CAMINOS CRUZADOS.

 

 

 

 

El tiempo pasaba implacable y la navidad ya nos pisaba los talones. Nuestra madre, Athan y yo salimos a hacer la compra semanal a uno de los supermercados del pueblo y también con el objetivo de conocer qué tipo de comidas eran típicas allí durante esas fechas. Athan iba más emocionado que un niño pequeño con un regalo nuevo. Le encantaba mirar cosas, al igual que a mí, pero se ponía eufórico con sus descubrimientos. Cogía una cosa de un estante y la depositaba en el carro más contento que unas pascuas, pero poco después veía otra que le gustaba más y cambiaba de parecer, teniendo que escoger entre una de las dos. Miraba a mi madre con cara de fingida lástima, ella ladeaba la cabeza en señal de negación porque si no mi hermano cogería de todo. Él volvía atrás para devolver a su lugar lo que había cogido anteriormente y se quedaba con su nuevo hallazgo. Y así sucesivamente. Parecía un pequeño terremoto recorriendo cada estantería y contemplándolas en busca de su objetivo. Sus más codiciados objetivos eran: todo tipo de chocolates y chocolatinas varias, cereales y bollería. Eran su perdición.

En realidad era sumamente gracioso verle trotar tan emocionado entre los estantes. No podía evitar reírme ante tal imagen.

Lo que ocurrió después, sí fue mucho más insólito.

Al salir del establecimiento y dirigirnos al coche a descargar nuestras compras, choqué con un tipo. Sí, choqué. Y con el mismo. Mi madre y Athan, dispuestos enfrente del maletero vieron los sucedido y se miraron como diciendo: ¿será el mismo? Ya que les describí su apariencia y el tipo iba vestido como la otra vez, cuero negro y casco en mano.

Lo que a mis ojos les faltaba por ver, al chulo de la manada, al macho alfa, a la prepotencia personificada. No voy de experta en karma ni cualquier tipo de sensaciones que puedan provenir de un cuerpo, pero no era necesario ser muy inteligente para darse cuenta de que respecto a aquel individuo, una abundante ira habitaba en su interior.

—¡Otra vez tú! —resopló de manera hostil al verme, como si le molestara mi presencia. Intuí que podría tratarse de un tipo anti social que aborrecía la presencia de alguien junto a él, ya que por supuesto, nunca le hice nada.

—Maldita sea... —musité incrédula ante su imagen. Otra vez.

Mi hermano, al comprobar el tono insolente en el cuál se dirigió a mí, aunque nuestra madre intentó evitarlo, se posó a mi lado quedando a pocos centímetros de él y le miró con una furia que haría oscilar a cualquiera. Imponía respeto.

—¿Tienes algún problema con mi hermana? —le rugió más que habló.

—No te metas donde no te conviene, niñato —le dijo mientras con un empujón intentó hacerle a un lado, pero él no se movió un solo centímetro de su sitio.

Los guardias que montaban vigilancia en la puerta del supermercado se pusieron en alerta.

A mi hermano le molestaba sobremanera que le llamaran de tal modo con ese tono tan condescendiente y repulsivo. Y mucho más que le tocaran de aquella forma, provocándole.

—Vámonos Evan, o no responderé de mis actos —dijo mientras me conducía hacia el coche. ¡Continúa con tu camino, maldito imbécil! —le espetó mi hermano al ver que el tipo todavía seguía como anclado a su sitio.

Nuestra madre se acercó, nerviosa, y nos instó a marcharnos.

Athan parecía estar fuera de sus casillas. El bravucón parecía asombrado ante la potencia y la imagen que ofrecía en aquel momento mi enfurecido hermano y no respondió. 

—Si Athan, con energúmenos y payasos como este no merece la pena perder el tiempo.

—¿Este es el capullo con el que tropezaste el otro día? —me preguntó todavía airado.

—Sí, el mismo capullo —le aclaré—. Ahora comprenderás mejor mi estado aquel día.

—Vaya que sí, dan verdaderas ganas de abofetearlo sin piedad —resopló.

—No merece la pena, Athan. Aunque eres grande, el tipo lo es mucho más que tú y es mucho más mayor. ¿Querías viajar a la luna gracias a un puñetazo suyo? —le dije de broma intentando calmarle y alborotándole el cabello cariñosamente. Y bien que lo conseguí, pues enseguida afloró su carácter cómico que tanto le caracterizaba.

—No te preocupes, si me envía a la luna volveré y te traeré un trozo de recuerdo —rió. Y nuestra madre y yo no pudimos evitar reír ante su respuesta.

Nos marchamos hacia el coche esperando que no sucediera nada más.

—Te quiero, Evan —dijo de pronto con cariño mientras pasaba una de sus manos por mi hombro— y no puedo soportar ver a alguien tratando mal a mi hermana, es algo que me sobrepasa.

—Lo sé, pequeño —le respondí dándole un beso en la mejilla y pasando mi mano por su cintura—. Yo también te quiero y haría cualquier cosa por ti, cualquier cosa.

—¡Eh! —gritó aquel tipo de nuevo e hicimos caso omiso de su llamada, creyendo por supuesto que pretendía seguir con la disputa. Vi que mi hermano intentaba contenerse.

—¡Eh, chica! —gritó nuevamente y me giré, pensando en qué demonios le habría picado ahora. Le miré con cara de asco.

