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Sábado, 15 de octubre

 

Los últimos días, desde la detención de Marta, habían sido muy tranquilos, se había pasado el día escribiendo, no había salido de casa nada más que a correr o a comprar algún producto de primera necesidad al pequeño establecimiento que había en el pueblo. Había estado paseando alrededor de la guarida cuando había necesitado despejarse unos minutos de su novela, pendiente de que se escondiera alguien ahí, pero no se había encontrado con nadie, y tampoco había aparecido el merodeador por las noches, tal y como había ocurrido en las ocasiones anteriores.

En ese momento, se estaba arreglando para ir a cenar con Alberto y Paula, Mateo llegaría en unos minutos a recogerla. Habían organizado en su casa esa cena que tenían pendiente. Según le había contado Mateo, ellos vivían en Paredes, en la calle principal, encima de una antigua tienda de productos de barro, tales como potes, botijos, jarras y cosas por el estilo, que pertenecía a la familia de Alberto y que con la muerte de su abuelo había sido cerrada. Alberto había heredado la casa y la tienda, pero a él no le interesaban los trabajos manuales, no le gustaba la alfarería, Mateo decía que no podía imaginarse a su amigo manchándose las manos con barro, pero reconocía que como abogado no lo hacía nada mal. Así que la vieja tienda de objetos de barro cocido había sido transformada en el bufete que llevaban conjuntamente, de esa forma el gasto de alquiler era nulo, y ambos compartían los gastos de mantenimiento. Mateo decía que era un ahorro importante, porque por la zona había pocos espacios de las características que necesitaban que estuvieran disponibles, por lo que los que había eran muy caros debido a la falta de competencia.

Esa mañana, se había ido de compras y se había comprado una bonita blusa estampada de manga larga, pero que dejaba los hombros al descubierto, le pareció sexy a la par que elegante, con unos vaqueros y unos zapatos de tacón esperaba ir apropiada para cenar. No conocía apenas a los amigos de Mateo, y no estaba segura de qué ponerse, suponía que sería una cena informal, pero no tenía ninguna pista. Ya se había dado cuenta de que la gente del lugar tendía a arreglarse mucho para las ocasiones, sólo había que ver cómo Felisa y el resto de vecinos se acicalaban para ir los domingos a misa, se dijo sonriendo por el recuerdo.

Cuando terminó, bajó al salón y se sentó en la vieja mecedora de su abuela, Kika se subió a sus piernas para que la acariciara, y ella lo hizo hasta que sonó el claxon del coche de Mateo anunciando su llegada.

–Kika, pórtate bien, ¿de acuerdo? –Le dijo a la gata mientras cogía su abrigo y su bolso del perchero de la entrada.

Cuando salió, allí estaba Mateo, dando la vuelta al coche para ponerlo en sentido a Paredes. Cuando atravesó la puerta de la valla, él ya había terminado la maniobra por lo que se subió al coche y se acercó a darle un beso en los labios.

–Hola preciosa. ¿Cuándo vas a poder arreglar el jardín? –Mateo señalaba con la mirada el terreno levantado por la avería.

–Ya arreglaron el problema con el desagüe. Pero la policía quiere tenerlo un poco más de tiempo abierto para recoger evidencias. –Se encogió de hombros, dudaba que ya encontraran mucho, puesto que con las lluvias, las posibles pruebas que quedaran se habrían diseminado.– Pero creo que la semana que viene me dejaran cubrirlo, me lo tienen que confirmar.

Pusieron rumbo a casa de Alberto y Paula, ambos en silencio, escuchando la radio.

Cuando llegaron, Anya reconoció el edificio, había pasado por delante de él en multitud de ocasiones, pero nunca le había prestado la más mínima atención. En cada lateral de la puerta de entrada había unos grandes ventanales, sobre ellos serigrafiado ‘Tortosa-Santos, Abogados’, la pared pintada de un tono gris muy elegante, hacía un gran contraste con el resto del edificio en piedra y madera, como la mayoría de las construcciones de los alrededores.

–Así que es aquí dónde trabajas.

–Sí, ven que te lo enseño. –Mateo estaba abriendo la puerta del bufete para que ella pudiera verlo por dentro.– A la casa hay un acceso directo desde aquí, pero subiremos mejor por detrás, por la entrada principal. –Ya dentro de la oficina, a Anya le sorprendió la amplitud del local, en la entrada había una espaciosa recepción, con varios sillones y una mesa donde supuso estaría la recepcionista atendiendo al público, detrás, los dos despachos. Mateo la cogió de la mano y la llevó al suyo, parecía un niño pequeño enseñándole el lugar, estaba emocionado, a ella le hizo gracia su comportamiento. Atravesaron la puerta de su despacho y se encontró un lugar muy acogedor, con su gran mesa y sus estanterías en madera de nogal, una gran alfombra con dibujos geométricos cubría casi toda la habitación.– ¿Qué te parece?

