23
Sábado, 1 de octubre
Anya estaba preparada para su excursión con Mateo, había ido el día anterior al Decathlon para comprar todo lo que le faltaba. Se había comprado unas botas de montaña impermeables que le recomendó un atento joven que la ayudó, gracias a él, también se había hecho con unos pantalones de travesía, que según le dijo, además de ser cortaviento tenían efecto perlante, de forma que con el tratamiento que llevaban se evitaba la penetración de agua en el tejido, y una chaqueta cortaviento y transpirable de un bonito color turquesa, algo grande, para que debajo le cupieran sus forros polares. Así que iba embutida en su nueva equipación, lo único que le preocupaba era el calzado, que aun siendo muy cómodo, al ser nuevo, le daba miedo que le provocara alguna ampolla, por lo que había metido unos apósitos especiales para tratarlas en la mochila, que también había tenido que comprarse. En su interior había guardado únicamente lo necesario, sabía que tendría que cargar todo el camino con ella, y no quería llegar reventada por meter cosas inútiles, así que aparte de agua, comida y un pequeño botiquín, no llevaba nada más.
En cuanto sonó el claxon, avisándola de que Mateo estaba fuera esperando, cogió la mochila, su nueva chaqueta y salió.
Subió al coche y se acercó a darle un beso en la mejilla, estaba ilusionada con el día que se le presentaba por delante. Mateo arrancó y se pusieron en marcha, parecía contento. Se fijó en que él llevaba una equipación muy parecida a la suya, pero se veía que nada acababa de salir de la tienda, las botas estaban muy desgastadas por el uso, los pantalones y la chaqueta, aun estando en muy buen estado, parecían haber perdido algo de color.
–¿Ayer estuviste de compras? –No se le pasaba ni una, se dijo Anya.
–¿Tanto se nota?
–Qué quieres que te diga. ¿Son cómodas esas botas? –Como ella, parecía preocupado porque le molestaran durante el recorrido con alguna rozadura o alguna ampolla.
–Por ahora sí me lo parecen, ya te lo diré cuando llevemos una hora andando. Por si acaso, he metido algo para las ampollas y tiritas. Espero no necesitarlas.
–Bien pensado.
–Cuando estudiaba en la Facultad, salíamos habitualmente a hacer rutas por la sierra o incluso de acampada los fines de semana, era económico. Pero llevo mucho tiempo sin hacer nada de eso.
–Pues ya es hora de retomarlo, ¿no crees?
Continuaron el camino en silencio. Anya iba admirando el paisaje, las vistas del lago eran impresionantes. Además, esa mañana lucía un sol espléndido, habían elegido un buen día para ir a hacer una ruta, pensó.
Cuando estaban llegando a Cubelos, Mateo salió por una desviación a la derecha, por un ancho camino sin asfaltar que les llevó a una amplia explanada que hacía la función de aparcamiento. Estaba vacío, Anya supuso que era debido a que no era época de turistas y se imaginó que en verano sería otra historia. Bajó del coche, y mientras Mateo cogía su mochila del maletero, contempló los alrededores. Estaban rodeados por un bonito bosque en el que había mesas y sillas de piedra, un práctico merendero, a pocos metros de donde habían dejado el coche, había una fuente con varios chorros de los que no dejaba de salir agua.
–Si no llevas agua te recomiendo que la cojas de ahí, es buena y está muy fresca. Ya no vamos a encontrar más fuentes en el camino.
–Llevo la cantimplora llena. –Había metido en su mochila una cantimplora y una botella de agua, solía beber mucho, y más en el ascenso que sabía les esperaba.
–¿Estás lista? –Ella asintió.
Se dirigieron hacia la fuente, abandonando la zona recreativa, de allí salía un camino en el que había un cartel de madera que indicaba el camino a la cascada de Cubelos e informaba de una distancia de cuatro kilómetros.
Acababan de empezar a andar, cuando el camino llano dio paso a un camino con bastante pendiente, tal y como le había comentado Mateo.
–La subida es un poco dura, pero no es mucha distancia, así que no te preocupes. La gente suele tardar hora y media en subir y unos cuarenta minutos en bajar, para que te hagas una idea. No tenemos prisa. –Intentó animarla al ver la cara que había puesto.
