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Viernes, 28 de octubre

 

Raquel se encontraba acurrucada en el suelo, su cara mostraba una impactante expresión de pánico mientras miraba a Felisa. Anya se levantó de la mesa y se dirigió hacia ella, quería tranquilizarla. En su avance percibió que iba tambaleándose, aunque no entendía por qué, intentaba mantenerse en pie apoyándose en la mesa, pero como Raquel, acabó tropezando con la silla caída, por lo que también se desplomó sobre el suelo. En un acto reflejo adelantó las manos para no hacerse daño en la caída, aun así, notó un fuerte dolor en las espinillas, se las había golpeado con la silla al perder el equilibrio. Continuó su camino, moviéndose a gatas hacia Raquel, no comprendía qué le estaba pasando, aparte de su repentina descoordinación, le había empezado a doler la cabeza y no veía bien, lo veía todo borroso.

–Anya, lo recuerdo, fue ella. –Le dijo Raquel en cuanto llegó a su lado. Anya se dio la vuelta, más despacio de lo que ella hubiera querido, y se encontró con que Felisa las observaba desde el otro lado de la mesa, con una lúgubre sonrisa.

Felisa se levantó despacio de la silla en la que estaba sentada, no tenía ninguna prisa, sabía que el veneno empezaba a hacerles efecto. Cogió la tarta y la tiró a la basura, luego hizo un fuerte nudo en la bolsa con la intención de deshacerse de ella más tarde.

–La tarta, ¿has puesto algo en ella?

–Eres lista, muy lista. Por eso tengo que acabar contigo. Me gustabas para mi Mateo, la nieta de María, mi mejor amiga, y mi nieto, formabais una bonita pareja. Pero no, claro, tú no podías abandonar la investigación, y menos ahora con la muerte de Gonzalo. Esa ha sido tu perdición. Y yo pensando que lo dejarías en cuanto encerraron a Marta, ingenua de mí, pensé que todo había terminado, pero no pudiste dejarlo ahí, no estabas convencida de su culpabilidad.

–Gonzalo… ¿por qué? –Anya intentaba seguir su explicación, pero le costaba, se sentía confusa.

–Era un incordio, siempre detrás de ti. Yo te quería para mi Mateo, por eso lo maté, pero ironías de la vida, el haberlo asesinado me ha llevado a tener que matarte a ti también. Tú no ibas a parar hasta encontrar al culpable. Y por si fuera poco, la cría ésta ha empezado a recordar, diez años sin acordarse de nada y de repente empieza a rememorar aquella noche. –Felisa que se había vuelto a sentar en una silla enfrente de ellas, miró a Raquel con desprecio.– Ni siquiera me podía imaginar que habías estado presente, que hubiera dejado un testigo, si lo hubiera sabido, hacía tiempo que me hubiera ocupado de ti. –Volvió a mirar a Anya, que parecía iba a caer dormida, en el letargo en que Felisa estaba esperando que cayera para acabar con ambas.– La verdad es que siempre he tenido acceso a esta casa, siempre he tenido llave, incluso cuando cambiaste el bombín pude coger tus llaves y duplicarlas con facilidad. Quién iba a sospechar de la vieja vecina cotilla, ¿verdad?

–Yo confiaba en ti. ¿Tu nieto también está implicado? –Balbuceó Anya. Felisa soltó una carcajada que hizo que se le incrementara el dolor de cabeza, le estaba costando mantenerse alerta, le costaba centrar la imagen, sólo quería dormir.

–Siempre has tenido dudas de él, ¿verdad? Pues te las voy a quitar de un plumazo. Él no tiene ni la menor idea. Tan listo para unas cosas y tan tonto para otras. –Movió la cabeza en gesto negativo de forma cariñosa, pensando en su nieto.

–¿Cómo mataste a Gonzalo? –Anya no se lo podía imaginar, ella era una señora mayor, y Gonzalo no era precisamente un debilucho.

