INCURSIÓN AL CEMENTERIO.

 

 

 

 

No me preguntéis cómo funciona o mediante qué mecanismos, sólo sé que podemos hacerlo. La palabra más aproximada en todo caso sería telepatía: una especie de conexión mental mediante la cual podemos transferir un contenido a través de nuestra mente y por tanto, comunicarnos pese a la enorme distancia que exista entre nosotros, pues somos almas que vagamos por el mundo con un cuerpo pero no físico, simplemente un envoltorio que nos recuerda quién somos y nos hace a la vez ser una visión menos tétrica. O lo que es igual, podemos estar presentes como una simple energía cósmica o, si es nuestro deseo, ser esa energía pero no como una bruma o un aura luminosa, sino con nuestro antiguo cuerpo aunque no visible a los ojos humanos sino solo a los nuestros.

Hay quien prefiere navegar siendo un punto de luz mientras que otros como yo, prefieren mostrarse con ese envoltorio.

Sin dejar de sentir aquella rabia ardiendo en mi interior y cegándome de furia a cada instante que pasaba, solo fui capaz de decirle lo siguiente con el objetivo de citarle y vernos a la menor brevedad posible:

 

Cementerio Odon. Pórtico. En el próximo atardecer.

Josué.

 

 

Más tarde comprenderéis el motivo por el cuál le cité en ese lugar específico, donde reposan los cuerpos muertos para siempre, esos envoltorios físicos ya inexistentes en la vida humana. También el motivo por el cuál escogí precisamente el cementerio de aquel lugar habiendo miles más en el mundo y cuando habría podido escoger también el de Suhayla.

Me encontraba relativamente nervioso al tener que enfrentar por fin el problema cara a cara, pero no podía quedar cegado por la cólera olvidando así que Amadeus era pese a todo mi amigo, mi compañero de batallas, alguien que había sido lo más parecido a un hermano aunque por nuestro interior no corriera la misma sangre. Alguien con quien hablar, confiar y compartir mi vida.

Aparecí cerca del nombrado cementerio antes de la hora prevista, pues Amadeus era muy puntual y yo deseaba ver desde una posición escondida en la penumbra su expresión al personarse en el lugar y verme aparecer. Digamos que deseaba ejecutar una entrada un tanto teatral poniendo sus sentidos al límite y poniendo a prueba su reacción ante nuestro encuentro. Pese a mi inmensa negativa y mi postura reticente a convertirme en un simple punto de luz, lo hice. Pero me sentía mal, angustiado, como si estuviera desnudo o como si tal vez me faltase algo. No me gustaba en absoluto tomar esa forma, me inquieta de un modo horrendo, como si temiera quedarme atrapado en ella para siempre y no pudiera volver a mi forma original. Admito que es uno de mis peores miedos con respecto a dicho tema. No deseaba que me viera primero, sino contemplarle yo a él desde el momento en que apareciera. Esperé pacientemente hasta que por fin llegó la esperada hora y le vi aparecer de la nada. Me recordó entonces a un conejo asustado que aunque no está en su punto de mira, es consciente de que el ciervo acecha más cerca de lo imaginado y espera entre bastidores el momento oportuno para lanzarse y finalmente dar caza a su víctima. Así que, como papel de cazador que interpretaba, aparecí o más bien me materialicé tras él cuando menos lo esperaba e intenté mostrarme tranquilo y apaciguador pese a que mi rostro siempre fue el reflejo de mi alma y éste no reflejaba paz precisamente. Mis ojos reflejaban mi furia. No era el tipo de encuentro que jamás imaginé, un encuentro caluroso entre dos amigos que se han echado de menos y sienten ansias de compartir sus aventuras. Amadeus estaba asustado, podía notarlo, casi podía oler su miedo ante mi imponente presencia.

—¡Josué! Recibí tu comunicación y aquí me tienes, expectante ante tu mensaje —exclamó entre una mezcla de susto y asombro, aunque también alegría, ya que no pudo evitar sonreír al verme a pesar de todo, aunque fue una risa un tanto nerviosa. Y acto seguido nos fundimos en un amistoso abrazo.