Anya empezó a coger su ritmo, recordaba que lo mejor era llevar su propio paso para subir sin problemas, aunque era un paso lento, se sentía cómoda con él. En ese momento, echó de menos sus bastones, recordaba que con ellos andaba mejor, lo más seguro es que estuvieran en casa de su madre con el resto del material que solía utilizar para ir a la montaña, y que no había necesitado en los últimos años.
El principio de la subida fue cómodo, ya que aun siendo empinada, la frondosidad del bosque de robles y castaños que los rodeaba, no permitía traspasar los rayos del sol.
Se encontraron con muchos tramos cubiertos de agua por las lluvias de los últimos días, lugares muy embarrados y otros completamente inundados. Había que pasar saltando de piedra en piedra o saliendo del camino por alguno de los laterales para esquivar el agua. En todas esas situaciones, Mateo la ayudó a pasar, cosa que agradeció, porque las piedras resbalaban y en más de una ocasión se imaginó espatarrada en el suelo.
Después de una hora de ascensión, el bosque se empezó a abrir, dejando a mano derecha una vista impresionante de las montañas, a la vez que un profundo precipicio, a la izquierda seguían acompañados del exuberante bosque. En ese punto, Anya ya no soportaba el forro polar, estaba sudando, el día estaba resultando más caluroso de lo que esperaba y ya llevaban una buena subida, así que paró, se quitó el forro polar que llevaba debajo del cortaviento y lo metió en la mochila, no sin antes dar un buen trago de agua.
–¿Quieres? –Le ofreció a Mateo que también le dio buena cuenta a la botella. –¿Queda mucho para llegar a la cascada?
–No, estamos yendo a buen paso. Calculo que en diez minutos habremos llegado.
Continuaron la marcha. Anya sacó una cámara de fotos compacta y empezó a hacer fotos del paisaje, estaba disfrutando de las vistas y quería plasmarlas para el recuerdo. Incluso aprovechó a hacerle alguna foto a Mateo cuando no prestaba atención, le encantaba pillar a la gente natural, a lo suyo, no posando.
Aún no se divisaba la cascada, pero de repente, comenzó a oír el sonido del agua al caer, estaba cerca, se imaginó que caería con mucha fuerza por el ruido que producía, y efectivamente, al girar por la siguiente curva, apareció. Entre rocas de gran tamaño, surgió un impresionante salto de agua, no impresionaba por altura, aunque por lo menos eran diez metros de caída, sino por la fuerza que llevaba el agua. Se quedó apoyada en un árbol contemplándola, disfrutando de la maravilla natural que se alzaba frente a ella.
–Ven. –Mateo la cogió de la mano y la arrastró a un saliente, una gran piedra lisa del tamaño del salón de su casa, donde pudieron sentarse a contemplarla.
Anya se echó hacia atrás, quedando tumbada con la cabeza apoyada en su mochila y con los ojos cerrados, deleitándose con el sonido del agua al caer, relajada. Mateo la miraba sonriendo, parecía disfrutar tanto de lo que había a su alrededor como él.
Unos minutos después, Anya se volvió a sentar, a disfrutar del paisaje, hacia un lado tenía una vista espectacular de la cascada, y al otro lado la vista de la sierra, era digno de admiración, miraras donde miraras podías disfrutar de un hermoso paisaje.
–¿Quieres? –Anya miró los frutos secos que Mateo había sacado de su mochila y había empezado a comer.– Para reponer fuerzas. –También sacó dos latas de refresco de una pequeña neverita en la que llevaba un bloque de hielo, de esos especiales para picnics. Le pasó una.
Tomando unos cacahuetes y bebiendo una coca-cola, disfrutaron en silencio de su mutua compañía. Anya se dio cuenta de que al lado de Mateo se sentía cómoda sin hablar, al inicio de conocer a alguien, esos momentos solían resultar embarazosos, pero no con él.
–No sé si te has fijado que justo antes de llegar a la cascada había una desviación. Ese camino lleva a la laguna de Cubelos, continuando la subida, algo más escarpada.
–¿Cuánto se tarda?
–Unos quince minutos, está cerca. Pero el camino es peor. ¿Te atreves?
–Hombre, pues ya que he llegado hasta aquí no me voy a quedar a medias.