—Ha caído algo, ¿es esto tuyo? —me preguntó con un tono muy diferente al anterior, con respeto. Y no entendí el motivo de ese inesperado y abrupto cambio. Miraba algo de una forma... no sabría ni explicarlo. Embobado, aturdido, conmovido.

Me fijé bien en el objeto que mantenía entre sus manos. Al apreciar mejor lo que era y sospechando lo peor, miré corriendo en el interior de mi bolso y comprobé, con horror y con el corazón en un puño, que lo que me había caído era precisamente una foto donde salíamos Amadeus y yo. Era inexplicable que hubiera caído cuando se encontraba dentro de mi cartera y la cartera estaba cerrada, al igual que el bolso. Solo una mano abriendo las dos cosas, hubiera podido sacarla de sus adentros.

Entonces supe con certeza que el anterior encuentro, y este, fueron provocados. Miré alrededor como si esperase encontrar escondido o camuflado a Amadeus. Estaba segura de que él había provocado el reencuentro. Me acerqué a él, dispuesta a recuperar aquella preciada imagen y para mi asombro, vi que el tipo tenía lágrimas en los ojos.

Mi madre intentó detenerme.

—Es una foto mía mamá, debo recuperarla —le expliqué mirándola significativamente. Y pareció entenderlo. El pánico se apoderaba de mí por momentos.

—Agradecería que me la devuelvas, por favor —le imploré lo más calmada que pude.

—¿Amadeus? —me preguntó con la voz pastosa y no fui capaz de responder. Quedé petrificada y las palabras eran incapaces de salir de mi interior.

—¿Amadeus? —volvió a repetirme. Pero más que una pregunta, era asombro.

Dios mío, estaba en un completo lío. Si decía que sí, delataría a Amadeus. Pero aquel tipo era difícil de engañar, se conocían, estaba segura de ello. No serviría de nada ocultarle la verdad e involuntariamente cruzó por mi mente la casualidad de nuestros dos encuentros. Tenía que intentarlo al menos.

—Te confundes de persona —le respondí mostrándome falsamente convencida. No podía delatarle, no podía arriesgar lo nuestro.

—No me confundiría de persona ni aunque lo viera a kilómetros de distancia. Sigue negándolo si quieres. Sé que es él, sé que es Amadeus aunque intentes convencerme de lo contrario.

Nerviosa, le arrebaté la foto de las manos con tal de apartarla de su campo de visión y me dispuse a marcharme, escapando de la situación tan peliaguda.

—Lo siento, te equivocas rotundamente de persona —volví a negarle. Como es evidente, me encontraba en una gran encrucijada. No podía arriesgarme a delatar a Amadeus y tentar a la suerte contra nosotros. 

—Espera —me cogió del brazo y lo zarandeé soltándome de él, propinándole un codazo.

—¿Qué demonios quieres? —le respondí airada—. ¿No te daba tanta repulsión mi presencia?

—¡Dime la verdad, maldita sea! —gritó exasperado, con las lágrimas brotando de sus ojos y zarandeándome, dejado llevar inevitablemente por su desesperación.

—Toca a mi hermana y te mataré con mis propias manos —rugió Athan en un arranque de furia acercándose como una tormenta hacia él y empujándole hacia atrás con violencia y apartándole varios metros de mí. Su mirada parecía echar fuego. Tenía motivos actuando así al no saber qué ocurría y al ver al tipo cogiéndome del brazo, balanceándome e impidiendo que me fuera.

—De acuerdo, de acuerdo —le respondió haciendo un ademán tranquilizador y posando su mano sobre el hombro de mi hermano. —Haya paz, hermano. Haya paz —le dijo en un intento de apaciguarle.

—Hemos empezado con mal pie, os pido disculpas. ¿Podréis perdonadme? —nos suplicó ante nuestra estupefacción.

—Sé que es Amadeus —continuó él con un tono más tranquilo y relajado—. Lo sé. Íbamos en el mismo coche cuando... cuando... —y de pronto se puso a llorar y a convulsionarse, roto de dolor.

No sabía cómo reaccionar, los tres quedamos estupefactos ante aquella escena. Sentí que me temblaban violentamente las piernas y no sabía que debía hacer a continuación.

—Llévalo.. casa... —escuché que una voz susurraba en mi oído. Una voz que parecía luchar por ser escuchada, como si le costase hablar o ser oído.

¿Qué le lleve a casa? —pensé extrañada. No le conocía de nada. ¿Cómo iba a llevarle a mi casa?

Ni en sueños, me respondí mentalmente.

—A... mi... go. Évalo —volvió a instarme aquella voz que provenía de la nada.

¿Amigo? ¿Llévalo? Me preguntaba yo, confundida.

Sentí una gélida brisa a mi alrededor que me puso la piel de gallina. Y de pronto lo comprendí todo.

“Íbamos en el coche cuando...”

¡Era amigo de Amadeus!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La conspiración de los ángeles
titlepage.xhtml
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_000.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_001.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_002.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_003.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_004.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_005.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_006.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_007.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_008.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_009.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_010.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_011.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_012.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_013.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_014.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_015.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_016.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_017.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_018.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_019.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_020.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_021.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_022.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_023.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_024.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_025.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_026.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_027.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_028.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_029.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_030.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_031.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_032.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_033.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_034.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_035.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_036.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_037.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_038.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_039.html