—Por fin nos vemos Amadeus aunque las circunstancias que nos rodean no son las mejores —le dije en cuanto nos soltamos—. Siento haberte citado aquí precisamente, pero necesitaba hablar contigo en persona ya que el tema a tratar es relativamente serio —concluí en tono lúgubre y mirándole de forma inquisitiva.

—De acuerdo, sé que debe ser un asunto realmente importante cuando me citaste con tanta urgencia. Estoy a tu disposición —dijo con una inclinación de cabeza a modo de reverencia—. Pero, ¿por qué escogiste este sitio? —formuló aquella pregunta mientras que con una mirada interrogante y curiosa recorría aquel lugar.

—Sígueme y el motivo aparecerá ante ti —le dije con un halo de misterio mientras me disponía a adentrarme en el lugar.

Atravesamos el pórtico negro que aun cerrado no necesitaba ser abierto para nosotros. Dirigí nuestros pasos por el sendero central y le conduje hacia uno de los pasillos lleno de sarcófagos. Me dirigía a nuestro destino con una seguridad aplastante, pues ya había estudiado e inspeccionado muy bien el sitio antes de quedar con él y me preguntaba si él, que estaba tan anclado al mundo humano, reconocería aquel pasillo por donde dirigía nuestro camino.

Pero ocurrió algo que para los dos fue completamente inesperado y con lo que no contábamos: mientras paseábamos por aquel siniestro y tétrico lugar nos sentíamos vigilados y al avanzar, desde sus tumbas, salían a nuestro paso miles de figuras con sus rostros desprovistos de alegría y cargados de un odio que parecía ser hasta palpable. Más figuras salían a nuestro encuentro a medida que avanzábamos por el sendero, nos seguían con la mirada y los más valientes, los locos y los curiosos seguían tímidamente nuestros pasos mientras que los restantes nos contemplaban desde sus posiciones irradiando toda su furia hacia nosotros, pues al igual que yo, conocían la historia y sabían que uno de nosotros era el protagonista. Un protagonista abominado y despreciado por todos aquellos que como yo, vivían como perros atados a unas leyes y que como yo, mostraban su desaprobación ante aquello. Pero yo ya conocía los motivos. Aun así les dirigí mi mirada más hostil y fría dando a entender que con su presencia incordiaban.

Llegamos frente una hilera de sarcófagos y me detuve frente al que mis pasos buscaban. Aunque no era el mío, resultaba demasiado familiar y doloroso para mí, pues no podía asimilar que mi cuerpo físico estuviera en un lugar similar a aquel, aunque a miles de kilómetros de distancia, pudriéndose. Y dejé que él mismo descubriera el motivo de nuestra primera parada, pues tenía prevista alguna más.

No dije nada, y esperé paciente hasta que...

Me miró sin comprender por qué detuve mis pasos y dirigió una mirada alrededor, en busca del motivo.

—¡Dios mío...! —titubeó espantando al percatarse de la imagen que le reflejaba mientras andaba hacia atrás alejándose de la tumba, como si sintiera una gran aversión hacia ella—. ¿Por qué demonios me trajiste aquí? —me preguntó incrédulo y asustado ante mi crudeza.

La situación de ver tu propia imagen en una foto incrustada en la tumba con el objetivo de identificarla, resulta totalmente indescriptible. 

—Porque debo recordarte que aunque estés hablando conmigo ahora mismo, aunque puedas verme y escuchar mi voz y aunque yo pueda hacer lo mismo contigo, nuestros cuerpos dejaron de existir hace tiempo y este es el lugar donde reposan. Yo estoy muerto, tú estás muerto y este lugar para siempre dio fin a nuestra historia.

—Gracias a tu estado de ánimo puedo suponer y no equivocarme al pensar que ya conoces la historia. Pero, ¿la verdadera o simples fracciones de ella? —me preguntó en su defensa.

