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Miércoles, 26 de octubre

 

Anya se despertó en los brazos de Mateo, al principio se sintió algo desorientada, hasta que cayó en la cuenta de todo lo que había ocurrido la noche anterior. Entonces, se le ocurrió quien podría ayudarla en su búsqueda.

Se levantó con cuidado de no despertarlo. Al salir de la cama, donde ya no sentía el calor del cuerpo de Mateo ni el de la colcha, se dio cuenta de que estaba en ropa interior, no recordaba haberse desvestido, así que supuso que él lo habría hecho por ella. Miró en derredor buscando su ropa que encontró encima de una silla, se vistió sin hacer ruido y bajó a la planta de abajo donde estaba su bolso con su móvil en el interior.

Aunque el reloj decía que aún no eran ni las seis de la mañana, llamó a Navarro, esperaba que no le importara, pensaba que era urgente y sabía que tenía la costumbre de madrugar, confiaba que ya estuviera levantado.

–Anya, ¿ha ocurrido algo? –Navarro al otro lado se preocupó por las horas intempestivas de la llamada.

–Siento haberte despertado.

–Ya estaba desvelado, no te preocupes. –Anya pasó a detallarle todo lo que había sucedido el día anterior, le contó lo que le dijo Concha, la madre de Gonzalo, y su búsqueda nada productiva por las carreteras de los alrededores.– ¿Estás en casa? Voy para allá y continuamos la búsqueda.

–Estoy en casa de Mateo –se sonrojó al decirlo, sabía que a Navarro no le gustaba y también se imaginaba su cara con gesto de reproche al otro lado de la línea–, pero salgo ya para allá. Te espero.

–De acuerdo.

En cuanto colgaron, Anya se dispuso a salir, pero antes le escribió un breve mensaje a Mateo que dejó encima de la almohada, un simple “Gracias”, fue todo lo que se le ocurrió, le dio un dulce beso en la frente y se marchó a toda velocidad.

Cuando Navarro llegó a su casa, ella acababa de terminar de vestirse después de una rápida ducha. Kika la había estado ignorando durante todo ese rato en el que había estado corriendo de un lado a otro para estar preparada, parecía estar enfadada con ella por no haber vuelto la noche anterior.

Anya estaba sirviendo café recién preparado en dos tazas, dejó el azúcar y la leche encima de la mesa para que Navarro se echara la cantidad que prefiriera, y se sentó al otro lado, frente a él.

–Veamos, ¿qué pasos pudo seguir? –Dijo Navarro pensando en cómo reconstruir los hechos con lo poco que tenían.

–Aquí no llegó. Concha dijo que lo habían localizado a unos kilómetros del pueblo, no me especificó cuántos, no creo ni que lo supiera. –Navarro asentía.– La cobertura se pierde justo pasado Paredes, y eso son cinco kilómetros, pero en Óbito vuelve a haber señal.

–En tu recorrido fuiste por esa carretera. –No era una pregunta, fue un pensamiento dicho en voz alta, Navarro meditaba sobre el asunto.

–La recorrí cuatro veces, dos veces de ida y dos de vuelta, pensé que era el lugar con más probabilidad de encontrarlo, pero no vi nada.

–Era de noche, y hay mucho bosque. Vamos.

Ambos se levantaron de la mesa, aunque antes se tomaron el café de un trago. Anya había dormido muy pocas horas, y aunque su cuerpo estaba a tope de adrenalina, necesitaba café para seguir manteniéndose en pie y no caer rendida al suelo, estaba desmoralizada y eso no era lo que necesitaba ahora si quería encontrar a Gonzalo. Le ayudaba pensar que Navarro sabía lo que hacía y sabría qué pasos seguir para encontrarlo.

Salieron de la casa, seguidos muy de cerca por Kika.

–Kika, tú te quedas aquí. –Le dijo Anya mientras cerraba la puerta intentando que la gata no saliera detrás de ellos. Subieron al coche de Navarro y se pusieron en marcha.– Creía que íbamos a Paredes.

–Sí, y allí es donde nos dirigimos.

–¿No cambias de sentido?

–Si se sigue recto hay una desviación a la derecha que rodea todo el pueblo y te lleva a la carretera de Paredes.

–Ah, no lo sabía.

–Hasta hace poco era un camino de cabras, pero la asfaltaron hace un par de años.

Navarro empezó a mover el coche, y Anya advirtió que Felisa estaba en el porche de su casa, saludándoles, por lo que levantó la mano al pasar por delante.

–Para. –El grito que soltó Anya asustó a Navarro que dio un respingo en el asiento, además de un buen frenazo.– Es el coche de Gonzalo. –Acababan de salir del pueblo, no habían recorrido ni doscientos metros.

