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Martes, 25 de octubre
Esa noche no había pegado ojo, no sabía si por la discusión del día anterior con Mateo o por el bloqueo que sufría su investigación. Nada tenía sentido en este caso, no hacía más que llegar a callejones sin salida, todos basados en una teoría que era el dinero como principal motivación del asesino. Pero, y si estaba equivocada desde el principio, y si la causa no tenía nada que ver con el dinero, porque si el dinero realmente era su objetivo, quien tenía todas las papeletas para ser la culpable era la persona que ya estaba encerrada, Marta Moreno. Tenía que dar un nuevo enfoque a su análisis, abandonar la hipótesis del dinero como móvil.
Salió a correr, pensaba con más claridad mientras lo hacía. Siguió el camino de la senda, el recorrido que empezaba a serle tan conocido, disfrutaba del paisaje y del aire frío dándole en la cara, no entendía cómo había estado toda su vida sin hacer deporte, era una sensación increíble, supuso que en Madrid no sería lo mismo, sólo podía deleitarse con este paisaje aquí.
Cuando llegó a la explanada, se percató que había ignorado la desviación del frontón por si se encontraba a Raquel y a Mateo, pero sabía que era una tontería, y si estaban qué, quizás se acercara a saludar, ¿por qué no?, era algo razonable, no era descabellado, pensó.
Rodeó la explanada y volvió a meterse en la senda, esta vez tomó la desviación hacia el frontón. Cuando llegó al parque estaba vacío, así que estiró los músculos y se tumbó en el banco. Comenzó a hacer abdominales, intentando no pensar más que en la respiración y en contar los que llevaba, no quería seguir dándole vueltas a lo mismo, se estaba saturando. Cuando contó trescientos, se levantó y volvió a casa corriendo por la senda.
Al llegar, se sintió con la suficiente energía para seguir corriendo un rato más. Por lo que dejó atrás el puente que la llevaba a su casa y continuó recto, siguiendo el camino, hasta que llegó a la piedra donde se había encontrado en otras ocasiones a Raquel. Sentada en ella, con su gran cola de caballo, pero esta vez sin ningún libro que leer, estaba ella, observándola mientras se acercaba.
–Te estaba esperando. –Anya se sorprendió con esa afirmación, sobre todo porque había decidido a última hora seguir corriendo, por lo que el encuentro había sido una casualidad. Empezó a estirar, por hoy la carrera la daba por finalizada.
–Hola Raquel. ¿Quieres hablar conmigo?
–Sí. No sabía con quién desahogarme. Desde que murió Mónica no he vuelto a tener con quién hacerlo.
–Lo siento.
–Sí, parece que todavía no lo he superado. Pero creo que ya queda menos.
–¿Por qué crees eso?
–Porque estoy empezando a recordar. –Anya dejó de estirar y la miro a los ojos, los tenía vidriosos, a punto de que se le saltaran las lágrimas.
–¿Estás bien? –Se acercó y le acarició la pierna, en señal de apoyo. En esa posición Raquel estaba mucho más alta que ella, se sintió algo incómoda, por lo que subió a la piedra y se sentó a su lado, empezaba a resultarle más sencillo subir, estaba recuperando su agilidad de la adolescencia. Llevaba deseando escuchar eso desde que se había imaginado que Raquel lo había visto todo, pero ahora, pensaba como Navarro, no necesitaba recordar un hecho tan traumático, no merecía la pena.
–Creo que sí, creo que es lo mejor. Ya sé que lo que les sucedió fue brutal, pero creo que lo llevaré mejor cuando lo recuerde y lo asimile.
–Eso espero.
–Todavía no recuerdo lo que ocurrió. Pero estoy recordando aquella tarde con Mónica, retazos de nuestra conversación y de la cena con su familia. También lo había olvidado. –Anya notó que había regresado a su habitual estado taciturno, así que cambió de tema, no quería perder la oportunidad de mantener una conversación con ella.
–Me han dicho que vas a la Universidad de León.
