FUERA DEL CUERPO.

 

 

 

 

Estaba remotamente asustada, no voy a negarlo.

De pronto, me encontraba sola en otro lugar, en un paraje extraño y a la vez desconocido para mí.

Casi involuntariamente, como movida por un resorte de protección ante el miedo que sentía en mí interior al no saber dónde estaba, me acurruqué en el lugar donde me encontraba sin saber qué ocurriría a continuación y completamente temerosa por ello. ¿Realmente estaba soñando? La sensación que habitaba en mí era demasiado real, demasiado vívido como para calificar aquello como un simple sueño.

Más que una persona parecía un gato callejero asustado. Me dediqué a vislumbrar aquel insólito lugar y quedé atónita ante lo que mis ojos contemplaban. Parecía ser una zona deshabitada, como un paraje natural desértico en el cuál no había ningún atisbo que me diera señales de que allí pudiera haber en el presente o hubiera habido en otros tiempos cualquier tipo de vida humana. No había señales ni rastros que denotaran vida, era como en otro de mis utópicos sueños en los que todo lo existente parece haber dejado de existir.

Hasta entonces, el único sonido que podía percibir era el golpeteo desacompasado y nervioso de mi corazón latiendo fuertemente dentro de mi pecho, sonido que ante el silencio que habitaba a mi alrededor, era tremendamente fácil de escuchar. El único movimiento que podía percibir procedente de aquel lugar era el violento temblor de mi cuerpo impulsado por aquel irracional miedo ante la nada. Me preguntaba cómo, cuándo y por qué habría llegado a aquel lugar y fue entonces cuando comencé a recordar, a divagar entre aquellas escenas ocurridas hacía poco que hicieron intromisión en mis recuerdos: mi eterno dolor, la noche estrellada, Amadeus y un no material regalo. Pero: ¿qué regalo? Me preguntaba constantemente.

Llegué a la conclusión de que no conseguiría nada si seguía paralizada y esperando en aquel lugar postrada sin moverme esperando que algo sucediera en un lugar donde todo parecía muerto. Por ello decidí andar en busca de algo y con la infinita esperanza de hallarlo. Pero para mi gran desgracia, no encontré absolutamente nada.

¿Hola, hay alguien ahí? —le pregunté al denso aire sintiéndome lo más idiota posible mientras el eco me devolvía tétricamente mis propias palabras. Tanto silencio y escasez de vida me producían tanto temor que me agazapé y quedé paralizada a causa del miedo. Esperé pacientemente a que algo inusual ocurriera pero ni siquiera podía saber cuánto tiempo llevaba esperando puesto que los segundos transcurrían de la manera más lenta posible y se convertían en minutos, al igual que los minutos parecían ser convertidos en horas. Seguí agazapada hasta que una voz masculina pronunció mi nombre a mis espaldas.

—¿Evan?, ¿eres tú, Evan? —escuché proviniendo de una temblorosa y dubitativa voz que no podía ocultar cierto temor ante no sé cuál motivo. La voz parecía provenir de varios metros de distancia.

Me asombré tanto que un pequeño grito ahogado, involuntario e instantáneo se hizo hueco a través de mi garganta perdiéndose entre la oscuridad que entrañaba aquel lugar y produciendo un molesto eco. Me giré rápidamente a la vez que abandonaba mi postura y volví a quedar atónita ante la imagen, pues allí enfrente de mí se encontraba mi hermano Athan, con un semblante todavía peor que el mío: asustado, nervioso, descompuesto y temblando de miedo.

—¿Athan? ¿Cómo hemos lleg...? —fui a preguntarle, pero no me dejó terminar la frase.

—No sé cómo ni cuándo he llegado hasta aquí pero puedo asegurarte que me encontraba recorriendo este lugar asustado, dando tumbos hasta que te encontré a ti —dijo de forma histérica mientras se acercó a mí tomándome entre sus fuertes brazos—. Dios mío, no hay nada, no imaginas el miedo que he pasado Evan. Me sentía como en esas películas de miedo que a veces vemos, en las que cuando el protagonista desesperado encuentra a alguien de espaldas éste se gira y tiene un rostro endemoniado o se convierte en un ser terrorífico y extraño. Creí que iba a pasar exactamente eso.

Reí nerviosamente ante aquella ocurrencia.

—Lo mismo me ocurría a mí Athan, aunque sabía que era tu voz la que había pronunciado mi nombre, no sabía con qué me encontraría al girarme. Y verte ha sido lo más esperanzador que me ha ocurrido hasta ahora.

—¿Sabes dónde nos encontramos Evan? —me preguntó mientras que con la mirada iba recorriendo aquel lugar, tratando de descifrar alguna señal que pudiera mostrar donde estábamos.

—Siento no poder ser de más ayuda y disipar tu duda, pues eso mismo llevo preguntándome yo desde que me encuentro aquí. Ahora somos dos, vayamos en busca de algo en este lugar donde no hay nada.

—Sí, me siento más seguro si somos dos, al menos ya no iré deambulando acompañado de la soledad. Prefiero tu compañía —dijo sacando la lengua en señal de mofa.