–Como os voy a matar a vosotras. –Volvió a soltar una carcajada. Anya sintió un escalofrío recorriéndole el cuerpo, miró a Raquel y vio que se había quedado dormida, acurrucada en la pared, parecía una niña pequeña, no podía dejar que muriera después de todo lo que había pasado en su vida, no podía dejar que acabara así, pero qué hacer, sentía que sus sentidos estaban abotargados y su cuerpo no le reaccionaba como le hubiera gustado.– Lo vi llegar a tu casa y lo intercepté por el camino, le dije que acababas de ir a hacer un recado, pero que llegarías en un rato, así que lo invité a casa. Él me creyó, supongo que doy el perfil para que la gente confíe en mí, ¿verdad? Tú lo tienes que saber muy bien, has estado investigando el perfil de los psicópatas. –Estaba claro que Felisa había leído toda su investigación, sabía cosas que no recordaba haber hablado con ella. Se lo tenía que haber estado pasando en grande mientras ella indagaba el crimen que había cometido.– En casa le invité a tomar algo y como a vosotras, lo envenené. Seguramente no tenías ni idea de lo venenosas que pueden resultar las hojas de mis dedaleras, aún recuerdo que te fijaste en ellas al llegar aquí. Luego, en mi vieja carretilla lo trasladé al río donde arrojé su cuerpo, ahí terminó muriendo, a saber si de hipotermia o de ahogamiento. La corriente lo arrastró, pensé que lo llevaría más lejos, la idea es que llegara a la laguna, fue un error no asegurarme, que el cuerpo quedara enganchado tan cerca. Antes de llevarlo al río, me acerqué a tu casa, estabas trabajando delante del ordenador con un sándwich y una copa de vino, sabía que eso quería decir que no te ibas a despegar de la silla durante un buen rato, y ya sabes que por aquí no hay más vecinos, la noche cerrada estaba a mi favor, así que nadie pudo verme.

–¿Y a los Ruíz Moreno? ¿Por qué los mataste?

–Ay, Anya, esa es una historia muy larga de contar. Ahora no tenemos tiempo. Lo único que te voy a decir, es que fue mi venganza contra Narciso Ruíz. Él me abandonó, yo estaba embarazada y mis bebés murieron. Se merecía el mismo sufrimiento que padecí yo. –Hizo una pausa.– Bueno, parece que al final la historia no era tan larga. –Se levantó de nuevo y se acercó a la encimera.

Anya intentaba asimilar toda esa información, se daba cuenta de que su vecina, esa mujer a la que siempre había considerado una persona afable, estaba completamente loca. Ella se encontraba a punto de desmayarse, le costaba mantenerse concentrada en lo que ocurría a su alrededor. Miró a su lado, a Raquel, quien seguía dormida, intentó despertarla golpeándole con suavidad en el brazo, pero no pudo, Raquel no se espabilaba. Anya cada vez se encontraba peor, en ese momento sentía náuseas. Volvió a mirar a Felisa, se acercaba contemplándolas con sus ojos de perturbada, en las manos llevaba unos cuchillos de cocina, parte del juego que Anya tenía sobre la encimera en su correspondiente bloque de madera. Se imaginó que así había matado a la familia, primero los había envenenado, los niños se debieron de desmayar los primeros, gracias a Dios, no se enteraron cuando fueron degollados. Anya seguía intentando mantenerse despierta, le empezaba a costar horrores, estaba a punto de quedarse dormida, quizás fuera lo mejor, se dijo, así no sentiría dolor, ya no sentiría nada. Estuvo tentada de rendirse, pero al mirar en derredor vio que Raquel estaba a su lado, indefensa. Despierta, gritó en su cabeza, despierta, tienes que defenderte y salvar a Raquel que está ahí por tu culpa, si no hubieras comenzado esa maldita investigación no estaría aquí, a punto de ser asesinada, no puede haber sufrido estos diez años por lo que ocurrió, para que la historia ahora se repita con ella.

Cuando Felisa estaba ya a su altura, preparada para empezar a dar cuchilladas a diestro y siniestro, Anya levantó una pierna para darle una patada, pero falló, ni siquiera rozó a la mujer, supuso que su descoordinación en los movimientos se debía al veneno, resultaba lenta y torpe, continuó dando patadas al aire, y por ello recibió varios cortes, hasta que una de ellas le dio de lleno a Felisa en el pecho, sonó un crack, Anya esperaba haberle roto alguna costilla. La mujer cayó hacia atrás sorprendida por la fuerza del impacto, al derrumbarse se dio un fuerte golpe en el costado con una de las sillas, además de golpearse en la cabeza con el duro suelo de la cocina. Pasaron unos segundos y no se levantaba, Anya se acercó a ella, aunque su cabeza se encontraba situada únicamente a un par de metros de distancia, le costó llegar, el recorrido se le hizo eterno, parecía que nunca iba a acabar, sus movimientos cada vez eran más pesados y lentos. Cuando por fin logró llegar a la altura de la cabeza de Felisa, comprobó que sus ojos estaban cerrados, aunque todavía respiraba, se imaginó que se había quedado inconsciente. Anya volvió a acercarse a Raquel, seguía arrastrándose con gran lentitud, pero tenía que llegar a ella, tenía que despertarla.