–¿Lo dices porque me ves por aquí casi todos los días? –Le salió una carcajada. Anya pensó que era la primera vez que le oía reír, no le había visto otro gesto que no fuese su habitual seriedad o apatía. Le gustó, parecía más joven.– Sí, he estudiado Ingeniería Aeronáutica. Terminé el curso pasado. Ahora voy a sacarme el Máster, pero tengo menos clases, por lo que suelo estar indistintamente en León o aquí. Este año no he alquilado vivienda allí, quería pasar más tiempo con mis padres. Mi padre no está en su mejor momento, le tuvieron que extirpar un riñón, así que yo les ayudo en lo que puedo. Además, estoy buscando trabajo, nos vendría bien el dinero. –Dio un salto para bajar de la roca, se giró y levantó la cabeza para mirar a Anya.– Muchas gracias por escucharme. –Anya estaba estupefacta, nunca le había dicho más de dos palabras seguidas y esa mañana se había sincerado con ella.
Raquel se alejó despacio por el camino, mientras Anya la observaba marchar. El doctor Soler le había dicho que cuando los pacientes por estrés postraumático recuperaban la memoria, luego iban a terapia para enfrentarse a lo ocurrido, a ese episodio que habían preferido borrar de su memoria, esperaba que eso le funcionara a Raquel y volviera a hacer su vida, una vida de una veinteañera normal con sus traumas superados.
Volvió a casa caminando, siguiendo el camino en sentido contrario al que llevaba Raquel. Cruzó por el puente que quedaba más allá de la propiedad de Felisa, para luego retroceder por la calle principal.
Cuando estaba llegando a su casa, se encontró con la mujer sentada en el porche tomando una taza de algo humeante.
–Buenos días Anya, te apetece un chocolate caliente, lo acabo de hacer.
–Por qué no. –Se acercó a la mesa mientras Felisa iba a buscar otra taza.
–Toma querida.
–Muchas gracias, huele muy bien. Ya ha regresado de visitar a su prima, por lo que veo.
–Sí, la pobre se había puesto muy enferma. Una gripe. Tenía mucha fiebre y temblores, en alguna ocasión pensé que deliraba. Pero ya está mucho mejor. La medicina hace milagros. –Le dijo emocionada.
–Me alegro de que todo saliera bien.
–Y tú, ¿qué tal llevas tu novela?
–Ya me queda muy poco para terminarla. –Fue lo que dijo, pero no las tenía todas consigo, si empezaba a dar otro enfoque a lo ocurrido, quizás tendría que rehacerla de nuevo, o por lo menos, añadir más capítulos incluyendo la nueva perspectiva.
–Y luego, ¿qué vas a hacer?
–La verdad Felisa, creo que depende de su nieto. –Le dijo sinceramente y sin tapujos. Estaba encantada de vivir en Óbito, en su casa, pero quedarse allí sola todo el invierno le parecía duro, pensaba disfrutarla en verano y en vacaciones, a no ser que su relación con Mateo fuera a alguna parte. Bebió el último trago de chocolate que le quedaba en la taza y se despidió alegando que aún tenía mucho que hacer.
Felisa se quedó muy contenta observando cómo se marchaba, le parecía una buena chica y pensaba que era perfecta para su nieto.
Anya estaba haciéndose un sándwich vegetal, tenía pensado cenar delante del ordenador, cuando le sonó el móvil. El fuerte sonido del teléfono frente al silencio de la noche, hizo que se le cayera al suelo el cuchillo con el que estaba cortando rodajas de tomate, a punto estuvo de clavársele en el pie.
–Joder. –Soltó. Se agachó a recoger el cuchillo y se acercó a la mesa donde tenía el móvil sonando y vibrando. Cuando vio el nombre de la persona que aparecía en pantalla, se extrañó muchísimo, no esperaba una llamada por su parte.
–Anya, ¿eres tú? –Le dijo preocupada la mujer.
–Hola Concha, ¿qué ocurre? –Concha era la madre de Gonzalo. Siempre habían tenido una buena relación, la tenía en alta estima. Decía que era la persona ideal para asentar a su hijo, que desde que Gonzalo estaba con ella se había convertido en mejor persona. Así que si alguien dice esas cosas de ti, cómo no la vas a apreciar, se decía Anya.
–¿Sabes algo de Gonzalo?
–Hablé con él el domingo, me llamó para decirme lo de su ascenso.
–¿Y nada más? –La voz de Concha sonaba muy inquieta, Anya se estaba empezando a asustar.
–No, no he vuelto a saber de él. Concha, por favor, dime qué ha pasado.
–Anya, no tengo ni idea. Sólo sé que ni ayer ni hoy ha ido a trabajar, y no ha avisado. Eso no es normal en él. Nunca falta. Pero si no pudiera ir por algún asunto importante, lo notificaría. No es propio de él. –Anya estaba totalmente de acuerdo con ella.
–¿Lo has llamado al móvil?
