BUENAS ESPERANZAS

Dos veces más en el rosado Oriente

amaneció la candida cuadriga,

al paso y á las riendas obediente

del almo dios que sin cesar la hostiga.

Subió el cénit, se desvió á Occidente,

en los mares hundióse, y sin fatiga,

prosiguió su lucífera carrera

alrededor de la terráquea esfera.

Tras esta vuelta, nuevamente fieles

al blondo automedonte que los guía,

madrugaron los rápidos corceles

rodando el carro de la luz del día;

que al anchuroso imperio de Cibeles

chispas de fuego celestial envía

del áurea polvareda que levanta

cuando camino arriba se adelanta.

En este tercio día no acabado,

que consigo traía el vencimiento

del plazo por Colón estipulado

en el canto anterior y parlamento;

á todo el equipaje reanimado

veíase, parlero de contento,

en vista los natátiles despojos

que el agua presentaba ante sus ojos.

La Pinta, que por ser la más velera

de las tres carabelas de la flota,

marchaba á la vanguardia la primera,

ufana despejando la derrota;

avisa al Almirante placentera

que hacia babor, sobre las ondas, flota

un palo en forma de bastón tallado,

con artificio sumo trabajado.

También la Niña que con rauda prisa

á la Pinta seguía en el camino,

con sus señales náuticas avisa

haber hallado el ramo de un espino

que, á tan poca distancia, se divisa

cual arrancado gajo coralino,

cargado como va con el tributo

de su purpúreo, sazonado fruto.

A poco más andar, desde serviolas

del barco mismo que Colón montaba,

anuncia un marinero que en las olas

gentil arbusto de rosal flotaba;

frescos aún el tallo y las corolas

de sus pequeñas flores enseñaba,

con el mismo color y lozanía

que en la floresta próxima tendría.

Al mismo tiempo, con las bandas roza

el verdeante tallo de una caña,

entre una balsa de tupida broza

de juncos y bejucos y espadaña;

de atunes, luego, un bando allí retoza,

que en su viaje á los nautas acompaña;

señales todas que, sobradamente,

la costa indican que se oculta enfrente.

Robustecen después el mismo indicio,

porción alegre de pintadas aves

que, en circular, volátil ejercicio,

en torno giran de las blancas naves;

á las que dan, en medio del bullicio

y acordes de sus cánticos suaves,

el saludo cordial de bienvenida

á la cercana tierra prometida.

Ya no eran las rápidas cuadrillas

de aquellas otras aves emigrantes

que en alta mar, alrededor las quillas,

vieron los marineros días antes;

sino hermosas, canoras avecillas,

de los risueños campos habitantes;

ó gaviotas, pelícanos y ocas,

que anidan siempre en costaneras rocas.

Con tan solemne prueba repetida,

que el término del viaje así señala,

la chusma, con viveza desmedida,

á bordo alegremente se desala;

apenas si el flechaste da cabida

á tanto y tanto hombre que lo escala;

trepa á la verga, al mastelero aferra,

é indaga al frente la anhelada tierra.

Unos van á la cofa, do se encajan

para mejor hacer la descubierta;

otros en los juanetes se barajan,

poniendo al Occidente vista alerta;

otros llegan al tope; otros bajan,

y en el bauprés se sientan de cubierta,

cansados de tenerse en las alturas

entre equilibrios tales y apreturas.

Y si bien á escasísima distancia

del punto en que la escuadra ora navega,

en ínsulas de ubérrima abundancia

el antillano grupo se despliega,

tan cerca, que hasta el nauta la fragancia

en alas de la brisa terral llega

de nopales y cedros y palmeras,

orgullo de las próximas riberas;

Todavía no vese en lontananza

del anchuroso piélago desierto,

la línea del color de la esperanza

que anuncia el cabo do se esconde el puerto;

tan sólo el ojo á divisar alcanza

el horizonte dilatado, abierto,

que el cielo al mar juntándose describe,

y un anchuroso radio circunscribe.