Se levantaron ambos y Anya siguió a Mateo por la senda. Cuando tomaron la desviación, el camino se complicó bastante, Anya se iba agarrando a los árboles de los laterales para poder subir. La laguna no estaba lejos, no tardaron mucho en llegar, pero era verdad que la última parte resultó algo dificultosa para ella, se preguntaba si sería capaz de bajar ese trozo que tanto le había costado subir.
La laguna no era muy grande, pero sus aguas eran cristalinas, se podían ver pequeños peces y las piedras en el fondo, el bosque había desaparecido, solamente se veían arbustos con unas bonitas flores amarillas.
–En verano te puedes bañar. –Le dijo Mateo.– Un poco más adelante hay un buen sitio para sentarse. Si quieres podemos comer ahí.
Aunque era temprano para comer, Anya se dio cuenta de que estaba muerta de hambre, el paseo le había abierto el apetito.
Llegaron a una zona donde había grandes piedras con bonitas vistas de la laguna, desde las que te podías lanzar a ella sin miedo a chocar con el suelo, puesto que se veía que era una zona profunda, se imaginó que los chavales se tiraban desde ahí como si fuera un trampolín. En una de ellas se sentaron a disfrutar de la comida.
Anya sacó un táper con filetes rusos que había hecho la noche anterior, pan y la botella de agua. Mateo por su parte sacó algo de embutido, jamón ibérico, salchichón y queso, también un par de platos y vasos de plástico, y para sorpresa de Anya, una bota de vino.
–Eso es venir preparado. –Dijo Anya al ver todo el despliegue.
–No sabes lo increíble que es disfrutar de buen embutido con un trozo de pan en medio del campo, y encima dar un trago a la bota. –Y dicho y hecho, nada más decirlo, destapó la bota de la que bebió un buen trago.– ¿Sabes beber?
–No estoy segura. Quiero decir, que he bebido de bota y de botijo, pero hace mucho.
–Toma, inténtalo. Sino, hay vasos.
Anya cogió el recipiente de cuero con forma de pera, lo puso por encima de su cabeza, lo volcó y aunque el chorro inicialmente le mojó la nariz, enseguida lo recondujo para que cayera en el interior de su boca, donde ya no tuvo problemas para tragar.
–Parece que no se te ha olvidado. –Le dijo Mateo cuando terminó de beber, mientras le quitaba un par de gotas que se le escurrían por la mejilla.
Compartieron comida y bebida. Anya le contó las últimas novedades de su investigación, Mateo parecía tan sorprendido como ella de la creación de una ONG por parte de Elena.
–Que Jaime Ruíz era uno de los mejores neurocirujanos de España no es ningún secreto, como bien te comentó la enfermera, venía mucha gente para ser operada por él o incluso para pedirle opinión. Pero que Elena Moreno había montado una ONG para ayudar a las víctimas de accidentes de tráfico, es mi primera noticia. Aunque bueno, que yo no tenga ni idea, no es raro, pero que mi abuela no me lo haya contado, eso sí que es extraño, ella se entera de todo lo que pasa en cien kilómetros a la redonda. –Dijo exagerando un poco.– No sé si te has dado cuenta, pero es algo cotilla. –Bromeó.
–No me había dado cuenta ¿en serio? –Dijo irónicamente, porque esa característica de Felisa se apreciaba nada más conocerla.
Después de comer y de reposar la comida disfrutando del lugar, empezaron con la bajada. Como Anya se temía, el comienzo de bajada le resultó complicado, pero entre agarrarse a los árboles y Mateo que siempre estaba dispuesto a ayudarla, bajaron sin contratiempos. Cuando se quiso dar cuenta ya habían llegado al aparcamiento.
–Esto hay que repetirlo, me ha encantado. He disfrutado mucho con la excursión. –Comentaba Anya mientras iban en el coche, rumbo a casa.
–Por aquí hay un montón de rutas interesantes. La que hemos hecho hoy es una de las más conocidas por su belleza paisajística y por su fácil accesibilidad, por lo menos a la cascada, no todo el mundo sube a la laguna. Pero hay otras muchas que son igual de bonitas.
Cuando llegaron a casa de Anya, se encontraron a Felisa trabajando en el jardín, así que ambos fueron a saludarla.
–¿Qué tal la excursión? ¿Te ha gustado la cascada? –Preguntó Felisa en cuanto los vio llegar.
–Oh, sí, la zona es fantástica.
–¿Habéis llegado a la laguna?