–La verdad es que me gusta, me he sentido cómoda en cuanto he atravesado la puerta. –Mateo la acercó hacia sí y la besó con deseo.

–Siempre he querido practicar sexo aquí. –Le dijo al oído con la respiración entrecortada.

–¿Una fantasía? –Preguntó ella con voz ronca.

–Sí, y la tenemos que cumplir, pero no hoy. –Anya siguió la mirada de Mateo, y en la puerta, de pie, apoyado en el marco, estaba Alberto sonriente.

–He oído ruidos y he venido a ver qué ocurría. –Les dijo divertido por haberles interrumpido.

–Le estaba enseñando a Anya mi despacho. –Explicó Mateo, quitándole importancia.

–Ya veo. Perdonad por la interrupción. –Les guiñó un ojo. Se lo estaba pasando en grande, no recordaba a Mateo comportándose como un crío por una mujer y eso le agradaba, aunque no quitaba que no pudiera dejar de meterse con él, últimamente se estaba convirtiendo en un blanco fácil.– Hola Anya. –Se acercó a saludarla.– Paula está arriba, esperándonos.

–Pues subamos, no hagamos esperar a nuestra anfitriona. –Dijo Mateo al que ya se le había pasado el calentón del momento. Anya, un poco cohibida por la situación, cogió la mano de Mateo, mientras Alberto seguía sonriéndoles como si les hubiera pillado haciendo una trastada.

Salieron de las oficinas por donde habían entrado y se dirigieron a la parte de atrás del edificio, donde unas escaleras de madera les llevaron a la primera planta. Entraron detrás de Alberto, accediendo a una gran habitación que hacía las funciones de salón y comedor, a la derecha del comedor, al fondo, había una isla que comunicaba con la cocina, donde Paula estaba atareada untando paté en pan tostado.

–Hola Paula. –Dijo Mateo sonriente.

–Cariño, me he encontrado con estos dos haciendo guarrerías en el despacho. –Anya se puso como un tomate y Paula se echó a reír.

–Anda, no seas malo. –Le dijo su mujer.

–La próxima vez a ver si llamas a la puerta. –Continuó Mateo la broma.

–Si no tuvisteis la decencia de cerrarla. –Le replicó Alberto.

–He traído una botella de vino. –Anya sacó del bolso una botella de Ribeiro intentando cambiar el derrotero que estaba tomando la conversación.

–Eres un encanto. –Paula cogió un abridor y después de quitarle el corcho, sirvió cuatro copas.

–¿Quieres que te ayude en algo? –Tanto Alberto como Mateo se habían sentado en la mesa del comedor, a espaldas de Anya, y se les oía hablar de un caso que estaban llevando en el bufete.

–Ya están hablando de trabajo. Parece que no tienen otra conversación. –Paula resopló negando con la cabeza.– Claro, podrías ayudarme a llevar los platos a la mesa, ya está todo preparado.

Anya obedientemente comenzó a realizar la labor que le habían encomendado, mientras Paula llevaba la botella de vino y algo de pan que había cortado. Ambas se sentaron con los chicos para comenzar a cenar.

–Bueno, Anya, cuéntanos, en el pueblo no se habla de otra cosa. Parece que has descubierto al asesino de los Ruíz Moreno. –La cara de Anya era un poema, lo que menos le apetecía era hablar de ese tema, sobre todo cuando no estaba segura de que Marta Moreno fuera culpable. Paula se dio cuenta por lo que le echó un cable.

–Os propongo una cosa. No hablemos de trabajo, es una cena para disfrutar, no quiero oír hablar ni de los Ruíz Moreno ni de los casos que lleváis en el bufete.

–A sus órdenes. –Contestó Alberto. Anya con la mirada se lo agradeció.– ¿Y entonces de qué quiere hablar mi preciosa esposa?

–De cualquier otra cosa. –Entonces recordó algo que quería comentarles.– Están anunciando el fin de semana que viene un ciclo de clásicos en Muros, en el cine de la plaza. Anya ¿te gusta el cine clásico?

–Depende de la película.

–No recuerdo cuáles van a proyectar, cogí un programa. –Se levantó a por el bolso que colgaba del mismo perchero donde habían dejado ellos sus cosas, en la entrada, y apareció con un cuadernillo de varias páginas.– Bueno, veo que dura toda la semana, pero podíamos ir a ver alguna el viernes o el sábado.