–Raquel, despierta. –Le decía mientras que con las pocas fuerzas que le quedaban la zarandeaba. Tenía que llamar a una ambulancia, tenían que sacarles este veneno del cuerpo antes de que fuera demasiado tarde. Su teléfono estaba en su bolso, colgado en el perchero de la entrada, siempre lo tenía a mano, encima de la mesa, pero hoy no lo había dejado ahí, se maldijo, no estaba segura de poder llegar hasta allí, no se veía capaz de recorrer esa distancia sin desmayarse antes. De todas formas, no veía otra opción, tenía que pedir ayuda, así que lo intentó, comenzó a moverse hacia la entrada de la casa, concentrada, iba gateando e iba diciéndose lo que tenía que hacer.

–Primero un brazo, luego el otro, ahora una pierna y luego la otra. –Se lo iba repitiendo, no quería perder la concentración, así estaba consiguiendo moverse, despacio, pero sin perder el ritmo.

Al pasar arrastrándose al lado de Felisa, volvió a mirarla fijándose en que todavía siguiera inconsciente, parecía que seguía dormida, se dio cuenta de que aún tenía un cuchillo en la mano, así que se lo arrebató y siguió su camino hasta la puerta, reptando y aferrando el cuchillo con una mano.

–Primero un brazo, luego el otro, ahora una pierna y luego la otra. –Continuaba repitiéndose.

Cuando había atravesado la puerta de la cocina y ya estaba accediendo a la entrada de la casa, pensó que lo conseguiría, se emocionó, lo que hacía un momento le había parecido algo imposible de lograr, ahora lo veía al alcance de la mano, pero todo eso se desvaneció cuando oyó un ruido detrás de ella. Se giró lo más rápido que pudo, lo cual no era decir mucho porque sus movimientos cada vez eran más lentos, le costó ver lo que tenía delante, toda la imagen de su cocina estaba demasiado borrosa para ver con claridad lo que ocurría, pero después de un tiempo que le pareció interminable pudo ver a Felisa acercándose, cojeando y jadeando. Supuso que le habría roto alguna costilla, quizás el golpe recibido al caer también le habría producido algún daño, sus movimientos eran lentos, aunque no tanto como los de Anya, quien estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano para no caer en los brazos de Morfeo.

–Mantente despierta. –Se repetía como si de un mantra se tratara.

Intentó ponerse de pie, así sería más fácil defenderse, ella era bastante más alta que Felisa, pero no fue capaz, llegó a ponerse en cuclillas, pero se tambaleó cayendo de nuevo al suelo. Felisa ya estaba a su lado con el cuchillo preparado para clavárselo en la garganta, Anya pensó que era el fin, que ahí se acababa todo.

Mateo salía del despacho, en unos minutos estaría en casa de Anya, estaba preocupado por ella, no tanto por el shock que había sufrido al ver a Gonzalo muerto, sino porque si el asesino había matado a Gonzalo, estaba convencido de que el siguiente objetivo sería ella. No podía dejar de darle vueltas a ese tema y cuanto más pensaba en ello más claro lo veía. Había decidido que hoy mismo la iba a sacar de su casa, se la iba a llevar a la suya, si se dejaba, claro, conocía lo cabezota que era.

En el camino, la llamó un par de veces, pero no le cogió el teléfono, eso le preocupó aún más, solía dejar el móvil encima de la mesa de la cocina mientras escribía, y si estaba en cualquier otro lugar de la propiedad solía llevarlo encima, no se despegaba de él.

Respiró hondo, no quería preocuparse por ese tipo de nimiedades, pero se daba cuenta de que no podía evitarlo, no sabía qué le ocurría con ella, se sentía muy susceptible respecto a todo lo que le ocurría. Sonrió para sí, quizás eso era el amor. No recordaba que con Esther, su novia en Madrid, le hubiera ocurrido algo parecido, era verdad que eran buenos amigos, y se querían, pero no era tan intenso como lo que sentía por Anya.

Cuando llegó a su casa, aparcó delante del coche de ella, salió y se dirigió a la puerta principal. Pero cuando aún se encontraba en el camino de acceso, algo le llamó la atención, había percibido algo por el rabillo del ojo, un movimiento extraño en la ventana del porche, le había parecido ver a alguien amenazando con un cuchillo. Se aproximó a la ventana y se asomó. Lo que vio en el interior le dejó sobrecogido.