–Sí. –Confirmó Mateo, mientras le daba un cariñoso beso en la mejilla.
–¿Queréis tomar café? Acabo de poner una cafetera. –Ambos aceptaron la invitación, por lo que Felisa desapareció en el interior de la casa, Anya fue tras ella para ayudarla a sacar las cosas, y Mateo decidió sentarse en el porche a esperarlas a ambas, supuso que ya serían demasiadas manos en la cocina.
Al poco, apareció Anya con una bandeja en la que llevaba la cafetera, las tazas, el azúcar y la leche. Mateo se levantó de inmediato a echarle una mano, puesto que imaginó que debía de pesar.
Se sentaron a tomar café tranquilamente en el porche. Anya le estuvo detallando el recorrido a Felisa y ésta no hacía más que preguntarle hasta los más nimios detalles, ya que ella nunca había hecho esa ruta y se sentía muy mayor para hacerla a esas alturas. Mientras, Mateo las contemplaba en silencio, era digno disfrutar de una velada tan apacible y relajada en tan grata compañía, se dijo.
–¿Y ya te han puesto la calefacción? –Preguntó Felisa.
–Sí, esta semana me ha puesto Antonio las estufas por toda la casa, bueno, en las habitaciones que hemos pensado que la necesitaba, porque en la cocina, con la cocina de leña y en el salón, con la chimenea, no le hemos visto ninguna utilidad, y en la tercera planta, tampoco, no la utilizo.
–Perfecto, porque el hombre del tiempo ha dicho que el veranillo de San Miguel se termina a mediados de semana, parece que viene una ola de frío.
–Hemos escogido un buen día para ir de excursión. –Comentó Mateo al que no habían dejado meter baza en la conversación, llevaba desde que habían llegado en silencio.
–¿Y la fuente? –Continuó preguntando Felisa.
–También está arreglada. Vino el fontanero y como se habían imaginado, había hojas y un topillo atrancando el tubo. Ya funciona perfectamente.
–Pues ya tienes todo en condiciones, ¿no? No has tardado ni un mes en dejar la casa en un estado impecable.
–La verdad es que no estaba tan mal como pensaba cuando llegué, sólo he tenido que darle un buen lavado de cara.
–La has dejado preciosa. Si María la viera. –Dijo Felisa recordando con cariño a su amiga. A pesar de las discusiones que tuvieron debidas al dinero que daba a Mateo para sus estudios, ella siempre se lo agradeció, gracias a eso se había convertido en el hombre de provecho que era, además, la apreciaba de verás, había sido su mejor amiga toda la vida.
–Abuela, ¿tú sabías que Elena Moreno había montado una ONG para ayudar a las víctimas de los accidentes de tráfico? –Felisa se quedó observando a su nieto, sorprendida por el brusco cambio de tema.
–Sabía que era voluntaria, pero no sé muy bien a qué se dedicaba. ¿Es algo importante en tu investigación? –Miró a Anya, puesto que supuso que la pregunta tenía que ver con el trabajo que estaba llevando a cabo.
–No sé. –Anya no podía estar segura.
Cuando terminaron el café, Anya se levantó despidiéndose de ambos, estaba agotada.
–Anda Mateo, acompáñala.
–Claro. –Dijo Mateo. Anya no dijo nada, sabía que bregar con Felisa era del todo imposible, de hecho, Mateo ni intentaba contradecirla, y entendía bien el porqué.
Mateo se levantó tras ella y fueron juntos, en silencio, hasta la puerta de la casa de al lado.
–Muchas gracias por todo. –Le dijo al despedirse.– Ha sido un día magnífico.
–Sólo espero que me pases todas esas fotografías que has hecho al paisaje, y también las que me has hecho a mí. –Anya se sonrojó levemente, había pensado que no se había dado cuenta.
–Por supuesto, en cuanto las descargue, te las envío.
–Bueno, pues hasta mañana. –Le dio un beso en la mejilla a modo de despedida.
–¿Hasta mañana? –Anya no recordaba que hubieran quedado.
–Claro. Mañana es domingo, así que no hagas comida, mi abuela me pedirá que te venga a buscar para comer en su casa. –Le guiñó un ojo, se dio la vuelta y volvió al porche con su abuela, mientras ella entraba en casa con una sonrisa dibujada en los labios.