Él abrió la botella y sirvió la bebida en un par de copas, a la par que ella sacaba la lasaña del horno, lista para servir.

–Tienes unos amigos encantadores.

–Ellos dijeron lo mismo de ti. De hecho, quieren organizar una cena en su casa en tu honor.

–Me parece fenomenal. Cuando queráis, aquí tengo pocas actividades sociales. Por ahora, lo único que he hecho es participar en un curso de cocina internacional que se ha impartido esta semana en el ayuntamiento, el cual ya ha llegado a su fin.

–Pues habrá que cambiar eso. –Volvió a poner esa media sonrisa tan habitual en él.

La cena resultó muy agradable, hacía tiempo que no disfrutaba de un rato tan relajado en compañía masculina, pensó Anya. Se pusieron al día de sus actividades cotidianas, él le contó sus casos y algunas anécdotas en los juzgados, mientras ella le comentó las tareas a las que se había dedicado estos últimos días, básicamente todas ellas de bricolaje, y alguna anécdota que se había producido en el curso.

–He disfrutado de la velada, la lasaña estaba muy buena, pero me tengo que ir, mañana tengo que madrugar. –Dijo Mateo mientras se levantaba.

Anya lo acompañó agradeciéndole de nuevo su ayuda. Cuando Mateo atravesaba la puerta, se giró, lo primero que pensó Anya es que se había olvidado algo, pero nada más lejos de la realidad. Mateo la miró a los ojos, con esa mirada penetrante que le ponía tan nerviosa, le acarició la mejilla, apartándole un mechón de pelo que le caía, se acercó y sosteniéndole la cara con ambas manos, la besó. Primero, fue un beso suave en los labios, pero después la lengua de Mateo se introdujo en la boca de ella, y estuvo jugueteando con su lengua con lentitud, disfrutando del momento. Cuando se apartó, Anya no supo qué decir, no se lo esperaba, aunque lo había disfrutado, de hecho, quería más. Él la miraba con una sonrisa que a ella le resultó indescifrable, se dio la vuelta y se marchó, dejándola apoyada en el marco de la puerta, pensando en lo que acababa de ocurrir.