¡AVE, MARIS STELLA

Otro día, un sábado del viaje,

cerca, muy cerca, del momento ansiado

iban los nautas á obtener el gaje

que el cielo les tenía reservado;

un lance sucedió, que al marinaje

dejó agradablemente impresionado;

ya que en el mar cualquier cosa divierte

y en tema placentero se convierte.

En la siesta que sigue al medio día,

cuando su aliento de estival bochorno

la brisa de los trópicos envía,

mas caliente que atmósfera de horno;

cuando bulle cual cáliz de ambrosía

el sosegado océano, en contorno;

ó al Sol devuelve su fugaz reflejo

como el azogue de bruñido espejo;

Vióse, rauda, cruzar una bandada

de obscuras y parleras golondrinas,

que por allí pasaban de jornada,

á guisa de incansables peregrinas;

y, por encima de la mar salada,

en demanda las ínsulas vecinas,

venían, en corrillos, revolando,

alrededor los mástiles chillando.

Los marineros de la flota, oyendo

los penetrantes gárrulos chillidos,

la lánguida modorra, sacudiendo,

la vista levantaban sorprendidos;

y á las viajeras, tan de cerca viendo,

á admiración y júbilo movidos,

en pie, despabilados, se ponían

y como niños en tropel corrían.

Las tiernas avecillas, fatigadas

del curso de su viaje volandero,

sobre el barco cerníanse, cuitadas,

para buscar apoyo pasajero;

mas, antes de posarse, alborozadas

reconocían el bajel, primero,

rozando temblorosas con sus remos,

de mástiles y jarcias los extremos.

Al cabo, las más tímidas quedaban

en las vergas ó, en tope más saliente;

otras, más atrevidas, se plantaban

en los cabos más ínfimos del puente;

no pocas, inocentes, se posaban

en las desnudas testas de la gente,

con el pico hurgándoles el cuello,

en la frente, el oído y el cabello.

Los toscos marineros recibían

de sus sencillas huéspedas el beso;

apenas si los párpados movían,

por no asustar el delicioso peso;

en tanto que embargados se sentían

por dulce, por suavísimo embeleso,

refrenando las ganas de cogerlas

y, uno á uno, sus besos devolverlas.

Algunos se veían, cuyas caras,

según lo demudadas que aparecen,

daban á comprender, bien á las claras ,

las dulces emociones que padecen.

¡Cuántos ojos, de lágrimas avaras,

á pesar de sus dueños, se humedecen;

lágrimas que resbalan gota á gota,

cuando el sollozo comprimido explota!

Al modo que una ráfaga violenta

abriendo la ventana de la casa,

llega al hogar, donde el rescoldo avienta

poniendo fuego á la escondida brasa;

así también, sin darse de ello cuenta,

el conmovido marinero pasa

del resignado, indiferente olvido,

á la nostalgia de algún bien perdido.

¿Quién por su oficio ó por contrario sino

en extranjeros climas emigrado,

mira un volátil bando peregrino

sin sentirse en lágrimas bañado;

y al contemplar su rápido camino,

no ha, lleno de envidia, deseado,

hacer, como estos pájaros, un viaje

desde el destierro á su natal paraje?

Más de prisa, tal vez, que esta bandada,

aún más ligera que los mismos vientos,

entonces, la memoria desbordada

echa á volar tropel de pensamientos,

y el hombre, con el alma se traslada,

siquiera por brevísimos momentos,

del suelo hospitalario en que se exilia,

al otro donde tiene la familia.

Quizá, esta misma inspiración embarga

los compañeros de Colón, ahora;

quizá, la angustia de una ausencia larga

cual afanado buitre los devora,

y más que todo, la agonía amarga

de un viaje cuyo fin no ve la prora,

cansada de explorar día tras día,

la inmensidad de la extensión vacía.

Al eco del ruido y de la broma,

cuitado el Almirante se desvela;

su bernia deja, la escotilla toma,

é inquiere qué pasó en la carabela;

á cuyo tiempo, un avecilla asoma

que por encima dél, gira y revuela,

concluyendo el ave, sin asombro,

en posarse encima de su hombro.