–Me parece buena idea. –Dijo Anya que ya estaba revisando las películas y horarios en la agenda.– Echan ‘La fiera de mi niña’ con Katherine Hepburn y Cary Grant. Me encanta, es muy divertida. También ‘La gata sobre el tejado de Zinc’ con Paul Newman y Liz Taylor. Hay algunas más para esos días. Tiene buena pinta.

–Yo creía que serías más de Psicosis. –Dijo Alberto bromeando.

–También me gustan las de terror, lo reconozco.

–Pues nada, vamos para allá y elegimos la que más nos apetezca ver. –Sentenció Paula.

–Mientras que no vayamos a ver una comedia romántica. –Terció Mateo.

–No entiendo qué problemas tenéis con esas películas. –Resopló Paula.

–¿Los enumero? –Le contestó Mateo, que ya tenía un dedo de una mano sobre otro de la otra mano, con intención de ponerse a exponer unos cuantos puntos.

–Déjalo. –Le frenó Paula.

–Esto está muy bueno, ¿qué es? –Anya tenía que anotar esa receta, estaba exquisito, seguro que a sus amigos de Madrid les encantaba.

–Es crujiente de queso brie y pasta filo con dulce de membrillo casero.

–Me tienes que pasar la receta, está muy rico. ¿Haces tú el dulce de membrillo?

–La verdad es que no, lo hace mi madre. Tiene varios membrilleros en su parcela, y cuando recoge el membrillo, rellena frascos y frascos de dulce de membrillo que reparte entre la familia y los amigos. Luego te llevas un par de botes.

–Oh, me encantaría. Muchas gracias.

–Son de los últimos que me quedan, pero me consta que ya es época de recogida, así que en breve vendrá con más. –Le guiñó un ojo.

–Anya, y ahora que debes de estar a punto de terminar tu novela, ya que la investigación está terminada, ¿qué vas a hacer? ¿te vuelves a Madrid? –Alberto fue muy directo, estaba seguro de que era algo que Mateo no se atrevía a preguntarle. Anya no sabía qué contestar. Sabía que en pocas semanas tendría la novela terminada, pero no se lo había planteado. Tenía ganas de volver a Madrid y ver a sus amigos, a su madre, pero por otro lado empezaba a disfrutar de su vida aquí, sentía la casa como su nuevo hogar, estaba encantada con su actual vivienda, y además, estaba Mateo, que aunque no quisiera reconocerlo estaba empezando a engancharse a su compañía. Mateo la miraba expectante, parecía querer conocer sus planes, aunque él nunca había tocado ese tema.

–¿No había dicho que nada de trabajo? –Intentó ayudarla Paula al verla tan dubitativa.

–Cariño, pero eso no es trabajo.

–Aún no lo he pensado. –Terminó contestando Anya.– Tengo ganas de volver a Madrid –notó cómo Mateo se tensaba a su lado–, quiero ver a mis amigos y a mi familia. Pero no sé si ese es ahora mi sitio. –Sentía la mirada intensa de Mateo.

–Pues ya contestada tu pregunta –le dijo a su marido–, que eres un cotilla, vamos a por el postre.

–¿Hay más? –Preguntó Mateo. Anya también se sorprendió, habían comido un montón de aperitivos y canapés que había preparado Paula, todos muy ricos, no creía que tuviera hueco para algo más.

–Por supuesto, he hecho una quesada. Espero que te guste el queso Anya.

–Me encanta, por mí no te preocupes. En realidad hay muy pocas cosas que no me gusten. –Les reconoció. Para ella la comida era uno de los grandes placeres de la vida, cuando podía, le encantaba disfrutar de una rica comida casera. Últimamente, gracias a Felisa lo hacía, porque ella se hacía comidas de fácil preparación por lo inmersa que se encontraba en el desarrollo de su novela. Lo habitual era que dedicara tiempo a esa actividad que además le relajaba, pero con la urgencia que corría este nuevo libro para salir en navidades, no podía dedicarse a ello.– Lo que no sé es donde lo voy a meter.

Paula apareció con la quesada que Anya tuvo que admitir tenía muy buena pinta, y cuando la cató no quedó decepcionada.

–Eres una gran cocinera. –Le dijo Anya.

–Soy la mayor de cinco hermanos, todos varones menos yo, tuve que ayudar a mi madre, la cocina ellos no la querían ver ni en pintura.

–Eso es machista. –Dijo Anya, recordando que su hermano siempre ayudaba a su madre en todas las tareas de la casa, independientemente de cuál fuera.

–Oh, no, no es eso. En lo único que no ayudaban era en la cocina, no les gustaba y he de reconocer que lo preferíamos, siempre se les quemaba la comida, o la hacían demasiado salada, eran unos negados. Pero en el resto de tareas eran uno más, fregaban, barrían, y todo lo que se te ocurra.