–¿Estás segura?

–Sí, claro, es su Focus, reconozco la matrícula.

Ambos se bajaron del coche y se aproximaron despacio, Anya por miedo a lo que pudiera encontrar, Navarro porque iba observando con cuidado los alrededores, por si descubría alguna prueba que revelara los movimientos de Gonzalo después de dejar el coche aparcado en ese lugar, aunque lo más lógico era pensar que se encaminara a casa de Anya.

El coche estaba en un lateral del camino, bien aparcado y no estaba oculto. Se asomaron al interior y no vieron nada raro, nada que a simple vista pudiera llamarles de manera especial la atención. Una botella de agua entre los asientos del copiloto y del conductor, que presumiblemente había estado bebiendo durante el camino, por lo demás, se veía vacío y bastante limpio, detrás del asiento del conductor, en el suelo, pasaba desapercibido, un parasol, pero nada más, ni siquiera había objetos encima de la tapa del maletero. Intentaron abrir todas las puertas, pero estaban cerradas. Navarro miró a Anya, ella estaba pálida, observando el coche vacío de Gonzalo.

–Parece que llegó al pueblo, en el camino entre su coche y tu casa debió de desaparecer. –Navarro dedujo lo más razonable, lo que Anya también estaba pensando.

–Pero estamos hablando de unos pocos metros, ¿cómo desaparecería? –Navarro no podía contestar a esa pregunta, pero algo le decía que no desapareció por su propio pie, la cosa no pintaba bien.– Podemos preguntar a Felisa, se pasa mucho tiempo mirando por la ventana o sentada en el porche. –Sabía que acababa de llamar a su vecina cotilla, pero no tenía tiempo para remilgos.

–Vamos a ver si vio algo.

Volvieron a subir al coche y esta vez Navarro sí tuvo que maniobrar, aunque llegaron a la casa de Felisa en unos segundos. Dejaron el coche en su entrada y pasaron al interior de su propiedad, ya no había ni rastro de ella, debía de estar dentro. En cuanto llamaron a su puerta, apareció.

–Buenos días. ¿Qué os trae por aquí?, pensé que ibais a alguna parte. –Se apartó de la puerta para dejarles entrar y se encaminó a la cocina.– ¿Queréis un café?

–No, gracias Felisa, acabamos de tomar uno. –Dijo Anya que se notaba algo alterada.– Quería saber si el domingo por la noche viste a Gonzalo, mi amigo de Madrid –Anya recordó que no habían coincidido–, es alto, muy delgado y moreno.

–No, hija, no me suena. Llegué por la tarde de casa de mi prima, estaba cansada y me pasé la tarde dormitando, tumbada en el sofá. ¿Por qué? ¿Ha pasado algo?

–Ha desaparecido, lo único que sabemos es que hace dos días se dirigía hacia aquí y ya no se ha vuelto a saber de él. Acabamos de localizar su coche ahí arriba, pero no hay ni rastro de Gonzalo.

–Oh, y ¿creéis que le ha pasado algo? –Anya asintió.– Es raro que su coche esté ahí y no haya rastro de él. ¿Queréis dar una vuelta por la zona para ver si lo encontramos? Yo os puedo ayudar.

–Muchas gracias Felisa, pero no hace falta…

–No digas tonterías niña, estoy mayor, pero aún no soy una inválida.

Así que los tres salieron de la casa para comprobar los alrededores. Navarro junto con Felisa se dirigieron hacia arriba, en la dirección en la que habían encontrado el coche, y Anya se dio una vuelta por la parte de detrás de ambas casas, aunque evidentemente, en los jardines de Felisa ni en el suyo estaba Gonzalo. Continuó siguiendo la orilla del río hasta llegar a la altura del coche, como no vio nada, prosiguió andando en esa dirección, que le parecía tan válida como cualquier otra.

Unos metros más adelante, pasado el puente por el que cruzaba a veces cuando corría, había un pequeño salto de agua y un par de troncos cruzados en el río, siempre le había parecido un lugar muy bucólico, con el bosque mixto de castaños y robles alrededor. Ahora nunca lo olvidaría.

Algo le llamó la atención, había algo enganchado entre uno de los troncos y una de las grandes piedras que provocaban el pequeño salto de agua. Se acercó a comprobar qué era, cuanto más cerca estaba, más le parecía que lo que había enganchado era una bolsa azul, de esas de basura, pensó que la gente era una guarra y se acercó a retirarla del agua.