¿Qué, á la sazón, no diera el Almirante

por saber de la grácil pasajera,

si aun estaba la tierra muy distante

ó á qué rumbo quedaba la ribera?

¿Cosa no diera, porque, en este instante,

á su mortal congoja respondiera,

para que al incrédulo equipaje,

la fe tornara del dudoso viaje?

Pero, los mansos pájaros, en esto,

los fatigados remos descansaron,

y abandonando cada cual su puesto,

nuevamente, en bandada, se juntaron,

para seguir, después, con vuelo presto,

el rumbo que ellos mismos se enseñaron,

y, con bien, arribar á las orillas

de alguna de las ínsulas antillas.

Por un momento se les vio, dudosos

hacia qué punto enderezar el vuelo;

cruzando, al sesgo, sin cesar, premiosos,

la rutilante cúpula del cielo;

ora, al Norte tomaban presurosos;

ora, al Sur emprendían de revuelo,

á guisa de palomas que se orientan

cuando de extraño palomar las sueltan.

Por dicha, entonces, en tropel cerrado

con pompa altiva, con gallarda prisa,

en dirección al sudoeste lado

un enjambre de loros se divisa;

diríase mejor, un apiñado

granizo de esmeraldas que se irisa

con juegos mil, de luces y colores,

del Sol á los miríficos fulgores.

Curiosa de espiar á la escuadrilla,

ó por lucir su espléndido atavío,

súbitamente, la gentil cuadrilla

de papagayos, abatió un desvío;

y, á un tercio, quizá menos de una milla,

se aproximó con clamoroso brío,

descubriendo, al batir las verdes alas,

rico tesoro de pintadas galas.

La novedad del caso, la belleza

de su sin par, multicolor plumaje,

y, acaso, más que nada, la rareza

de su loco, estrambótico lenguaje,

no poca maravilla y extrañeza

dispertaron en todo el marinaje

que por primera vez vía los gayos

matices, de enjambrados papagayos.

Quizá, éstos, no menos sorprendidos

de las flotantes máquinas navales,

con penetrantes ásperos chillidos

daban de su estupor claras señales;

luego, como carbones encendidos,

ó garullo de flores tropicales,

torcieron de una vez á sotavento,

aprovechando el bonancible viento.

No bien las golondrinas mareantes

á aquestos guías providentes vieron ,

en pos los papagayos emigrantes

con ciega fe y júbilo siguieron;

poco después, entrambos tan distantes

de los curiosos nautas se pusieron,

que la vista más lince, con trabajo,

á las aves siguiera curso abajo.

Todos los marineros, sin embargo,

á ellas convergían sus miradas;

cual si potente arrobador embargo

las retinas tuviera hipnotizadas,

siguieron rastreando un rato largo

el curso de las ágiles bandadas,

que, de vista acabaron por perderse

y en el celeste tul desvanecerse.

No tan prestoso el girasol se inclina

con alegre semblante enamorado,

al padre de la luz que le fascina

en las puertas de Oriente entronizado;

como Colón, solícito, declina

el rumbo hacia el sudoeste lado,

tomando, por horóscopo del cielo,

de aquellas aves el bendito vuelo.

Ni con viveza tanta los bridones

obedecen al freno y las espuelas,

como ahora las tres embarcaciones

abroquelando de antemano velas,

quebraron á favor de los timones

la línea sin fin de sus estelas,

navegando gallardas el sendero

de este nuevo, oblicuo derrotero.

Á este punto, delante los bajeles

el rubio Sol, al hora de costumbre,

teniendo por la rienda á sus corceles;

al paso, con tranquila mansedumbre,

los bañaba en el reino de Cibeles,

cambiando él mismo su gastada lumbre,

para dorar en su triunfal carrera

la redondez de la terráquea esfera.