Cuando terminaron con el postre, Alberto se levantó y se acercó a la chimenea que había en la zona del salón, de la repisa cogió una pequeña caja.

–Anya, espero que te gusten nuestras costumbres. Después de la cena, nos gusta jugar al mus, y por fin, somos cuatro. –Miró a Mateo como si se lo estuviera recriminando, remarcando el por fin.– ¿Sabes jugar al mus, verdad?

–Por supuesto, te lo enseñan en primero de Facultad. –Les dijo bromeando. Anya aún recordaba las partidas que echaba en el bar de la Universidad con sus compañeros de clase.

–Perfecto, ¿cómo vamos? –Continuó Alberto.

–Yo voy con Anya. –Dijo Mateo antes de que su amigo propusiera su ‘chicos contra chicas’ habitual, por ello se ganó una jocosa sonrisa de Alberto.

–Está bien. –Los hombres se cambiaron de posición en la mesa para poder estar enfrente de sus parejas.– La primera corrido y sin señas. –Todos asintieron. Anya notó que se habían puesto muy serios, parecía que no se tomaban el juego en broma. Esperaba que sólo fuera una sensación, porque ella no se consideraba una gran jugadora de mus, para farolear prefería el póquer. Pero pensó que tenía que impresionarlos, así que utilizaría todos los consejos que le dio su novio de la Facultad. Se sorteó quién repartía mediante la carta más alta y le tocó a ella, Paula pasó el mazo hacia Mateo, él hizo lo mismo, y Alberto también, pero ella empezó a jugar, iba a por todas.

Estuvieron picados jugando varias horas, se dio cuenta de lo competitivos que eran Alberto y Mateo, si no fuera por lo que bromeaban entre ellos, Anya hubiera pensado que tenían algo pendiente, eso le demostró la confianza que se tenían. Las partidas estuvieron muy igualadas, aunque en el tanteo iban ganando Mateo y ella. A Anya le pareció ver admiración en sus ojos, supuso que no se esperaba que una madrileña jugara tan bien al mus como cualquiera del pueblo.

Cuando a Anya se le empezaban a cerrar los ojos, dejaron de jugar.

–Queremos la revancha. –Dijo Alberto.– Anya, eres buena jugadora de mus, una pena que vayas con este peso muerto. –Le dijo señalando a Mateo que lo miraba con una sonrisa en la boca.

–Tampoco lo hace tan mal. –Continuó ella la broma. Alberto soltó una carcajada.– Paula, muchas gracias por todo, la cena ha estado riquísima, y he disfrutado mucho la velada.

–Sí, sobre todo por la paliza que os hemos dado al mus. –Dijo Mateo pinchándoles.

–La próxima vez no será así, ya verás. Os hemos dejado ganar porque es la primera vez de Anya, tenía que coger confianza. –Dijo Alberto justificándose.

–No les hagas caso. Lo peor es que se van a pasar así toda la semana. –Paula cogió a Anya por el brazo y la acompañó a la puerta.– Lo que tenemos que aguantar.

Se despidieron recordándose que el fin de semana siguiente tenían que ir al cine a ver alguna película, y también que tenían que repetir otra cena.

Mateo agarró de la cintura a Anya mientras se dirigían al coche.

–¿Te he dicho que hoy estás preciosa?

–No, no me lo has dicho. –Dijo sonriéndole provocativamente.

–Me has tenido hipnotizado toda la velada, en lo único que podía pensar era en besar esos hombros. –Anya se giró y lo besó.– Anda, vamos, antes de que te desnude aquí mismo.

Poco después de que Mateo arrancara el coche, ella se quedó dormida, estaba agotada. Cuando llegaron a su casa, Mateo le tocó con delicadeza la mejilla para avisarla que ya habían llegado, ella le apartó la mano, quería seguir durmiendo, así que intentó despertarla de otra forma, primero le dio un suave beso en sus carnosos labios, y luego, fue haciendo camino para poder introducirle su lengua, y empezar a juguetear con la de ella. Anya no pudo eludir ese contacto, un escalofrío de excitación le había recorrido la espalda, por lo que empezó a mover su lengua siguiendo los movimientos de la de él. Unos segundos después, él tenía una erección bajo el pantalón que empezaba a resultarle dolorosa y ella notaba su humedad entre las piernas. Salieron a toda velocidad del coche para entrar en la casa, riéndose por su comportamiento infantil. Nada más cerrar la puerta, continuaron con lo que habían empezado en el coche, ni siquiera llegaron al dormitorio, disfrutaron de su fogosidad encima de la mesa de la cocina.