–Claro, ayer no me lo cogía y hoy no da señal. Me sale una voz diciendo que está apagado o fuera de cobertura. –A Anya eso le cuadraba todavía menos, Gonzalo no se despegaba de su móvil. Empezó a sentirse tan intranquila como su madre.
–Concha, no te preocupes, seguro que no le ha pasado nada. Yo también intentaré ponerme en contacto con él. Si lo localizas dímelo.
–De acuerdo.
–¿Has denunciado su desaparición a la policía?
–Sí, pero no le dan mucha importancia. Creen que aparecerá en cualquier momento. Como no tiene problemas médicos o discapacidad mental, ni es peligroso para sí mismo o para otros, no se encuentra en la categoría de búsquedas prioritarias. –Sonaba desesperada.
–¿Y no pueden buscarlo por el GPS del coche o del móvil?
–Por lo visto triangularon su posición gracias al móvil, según me dijeron o mejor dicho entendí, los teléfonos se mantienen en contacto constante con las torres telefónicas y los registros de esta información se conservan, por lo que pudieron ubicarlo.
–¿Y?
–Anya, por lo que me han dicho, estaba a unos kilómetros de tu pueblo, de Óbito. Me lo acaban de comunicar, por eso te llamaba. –Anya cayó sobre una silla.
–¿Sabes de cuando eran esos registros? –Escuchó que a Concha se le escapaba un gemido.
–Eran del domingo por la noche. Después de eso no hay nada.
–¿Del domingo? –Dos días, se dijo.
–Anya, han pasado dos días. Dos días sin conectarse al teléfono. A mi hijo le ha pasado algo.
Anya sabía que por algunas zonas no había cobertura, pero en cuanto hubiera entrado en Óbito se hubiera conectado de nuevo, la señal habría reaparecido. Y si hubiera llegado al pueblo, hubiera aparecido en su casa, y ella no lo había visto. El domingo por la tarde no había salido, no podía haber llegado porque si lo hubiera hecho, la hubiera encontrado trabajando en la cocina. Empezaba a pensar como Concha, a Gonzalo tenía que haberle pasado algo, no veía otra explicación.
–Concha si…
–Lo sé cariño, si me entero de algo nuevo, te aviso. –Había reaparecido la fortaleza de una madre.
–Gracias. Haré lo mismo. –Anya colgó y se quedó mirando al infinito. ¿Le habría pasado algo?, estaba convencida de ello. No había oído nada sobre un accidente de tráfico por los alrededores, ¿dónde estaría?, se preguntó.
Salió de casa y cogió su viejo todoterreno, no podía quedarse sentada mirando el paisaje sin hacer nada. Estuvo dando vueltas durante un par de horas, buscando por las diferentes carreteras locales. Primero fue en dirección a Madrid, pasando por Paredes y continuando hacia Muros, observando las cunetas por si veía el coche de Gonzalo oculto entre los arbustos del borde de los arcenes. Iba muy despacio, la mayoría de los coches con los que se encontraba la pitaban y acababan adelantándola por línea continua, pero a ella le daba igual, estaba muy concentrada en su búsqueda, y la falta de luz, por ser una noche cerrada, no ayudaba. Muchos de los laterales de las carreteras eran grandes explanadas bordeadas por vallas y con terrenos cultivados, ahí se vería perfectamente un coche o cualquier otra cosa fuera de lugar, pero otras zonas eran grandes bosques de robles, tan frondosos que con la poca luz que había, podía haber cualquier cosa detrás de la primera línea de árboles.
A media hora de Óbito, había un puente que atravesaba la autovía que lleva primero a Benavente y luego a Madrid, paró en el arcén y salió a revisar que el coche no se hubiera despeñado por ahí. Sabía que era imposible, si un coche llevara accidentado en esa zona dos días, lo hubieran visto, el tráfico de la carretera era cuantioso, y no hubiera podido pasar desapercibido a la luz del día, pero aun así no pudo evitar parar a comprobarlo.
Cuando ya no sabía a donde ir, algunas carreteras ya las había recorrido varias veces, decidió volver a casa, desesperada, estaba tan nerviosa, algo le decía que le había tenido que pasar algo, pero qué.
Al llegar al pueblo, dio un volantazo para tomar la desviación de la derecha, no tenía pensado hacerlo, fue una idea repentina, lo único que sabía es que no quería estar sola, y ahora su discusión, le importaba muy poco.