Imagen fiel de nuestra propia vida,

que, cuando buena ha sido y meritoria,

exhala el alma de esplendor ceñida

á las moradas de divina gloria,

dejando tras de sí, la merecida,

hermosa herencia de feliz memoria,

entre quienes tuvimos por amigos,

ó de nuestras virtudes por testigos;

El almo Sol después del diurno viaje,

en Occidente al parecer reposa;

á todos deja el regalado gaje

de aquella su visita esplendorosa,

y á seguida, remonta á otro paraje

con la diadema de su luz radiosa,

señoreando el ámbito que dora,

ante su marcha la divina aurora.

Poco rato después atardecía;

á otro cuadrante céfiro rolaba

y, á rachas, de la atmósfera barría

el calor que los pechos asfixiaba;

limpio y sutil, el éter se cernía,

y mejor que cristal, transparentaba

en cielo azul, la vespertina estrella,

reverberando, deslumbrante y bella.

A medida que el aire se obscurece,

y el firmamento diáfano se estrella,

el Héspero más claro resplandece

junto á la Luna, reluciente y bella;

de manera, que á todos les parece

ver la visión de celestial doncella ,

la misma cuyos pies la Luna calza

y sobre alados serafines se alza.

Los nautas, dulcemente impresionados

por la anterior visita extraordinaria,

cayeron de rodillas prosternados

ante la hermosa estrella solitaria;

y los ojos á ella levantados,

elevan una férvida plegaria

á la Estrella del Mar, Virgen María,

que en su odisea al navegante guía.

«¡Salve! ¡Salve! ¡Estrella de los mares!

—La dicen en su cántico piadoso. —

Sé guía nuestra, sálvanos de azares

á través de este viaje peligroso;

y, pues, quedan atrás nuestros hogares,

dales también tu auxilio poderoso,

en tanto que, según te suplicamos,

felices á su seno regresamos.

» ¡Dulce Patrona, celestial Maestra

del creyente y devoto mareante!

¡Vida, dulzura y esperanza nuestra,

Norte de salvación, siempre brillante;

á ti clamamos desde aquí; demuestra

que de nosotros eres Madre amante,

accediendo, benigna, á los favores,

que pídente estos pobres pecadores !»

Mudo, silente, el ponto cristalino

las concertadas voces escuchaba

de la piadosa Salve, que el marino

la tarde de este sábado cantaba;

atentas, en su fondo coralino

á las graciosas náyades mostraba,

pugnando por subirse en una ola,

á escuchar la sagrada barcarola.

Pero, no bien sacando afuera el pecho,

enseñaron su lúbrica belleza,

movidas de vergüenza y de despecho

se volvieron á hundir con ligereza;

como estatuas de nieve, que ha deshecho

el sol de castidad, la alma pureza

de la Virgen María inmaculada,

por nuestros argonautas alabada.

En cada carabela, mientras tanto,

con grave, con dulcísima armonía,

el sabatino acompasado canto

el coro marinero proseguía;

y, desde la cubierta al cielo santo,

la plegaria pietísima subía,

con las prisas de mística paloma

que en recto vuelo hacia el empíreo toma.

Vistas así las naves, de una en una,

del perlado crepúsculo al reflejo,

parecían quebrar de una laguna

el opalino, adormecido espejo,

cuando, en las noches de brillante Luna,

navegando las barcas, de cortejo,

salen en procesión los pescadores

rociando el agua, de menudas flores.

Los ecos de aquel cántico, apagados,

todo volvió á la quietud de antes,

si bien, al parecer, atormentados

de un triste no sé qué los navegantes;

pues nada nos recuerda enamorados

la patria y prendas del amor distantes,

mejor que la oración cuando decimos

la misma que de niños aprendimos.

Por esto, hicieron hincapié ahora,

en la maniobra que Colón dispuso;

aquel desvío súbito de prora

lo atribuyen á plan torpe y confuso;

de suerte que esta vez, murmuradora

en contra de él la chusma se indispuso;

de la conjuración ésta el suceso

oiréis en el siguiente canto expreso.