ACARICIANDO EL LÍMITE DE LO PROHIBIDO.

 

 

 

 

Ella lo merecía. La ocasión también. Así que, de nuevo, eché mano del que siempre fue mi mejor amigo para que fuera mi intermediario y pudiera acceder a cosas que aunque parezcan demasiado simples y fáciles de obtener, yo no tenía acceso a ellas. Bombones, rosas, pétalos sueltos, preciosas velas aromáticas, entre otras cosas.

Y como bien es evidente, no podía cargar con ello y mucho menos todavía, pasear las compras acompañadas por alguien invisible. Sería alarmante para quien viera algo así y no podía permitirme el lujo de dejarme ver por nadie más, no podía correr más riesgos involucrando a más gente en mi batalla. Así que mi paciente amigo también me ayudó en ello acompañándome a la cabaña escogida con todo lo que había adquirido para aquella ocasión tan especial y amarga a la vez dado la inminente despedida que suponía aquel encuentro. Por ello deseaba crear un momento único e inolvidable para ambos. Incluso Jakob parecía nervioso, pues él me conocía desde tiempos remotos y sabía que aquello era sumamente importante para mí y que ella era el motivo de mi vuelta y que gracias a ella, él estaba disfrutando de mi compañía.

Jakob me deseó suerte, me infundió ánimos y consejos que yo agradecí, antes de marcharse.

Una vez allí, empecé mi trabajo. Me las ingenié metódica y laboriosamente para distribuir las velas en alto, desde la entrada de la cabaña hasta la puerta de la habitación, dejando toda la estancia impregnada por el olor que éstas emanaban. La habitación principal quedó fascinantemente romántica y no abandoné mi labor hasta haber conseguido mi objetivo. Con aquellos pétalos rojos  formé un pasillo también desde la entrada hasta la habitación, decorando también su interior. Sobre la cama, mi seña de identidad con ella y a la vez un símbolo de nuestro amor: una rosa del más puro color rojo reposaba allí plácidamente. Y también me permití el gusto de obsequiarle con un pequeño regalo que sería para ambos.

Una vez lo arreglé todo, habían transcurrido muchas horas. Debo confesar que me esmeré lo máximo posible para que quedara deslumbrada ante aquella perspectiva. Durante la noche se vería todavía más magnífico con la luz de las velas que aportarían ese toque de magia perfecto para aquel encuentro. Debo decir que me encargué de cada detalle al máximo posible, había acordado con Jakob la preparación de un último elemento. Él debía acudir justo antes de que llegásemos y encargarse de encender las velas, de modo que al llegar Evangeline y yo, la oscuridad habría inundado el día, aunque no por completo. Pues todavía no sería noche plena.

Había soñado en innumerables ocasiones con aquel íntimo momento, no lo niego, por ello deseaba que fuera perfecto y mis nervios parecían apoderarse de mí queriendo matarme de nuevo.

Llegado el momento, me presenté en su casa para recogerla, como haría un caballero. Salió de casa con una pequeña maleta y con aquella perfecta sonrisa dibujada en sus carnosos labios. Era automático, ella sonreía y provocaba que naciera mi sonrisa.

Se despidió de su familia y no pude evitar reírme en jubilosas carcajadas cuando vi la escena protagonizada por su hermano Athan. Aquella criatura era realmente formidable y poseía un carácter que haría sonreír hasta a la persona más seria del planeta.

En cuanto me giré, estaba arrinconado de cara a la pared de su casa, de espaldas a nosotros, abrazándose a sí mismo pero actuando como si alguien le estuviera abrazando, acariciando y besando con pasión. Fue de risa y alivió un poco la tensión que era causada por mis nervios.

Durante el trayecto abundaron todavía más y era innegable que ella también se encontraba tan nerviosa como lo estaba yo. Y cuando llegamos... empecé a atisbar, a saborear mi fruto prohibido.

Al bajar del auto, que por descontado ella conducía, cogí su pequeña maleta y cogidos de la mano llegamos a la puerta. Abrí, le invité a entrar y esperé su reacción.

Quedó cautivada, hechizada ante lo que sus ojos estaban presenciando. Hasta yo mismo estaba maravillado de cómo había quedado todo. La luz de las velas creaban un ambiente de ensueño y lo hacía todo más puro y misterioso.