En cuanto la escuchó llegar, Mateo se dirigió a la puerta, se había sorprendido al oír un coche que venía a toda velocidad por el camino de su casa y que daba un buen frenazo delante de su puerta, no esperaba a nadie. Cuando vio a Anya salir de su Jimny en el estado de nervios en el que se encontraba, se asustó, se acercó corriendo a ella y la abrazó.
–Tranquila, ¿qué ha ocurrido? –Su preocupación parecía real pensó Anya, pero no se creía capaz de pensar con claridad, lo único que quería era gritar, se sentía tan impotente, tan inútil.
No pudo contestar a su pregunta, no le salían las palabras, estaba temblando, no se había percatado de su estado hasta ese momento, supuso que al haber dejado la búsqueda sin encontrar nada, su estado de tensión, el que la mantenía activa y alerta, se había evaporado, apareciendo ahora una triste realidad, se sentía desmoronada, fracasada, histérica. Mateo la agarró de la cintura y la condujo al salón donde la dejó sentada en el sofá, mientras él preparaba una tila para ver si lograba tranquilizarla.
Anya se había tumbado, se encontraba acurrucada en posición fetal, todavía temblando, Mateo la miraba sin saber qué podía haberle ocurrido, con una taza humeante en la mano.
–Tómate esto, te sentará bien. –Anya se sentó encogida en el sofá, cogió la taza y comenzó a beber a sorbitos pequeños.
–Quema.
–Esa es la idea. ¿Te encuentras mejor?
–Creo que sí, gracias.
–¿Me vas a contar qué ha ocurrido? –Anya le relató todo lo sucedido, la llamada de Concha y la búsqueda infructuosa que había realizado esa noche.
–Seguro que está bien. –Intentó animarla.
–No está bien, y tú también lo sabes. Ha desaparecido llegando aquí, y no ha habido ningún accidente. No ha podido desvanecerse. Gonzalo no ha faltado en su vida al trabajo, y menos ahora que le habían dado el puesto por el que llevaba años luchando, y eso sin contar que de su móvil no se despegaba.
–¿Has comprobado los hospitales? ¿Depósitos de cadáveres? –Anya negó con la cabeza, sintiendo un escalofrío que empezó en la nuca y que le recorrió toda la espalda al oír ese lugar.– Está bien, espera que haga unas llamadas. ¿Cuál es su apellido?
–Marcos.
Mateo cogió su teléfono y empezó a realizar llamadas, primero a los números que guardaba en memoria y luego haciendo caso de las páginas amarillas. Comenzó por los hospitales de la zona, casi todos lo conocían porque había defendido a muchas víctimas de accidentes y maltratos. En todos los lugares a los que llamó le dijeron que ningún Gonzalo Marcos había sido ingresado.
Mientras hablaba por teléfono, Anya lo contemplaba, paseándose de un lado a otro de la habitación, intentando conseguir alguna información sobre el paradero de Gonzalo, ayudándola en su búsqueda. Ella estaba atenta a todas las conversaciones, intentando descubrir con lo que oía si Gonzalo estaba en alguno de los lugares a los que estaba llamando. En cuanto Mateo recibía la confirmación, miraba a Anya y con un gesto de negación con la cabeza le indicaba que ahí tampoco estaba. Pero él no se rendía, siguió llamando a todos los sitios que se le ocurrieron hasta que logró hablar con todos ellos, sin llegar a nada. Gonzalo no aparecía por ninguna parte.
Cuando Mateo terminó con la última llamada, se sentó en el sofá, abatido, no se le ocurría qué más hacer. Anya se tumbó y puso la cabeza sobre sus piernas, de forma que él estuvo acariciándole el pelo, intentando consolarla y tranquilizarla. Después de un largo rato, escuchó una respiración suave, había logrado que se quedara dormida. Había estado dándole vueltas a lo ocurrido, ¿cómo era posible que una persona se desvaneciera con tanta facilidad? Pensaba en lo peor, pero no quería decirlo en voz alta hasta que hubiera alguna prueba o evidencia de ello.
Con cuidado de no despertarla, se levantó y la cogió en brazos, la llevó a su habitación donde le quitó la ropa, la metió en la cama y la arropó como si de una niña pequeña se tratara, ella hizo algún amago de despertarse durante el proceso, pero continuó dormida, estaba completamente agotada. Se colocó a su lado y la abrazó, enseguida notó como el cuerpo de ella se adaptaba al suyo, acurrucándose entre sus brazos, aún dormida.