—Ahora la conozco en todo su esplendor —le dije en lo que pareció más que una voz un rugido a la vez que le fulminaba echando fuego a través de la mirada.

—Permíteme que lo dude. Conoces una historia contada por unos labios que no son los míos. Conoces una historia contada al modo y visión de otra persona pero no desde mi perspectiva. Déjame narrarte la verdadera historia contada por mis labios y entonces todo cobrará sentido en tu pensamiento.

El silencio por un momento, se apoderó del lugar. Un silencio que poco después, se atrevió a romper.

—Josué... mi intención era hacerte partícipe de todo lo acontecido desde que te fuiste, contártelo todo con mis propias palabras y compartir mi vivencia contigo, pero no podía hacerlo todavía debido a tu ausencia y tú te has adelantado a los acontecimientos —expresó demostrando su inevitable inquietud.

—Jamás he dudado que quisieras ocultármelo, pues aunque lo desearas no podrías hacerlo. En cierto modo no es eso lo que más me preocupa amigo, pues conozco una verdad más dura y es la propia esencia de esa historia.

Vi en su semblante el reflejo de la incertidumbre y deseé mostrarle vivamente a que me refería.

—Josué... déjame explicarte por favor, solo así lo entenderás —insistió de nuevo.

—Estoy dispuesto a escucharte por la amistad que nos une, bien sabes que soy una persona justa. Y ahora cuéntame tu historia. Deseo conocerla desde tu posición.

—Soy consciente de que las circunstancias no son las más favorables, pero la amo —pronunció en un tono lastimero.

—La amas cuando no deberías amarla —le espeté—. Continua, por favor —añadí intentando calmar mis nervios y la furia que parecía querer escapar de mí.

—No fue un mero capricho ni tampoco nada similar a un flechazo —se defendió—, en cuanto la vi sentí que algo me conectaba a ella, aquella sensación fue algo tan nuevo para mí que mi curiosidad hacia su persona me hizo contemplarla a cada instante. No quise dejarme llevar por los sentimientos cuando empecé a conocerla y aunque luché negándome en mi fuero interno y me debatía contra lo inevitable, quedé prisionero de ellos. No quise amarla pero mi voluntad ya no me pertenecía.

—Todo eso estaría fenomenal en otra circunstancia, en otra vida, en otro momento, en otro tiempo... 

Y en aquel momento deseé mostrarle lo que deseaba. Con una mano cogí su cuello y deslicé su cabeza acercándola hacia la imagen que daba a saber a quién pertenecía aquella tumba y sin poder evitarlo le grité:

—Mírate —le rugí—. ¡Estás muerto!, ¡estás muerto, maldita sea! —bramé con todas mis fuerzas a la vez que balanceaba su cabeza hacia la imagen.

—¡Por todos los demonios, Josué! —exclamó Amadeus sorprendido y asustado de verme fuera de mis casillas—. ¿Por qué tanta ira hacía mí?

Visto que no podíamos evadirnos ante la panorámica de las miradas depositadas en nosotros y tampoco ante sus oídos, sobre todo con lo que estábamos hablando, busqué con la mirada un lugar resguardado y le hice entrar en el panteón más cercano a nosotros que asemejaba ser bastante viejo. Quizá en tiempos lejanos fue hermoso, pero en aquel momento pecaba de macabro, siniestro y apagado con la piedra oscurecida y padeciendo el paso del tiempo con grietas.

—¡Maldita sea mi estampa, no menciones a los demonios o acudirán a ti! —vociferé aquella vez asustado de verdad mientras miraba a mi alrededor y le sacudía enérgicamente con ambos brazos.