—Oh, es bueno saber que prefieres mi compañía a la soledad, gracias por hacérmelo saber —le respondí en el mismo tono burlón mientras me cogió de la cintura y estampó un beso en mi mejilla. Me encantaba cuando estaba en plan cariñoso. Comenzamos a deambular y parecía que anduviéramos en círculos. Sencillamente no había nada. Era como un desierto oscuro y abandonado donde no había ningún tipo de vida.

—Me pregunto dónde estará mamá y si también estará atrapada en este siniestro sitio al igual que nosotros dos.

—Esté donde esté, solo espero que se encuentre bien y a ser posible, que no esté en este sitio tan tétrico.

Seguimos caminando cogidos de la mano.

—¡Evan! —gritó de pronto matándome del impacto y zarandeándome nervioso.

—¿Qué ocurre?, ¿por qué gritas? —le pregunté asustada gritando sin poder controlar el tono histérico de mi voz asustada ante la suya, temblando y mirando a todos los lados posibles en busca de algo anormal que le hubiera hecho actuar así. Bueno, debería decir más anormal todavía.

—¿Ves eso de allí? —me preguntó señalando a unos metros más adelante.

—Sí, pero no lo distingo bien, está demasiado oscuro —dije intentando, en vano, atisbar algo más allá de nuestra posición.

—Es como si ahí mismo acabara el mundo o lo que sea donde nos encontremos ahora mismo.

—Acerquémonos para verlo mejor.

—Tengo miedo... —gimió asustado.

—No temas, estoy contigo. Soy tu hermana mayor y jamás dejaría que te ocurriese nada —le tomé de la mano y le animé a venir conmigo—. No deseo que me acompañes porque yo tenga miedo, que por supuesto lo tengo. Es simplemente porque creo que lo mejor es que permanezcamos unidos por lo que pueda pasar.

—Está bien —asintió con dificultad y comenzó a andar conmigo.

—¡Joder!, ¡maldita sea, joder! —exclamó derrumbándose en el frío suelo.

—No hay salida —expresé con la voz muerta en respuesta a que lo estábamos viendo—. Tenías razón, es como si aquí en esta línea terminase todo y llegase la nada —suspiré abatida.

Era como un oscuro y enorme ventanal o pared hacia el infinito. Vi que parecía alargar la mano.

—¡No intentes pasar la línea!, ¡no la toques! —le grité con un pánico indescifrable y empujándole hacia atrás bruscamente—. Lo mejor será que volvamos atrás Athan, ¡venga, vamos! —le imploré nerviosa tirando de su jersey hacia atrás, como si temiera que aquella línea nos disolviera llevándonos a otro lugar o desapareciendo. Lo que no sabía qué era peor. Nos alejamos de allí a paso rápido, huyendo despavoridos con nuestros corazones a punto de estallar y buscando un refugio, una posible salida o alguien que por suerte anduviera por allí como un milagro. Hecho que dudaba.

—¿Estamos muertos Evan? —me preguntó en un agónico lamento.

—No Athan, tranquilo —le dije de manera tranquilizadora mientras le abrazaba y acariciaba su cabello cariñosamente—, lo último que recuerdo es que era de noche y me disponía a dormir. No estamos muertos, lo sé.

—Eso es exactamente lo último que también yo recuerdo —retumbó una tercera voz a nuestras espaldas y nuevamente reaccionamos con un involuntario grito ahogado a la vez que los dos automáticamente volteamos nuestros cuerpos para contemplar a aquella tercera figura: nuestra madre.

—¡Mamá! —gritamos los dos mientras nos fundimos en un cálido y reconfortante abrazo.

—Por fin os encuentro hijos, por fin. He pasado tanto miedo entre tanta oscura soledad —dijo nerviosa y a la vez aliviada al habernos encontrado juntos y a salvo. Las lágrimas aparecían contenidas en sus ojos.

Al separarnos, nuestros rostros volvieron a ensombrecerse mostrando nuevamente un semblante interrogativo, pues los tres nos preguntábamos lo mismo: ¿que hacíamos los tres en aquel extraño paraje?, ¿cómo y cuándo habíamos llegado allí?, ¿por qué misterioso motivo lo habíamos hecho y además por separado? ¿Qué ocurriría a continuación o qué era lo siguiente que debíamos de hacer?

—Debe de haber algo, alguna señal o cualquier cosa que nos indique donde estamos —dijo mi madre reproduciendo el anterior gesto de mi hermano: contemplar el lugar en busca de ese algo.

—No hay nada mamá, ya lo hemos comprobado, es como si este lugar hubiera sido vaciado de todo lo que anteriormente habitaba en él —dije mientras sopesaba mentalmente las opciones que teníamos. Si es que alguna vez hubo algo aquí —añadí entonces.

—¿Qué hacemos entonces?, ¿no estamos muertos?, ¿soñando quizá? —preguntó esta vez mi hermano.

—Admito que yo siento más que terror hacia la muerte y lo que ésta conlleva, pero lo tuyo es una tremenda obsesión rayana en la paranoia Athan —le respondí sin ánimo de ofenderle ni como reproche, mostrando mi sonrisa ladeada que hacía juego con mi tono de ironía.