Un manto azul, de copos recamado,

la líquida llanura parecía;

undívago, pomposo y ahuecado

á merced de la brisa que lo henchía;

con este pleamar, que el despejado

circuito de las aguas reducía.

Océano á sus Argos estorbaba

la costa ver abajo que bañaba.

Pues, sabedor Océano que era

aquél el día póstero del viaje,

á menos que á la escuadra entretuviera

la evidencia del próximo abordaje;

probó, con este ardid, que concluyera

el plazo, é incontinente, el marinaje

á Colón exigiérale, en seguida,

la vuelta formalmente prometida.

En poco estuvo viera satisfecho

su avaricioso intento el dios marino,

pues viendo el ningún fruto ni provecho

de otear largas horas, el camino,

estaba el marinero, al poco trecho,

silencioso, apático y mohíno,

tomando por reliquias de un naufragio

lo diputado por feliz presagio.

Tal acontece cuando á hermosa infanta

un ogro la arrebata de sus lares,

y en sus velludos brazos la trasplanta

á espelunca velada entre palmares ;

un caballero, entonces, se adelanta

ostentando arreos militares,

para explorar, gallardo, el sitio donde

á la princesa su raptor esconde.

El monstruo lo que ve al rival que viene

de punta en blanco, armado á su terreno,

en maliciosa calma se mantiene

conteniendo la cólera en el seno;

y como aquel que nada propio tiene,

y menos todavía un bien ajeno,

guarda su presa en ignorada gruta,

libre dejando al paladín la ruta.

Llamado á engaño, duda el caballero

si seguir adelante ó retirarse,

creyendo que no es éste el derrotero,

ó que pudo de ogro equivocarse;

Mas, súbito, una voz oye primero,

luego un blanco pañuelo ve agitarse;

es que le vio, por suerte, la princesa,

y con esto anímale á la empresa.

Así, porque del yugo la redima,

en que la tiene Atlántico Océano,

América, al saber que se aproxima

á sus orillas el Jasón cristiano,

las señales más ciertas no escatima

al marinero equipo castellano,

para que un paso dé más adelante

y el secular destierro la levante.

A todo esto, el Sol ya declinaba,

y por grados su luz palidecía;

cuanto más al ocaso se acercaba,

más nerviosa á la chusma se veía;

pero Colón, que para sí pensaba

que la costa muy próxima estaría,

echar mandó, con riesgo de la empresa,

en el instante aquél, la sondalesa.

Desprevenido el piélago al tanteo

con que el audaz marino le provoca,

dejó llegar, mal grado su deseo,

la plomada hasta el cóncavo de roca;

apenas se hizo público el sondeo,

vino la gente de contento loca;

¡Tan cierto es, que al hombre por los ojos,

le asaltan el desmayo y los antojos!

¿Adivináis el íntimo alborozo

del árabe sediento, que en el Sahara

ve, al brocal asomándose de un pozo,

que abajo le sonríe el agua clara?

¡Pequeño es y baladí este gozo,

si al del héroe nuestro se compara,

cuando, á unas brazas que la sonda entra,

el pétreo fondo de la mar encuentra!

A este punto, sopló céfiro suave

que puso al mar pacífico y rizado,

arrullando las olas, como sabe

la verde hierba acariciar en prado;

pudiendo, sin peligro, cada nave

ponerse, una de la otra, al lado,

talmente, que sus sombras confundieron,

y al habla los pilotos se pusieron.

Aprovechó Colón este momento,

minutos antes de expirar el día,

para infundir en todos el aliento

que en su gigante corazón sentía;

y erguido, en pie, dando la espalda al viento

que á popa de las carabas venía,

esforzando la voz por que se oyera,

á la escuadra arengó de esta manera:

— «¡Castellanos!: dos meses van cumplidos,

que de la rada de Moguer zarpando,

estamos en tres barcos repartidos,

un —misterioso ponto navegando;

en todo aqueste tiempo, repetidos

anuncios nos han ido presagiando

que, de seguir la vía de Occidente,

ignota tierra nos saldría al frente.