La miré y parecía que las lágrimas querían desbordarse de sus ojos.

—Es... precioso, Amadeus. Es lo más bonito y romántico que nadie me ha hecho nunca en toda mi vida —me dijo conmovida ante aquel gesto.

—Te mereces esto y mucho más, Evangeline. Eres mi sueño más perfecto.

Me miró, embelesada.

—Ven —le tomé de la mano—, te enseñaré esto.

—Es como si estuviera dentro de un sueño. Es todo precioso, perfecto.

La velada fue más que perfecta, fue mejor incluso que en mis sueños despiertos. Cuando creí que era el momento oportuno, me detuve frente a ella, lleno de inquietud. Metí la mano en uno de mis bolsillos y saque un pequeño saquito que contenía el regalo.

—Ten, es para ti. Para que nunca me olvides, para que siempre, estés donde estés, puedas acordarte de mí.

—Agradezco mucho tu detalle, no debías haberte molestado Amadeus —dijo sonrojándose—. Cuando algo vive dentro de tu corazón no necesitas un objeto que se encargue de recordártelo, pero es tuyo, y por eso lo llevaré siempre conmigo —dijo conmovida ante aquello mientras una lágrima escapaba de sus ojos. 

—Eso es verdad, pero quiero que lleves algo mío. En realidad es para los dos, ábrelo —le pedí todavía nervioso.

Sus manos se entrelazaron con el cordel, deshaciendo el lazo. Introdujo la mano dentro y con cuidado, sacó dos objetos de metal. Se quedó mirándolos fijamente con la sorpresa reflejada en su mirada. Eran dos colgantes y en ellos había grabada una significante inscripción para los dos: “Eternum”. Porque le había prometido mi eternidad.

Me besó con cariño y emoción, agradeciéndome aquel gesto. Le ayudé a ponerse el colgante, aparté su cabello hacia un lado dejando al descubierto su cuello. ¡Qué dulce olía! Tuve que contenerme, tuve que aguantar la respiración, contener el aliento. Estábamos tan cerca...

Cerró los ojos, su mano se deslizó al lugar donde segundos antes había estado la mía, como si deseara guardar para siempre su huella. Se volvió hacia mí y me ayudó con el mío. Sentí sus temblorosas, cálidas y suaves manos rodeando mi cuello, poniendo mi piel de gallina, llenando mi cuerpo de escalofríos. Sentí su cuerpo tan cerca del mío que era como estar frente a un imparable fuego. El infierno se desataba en mi interior. Y cuando volvimos a estar el uno frente al otro, me miró, no sabría cómo definirlo. Me contemplaba con una mirada profunda y cautivadora presa de una gran intensidad que te hacía perderte entre aquellos grandes ojos pardos y que me hacía preguntarme qué estaría pensando o imaginando. Era como si en vez de mirarme a mí mismo estuviera mirando en mi interior y acariciándolo con un ardiente fuego que se propagaba por todo mi cuerpo reviviendo cada una de mis terminaciones nerviosas, aturdiéndolas, seduciéndolas y haciéndolas completamente suyas. Me besó, con deseo.

Recuperé el aliento, con esfuerzo. No lo niego. Sentía su atracción tan intensa, que dudaba poder contenerme por más tiempo. El fuego que momentos antes me consumía ya me había devorado por dentro. Ahora él era mi dueño y yo estaba a su merced.

—Que el cielo me lo impida —pensé en mis adentros, loco de lujuria ante la cercanía de su cuerpo contra el mío.

Dios mío, que hermosa sensación me encontraba viviendo. Mis sentidos estaban al límite, viajando, acariciando y poseyendo finalmente lo prohibido. Amando lo prohibido, saboreándolo. Era como si una mano se hubiera introducido en mi pecho y lo estuviera rozando.

Sus manos se enredan, suaves en mi cabello y tira de mí hacia su cuerpo. Su aliento en mi boca llenando de pasión mi cuerpo.

 

Y caí. Caí preso, esclavo de su hechizo y su deseo.

 

 

 

 

La conspiración de los ángeles
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