¡EXCELSIOR!
Al eco de la insólita algazara
que estrepitosa por los aires cunde,
la noche en torpe fuga se declara
soltando el manto que en la mar se hunde;
por Oriente el alba se declara,
y despacio asómase y difunde,
salpicando de rosas las estelas
que dejan las pausadas carabelas.
Á estas horas, la pálida neblina
sus fantásticos brazos despereza,
al frescor de la brisa matutina
que en olorosas ráfagas bosteza;
el espacioso ámbito se afina
con toques de finísima limpieza,
y á cada milla que los barcos andan
los horizontes de la mar se agrandan.
La sombra de la tierra prometida
ante los ojos por momentos crece,
de un nimbo de violeta circuída
que las costas y cabos oscurece;
pero el tiempo transcurre, y á medida
que á popa de las naves amanece,
la aparición se ve, menos opaca,
que riente en los aires se destaca.
Y una isla se vio, llana, redonda,
pequeña, sí, mas de apariencia gaya,
pura esmeralda, verdeante fronda
desde un cabo hasta el otro do se explaya.
Una caleta que el perfil ahonda
de su espumante aljofarada playa,
parece estar marcando el rumbo cierto
para tocar en el seguro puerto.
Á esta ensenada, pues, los timoneles
los sendos gobernalles inclinaron,
y á todo trapo, entonces, los bajeles
en demanda la ínsula marcharon;
á manera de rápidos corceles
cuyo ardoroso ímpetu frenaron,
y, en desquite, parejas con el viento,
rastrean sobre el líquido elemento.
Los nobles bríos refrenar, empero,
del raudo movimiento que llevaban,
y las ansias, también, del marinero
que el vuelo de las naves azuzaban;
los pilotos guiando, el derrotero
con prudentes medidas moderaban,
por ser la mucha prisa, en ciertos casos,
semillero de sustos y fracasos.
Al fin, llegó la armada felizmente
delante de la boca ó angostura,
á partir desde donde, suavemente,
se extiende una bahía en herradura;
y enfilando el canal confiadamente
gobernó hacia dentro en derechura;
las ruginosas áncoras á un tiempo,
soltándolas después sin contratiempo.
En esto se ordenó que embanderase
como en día de gala cada barco
en el instante y hora que asomase
el nuevo Sol por el oriente zarco;
y que el cañón de á bordo se aprontase
á saludar el fausto desembarco;
queriendo el Almirante ello se hiciera
con profusión de pompa marinera.
En un abrir y en un cerrar de ojos,
toda la maniobra estuvo lista:
porque nunca los brazos andan flojos
cuando la recompensa está á la vista;
pudiendo con descanso, á sus antojos,
hacer los argonautas la revista
del nuevo panorama que, riente,
en hemiciclo extiéndese á su frente.
Altos ceibos, copudos caobales,
árboles más sin nombre todavía,
mirábanse en los húmedos cristales
de la anchurosa, límpida bahía;
y frondosos y finos cocotales
ufanos con su eterna lozanía,
cimbreaban sus pencas y cogollos,
erguidos en los áridos escollos.
Allí también, el próvido banano
ostentaba sus dátiles de oro;
sus pomas el anón, la vid su grano,
sus higos-miel el verde sicómoro;
antojándose estar tan á la mano
de estos dones, el ópimo tesoro,
que no faltaba más sino tomarlos,
y con deleitación saborearlos.
Como el cuitado Tántalo de Lidia
á quien su padre Júpiter, de intento,
condenó, castigando su perfidia,
á aquel penoso célebre tormento;
que todo á su redor ponía envidia
en su apetito y paladar sediento,
mas así que los brazos levantaba
la tentación golosa se apartaba;
De parecida suerte, la opulencia
de los frutales árboles que, aposta,
parecían mostrarse en evidencia
esparramados en la verde costa,
del marinero aviva la impaciencia
y con tamaños ojos se regosta,
mirándolos, en tanto que no llega
el hora de esquilmar la fértil vega.
Era tan bello, en suma, este escenario
que por gala pintó Naturaleza;
tan fuera de lo visto y ordinario,
el vicio de los frutos y maleza;
que asaltaba el recelo involuntario
de que fuese verdad tanta belleza,
tomándola antes bien por espejismo
ó fantástica magia del abismo.
Así los hombres somos; de momento
todas las novedades abultamos,
porque siempre tras un cristal de aumento
lo que nos impresiona lo miramos;
lo mismo en la aflicción que en el contento,
la causa natural exageramos;
nunca á un mediano término se ajusta
aquello que nos gusta ó nos disgusta.
Febo, que en opinión de nuestra gente,
su aparición triunfante retardaba,
porque el deseo, ávido, impaciente,
la natural salida adelantaba;
por fin, á largas franjas, el Oriente
de amaranto y carmín arrebolaba,
y como sale el hierro de las fraguas
el Sol se levantaba de las aguas.
La capitana entonces, de improviso,
dispara un cañonazo la primera;
la escuadrilla, que estaba sobre aviso,
en menos de un segundo se embandera;
y con la pompa aquélla, y aquel viso
que suele la ordenanza marinera,
después que sus pendones arbolaron
los buques entre sí se saludaron.
No poca confusión y algarabía
movieron, en oyendo los tronidos,
los indios que al resguardo de la umbría
estaban, con las naves divertidos.
