LA APARICIÓN DE JOSUÉ.

 

 

 

 

Los tres nos quedamos paralizados, congelados en aquel lugar sin poder articular un sólo músculo o una sola palabra coherente. Los tres conocíamos aquella voz aunque hiciera tanto tiempo que no la habíamos escuchado directamente, los tres sabíamos de quién se trataba. Y todo temor se esfumó de nuestros temerosos cuerpos. Y aquella voz sin cuerpo presente o no visible ante nuestros humanos ojos prosiguió:

 

Yo: porque mi corazón aunque no late os necesita, porque aunque muerto me consumo en el dolor de mi propio infierno si no puedo estar a vuestra vera. Porque mi universo lo constituís vosotros tres y sin él navego en una eterna oscuridad que se cierne sobre un paraje en el cuál no existe ningún camino si no lo recorro de vuestra mano.

Porque estoy dispuesto a lo imposible por poder estar un sólo minuto a vuestro lado, porque os amo y no puedo vivir en un mundo en el que para vosotros físicamente ya no existo.

Porque necesito oír vuestra voz dirigida directamente hacía mí y no hacía la nada y que podáis también percibir la mía en concordancia; porque necesito sentiros ahora más que nunca en toda mi existencia.

Y porque no me importa el precio o el castigo que pueda recibir por hacer esto, pues si estoy aquí es porque os necesito y vuelvo a morir si no os tengo aquí, conmigo.

 

Seguíamos no sólo atónitos, sino más bien impactados a causa de escuchar aquella adorable voz que tanto anhelábamos desde hacía años. Recorríamos el pasaje con el objetivo de visualizar el lugar de donde provenía aquella voz, pero parecía venir del más remoto de los lugares. Podía percibir un leve olor a lágrima, lágrimas que caían de emoción por nuestras caras. Poco después, a un ritmo apaciguado y de la nada fue apareciendo una figura humana enfrente de nosotros, como si aquella imagen se estuviera formando ante nuestra atónita mirada.

Fue exactamente del mismo modo en el que vimos aparecer a Amadeus en las grabaciones. Como si de pronto de un agujero del suelo comenzara a nacer una figura hasta hacerse totalmente completa.

Y por fin le vi: mi amado y anhelado padre.

Sus negros ojos nos miraban de manera tan tierna que podría incluso asegurar que no cabía más amor en ellos, su sonrisa perfecta con aquellos blancos dientes resaltando sobre el moreno de su piel despuntaban y deslumbraban tanto como una luna llena y luminosa en la más oscura y desierta de las noches. Su media melena tan oscura como el azabache formaba unos perfectos rizos, los cuales ondeaban suavemente al compás del viento, parecieran incluso seguir el ritmo de la tenue y bella canción que era compuesta por su perfecta voz, una voz como la más bella melodía que iba viajando hacía mi interior, instalándose en mi corazón, acariciándolo cálidamente y atravesando mi alma de la manera más dulce y letal posible.

A veces la memoria puede considerarse como una gran virtud aunque para mi gusto, tener tanta no resultaba bueno porque no permitía que cicatrizaran completamente mis heridas. Podía recordar escenas de cuando apenas tenía tres años y recordaba claramente sin ninguna laguna de por medio todos los detalles: los olores, las ropas, las fragancias, los lugares, las voces. Todo lo recordaba a la perfección, y por eso, cuando su recuerdo nacía de algún rincón del olvido, volvía a revivir nítidamente escenas que abrían y perforaban más si cabe mi eterna e incurable herida.

Hubiera dado lo imposible, lo inimaginable por verle de nuevo, hubiera pagado cualquier precio por volver a sentir su fresco aroma cerca de mí, por volver a sentir aunque sólo fuera por un simple minuto el calor que sus abrazos irradiaban en mi cuerpo y hubiera dado hasta mi propia vida a cambio de otra mirada suya, a cambio de mi mayor deseo.

Y ahora, en ese preciso instante indescriptible de mi vida, tenía visible ante mí el mayor deseo que con tanta desesperación, anhelo y fulgor deseaba mi descompuesto corazón desde hacía tanto tiempo.

 

La conspiración de los ángeles
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