Ya había tentado demasiado a la suerte como para echar más leña al fuego mencionando a esos bastardos. Podían estar al acecho, infiltrados en cualquier figura que nos contemplaba. Ya he mencionado que somos seres que vagamos invisiblemente, pero eso no quiere decir que no dispongamos de algunos poderes como el de poder materializarnos físicamente, entre otros. Y uno de esos otros, uno del que no soy nada partidario ni orgulloso como para alardear de ese “don” del cuál siempre he estado totalmente en contra, es el hecho de poder aparecernos en otro estado físico, o lo que es igual: no con nuestro físico humano sino transformándonos en otra persona diferente. Por tanto, cualquiera de los que se encontraban mirándonos podría no ser quien parece, sino estar oculto en otro envoltorio que no es el suyo propio con el objetivo de espiarnos. De ahí, mi creciente desconfianza y mis medidas de seguridad que pueden parecer paranoicas.

—¡Escúchame Josué, escúchame, te lo pido por favor! ¡Te lo suplico si es necesario! —gritó mientras intentaba zafarse de mi violento movimiento—. ¡Escúchame, por todos los dioses!

Sentí remordimientos por mi conducta impropia debido a mi estado de desesperación y le solté bruscamente mientras inspiraba y exhalaba el aire en el vano intento de serenarme y moderar mi irritación.

—Mírame a los ojos y verás la verdad en su reflejo: la amo y estoy dispuesto a lo imposible por estar a su lado, por ofrecerle lo mejor de mí, por protegerla ante cualquier mal. Estoy decidido a hacer cualquier cosa con tal de poder estar a su lado como si nuevamente fuera un humano —anunció a voz en grito de tal manera que esta resonó imponente retumbando en aquel lugar.

—¡El problema es precisamente ese, que no eres humano! —le respondí a voz en grito, aunque vi la verdad de sus palabras reflejada en su mirada, que era exactamente lo que con mi prueba buscaba.

—Marchémonos de este sitio, todos nos contemplan sin ninguna simpatía y no me gusta lo que estoy viendo ni sintiendo. Ven, demos un paseo —le dije cuando me sentía un poco más calmado—. ¿Conoces a ese joven? —le pregunté mientras le indicaba la persona a la que me refería con un gesto de cabeza, de la manera más disimulada posible y casi de forma desapercibida.

Amadeus, al comprender mi gesto discreto, fingió ladear la cabeza y tan sólo por un segundo, depositó sus ojos en él, una mirada que escondía la curiosidad entre su velo.

—No, ¿por algún motivo en especial? —preguntó intrigado.

—Su forma de mirarnos destaca entre la multitud. Juraría que nos observa de manera diferente, sin desprecio y sin mostrarse desafiante, pero quizá haya sido imaginación mía.

Inevitablemente, los dos volvimos a dirigir nuestra mirada hacia él para volver a contemplarle y comprobar la veracidad de mis palabras pero el lugar donde antes se encontraba aquella figura, ahora estaba vacío. Había desaparecido y aquello no me pareció normal, sino más bien algo inquietante. Salimos de allí o más bien desaparecimos para volver a aparecernos en el cementerio de Suhayla; mi segunda parada planeada. Deambulamos por el pueblo o más bien lo intentábamos, pues nuestros seres eran como un imán para el resto. Para que lo entiendas mejor: nosotros éramos como una antorcha encendida en la más remota oscuridad y todos los no vivientes salían a nuestro encuentro en cuanto se percataban de nuestra presencia. No me gustaba nada aquello, es más, sentía que un peligro acechaba ante nosotros esperando el momento oportuno de atacarnos. Intentamos esquivarlos y dirigirnos a otras zonas para poder hablar tranquilamente sin miradas fijas en nosotros, hasta que al fin encontramos la ansiada y buscada soledad.

—Este es el pueblo donde transcurrí la mayor parte de mi escasa vida, pues en mi infancia nos trasladamos a este pequeño pero acogedor lugar por motivos de trabajo de mis padres. Atravesábamos una situación precaria que nos hizo abandonar nuestras tierras, pero en esta población fue donde cambió mi vida, donde conocí a la mujer que se convirtió en mi esposa y construimos un mundo juntos, donde más tarde llegaron dos habitantes más, nuestros ángeles: la dulce Evangeline y muy posteriormente el travieso Athan. ¿Sabías que a ella solo le faltaban las alas mientras que él era como un pequeño diablillo humano? Bueno, todo a su debido tiempo, pero estoy seguro de que te asombrarías si supieras muchas cosas que a ambos conciernen —dije esta vez sonriendo al sentirme embriagado por la nostalgia y los bellos recuerdos.