—¿Soñando?, preguntaros algo muy lógico hijos: ¿estamos soñando los tres exactamente con lo mismo y casualmente al mismo tiempo? —nos preguntó nuestra madre mientras nos miraba de una manera elocuente y prosiguió—, demasiado coincidente y curioso, lo que me hace recordar cierta conversación que tuvimos sobre sueños que no eran sueños realmente Evangeline.

—Insinúas que los tres, en este preciso instante —le respondí mientras paseaba nerviosamente en círculos—, estamos acostados en nuestras respectivas camas pero realmente no estamos soñando, sino que estamos viviendo dentro de ese sueño como si éste se fusionara con la realidad, tal y como nos explicó Amadeus —le respondí mientras comprendía lo que quería decir y adonde quería llegar.

—Por lo que nuestros cuerpos se encuentran ahora mismo reposando plácidamente en nuestras camas pero sin embargo nuestras almas o quizá nuestras mentes, están en otra dimensión completamente diferente. ¿Es eso lo que intentas decirnos? —le interrogó aquella vez mi hermano.

—Yo no diría que son nuestras mentes las que han viajado, esto no es producto de la imaginación. Más bien me arriesgaría a decir que han sido nuestras almas. De un viaje astral podríamos hablar —afirmé ante sus sospechas.

—En cierto modo es lo que intento deciros hijos, ¿cómo sino los tres recordamos perfectamente y con todo lujo de detalles que lo último que hicimos fue acostarnos y ahora nos encontramos aquí juntos?

—Y ahí entra en acción otra pregunta —dijo nuevamente mi pensativo hermano—, ¿por qué hemos aparecido cada uno en un lugar diferente de la misma dimensión para encontrarnos más tarde? ¡No tiene ningún sentido! —exclamó exasperado.

—Creo que esa pregunta si puedo respondértela aunque solo sea una mera suposición, pero ahora comprobaré que os parece —me detuve a meditarlo durante un momento, mi respuesta parecía lógica.

—¿Si...? —me preguntaron a la vez incitándome a que prosiguiera con mi teoría.

—Creo que alguien o algo nos ha estado preparando psicológicamente en este lugar hasta que nos hemos encontrado. O sencillamente ha estado haciendo tiempo.

—Sinceramente no entiendo lo que quieres decirnos Evan —me dijo mi hermano sin comprender por donde iba mi camino—. ¿Prepararnos, para qué demonios?

—Veamos... creo que alguien nos ha preparado. Pienso que ese alguien ha hecho que podamos llegar aquí por cualquier motivo y nos ha hecho aparecer a cada uno por un lado primeramente para asimilar dicha información y seguidamente porque quizá de lo contrario hubiera sido demasiado anormal por decirlo de alguna manera, demasiado casual que nos encontráramos a la vez aquí —intenté aclararles.

—¿Para qué cada uno investigara por su propia cuenta, sacara sus propias conclusiones y posteriormente las compartiéramos, quieres decir? —preguntó esta vez mi curiosa madre.

—Lo que digo es que quizá hemos aparecido cada uno en un tiempo diferente porque sería demasiado sospechoso que tres personas de la misma casa y al mismo tiempo aparezcan en este lugar si como dices, esto es un viaje astral —concluí.

—Tiene lógica —respondió alegremente mi hermano cuando por fin comprendía mis pensamientos.

—Sería demasiado sospechoso que precisamente las tres personas que viven en la misma casa y conocen cierta información privilegiada aparezcan a la vez aquí. Eso es exactamente lo que creo y que por eso aparecimos por separado. Para que cada uno apareciera en un tiempo diferente con el objetivo de no levantar sospechas.

—Te creo, hija. Lo que dices tienes sentido —expresó nuestra madre.

—Además —continué tras unos segundos de silencio—. Amadeus apareció cuando estaba a punto de dormir y me dijo que tenía preparado un regalo para mí y que solo podía obtenerlo si me dormía y me dejaba llevar por el sueño. Dijo que estaría en estado de vigilia hasta que volviera en sí y nadie nos perturbaría. En plural, por lo que el regalo no sería sólo para mí.

—Pero ahí vuelve a aparecer otra pregunta—intervino mi hermano—, ¿quién puede ser ese alguien que está tan interesado en que los tres estemos ahora mismo en este lugar sin que nadie de ningún mundo sepa lo que está ocurriendo?

 

—Yo.

Retumbó aquella potente voz a nuestras espaldas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La conspiración de los ángeles
titlepage.xhtml
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_000.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_001.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_002.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_003.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_004.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_005.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_006.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_007.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_008.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_009.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_010.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_011.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_012.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_013.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_014.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_015.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_016.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_017.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_018.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_019.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_020.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_021.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_022.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_023.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_024.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_025.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_026.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_027.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_028.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_029.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_030.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_031.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_032.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_033.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_034.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_035.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_036.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_037.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_038.html
CR!X7G41Y08MD03SAPVC33Y0DMWX2J2_split_039.html