Tal como el bando pastoril que un día
dispersaron los hórridos sonidos
de un caracol de mar que Pan soplara
cuando menos aquél se lo pensara;
Por igual suerte, la sencilla indiada,
oyendo el cañoneo de la flota,
de pánico terror apoderada,
huye veloz, los ecos alborota;
creyendo oir la voz ronca y airada
de alguna excelsa potestad ignota,
cuya voz prepotente el aire atruena,
con cielo azul y con la mar serena.
Aunque más todavía se asombraron
cuando al tornar la vista á la escuadrilla
los indios á los nuestros atisbaron
transbordar y bogar hacia la orilla;
entonces sí que todo se llenaron
de aquel mismo pavor y maravilla
que el incauto troyano cuando viera
el parto del caballo de madera.
Al son de bien templados instrumentos
que del peso á los remos aliviaban,
tres delgados esquifes por momentos
á la encantada playa se acercaban;
Colón y los Pinzones, los asientos
del primero de ellos ocupaban,
siguiéndoles los otros, tripulados
por ciertos marineros y soldados.
En muy pocas bogadas, su faena
los esquifes hicieron, atracando
junto á la playa, cóncava, serena,
al desembarco todos se aprestando;
siendo el primero que saltó á la arena
Colón, por alto fuero de comando,
á quien los dos Pinzones de buen grado
otorgan este honor tan señalado.
Con todas las insignias de almirante
iba Colón ahora revestido;
colgaba de sus hombros, rozagante
amplio manto de púrpura teñido;
y el estandarte real, alto, triunfante,
con firme diestra mantenía erguido,
al que daban realce dos pendones
que á su lado tremolan los Pinzones.
Ambos hermanos, á su vez, vestían
ricos vestidos de brocado y seda;
el resto de los otros que venían
á estos tres capitanes hacen rueda;
y arneses y alabardas relucían
de tal manera al Sol, que, en la arboleda,
los indios que á sus huéspedes miraban
por heraldos del cielo los tomaban.
Así ordenada, en redondel la gente,
salió al medio Colón con su bandera,
y levantando la desnuda frente
los labios despegó de esta manera:
— «¡ Dios augusto, Dios grande, omnipotente,
de cielos, tierra y mar, causa primera;
que tu nombre inmortal sea alabado
y por siempre jamás glorificado!
Cantemos al Señor á quien debemos,
¡oh píos argonautas castellanos!,
felices arribar á estos extremos
nunca vistos de ojos de cristianos;
á Aquel que ha permitido enarbolemos
el lábaro de nuestros soberanos
eíi el umbral de este longincuo imperio,
principio de un recóndito hemisferio.
Esta es la prez que nuestro heroico celo
y firmeza loable han conquistado;
éste, el arcano que el hermoso velo
del piélago tenía recatado;
éste, en fin, el vicioso índico suelo
de oráculos y vates anunciado,
que por el lado hespérido completa
la redondez del terrenal planeta.
Y pues el Cielo en invención nos dona
esta risueña isla afortunada
que con otras , acaso, se eslabona
á una extensa región más apartada,
sea un nuevo florón de la corona
de Isabel, y primicia adelantada:
¡Por Castilla y León desde ahora quede!
¡Gracias á Dios que así nos la concede! »
¡Párate, oh Sol, un punto en tu carrera
para escuchar el cántico triunfante
del genovés y de la gente ibera,
victoriosos del piélago de Atlante;
baja, sí, á la índica ribera
y corone tu disco rutilante
las sienes de este nauta sin segundo
que del olvido ha rescatado un mundo!
Y tú , ¡oh Padre Océano!, rendido
por las tres carabelas vencedoras,
resurge de tus senos el garrido
enjambre de las náyades cantoras;
canten éstas por mí el merecido
himno glorioso á las hispanas proras,
pues voy á descender, en este punto,
del alto diapasón y contrapunto.
Y aunque loar quisiera las proezas
de tanto y tanto íbero esforzado,
que salvando sin cuento de asperezas
vinieron tras Colón á aqueste lado;
será bien que no suba á más grandezas
cuando tan mal canté lo que he cantado;
ya, como nuevo Ícaro, me siento
castigado por tanto atrevimiento.
[1] Todas las erratas del original han sido corregidas en los versos, aunque se mantiene el comentario del autor.
FE DE ERRATAS
Verdaderamente, los autores no servimos para corregir pruebas, sin duda porque sabiéndonos de memoria el texto, leemos de corrido las copias de imprenta.
He aquí las enmiendas principales que deben tenerse en cuenta:
Pág. 18, octava I, verso 5.°:
y en alas de los vientos voladores,
Pág. 23, oct. III, V. 6.°:
se dio como consigna de aboi-daje.
Pág. 36, oct. II, V. 7.°:
el de la Niña con tan buen provecho,
Pág. 42, oct. I, V. 8.°:
junto aquella que Teide manifiesta.
Pág. 53, oct. III, V. 2.°:
que á la sombra mi égida ancoradas
Pág. 68, oct. II, V. 1.°;
Alguno, muy en serio la diputa
Pág. 89, oct. III, V. 2.°:
que está del marinero apoderada
Pág. 93, oct. III, V. 7.°:
con el pico hurgándoles el cuello,
Pág. 121, oct. I, V. 3.°:
al paso y á las riendas obediente