—No deseo más que conocer detalles y anécdotas de tus hijos, de tus recuerdos y vivencias junto a ellos —dijo Amadeus mostrando una tímida sonrisa, aquella que tanto le caracterizaba y mirándome a través del mar que se formaba en su mirada.

—Por supuesto que lo harás amigo, son dos criaturas maravillosas y dignas de conocer —suspiré melancólicamente—. Y volviendo al hilo de la historia: aquí fue donde cimentamos nuestro universo y el lugar donde anclamos nuestras raíces. No éramos ricos pero lo teníamos todo. Salíamos juntos de cena, al cine y los domingos después de la comida familiar alquilábamos películas y pasábamos las frías tardes de invierno acompañados por una manta, película y palomitas. Era maravilloso. A la pequeña Evan le encantaba. Nuestros lazos eran inmensamente fuertes y todo iba bien hasta que...

—¿Qué ocurre? —me interrumpí y le pregunté al parecerme provenir de su garganta un gemido lastimero que parecía más corriente siendo originado por un animal que por un humano. Y entonces contemplé su rostro desfigurado por la tristeza ante lo que sabía que estaba por llegar.

—Y entonces llegó la oscuridad envolviéndote en su fúnebre manto y te arrastró con ella hacia su mundo —pronunció de manera agónica en un tono de voz que me resultaba casi irreconocible en él.

—No, porque no fallecí súbitamente como tú, sino por enfermedad. Yo en cambio, sabía que pronto iba a morir. Primero llegó la incertidumbre y aprensión hacia lo desconocido. Más tarde la aceptación del problema que dio paso a la ira y ésta dio entrada a la agonía, al dolor, al sufrimiento interno, al temor de lo eterno y desconocido. Y después de la inmensa y larga batalla cuál pensé que quizá podría ganar, llegó ella, la malévola, la irreversible muerte abriéndome la puerta que te conduce a su negro infierno llevándose mi maltratado cuerpo debido al padecido suplicio y arrebatándome de lo que más amaba. Aquí terminó mi historia y es el lugar donde reposará mi cuerpo para siempre.

—La muerte es así Josué: inapelable, nadie puede escapar ante sus negras y mortales garras, y aunque todos le temen y huyen, a nosotros nos atrapó demasiado pronto arrebatándonos toda una vida por delante. Dejé tantas cosas por hacer Josué... ¡tantas! —exclamó casi a voz en grito, lleno de rabia, dejado arrastrar por aquella descomunal cólera recién estallada en su interior—. Jamás me enamoré, jamás sentí ni una sola chispa en mi interior... —maldecía mientras me miraba de manera elocuente.

—¿Por qué Amadeus? Dime, ¿por qué ella?, ¿por qué? —le insté cuando vi el rumbo al que deseaba dirigir la conversación.

—Si hubiera dispuesto de la oportunidad de conocerla en vida, me jugaría la vida sin temor a perderla y la apostaría a que hubiera ocurrido lo mismo. Sinceramente, mi teoría es que estábamos destinados el uno al otro aunque nos hayamos conocido en las más desfavorables circunstancias. Nuestros caminos estaban destinados a unirse.

—¿Estás queriendo decir que crees en el destino? —le pregunté curiosamente ante aquello.

—Efectivamente Josué. Y tu aunque sin saberlo, fuiste el sendero que me llevó hacia ella, hacia mi destino final. Si no estuviera seguro de mis palabras no estaría dispuesto a adentrarme en lo más prohibido y peligroso por ella.

Suspiré nuevamente ante la veracidad de su historia, sus palabras.

—¿Qué sucede?, ¿por qué suspiras? —me interrogó ante mi repentino silencio.

—Si fueras otra persona, si no te conociera como te conozco Amadeus... no consentiría nada de todo esto, es más, te mataría si estuviera en mis manos de no ser porque los dos ya estamos muertos.