Todos nosotros vimos , á deshora,

por repetida vez, estas señales;

desde el ave del bosque habitadora

hasta el verde color de estos cristales;

pero os digo, en verdad, que las de ahora

tan verídicas son y principales ,

que, ó mi larga experiencia mucho yerra,

ó ellas pregonan la cercana tierra.

Ved si no esta brisa provechosa

que nos empuja d la encantada orilla,

á intervalos, con ráfaga aromosa,

como en Abril las auras de Sevilla;

ved la prueba cumplida y venturosa

con que el profiíndo piélago se humilla,

revelando el cantil donde se explaya,

en ascensión gradual, hasta la playa.

¡Ah!, si este sol que flota en el abismo

mi fervorosa súplica entendiera,

y otro Josué, pudiera por mi mismo

un instante pararle en su carrera;

veríais cómo hoy de su mutismo

el arrogante A tlántico saliera,

cansado finalmente de ocultarnos

lo que á la larga deberá mostrarnos.

Mas ya que es imposible mi deseo,

yo os exhorto á esperar la alba temprana,

ya que la cosa vale, según creo,

la pena de esperar hasta mañana;

evitad, mientras tanto, de Morfeo

la caricia somnífera, liviana,

pues bien pudiera ser que antes la aurora

tierra anuncie el serviola desde prora.

A este fin, por si en todos el anhelo

de invención tan gloriosa no bastase,

imaginé poneros en desvelo

con algo que mejor os extremase;

un justillo de fino terciopelo,

muy costoso, el único en su clase,

precio será de aquel que, ciertamente,

la tierra anunciará primeramente.

Mas como el resplandor del rojo ocaso

en celajes estériles se escapa,

y pudiera traernos un fracaso

la costa que el crepúsculo nos tapa,

será prudente aminorar el paso

poniendo los bajeles á la capa,

hasta que, con la luz del nuevo día,

les volvamos su antigua gallardía.

Deciros no sabré cuyo es el punto

en que ahora toquemos de arribada,

aunque pudiera ser, como barrunto,

la isla de Cipango renombrada;

encantado paraje que dio asunto

á la historia de Polo tan mentada,

sitio donde el Kan tártaro domina

y el continente índico termina.

Tierra de promisión es, que produce

las más preciadas perlas orientales,

cuyo seno mirífico reluce

con el brillo de espléndidos metales,

y en la que, en compendio, se reduce

la suma de los bienes terrenales,

por cuya adquisición, no es maravilla

se empeñara la Reina de Castilla.

Mas no os importe la ambición del oro,

que, como digo, en esta zona abunda;

ni el opulento próvido tesoro

de su natura fértil y fecunda;

que, más que la riqueza, es el decoro

de rematar empresa sin segunda,

como haber sus secretos arrancado

al Océano Atlántico sagrado.

Esto os digo, si bien ya considero

no la codicia fué lo que aquí os trajo;

antes bien , el renombre duradero

que aportará consigo este trabajo;

por mi parte declaro, que prefiero

al tesoro de Creso, el agasajo

de haberos comandado de piloto

en viaje tan difícil por remoto.

Ya en la bondad del cielo sólo estriba,

pues nos ha conducido á este paraje,

que nuestra fe su galardón reciba

con el acabamiento de este viaje;

mas no presuma la soberbia altiva

tener asido ya y en mano el gaje,

que de confiados es, en un minuto,

perder en flor el codiciado fruto.

Velemos, pues, mejor que de costumbre,

pues á ello la noche nos obliga,

hasta que el horizonte nos alumbre

la hermosa aurora con su luz amiga;

mañana ha de acabar la incertidumbre

que á todos por igual nos atosiga;

unamos para esto, mientras tanto,

nuestras preces al cielo sacrosanto.»

Esto dicho, Colón arrodillóse,

con las manos en alto, suplicantes;

á cuyo ademán pío salmodióse

la salve por los otros tripulantes;

á sazón, una ráfaga movióse

que, agitando las olas murmurantes,

hizo á cada piloto, por cautela,

del paral desviar su carabela.