–Gonzalo. –Gritó al verlo allí tirado. Al ponerse a la altura del tronco comprobó que lo que había pensado que era una bolsa, en realidad era el plumas de Gonzalo, su cuerpo estaba boca abajo, su cabeza bajo el agua y lo que se había quedado encallado entre el tronco y la piedra era su brazo, por eso todavía seguía ahí y no había sido arrastrado por la fuerte corriente del río.

Anya fue corriendo a cogerlo y a sacarlo del agua, pero no llegaba, así que sin pensárselo dos veces, se metió en el río helado y fue a por él, lo cogió por debajo de los brazos rodeándole el pecho y lo arrastró a la orilla, no sabía cuándo se había puesto a llorar pero notó el calor de las lágrimas abrirse paso por sus mejillas. Al llegar a la orilla, con el cuerpo del que había sido su pareja y su mejor amigo los últimos años, se encontró con que Mateo se dirigía hacia ella corriendo desde el jardín de su abuela, cuando se puso a su altura, comprendió de inmediato la situación, y ayudó a Anya a sacar el cuerpo de Gonzalo del río, le estaba costando levantarlo esos centímetros necesarios para traspasar el borde y dejarlo en tierra firme. Después de que hubieron dejado a Gonzalo boca arriba, Anya comprendió que no había nada que hacer, tenía la mirada perdida y su cara mostraba un color morado, pero aun así no quiso rendirse y empezó a hacerle el boca a boca y un masaje cardiaco de forma desesperada, mientras le gritaba que despertase.

Navarro y Felisa llegaron en el momento en que Anya comenzaba con la ventilación asistida, habían oído su grito por lo que habían retrocedido para buscarla. Felisa se puso la mano en la boca intentando detener el grito de sorpresa que luchaba por salir.

–Despierta. –Seguía diciendo Anya que continuaba con el masaje cardiaco sin parar de llorar.

Mateo se agachó a su lado y la abrazó, tenía que detenerla, ya no podía hacer nada por él. Al principio ella se resistió, no podía dejar de atender a Gonzalo, seguía encabezonada en salvarlo aplicándole primeros auxilios, pero al final tuvo que darse por vencida, relajándose y encogiéndose entre los protectores brazos de Mateo.

–No puedo creerme que haya muerto. Lo más probable es que haya sido por mi culpa y esa maldita investigación que estoy llevando a cabo. –Dijo entre sollozos. El único que pudo oír ese comentario fue Mateo, el resto oyeron un murmullo sin sentido. Él, al oírlo, la abrazó más fuerte, parecía un animal herido y sintió tanta angustia por ella como la que ella misma sentía en esos momentos.

Navarro se encargó de llamar a la policía y contarles todo lo ocurrido para que vinieran cuanto antes.

–Anya, está muerto. Lleva más de 48 horas muerto. –Afirmó Navarro que acababa de colgar el móvil. Anya lo miró sin saber muy bien que decía, no entendía nada, no entendía por qué Gonzalo estaba en Óbito, no entendía por qué estaba muerto, no entendía por qué no la había llamado para decirle que venía, y ahora tampoco entendía por qué Navarro decía eso.– El rigor mortis aparece cerca de tres horas después de la muerte, su punto máximo llega después de 12 horas y se disipa después de 48 horas. –Anya asentía, como si hubiera entendido lo que acababa de decir Navarro, pero no había oído sus palabras, lo único que se repetía una y otra vez en su cabeza era la última conversación que habían mantenido, en la que le decía lo que la quería, y aunque ella lo rechazaba, él le hacía una broma, y le decía que seguiría luchando por ella.

Incluso cuando llegó la policía, seguía sin oír ni entender lo que ocurría a su alrededor. Poco después, se oyó el sonido de la sirena de una ambulancia, vio una camilla y a un par de hombres llevándola a cuestas, acercándose a donde se encontraban.

–Lo sabía, sabía que no estaba muerto, se lo llevan a un hospital, está vivo. –Se dijo a sí misma.

Todos estaban muy preocupados por el estado de Anya, parecía encontrarse en shock por los últimos acontecimientos, de repente había dejado de escucharles o prestarles atención, no respondía.

Anya se dio cuenta de que los sanitarios no se dirigieron a Gonzalo, quien aún seguía tumbado boca arriba en el suelo con los ojos abiertos, nadie se los había cerrado, fue a hacerlo ella, pero no pudo moverse, estaba aprisionada en los brazos de Mateo. Entonces comprobó que los sanitarios iban directos a ella, primero comprobaron sus constantes, y aunque ella les veía mover la boca era incapaz de entender lo que le decían, entonces vio una jeringa, y después de eso, nada.