—Tu sinceridad me abruma —me respondió irónicamente a la vez que mostraba aquella sonrisa ladeada de manera traviesa.

—La verdad duele y la mentira adornada te hace vivir en la ignorancia. ¿De qué serviría entonces mentirte? No nos llevaría a ningún camino y sería semejante a una bola de nieve que caería pequeña y que rodando montaña abajo iría creciendo hasta convertirse en algo insoportable.

—Cierto es.

—Tenía que ponerte a prueba Amadeus. Tenía que enfurecerte, tenía que hacerte reaccionar y arrancarte esas palabras de tu interior y que ellas me mostraran un camino menos incierto y borroso. A veces cuando la rabia nos inunda decimos lo que verdaderamente pensamos, lo que está oculto en los entresijos de nuestra mente. Y necesitaba escuchar esas palabras que nacieran de lo más hondo de tu ser.

¿A qué estás dispuesto entonces? —le insinué.

—Si hay un billete de ida, habrá uno de vuelta, ¿no crees? —me preguntó siguiendo el hilo insinuante.

—Ya nada me parece imposible, pero detente a pensar en lo que ocurriría: todos querrían obtener la misma reliquia inédita y prohibida.

—Hay un modo, lo sabes —me respondió tajante y decidido en su camino.

—Y también consecuencias catastróficas, lo sabes —dije devolviéndole sus mismas palabras.

—Hasta mi alma daría si pudiera...

—¿Y convertirte en un eterno maldito? —bufé—. Creo que no es la mejor opción.

—Tampoco es que disponga de muchas opciones, ¿no crees? Aunque no muchas, pero las hay.

—No impediré tu camino pero de continuar así, vas a provocar algo peor que una guerra. ¿No comprendes que son dos mundos que no pueden fusionarse?

—¿No pueden o no deben? —insinuó—. No deben, pero sí pueden, como bien estarás viendo —me contradijo seguro de sí mismo.

—No entra en lo establecido como tampoco en lo correcto, por algo estamos aquí, en otro cosmos y por algo también tenemos leyes.

—Nunca obligaría ni persuadiría a nadie para que siguiera mi camino, pero creo que si desean hacerlo están en su mayor derecho. Y también creo que si no lo han hecho antes es porque quizá no se atrevieran a tomar la iniciativa. Quizá necesitaban un empujón, que alguien tomara la delantera.

—Por supuesto, estoy en mi pleno derecho de seguir tus pasos y luchar por lo que mi alma tanto anhela —le respondí sonriendo de manera insinuante a la vez que alzaba simultáneamente las cejas.

Quedó callado, asimilando bien lo que acababa de decirle, como si temiera no haberme escuchado bien.

—¿Quieres decir que...?

—Sí —le interrumpí—, que apoyo tu camino y lo mismo hará el mío —confesé mostrando mi mejor sonrisa—. ¿O acaso no crees que mi mayor deseo es estar con ellos de nuevo?

Amadeus, atónito ante mis inesperadas palabras rió con un júbilo con el que jamás le había contemplado reír, con una alegría verdadera que se desbordaba a cascadas a través de sus labios.

—Ah, y una cosa más —añadí—. No olvides que ahora soy algo más que un amigo... —le dejé caer.

Me miró alzando sus cejas, sin comprender.

—Ahora además, soy tu suegro —dije con parsimonia y con un tono amenazante, aunque de guasa.

—Quiere decir eso que... ¿apruebas al cien por cien nuestra relación? —dijo exaltado.

—Sí y te diré una cosa como se la diría a cualquier otro chico que estuviera con ella. Trátala como una princesa porque si no, te arranco las pelotas y jugaré al tenis con ellas, ¿comprendido?

—Puedes quedar tranquilo, eso jamás ocurrirá —prometió con solemnidad mientras con un gesto cómico se cubría las partes nobles con las dos manos.

 

 

 

 

 

 

 

 

La conspiración de los ángeles
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