Había una silla tirada en mitad de la cocina, y detrás de ella, desplomada en el suelo, en una postura realmente incómoda y nada natural, se encontraba Raquel, a sus pies se distinguían manchas de sangre. No había ni rastro de Anya. Se preguntó de quien sería la sangre, y todo lo que en ese momento se le pasó por la cabeza fue aterrador.

Intentó abrir la puerta principal, pero el pomo no se movía, estaba cerrada. No llamó, algo ocurría y no quería alertar de su presencia, si no lo había hecho ya.

Corrió alrededor de la casa hasta llegar a la puerta de atrás, a la puerta de la cocina, que como de costumbre estaba abierta. Entró, y lo primero en lo que pensó fue en atender a Raquel, quizás la sangre fuera suya, pero de repente vio la escena que se estaba produciendo al otro lado de la cocina, en el vestíbulo, toda su atención se desvió hacia lo que allí ocurría.

Anya estaba tumbada en el suelo, intentando evitar que la mujer que tenía encima le clavara un cuchillo en la garganta. Se sorprendió por su debilidad, le estaba costando mantener alejada la mano de la que parecía ser una mujer mayor. A toda prisa se dirigió hacia ellas, a mitad de camino, se dio cuenta de que la anciana que intentaba clavarle el cuchillo no era otra que su abuela, se quedó anonadado mirando la escena.

–¡¿Abuela?! –Su voz sonó turbada, no se podía creer lo que tenía delante. Si todo lo que le acababa de pasar por la cabeza era verdad, entonces su abuela era una psicópata, eso era imposible, tenía que haber alguna otra explicación coherente.

La voz de Mateo sorprendió a ambas mujeres. Felisa giró la cabeza hacia su nieto, dándose cuenta de que todo estaba perdido. Su nieto, al que quería más que a su vida, lo había descubierto, no podría explicarle lo ocurrido, y menos, que quisiera matar a la mujer que amaba. Anya supo que era el momento, no sabía si tendría otra oportunidad, Felisa se había distraído por la aparición de Mateo, así que aprovechó para clavarle el cuchillo que aún conservaba en la mano, se lo hundió en un costado. Felisa, al sentir la herida, aflojó la presión que ejercía sobre el cuello de Anya, por lo que ésta pudo quitarle el cuchillo antes de que le cortara la garganta.

La mujer, la miró a los ojos, Anya no encontró odio en ellos, al contrario, lo que le pareció percibir en su mirada fue alivio, como si quisiera decirle que llevaba más de diez años con esa carga, y que ya era hora de librarse de ella.

Empujó a Felisa con toda la fuerza de la que fue capaz, quería quitársela de encima, pero no pudo moverla ni un ápice, entonces Felisa le dijo algo que Anya no se esperaba escuchar en ese momento.

–Por favor, cuida de él. Es lo único que me queda. –Fue un susurro apenas audible. Anya la observó, vio como se le escapaba la vida, como exhalaba su último aliento.

Mateo que estaba saliendo de su aturdimiento inicial, comprendiendo todo lo ocurrido en los últimos años, aunque sin entender el porqué, apartó a su abuela de encima de Anya, haciéndola rodar. Felisa cayó a su lado, boca arriba, él echó un último vistazo a la persona que había sido tan importante en su vida, la persona que lo había cuidado y lo había ayudado a convertirse en lo que era, y que ahora yacía sin vida a sus pies, dándose cuenta de que en realidad no sabía quién era.

Olvidando a su abuela, miró a Anya que parecía que estaba a punto de desmayarse, tenía varios cortes en las piernas, alguno parecía profundo. Cogió el teléfono y llamó al 112, al teléfono de emergencias, se arrodilló a su lado y la cogió entre sus brazos, intentando evitar que se quedara dormida.

–Todo ha terminado, no te duermas, mírame. –Mateo parecía muy preocupado. Comprobó los cortes de las piernas, vio que uno de ellos era particularmente profundo y estaba sangrando bastante, por lo que se quitó la corbata y le taponó la herida con ella.

–¿Raquel?

–Está bien. –Se lo dijo para animarla, porque no tenía ni la más remota idea de si estaba bien o no, parecía dormida, aunque estaba seguro de que respiraba.

–Nos ha dado veneno de dedalera. –Le dijo en un suave murmullo, antes de caer en un profundo sueño.